miércoles, 8 de octubre de 2008

Ocho



Otra cosa que recuerdo de mi corta estadía en Rosario (y no porque allí la haya conocido, sino porque fui ahí donde realmente tomé conciencia de ella) es la existencia de los Vendedores de Felicidad.

Los Vendedores de Felicidad, o transportistas de las cosas simples, están ahí, por todas partes, sin que nos demos cuenta. Son esas personas que hacen burbujas por la calles, quizás tan sólo para decorar el día; los que caminan y caminan llevando el característico palo de los pirulines clavados; los que hacen girar una ruleta, regalando un barquillo de cucurucho como premio; los payasos pobres de los trenes, que practican la zoología con los globos; los carritos placeros que ofrecen pororó y praliné (como llaman en dicha ciudad al pochoclo y las garrapiñadas); y todos los demás miembros de esta estirpe en extinción, que al ir desapareciendo se llevan consigo los olvidados años de la inocencia.

¿Cuánto hace que no veo un molino de plástico, de esos que giran con el viento? A los floristas de esquina también podríamos incluirlos dentro de esta lista: ¿Quién no se ha puesto feliz al recibir un jazmín, o una gardenia? Yo no lo sé, nunca me han regalado flores.

Pero volviendo al tronco (ay, las ramas son inevitables), la aventura ya se me había develado en su completitud. O casi.

Tomé la piedra que Victorio me pasó. La sopesé bajo mi diestra y la examiné por todos sus escorzos. No sé qué era. No era amatista, ni cuarzo, ni onix. Obsidiana tal vez, aunque debo reconocer que la geología no es lo mío.

- ¿Dónde encontró esto? ¿Estaba en lo de Funes también?

- Sí y no. Estaba en lo de Funes, claro, porque estaba en mi bolsillo. Pero no la encontré ahí: hace años que la tengo. La hallé aquí, en Rosario.

- ¿En esta casa?

- No. Bajo el Monumento de la Bandera funciona un museo. Yo tenía acceso a él por ciertos conocidos. Un día, investigando fuera del horario de atención al público, algo me llamó la atención: entre las supuestas pertenencias de Belgrano, había una pequeña cajita, un alhajero tal vez, que se destacaba entre los demás. No era muy notorio, pero una persona fanática de los museos y con un ojo avisado como el mío podía darse cuenta: esa caja no tenía la misma edad que las demás.

- ¿Y ahí estaba la piedra?

-Sí, claro. Y no sé por qué, pero la tomé.

-O sea que la robó…

- Años más tarde, revisando papeles que habían pertenecido a mi padre, sospeché de la existencia de otras piedras. Seguí investigando por mi cuenta, preguntando cosas… Así fue como me enteré del juego, las bases, el premio… Luego vino la muerte del Abuelo, sus últimas palabras y la carta, que no sé cómo fue a parar a la familia Funes. En cuanto me enteré, fui a buscarla. El resto ya lo sabés.

- Pero hay algo que no entiendo: si Funes tuvo la carta durante todo este tiempo, ¿por qué no salió él a buscar las piedras?

- Funes es un idiota, como ya te habrás dado cuenta. Seguramente ni siquiera leyó la carta. A él lo único que le importa es su negocio y sus nenas. Si se llevó el Diccionario del funeral del Abuelo (o como haya sido que terminó en sus pequeñas manos) habrá sido sólo como una especie de premio, para burlarse de los que sí estábamos interesados en develar el misterio de Albatros. Además, la carta está en clave, así que de haberla leído seguramente no la habría entendido…

- Bien, entonces ya sabemos que son nueve piedras, y ya tenemos una. ¿Cómo saber por dónde seguir? ¿Dónde están las demás?

- No lo sé, pensé que la carta lo diría. Volveré a leerla con más detenimiento, estoy seguro de que el secreto debe estar ahí.

Pasamos varios días en Rosario. Mientras Victorio releía la carta e investigaba el Diccionario (que, a pedido suyo, yo había vuelto a armar), aproveché para relajarme un poco y pasear por la ciudad. Volví a disfrutar del Parque España y del Urquiza, y hasta una tarde fui a la Isla… pero Victorio seguía sin novedades. Por momentos desaparecía largo tiempo, no sé qué hacía. Tampoco le preguntaba.

Una noche, no recuerdo si era viernes o sábado, me dieron ganas de ir a bailar. Así que me empilché (yo seguía abusando del dinero de mi compañero), me tomé un taxi y fui a un boliche de La Florida.

Grata fue mi sorpresa cuando, a la hora de las gordas, me encontré a una cara que me sonaba familiar. Al principio no la reconocí sin el casco, pero sí, era ella, la chica de la librería. Me acerqué a la barra y me ubiqué estratégicamente a su lado. Noté que tenía unos ojos verdes intensos, una tez muy blanca y una boca roja como fruta de estación.

¿Cómo iniciar la charla? El encare a priori siempre fue mi karma. Necesitaba al menos un fernet, y lo tomé bastante rápido. Inútil era mi jugueteo exhibiendo mi encendedor: ella nunca me pidió fuego. Sólo quedaba decir “hola” o huir… Sin embargo, por esas cosas extrañas de la vida, fue ella quien me habló:

- ¿Vos no sos de acá, no?

- Eh, no no. Soy “porteño”, ¿tanto se nota?

- Sí, jaja. La forma en que pediste le fernet, el codo en la barra… ¿Y qué te trajo por la ciudad más linda de Argentina?

¿Las chicas lindas como vos? No, eso no tenía sentido… Dijo “linda”, tendría que haber pensado algún juego de palabras al respecto, pero no se me ocurrió ninguno…

- Nada, vacaciones… - Mentí.

- ¿Estudias? ¿Trabajás? Jaja, muy típico lo mío.

- Sí, estudio psicología. No trabajo, vivo con mis viejos…

Dios, estaba quedando como un idiota…

- Pero contame de vos, no quiero parecer un ególatra… ¿Qué hacés de tu vida?

- Estudio teatro y trabajo de administrativa en una empresa… muy aburrido, como podrás imaginar… ¿Y hasta cuando te pensás quedar?

- No sé, unos días más supongo, hasta que termine unos… asuntos… nada de importancia.

Intentando cambiar de tema miré su mano. Llevaba un anillo plateado con las iniciales JS.

- ¿Juana?

- Julia.

Julia, obvio. ¿Dónde viste una chica que se llame Juana? Debería haber dicho Jacinta, al menos hubiera quedado gracioso…

- ¿Vos?

- Valentín.

- Bueno, Valentín, ha sido un gusto conocerte, pero ya es tarde, y mañana tengo cosas que hacer…

(¿Por qué siempre me pasa lo mismo?).

- Sí, bueno, no te preocupes. Te acompaño si querés.

- No, gracias, me están esperando. Gracias igual.

- Ah, entiendo. Bueno, ¿te volveré a ver?

Una sonrisa fue toda su respuesta. No tardó en desaparecer entre la gente. Esa parecía ser sólo una noche más.

Apoyé el codo en la barra y le hice señas al barman.

- Un fernet.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahora soy yo la primera!!!jejeje(para vos, jardinero...)bueno, esto esta cada vez mas interesante...
flogger
Adelfa
prorrateo
saluditos!!

Jardinero del Kaos dijo...

no, no, no, yo de un principio dije que soy su fan numero 2, asi que giselita no hay x q pelear, jaja.


mr Gold(si me permite llamarlo como en los viejos tiempos)

sigue superandose, subo la apuesta y propongo nombres ademas de palabras:

-David Bowie
-coprofagia
-opio
¿ya dije morfina? ¿no?

estan los 4. los 7 Clint y se viene la hecatombe!!!

(sigo planeando eso que usted sabe)

Duquesa de Katmandu dijo...

Qué suerte, ya no soy la fan número 2, una responsabilidad menos... No doy abasto con el gato. (Sí, abasto se escribe así, igual pero con A chiquita).

Para ser menos, dejo sólo una palabreja:

triglicéridos

Bésicos,

Paula Daiana dijo...

Me dejaste pensando con esto de los vendedores de felicidad... pareciera mentira como esa palabra condensa lo esencial del ser humano, un bien preciado imposible de comprar y que a veces podemos encontrar en lo más simple...