jueves, 16 de octubre de 2008

Dieciséis



- ¿Cómo? ¿Vos ya lo conocías al hombre-de-gris?

- ¿Hombre-de-gris? Jaja. Sí, se llama Rodolfo.

-¿Ya sabías que nos estaba siguiendo?

- Lo suponía. Su familia también era miembro de Albatros, así que de alguna manera se debe haber enterado de que nosotros estamos atrás de esto, y nos debe seguir para que hagamos el trabajo por él.

-¿Y qué hacemos? Deberíamos detenerlo de algún modo.

- Ya veremos. Por ahora no nos ha ocasionado problemas, ¿no? ¿Vos hablaste con el?

Por alguna razón me molestó esa pregunta, era como algún tipo de reproche. Le mentí con mi mejor cara de póquer:

- No, no. Nunca me acerqué demasiado a él. Sólo lo vi unas cuantas veces, cerca de los lugares donde estábamos.

- Mejor. Tratá de evitarlo. Es un farsante, un creído, un charlatán… no le creas ni una palabra de lo que te diga. Su familia fue echada de la organización hace mucho tiempo, los acusaban de cometer incesto… No los querían: decían que su gen estaba infecto.

¿Estaba hablando de Rodolfo o de él mismo? Ya en ese momento había cosas que no me cerraban del todo de mi querido compañero de aventuras.

- ¿Incesto? ¿Gen infectado? ¿Qué tiene que ver todo eso con la organización? ¿Controlaban la sexualidad de sus miembros? ¿Eran un grupo exogámico o qué?

- Bueno, tampoco era que los fundadores de Albatros fueran muy ortodoxos, incluso algunos de ellos practicaban el sexo de a más de dos personas…

-¿Surmenage?

-Menage a trois.

- Siempre las confundo. Ahora entiendo por qué me miraron mal en psicología.

- La cosa es que cualquier excusa hubiera sido válida para deshacerse de ellos. Su familia siempre fue un tormento para nuestra logia. Cuando echaron a su padre, se puso como un gallo de riña y juró venganza. Pero que yo sepa, nunca hizo nada. Al menos hasta ahora.

Por la noche llegamos a San Rafael. Al día siguiente visitamos lagos, diques y un enorme complejo hidroeléctrico. También pasamos por la isla conocida como El Submarino, pero no pudimos dar con la roca.

Se nos ocurrió comenzar a buscar en las bodegas, pero había tantas que parecía una tarea imposible. Además, al ser lugares privados la búsqueda se complicaría bastante. Sin embargo, bastó con ver una para que sepamos que era la correcta: un gran pájaro con sus alas abiertas estaba grabado sobre la puerta de entrada. Si bien las alas parecían de murciélago, su cabeza y pico se asemejaban a los de la insignia de nuestra querida asociación.

Un hombre grande, parco con aspecto de pelafustán estaba de pie en la puerta de la bodega. Cuando le pregunté acerca del quiróptero me respondió:

- ¡Hostias! ¡Ustedes deben ser los que los jefes estaban esperando!

Su figura de mastodonte se contradecía con su tono de bailarín de flamenco. De alguna manera parecía como que estaba allí parado esperándonos.

- Por favor, pasen por aquí. – Dijo, y nos abrió la puerta.

El interior estaba colmado de barriles, algunos colgados de las paredes, otros sobre una barra de roble, con pequeñas canillas para poder degustar su dulce contenido. En el centro había una mesa con forma de estrella.

- ¡Bienvenidos! Pasen por aquí.

Nos recibió un nuevo sujeto con un gran mostacho gris. A continuación aparecieron tres más, cada uno de ellos con una gran sonrisa en su rostro.

- ¡Adelante, pasen! ¿Usted debe ser Victorio, verdad? Y usted Valentín…

Mi compañero me miró incrédulo. Su rostro estaba tan desencajado como el mío, por lo que descarté que se tratara de una de sus extrañas jugarretas.

- Perdón pero, ¿cómo sabe nuestros nombres?

- Nuestros amigos del norte nos han telefoneado. ¡Nos contaron del partido que jugaron allí! Fue tan emocionante…

Nuevamente nos miramos con Victorio. Noté que aquella falta de discreción no le gustaba nada. A decir verdad, a mí tampoco.

- ¿Así que ustedes también están al tanto de todo, no? –Dijo.

- Sí, bueno, ¡es que hace años que estamos esperando esto! Perdón, ¡no nos hemos presentado! Mi nombre es Alfonso, y ellos son Alejandro, Paolo y Lauro. Ah, y nuestro pequeño mayordomo, portero y chef se llama Marino, pero le decimos Roast Beef.

- ¿Por su aliento?

- No, porque lo prepara de maravillas.

Alfonso no tardó en explicarnos el nuevo desafío: ellos cuatro más uno de nosotros debíamos sentarnos alrededor de aquella extraña mesa, y beber todo el vino que seamos capaces. Si al finalizar todas las ruedas quedaba más de uno en pie, debían levantarse y llegar a tocar una campana que estaba al otro lado del salón. El primero en hacerlo ganaría, y, claro estaba, se quedaría con la piedra.

- Bueno, mientras se trate siempre de vino creo que no habrá problemas –Dije, pero en seguida Victorio se me adelantó:

- No, pequeño mozalbete. Vos te pusiste los cortos, pero esta prueba me toca a mí: yo vengo ingiriendo alcohol desde mucho antes de que vos estuvieras siquiera en los planes de tus padres.

El pentáculo etílico se formó de la siguiente manera: en la punta norte estaba Alfonso con su grueso bigote, luego, siguiendo hacia su derecha, se encontraba Lauro, un hombre pequeño de gafas rojas; a su lado se sentaba Paolo, al parecer el mayor de los cuatro, un hombre de escasos rulos y aspecto intelectual. Luego venía Alejandro, el calvo, un ser sombrío y sumamente silencioso. Por último estaba Victorio, tratando de ocultar la emoción que sentía al participar de tan extraña propuesta.

Roast Beef trajo la primera tanda de jarritas de de roble: Cabernet Sauvignon. Todos la tomaron de un trago y pidieron más al unísono.

Luego le llegó el turno al Syrah, que fue degustado con la misma velocidad que su antecesor por los cinco bebedores de tinto.

La misma suerte corrió para el Malbec y el Merlot.

- Victorio, ¿todo en orden? –Pregunté.

- ¡Pero por favor! Si esto tan sólo ha sido un pequeño fomento para mí -Me contestó, con una voz aún entera.

Parecía que la triquiñuela iba a durar largo tiempo. Sin embargo, el primero en caer fue Paolo: luego de la sexta copa se quedó dormido. El tiempo y las jarras pasaban, mientras el pobre Marino iba de aquí por allá con las bandejas llenas y vacías.

De pronto Lauro comenzó a reír alocadamente: se paró, dio dos pasos y cayó al suelo. Uno menos.

La competencia entre los tres era terrible: aunque sus labios inferiores ya estaban completamente dormidos, y sus voces eran inentendibles, ninguno quería darse por vencido. Entonces Alfonso lamentó haber comido huevos fritos ese mediodía: el estómago se le revolvió completamente y todos tuvimos que mirar hacia otro lado para no contagiarnos de su reacción.

Sólo quedaban en la mesa Alejando y Victorio. El calvo parecía un rival terrible. Una voz sana nos sorprendió a los que aún teníamos oídos para escucharla:

- ¡Hostias hombres! ¡Que se han bebido los cuatro barriles!

La ronda había terminado. Como habían quedado Victorio y Alejandro, ganaría quien tocara primero la campana. Ambos se levantaron de golpe al escuchar la noticia, pero tuvieron que volver a sentarse. No eran capaces de dar dos pasos seguidos. Ayudándose con la mesa, Vic volvió a ponerse de pie. El calvo hizo lo mismo. Unos quince metros los separaban del objetivo.

Una carrera de dos caracoles hubiera sido más rápida, mas no más emocionante. Alejandro había tomado la delantera. Pero resbaló en el regalo que Alfonso le había entregado al mundo, ventaja que mi compañero supo aprovechar. Sin embargo, a sólo dos metros de su objetivo, cayó en seco. Yo lo alentaba con todas mis fuerzas, aunque sabía que no podía intervenir. El pelado se iba acercando poco a poco, con un paso lento pero, dentro de sus posibilidades, seguro. Victorio no reaccionaba.

El hado, que parecía siempre estar de nuestro lado, me llevó a formular las siguientes palabras: “Seguro que Rodolfo lo hubiera logrado”.

Victorio pareció escucharme desde el mismísimo infierno. Con una fuerza sacada quién sabe desde cuán profundo del interior de su ser, se incorporó y estiró el brazo.

TAN TAN TAN

Al día siguiente, luego de haber dormido más de diez horas y ducha mediante, no sin resaca me dijo:

- Lo logramos Valentín, la quinta piedra. Sin darnos cuenta acabamos de pasar la mitad de nuestra aventura.

- ¿Y a dónde vamos ahora?

- Bueno, veamos, ¿cuál es para vos “El monstruo de la adolescencia”?

- ¿Nahuel Huapi?

- Andá preparando el hígado, Valentín: nos vamos de viaje de egresados.

3 comentarios:

Jardinero del Kaos dijo...

BWAHA-HA-HA-HA!!!
COMO REIRIAN EN MI VIEJA Y ADORADA J.L.A.
LOS PERSONAJES...CUALQUIER SEMEJANZA CON LA REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA...PASASTE LA MITAD IMPECABLEMENTE TE ESTAS ACERCANDO AL DISCO, ESPERO EN TREINTA Y UNO SER EL PRIMERO EN DECIR: ¡Y CRUZARON EL DISCO!
CADA DIA MAS GENIAL, NO ESPERABA MENOS DE VOS...ME PONGO DE PIE(ESTO ME RECUERDA PALABRAS DE LA SRA LEGRAND)

-VILLA CAÑÁS(SOLO ESTA)
-MONSEÑOR
-PARAFERNALIA
-CORNUCOPIA
-BUFALO
-ROSA MOSQUETA
-TORTICOLIS
-MACABRA (USE "MÁ", "CABRA" O LA FRASE ENTERA)


ME DESCUBRO LA CABEZA RECIEN AFEITADA ANTE USTED GALAN!!!
UN TUCUMANAZO AFECTIVO EN EL MENTON!!

Anónimo dijo...

Muy gracioso, Galán!
Pero, aunque la descripción tan exacta atada al nombre Rodolfo me haya hecho degustar con placer la primera parte del relato, el uso de mi propio nombre me hubiera caído mejor en un papel un poco más heroico.
Medio ofendido, no te dejo palabras. Arreglatelas solo.

Saludos!

El Niño Bidimensional

Paula Daiana dijo...

Divertida la ronda de vinos, ahora el acertijo del monstruo de la adolescencia fue genial jajaja
... continúo el viaje mañana!
BESOS!