jueves, 23 de octubre de 2008

Veintitrés



Partimos cuando comenzaba a oscurecer. Debíamos cruzar la cordillera de noche, y salir de Chile antes de que amanezca, lo que nos dejaba poco tiempo para encontrar y recuperar la piedra. La Torcaza se portaba bien, aunque se movía bastante en el aire, y por momentos realmente creí que nos íbamos a pique. Por suerte la noche estaba estrellada, no sé qué hubiese pasado si nos hubiera sorprendido la lluvia.

- ¿Y muchachos? ¿Qué les parece mi avioncito? No será un TOMCAT, pero resiste, ¿no?

- ¿Un qué?

- Un F-14.

- Ah, ni idea. Mi teclado sólo llega hasta F 12.

Ok, no dije eso en verdad, pero suena gracioso. Algún día publicaré un libro contando esta historia. O por lo menos la subiré a un blog…

Adentro de la nave todo olía a una mezcla de vitel toné y mortadela. Aunque era pequeña, estaba bastante desordenada. Allí también había algunos libros, unas frazadas, y un pequeño anotador, del cual asomaba un manuscrito del que sólo alcancé a leer “Pda: tu madre te envía saludos”.

La noche se hacía eterna viajando de esa manera, aunque al mismo tiempo teníamos miedo de que se terminara. Sabíamos que estábamos cometiendo una locura: cruzar una frontera sin ningún tipo de identificación, por un paso no permitido. Tranquilamente podían dispararnos en cualquier momento. Sin embargo, llegamos.

Aproximadamente a la medianoche estábamos sobrevolando las tierras del país enemigo. Con un movimiento sutil y extraño a su naturaleza, Rosendo logró aterrizar en una ruta desierta. Luego dirigió la aeronave hacia unos arbustos, para que quedara mejor oculta.

Estábamos a unos pocos kilómetros de la base, pero como quedaba justo del otro lado de una elevación del terreno, Álvarez nos aseguraba de que no nos habían visto. Cada vez que dudábamos de alguna de sus ideas, él nos repetía “no se olviden que soy un soldado, conozco de estrategias”, y nosotros lo mirábamos con respeto.

El plan era el siguiente: Rosendo y yo iríamos hacia la base a pie, Victorio nos esperaría en el avión. Una vez allí, Álvarez entraría al lugar, mientras que yo debía quedarme en la puerta, vigilando. No podíamos usar ningún tipo de intercomunicador, por temor a ser captados. Tampoco podíamos encender bengalas ni ninguna cosa flamígera, nada que llamara demasiado la atención. Pero por si era realmente necesario, nuestro nuevo amigo nos había dotado de unas pequeñas linternitas rosas con forma de gusanito, que causaban más simpatía que seguridad, pero que, según él, eran muy efectivas a la hora de querer comunicarse sin ser descubiertos.

- Tres pequeños piquetitos de luz bastaran, ¿de acuerdo? Con eso sabremos que todo está bien. Si hay algún problema, hacemos cinco. Si alguien lo ve, pensará que es una luciérnaga o algo por estilo.

No sonaba muy razonable, pero la verdad era que no teníamos ningún otro plan. Además, él era el estratega del grupo.

Mientras nos alejábamos de la avioneta vi que Victorio encendió un Metatron. Cuando vio las desesperadas señas de Rosendo, arrojó rápidamente el fósforo. Pero yo sabía que no apagaría el habano.

Cuando llegamos cerca del lugar pudimos ver mejor la situación: la base chilena estaba rodeada de un alambrado de unos 100 metros cuadrados. Dentro de ese corral podían distinguirse un gran galpón, que tal vez funcionara como hangar, una construcción un poco más pequeña, donde dormirían los vigilantes, y en el fondo podía verse un mástil, en cuya cima flameaba la bandera del traidor.

- Muy bien Valentín: vos quedate acá, cualquier cosa me avisás, ya sabés.

- ¿Va a entrar?

- Sí, no te preocupes. Esto sólo me tomará unos minutos.

Rosendo tomó carrera y trepó el alambrado. Pocos segundos después cayó del lado de adentro. Cuando comenzó a correr lo perdí en la oscuridad.

¿Qué se suponía que debía hacer yo? Me impacientaba quedarme ahí parado sin hacer nada. Pero por otro lado, me parecía más seguro estar ahí que del lado de adentro.

Perdí la cuenta de los minutos que pasaron mientras esperaba. De pronto, me pareció ver unas diminutas luces brillando en el horizonte, del otro lado del alambrado. ¿Había visto bien? Unos segundos después aparecieron de nuevo. Pero, ¿cuántas eran? ¿Tres o cinco? Por la distancia no estaba seguro…

“Ya fue”, pensé. Y trepé el alambrado.

Comencé a correr hacia la dirección en que había desaparecido Rosendo. De repente llegaron hacia mí unos pequeños chirridos, como si alguien estuviera con una sierra tratando de cortar un metal.

Encontré a Álvarez al pie del mástil. Él parecía más sorprendido que yo, pese a lo que estaba haciendo.

- ¡¿Qué hacés acá, Valentín?! ¡Te dije que esperaras afuera!

- Bueno, yo… ¿No me hizo cinco luces? Pensé que le había pasado algo…

- ¡Tres! ¡Hice tres! Para avisarte que estaba todo bien… y como no contestabas pensé que no me habías visto y te hice tres más.

- Nunca dijo que había que contestar… pero, ¿qué se supone que está haciendo?

Mientras hablaba, Rosendo terminó de cortar la cuerda metálica del mástil. Tiró hacia abajo con fuerza y la hizo caer completamente.

- ¿Oíste eso? –Dijo, mientras arrancaba de un tirón la bandera.

- ¿Qué cosa? –Realmente no había oído nada, pero en ese instante todo era muy confuso, y no puedo negar que tenía miedo.

- ¡Un ruido! ¡Viene de allá! –Dijo, señalando la pequeña construcción de ladrillos. – ¡Ahí hay alguien, Valentín! ¡Corramos, nos vieron!

Corrí como nunca antes en toda mi vida. Con el corazón en la boca llegué al alambrado y lo trepé de un salto, temiendo el balazo en la espalda en cualquier momento.

Por suerte jamás llegó. A los pocos segundos Rosendo intentaba escalar también los alambres.

- ¡Espere! ¿La piedra? ¿Tiene la piedra?

- ¡No hay tiempo para eso, Valentín! ¿Querés que nos maten?

Álvarez ya estaba en la cima de la cerca, pero yo no me movía de mi lugar. Por más que estaba asustado, no quería irme de allí sin llevarme lo que había venido a buscar.

- ¡Vamos pibe! ¡No seas loco! Mañana vendremos de nuevo por ella, ¡ahora hay que huir!

Por más que tenía bronca comprendí que el tipo tenía razón. Juntos comenzamos a correr los kilómetros que nos separaban de la avioneta. Cuando nos vio llegar, Victorio arrojó el habano y entró rápidamente.

Apenas subimos Álvarez encendió el motor, y luego de un torpe carreteo levantamos vuelo.

- ¿Y? ¿La tienen? –Preguntó Victorio.

- No.

- ¡¿Cómo que no?! ¿Qué pasó?

- Nos descubrieron y tuvimos que huir –explicó Rosendo-. Pero no con las manos vacías –Agregó, mientras mostraba nuestro épico trofeo de guerra: rojo, azul y con una estrella blanca.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

excelente!! veo que ya tenes muchos fans pero no te olvides que yo soy la numero uno!!
dejo palabrotas:
previa
infante
mochilero
revistero
besos!!

SolraC dijo...

A ti no te aparece la opción? supongo que te saldrá en estos dias:)
interesante blog eh! por cierto, has votado en la categoría de blog personal? un saludo amigo

Duquesa de Katmandu dijo...

Bueno, (colapsando) propongo tres:

Cervántez
Saavedra
menesteroso

Beso,

Paula Daiana dijo...

Voy de a poquito pero voy, no abandono el viaje, apenas tengo un ratito avanzo...
"Sin embargo, llegamos", eso me gustó, lindo sortear a los sin embargos... alto suspenso le pone a la historia!