El ruido del motor se repite como un mantra que con estoica constancia transporta y detiene. Un fresco escalofrío sube desde mis pies hasta mi cuello, erizando los cabellos de mi nuca. La sensación es inconmensurable, pero de querer establecer un parangón debería hacerlo con una mezcla de miedo, adrenalina, excitación y regresión a la infancia.
Valentín pierde conciencia del momento y del lugar. La pipeta de vidrio se diluye en sus manos, todo su cuerpo tiembla suave y tenaz, en un vals adormilado y febril.
Abre los ojos: ya no está acostado sino de pie, en un lugar que no conoce. Camina buscando algún indicio, pero sólo ve luces y sombras, nubes y vapor acaramelado. Mezcla de recuerdos, aromas de comidas y visiones borrosas que no alcanza a explicar, pero que de alguna manera sabe que ya las vivió, o que las vivirá.
De pronto un fuerte sabor dulzón en el aire le marca el camino hacia algo hartamente conocido, mientras una catarata de reminiscencia lo ataca sin piedad: sería capaz de reconocer el olor de un Metratón a veinte leguas de distancia.
Alrededor de una mesa cuatro sujetos juegan a las cartas. A tres de ellos no los conoce: Raúl Morales, Darío Solanas y Capitán. Al cuarto lo juna tanto que no puede evitar derramar dos saladas al verlo:
-¡Victorio!
Victorio Santana da un sorbo a su habano y esboza una amplia sonrisa. Con una seña avisa a sus compañeros que pronto retomará el juego y se acerca a saludar a un viejo amigo.
-Valentín, te estaba esperando.
El abrazo dura un tiempo inacabable, si eso existiera.
-¡Victorio! No entiendo, ¿dónde estamos? ¿Estás vivo? ¿Estoy muerto?
-¡Mi querido Valentín! Ya hablaremos sobre eso, ¡pero contame de tu vida, che! ¿Así que se pusieron un bar con Julia? ¿Lo llamaste Albatros, como la organización? ¡Jaja, sos un hijo de puta!
-Sí, qué se yo, me pareció original… ¿Pero cómo sabés eso? ¿Acaso desde acá se puede ver todo lo que pasa?
-Ja, no no, quedate tranquilo. Es que hay un hombre que pasa seguido por esta zona, Genaro se llama. Él va y vuelve, no sé, es extraño… La cosa es que nos hicimos amigos, me contó de un bar que frecuentaba, que era nuevo y lo atendía un chico joven. Como yo tengo algo de calle me parecía raro no conocerlo. Y cuando me dijo el nombre del lugar…
-Bueno, eso no es lo único nuevo que lleva un nombre viejo.
-¿No? ¿Qué más hiciste? ¿Un trago que se llama Funes? Jaja. Debería servirse en un vasito pequeño…
-Ja, no, no es eso. Tuvimos una hija, tenés una nieta. Se llama Victoria.
Los ojos de Victorio se humedecen por instante, no esperaba tal golpe bajo. Es la primera vez que Valentín lo ve realmente emocionado.
-¿Esa no la sabías, eh? Se ve que no te contó todo este Genaro… A propósito, fue él quien me mandó acá, me dijo que alguien quería hablar conmigo, y supongo que ese alguien sos vos…
Victorio se repone de golpe, adquiriendo su natural aire de simpatía y superioridad.
-Valentín, presiento que un gran acontecimiento está sucediendo en el barrio y hay algo que debés saber para poder sobrepasarlo.
-¿Me vas a enseñar a superar a la muerte? ¿De eso se trata?
-No, no… mi querido yerno: la muerte no existe.
-¿Cómo que no? ¿Qué querés decir?
-La muerte no existe, porque el tiempo no existe: sólo existe la simultaneidad.
Aunque ambos caminan mientras conversan, es como si estuvieran siempre en el mismo lugar. Al mejor estilo peripatético, Victorio continúa con su explicación:
-El tiempo, Valentín, tal como lo comprendemos y utilizamos, no existe. Todo lo que hay, lo que existe, es una sublime simultaneidad. Un instante eterno donde todo se da, por decirlo de alguna manera, al mismo tiempo. Claro que expresarlo así suena contradictorio, ya que si hay tiempo hay sucesión, una cosa tras de otra. Y la eternidad es lo contrario: todo junto, en simultáneo.
El rostro de Valentín denota su esfuerzo por tratar de comprender lo que su compañero de viajes le dice. Sigue Victorio:
-El tiempo, la sucesión, la seguidilla de hechos uno tras de otro, es sólo la manera que nuestra mente tiene de ordenar las cosas para poder captarlas e intentar comprenderlas: ordenamos en filitas los hechos para poder interpretarlos, porque no podemos hacerlo de otro modo. Y el lenguaje, nuestra herramienta para poder ordenar las sensaciones y el pensamiento, también necesita de este orden, tanto para reflexionar como para comunicarnos con los demás. Pero en realidad, en la esencia del ser, todo ya se dio. O, para ser más preciso, se da, en un presente eterno.
-Creo que entiendo lo que querés decir, pero me cuesta un poco interiorizarlo.
-Pensá en algún momento hermoso que quieras recordar.
La primera imagen que pasa por la mente de Valentín es cuando vio a Julia por primera vez, en aquella librería de Rosario. Se sonroja al dudar si Victorio podría ver sus pensamientos.
-¿Listo? Bueno, esa imagen que para vos es un recuerdo, en realidad sigue latente, siempre presente,
acá, en la simultaneidad. Siempre podés volver a ellos, ¿de dónde creés que saqué este habano si no? Acá no se consiguen… Y lo mismo pasa con las cosas de lo que entendemos como “futuro”, en realidad ya todo está dado, sólo que nuestra limitada mente humana debe dividirlo en pasado, presente y futuro para poder comprender lo que sucede.
-Me parece que veo el punto, aunque todavía no sé cómo aplicarlo…
- Valentín, el tiempo no existe. Y ése es el secreto de la vida eterna. Sólo tenés que buscar y dejarte llevar.
-Pero, decime… ¿No era que no querías nada de filosofía en esta historia?
-Bueno, esa era otra historia…
Los tres hombres que esperan en la mesa parecen algo disgustados. El de saco azul de capitán le hace señas a Victorio con una mano sin manga para que vuelva al juego.
-Bueno, creo que mis nuevos amigos se están impacientando y van a matarme si no retomo la partida. A matarme, jaja, qué gracioso.
-Esperá, viejo, ¡no me dejes solo de nuevo! ¿Nos volveremos a ver?
-¡Claro, jovenzuelo! ¿No entendiste nada? ¡Siempre, siempre nos estamos viendo!
La silueta de Victorio se pierde en un fundido a negro. Valentín despierta con un sabor acre en la boca. Aún puede sentir el aroma del habano flotando en el aire.