¿Quién se va a encargar de unir todos los pedazos que fui dejando e intentar componer con ellos un sistema? No sería coherente, no. La contradicción es parte del cambio. Coherente es una mesa, todas sus partes encajan para cumplir una función. Pero yo no quiero ser una mesa. Me gusta más la imagen trillada del río. Aunque sin cauce: el cauce ordena, marca el camino. Yo quiero desbordarme, crecer, por qué no arrasar un poco... hasta fundirme con lo demás, con el todo. Como el árbol que con sus raíces levanta paredes, rompe veredas. Quiero expandirme sin dirección. ¿Quién juntará mis pedazos? Al posible demiurgo de mi rompezabezas le advierto que no está completo. Y que él mismo es una de sus piezas
sábado, 17 de febrero de 2018
martes, 13 de septiembre de 2016
Una historia cotidiana
Si usted espera una aventura extraordinaria le recomiendo
que deje de leer estas líneas y se dirija a La
isla del tesoro, de Stevenson, o en su defecto a cualquier obra de Julio
Verne (La vuelta al mundo en ochenta días
es mi favorita). La siguiente es una historia completamente cotidiana, aunque
no por eso menos trascendente o menos dadora de sentido. Esta mañana aprendí
algo nuevo. Necesitaba cambiar dos cerraduras de puertas interiores en mi casa
y me dirigí a la casa de herrajes. Al notar que las que me ofrecían tenían el
pestillo interior al revés que las que tenía en mi casa, consulté si tenía
alguna importancia. Me contestaron que sí, pero que fácilmente podían darse
vuelta para que quedaran del lado que los necesitara. Al llegar a mi hogar
comencé con el procedimiento de cambio. No fue tan fácil como parecía en un
principio, la cerradura no encajaba de modo perfecto en la puerta, pero
improvisando una gubia con una espátula logré darle la forma adecuada a la
madera para que encaje. Terminado el trabajo, sentí la satisfacción
correspondiente. Sin embargo tenía sed de más. Recordé entonces que la
cerradura de la puerta principal, también cambiada por mí hacía más de un año,
nunca había quedado del todo bien. El problema era que el pestillo estaba al
revés, por lo que la puerta, cuando estaba cerrada sin llave, se abría ante el
más leve empujón. Ahí fue cuando la enseñanza de la mañana, aparentemente
casual, podía ser aplicada. Claro que todo dependía de que la cerradura de esa
puerta fuera igual a la que había comprado. Inspirado por la pequeña hazaña
conquistada, me animé a sacarla. Por supuesto, era distinta: el pestillo no
giraba, por lo que era imposible cambiarlo de sentido. Sin embargo… Se me
ocurrió una arriesgada opción: desarmar la cerradura. ¿Han visto una cerradura
por dentro alguna vez? Es un delicado mecanismo de relojería, lleno de
resortes, palancas y piecitas finamente encajadas para que el todo funcione.
Tomé mi destornillador philips y me embarqué en aguas negras. Me sentía un
estudiante de medicina realizando una cirugía a corazón abierto. Vislumbré el
mecanismo del pestillo e intenté girarlo: no había caso, no se movía. La
operación parecía cada vez más delicada, mas nunca perdí la fe. Una sed de
aventura me llevaba a seguir adelante. Las aguas eran profundas y ya tan sólo
quedaba una salida: sacar un resorte, desarmar el pestillo y darlo vuelta. Era
a todo o nada. Trabajaba con la puerta de mi casa abierta, sabiendo que si algo
salía mal no iba a poder cerrarla. ¿Qué hacer? ¿Seguir o volver atrás? ¿Rearmar
todo y a otra cosa o aventurarme hasta el final, pase lo que pase? No lo dudé:
una extraña fuerza optimista me alentaba. La desarmé. Al mismo tiempo que saqué
el resorte escuché un click, otra parte no deseada también se había salido de
su lugar. ¿Cuál era? ¿Cómo estaba montada originalmente? El sudor caía
lentamente por mi sien como si de desactivar una bomba se tratara. Tenía que
concentrarme, serenarme, yo puedo, yo puedo… Lo primero que hice fue girar el
pestillo y volver acomodar el resorte
que había sacado intencionalmente. Luego descubrí cuál era la otra parte que se
había salido y la coloqué de nuevo en su lugar. Por último volví a armar la
cerradura, no sin cierto escepticismo. Sólo bastaba el montaje final, la prueba
definitiva. Volví a colocar el mecanismo adentro de la puerta y enrosqué el
picaporte. Al moverlo hacia arriba y hacia abajo vi que el pestillo entraba y
salía de la cerradura. Ahora había que cerrar la puerta y rogar que vuelva a abrirse,
que no se trabara. Lentamente coloqué la puerta en su lugar natural. Calzó
perfecto. Empujé desde afuera y la puerta ya no se abría, al menos que
utilizara el picaporte. Increíblemente había funcionado. Guardé todas mis
herramientas en la caja y fui feliz, con esa inigualable satisfacción de haber terminado
un trabajo bien realizado. Por la tarde di dos talleres: discutimos sobre la
ontología de Spinoza y la ética de Aristóteles. Pero esas son cosas de todos
los días.
jueves, 24 de julio de 2014
Trascendencia
Desde un punto de vista existencialista la vida no tendría sentido. Lo positivo de esta idea es que no tiene ningún sentido pre-establecido, no hay nada con lo que debamos cumplir. Para algunos esto es desconcertante: acostumbrados a actuar siguiendo reglas, no tener un camino marcado los pierde. Para otros, el no haber un sentido a priori abre las puertas a infinitas posibilidades de elección. No obstante, la libertad a veces marea y terminamos optando casi todos por lo mismo: la felicidad, el amor, el éxito, el dinero, el placer son algunas de las metas más buscadas, algunos de los faros más comunes que nos autoimplantamos para iluminar nuestros senderos.
Ahora bien, todo camino tiene su final y hay uno que, seas rey o jardinero, nos es común a todos: la muerte. La vida parece un eterno fluir de un río donde todo deviene y poco permanece. Y un sentido común y muy buscado es el poder aferrarse a algo que perdure, a algo que quede. Sabiendo inconscientemente que algún día no estaremos más en este mundo, nos afanamos en dejar una huella. Ese otro significado posible de la vida es paradójicamente el que cumplamos cuando ya no estemos: la trascendencia.
¿Qué se entiende por trascendencia? En principio, trascender es ir más allá, es despegarse del ropaje del mundo sensible y pasar a otro plano. Pero sin entrar en especulaciones metafísicas, la trascendencia a la que hago referencia no es aquella sobre a dónde vamos, sino sobre qué dejamos en este mundo. Para trascender es necesario en primer lugar ya no estar. De ahí el carácter de paradójico antes mencionado: buscar el sentido de la vida fuera de la vida. Es intentar seguir viviendo luego de haber muerto. ¿Cómo lograr esto? Una opción es a través de nuestra descendencia. Dejar hijos, nietos habitando la Tierra es una forma de seguir viviendo. Otros prefieren hacerlo por medio de sus obras: libros, música, pinturas… soportes materiales que fragmentan nuestro yo intentando conservarlo a través del tiempo. Hay quienes trascienden por sus actos: grandes y revolucionarios, o pequeños y sencillos, cotidianos, creo que la mejor manera de “ir al cielo” es que nuestra alma siga viva en el recuerdo de los demás, por lo que hicimos, por lo que dejamos marcado.
Inútil es tratar de preservar la juventud exterior, congelar el cuerpo o castigarlo con prohibiciones ascéticas. En la desesperación de no perder la vida podemos crearnos mundos perfectos pero ideales, artificiales, lo incorruptible es pura fantasía. La trascendencia es posible en la tierra, pero la verdadera es aquella que se logra sin proponérselo, simplemente viviendo una buena vida. Siendo lo que hacemos, en compañía de los otros. Si disfrutamos el camino, la meta llega sola.
miércoles, 21 de mayo de 2014
Filosofía Compartida
https://www.facebook.com/filosofiacompartida
¡Salud!
lunes, 12 de mayo de 2014
El contenido de los sueños
El contenido de los sueños se halla
en un limbo inaccesible para nuestra conciencia. Allí nacen las imágenes y
situaciones en las que nos encontramos mientras soñamos. Allí también se forjan
los personajes que desafían el principio de identidad y se tejen las tramas que
no le temen a la contradicción. Cuando dormimos, un portal se abre y deja pasar
estas sombras incoloras que logran engañarnos con sus matices que no reflejan
la luz.
Cada ser soñado tiene su instante
determinado de vida, si es que así puede llamarse a la sutil subsistencia que
mantienen mientras dura nuestro momento onírico. Mas, cuando estamos prontos a
despertar, esa puerta se cierra, y los contenidos de los sueños deben apurarse
a pasar por ella antes de que quede sellada eternamente. Cada nuevo sueño surge
de una nueva puerta, todas provenientes del mismo limbo. Y cada puerta muere al
despertar el sujeto consciente.
A veces un sueño puede parecernos
fugaz y no comprendemos cómo llega a darse la circunstancia de
apertura-sueño-cierre en su totalidad. Pero los tiempos para los habitantes de
ese limbo son muy diferentes a los nuestros. Un corto episodio en nuestra mente
puede representar toda una vida para el protagonista del relato soñado.
También puede suceder que un mismo
sueño, que fue y volvió a través del portal, vuelva a manifestarse, esta vez en
otro sujeto. No son infinitos los contenidos de los sueños, y teniendo en
cuenta la cantidad innumerable de soñadores desde que el mundo es mundo, no es
extraño que esto suceda.
Otras veces sucede que algún contenido de un
sueño, una imagen, un personaje o una situación, por curiosidad o por
resentimiento no quiere volver al limbo originario antes de que su puerta se
cierre. Sea por distracción o por interés, los contenidos que no regresen al limbo
quedarán vagando por la eternidad entre nuestra realidad y la suya. No pueden
manifestarse ante nuestra conciencia pero tampoco pertenecen ya a nuestro
inconsciente. No obstante, alguna que otra vez y con mucho esfuerzo logran
materializarse, generalmente como reflejo o un sonido, que uno no logra
explicarse de dónde surgió o cómo se produjo.
miércoles, 8 de enero de 2014
Realidad es
¿Cuántas realidades hay dentro de la realidad?
Está la realidad que veo yo, la que ves vos y la que ve él. Está la realidad
que sentimos y la realidad que nos cuentan. Está la realidad puertas para
adentro y la realidad puertas para afuera. La realidad boca para adentro y la
realidad boca para afuera. La realidad que dicen, la realidad que hacen y la
realidad que piensan. Nuestra realidad, la de ustedes, la de ellos. La realidad
que nos cuentan los libros, la realidad que nos muestran los medios, la
realidad que nos presentan los sentidos. El otro puede captar las cosas de
manera diferente, ¿pero quién puede negarme que yo siento lo que siento? ¿Vale menos mi realidad que la tuya? Hay capas
tras capas de realidad, como una máscara sobre otras máscaras. Realidades
dentro de otras realidades, como una familia de muñecas rusas infinita.
Realidades sobre otras realidades, aplastándolas. Realidades bajo otras
realidades sometidas. Realidades enfrentadas y realidades espalda con espalda,
sin verse jamás. Hay realidades impuestas, realidades creadas. Realidades
originales y realidades hartamente repetidas. Hay realidades metafísicas,
gnoseológicas, psicológicas, políticas. Hay realidades reales y realidades
ficticias. Hay realidades rectas y realidades curvas. Realidades rígidas y
realidades flexibles. Realidades infinitas y realidades únicas. Realidades
opacas y realidades reflexivas como dos espejos enfrentados. Hay una realidad
por cada uno de nosotros, y hay muchas realidades en cada uno de nosotros. Hay
realidades conscientes y realidades inconscientes. Hay una realidad nueva cada
día, montada sobre el escenario de una realidad general única, pero
constantemente cambiante. “La única verdad es la realidad”. Me gusta pensar que
en el fondo hay una realidad única, aunque no podamos acceder directamente a
ella.
lunes, 21 de octubre de 2013
Algunas palabras sobre un posible sentido
Estoy de acuerdo con eso de que la vida no tiene un sentido preestablecido, que uno mismo debe dárselo. Me gusta pensar que ese sentido es aprender y enseñar, que es tan sólo una forma de dar y recibir, que no son acciones contrarias, si no que sus diferencias no están muy bien delimitadas.
Aprender y enseñar no se restringe al ámbito de los libros, o el sentido clásico de conocimiento. Aprender y enseñar es todo: aprender a amar, aprender a compartir, aprender a perdonar, aprender a convivir… aprender a no cometer siempre los mismos errores… lleva toda una vida. Y, de alguna manera, le da un sentido, una trama a esa serie de episodios inconexos que llamamos nuestra vida.
Sus diferencias no están bien delimitadas, por lo que prefiero hablar de aprender-enseñar así, todo junto, como un único verbo. El aprender-enseñar es básicamente una relación, y como tal, no puede constar de una única parte. Al menos dos relata deben estar en contacto para que el verbo se haga carne y se actualice. Las diversas posiciones “maestro-alumno” son sólo transicionales, intercambiables, indefinibles. ¿No aprende el maestro? ¿No enseña el alumno? Todos somos maestros-alumnos, todos podemos aprender-enseñar, que no es otra cosa que dar-recibir.
Pero para eso necesitamos el contacto con el otro. Entonces, prefiero pensar que el mensaje siempre fue el mismo: lo fundamental es relacionarse con el otro.
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