domingo, 31 de agosto de 2008

Desliz emocional (Parte 6 de 6)


La silueta de un hombre alto, viejo, de cabello largo y sucio se dejó ver entre el marco de la puerta. El hombre entró despacio y el doctor comprendió el por qué de aquel extraño sonido: su pierna izquierda terminaba a la altura del muslo, donde comenzaba una pata de palo. En su mano brillaba un gran anillo con las iniciales: “J. K.”. El viejo se acercó lentamente y no parecía sorprendido en lo más mínimo de encontrar al doctor allí. Lo miró fijo a los ojos y finalmente habló:

“¿Qué tal? Sabía que te encontraría aquí.” Su voz era áspera y fría. El doctor no contestó.

“Seguro que querés muchas respuestas, ¿verdad?” – Continuó el viejo – “Bien, si tenés un poco de tiempo te las daré”.

“¿Quién es usted?” – Gritó el doctor.

“Bueno, digamos que soy un viejo amigo de tu padre”.

“¿Mi padre? ¿Qué tiene que ver él en todo esto? Él murió cuando yo era pequeño”.

“Eso ya lo sé. Y si no fuera por él no estarías aquí ahora, y tal vez jamás nos hubiésemos conocido. ¡Ay!, pensar que en este mismo lugar, hace tantos años, ocurrió todo aquello...”.

“¿Qué pasó?” – Gritó el doctor, cada vez más nervioso – “¿Qué pasó esa noche? ¿Estaba mi padre?”.

“Sí, sí que estaba”. – Dijo el viejo, tocándose la pierna lisiada –. “Lo recuerdo como si fuera ayer... Recuerdo cuando me tomaron por sorpresa, cuando el juego se tornó en desastre... Y fui golpeado, rompieron mis ropas... Entonces apareció ese maldito hombre, y comenzó a cortarme. Primero hizo unos tajos pequeños, pero luego la clavó muy profundo, aquí, a la altura de la rodilla... Se creía muy poderoso con la navaja. Quise gritar pero fui golpeado brutalmente, a tal punto que perdí el conocimiento. Cuando desperté ya era de día y estaba vendado, había sido rescatado por un policía. Tuvieron que amputarme la pierna. Jamás encontraron la rótula...”.

El señor Thompson tragó saliva, mientras iba comprendiéndolo todo. El viejo continuó con su relato:

“Años tuve que esperar encerrado por su culpa, solo y muy lejos de aquí, mientras no pensaba en nada más que en vengarme. Pero en cuanto tuve la oportunidad lo hice: lo asesiné con mis propias manos. Quise que pareciera un accidente, pero creo que no fue posible, ¿verdad?... No importa, nadie va a hacerme nada ahora”.

“¿Años?” – Pensó el doctor – “La tragedia sucedió en 1870... Mi padre murió en el ´73...”. Estaba fuera de sí. Tanteó en su bolsillo y tomó la navaja...

“Y finalmente te encuentro” – siguió el viejo – “justo a tiempo para terminar con mi misión...”.

El doctor Thompson se abalanzó con todo su cuerpo sobre aquel viejo decrépito. Sacó la mano del bolsillo, abrió la hoja de metal y se la clavó en el estómago. El viejo sólo alcanzó a decir: “esperá, no entendés...” con una voz apagada, cuando el doctor comenzó a girar su muñeca, clavando aún más profundo la fina hoja. Entusiasmado por los gritos del viejo, movió su brazo como si estuviera dibujando, con la navaja adentro del estómago de aquel horrible señor. Había practicado la medicina durante más de treinta años, realizando muchas operaciones. También había examinado cadáveres, pero nunca pensó que le daría tanto placer destrozar una carne así, tan tibia, tan viva, sin ningún tipo de anestesia. Sus ojos brillaban, mientras apretaba sus dientes en una diabólica sonrisa. La sangre oscura brotaba a borbotones. Los tremendos alaridos de dolor lo incitaban a seguir escarbando. Extrajo e introdujo varias veces la navaja haciendo cortes irregulares, mientras el viejo se retorcía violentamente, vomitando un líquido espeso. Luego hizo un corte profundo, horizontal, dejando las vísceras al descubierto, que comenzaron a caer fuera del cuerpo, manchando el piso de madera. El olor era insoportable. No importaba, ya estaba hecho: había vengado la muerte de su padre. Y lo había realizado con el mismo arma con la que aquél había dejado inválida a esa misma persona, y tal vez habría cometido otros asesinatos. Ahora también él era un asesino, pero de algún modo sentía un extraño orgullo, una asquerosa satisfacción. Se sentía bien por haberlo hecho, como si le hubiera dado un nuevo sentido a su vida, siguiendo su destino. Le hubiese encantado que su padre lo estuviera viendo en ese momento.

Consultó su reloj y vio que ya eran más de las doce. Un nuevo día había comenzado en su vida, una nueva era. ¿Qué día era? Ah, sí: 29. Veintinueve de julio, una vez más, en el mismo lugar que hacía años.

De pronto la mano del anciano se movió lentamente, como intentando señalar el bolsillo de su saco. Parecía que el pobre tipo seguía vivo a pesar de su estado. El doctor quiso ceder a su última voluntad y revisó las ropas de aquel hombre. Extrajo un papel del lugar indicado, cuidadosamente doblado. Lo abrió y se sorprendió al reconocer la letra de su padre. Era una carta, dirigida a un tal Jack Kruffer, que el doctor no tardó en reconocer que se trataba de aquel viejo muerto, por las iniciales que llevaba en su anillo.

Se sentó en la pequeña silla de madera, apoyó la lámpara sobre la mesa, y comenzó a leer la carta con unas manos temblorosas y cubiertas de sangre:

“Querido Jack:

Tengo miedo. No me gusta el tono que están tomando nuestras reuniones. He tratado de desistir de ellas, ya no quiero seguir concurriendo. Pero él me obliga a hacerlo. Ya no confío más en él, su trato amable para conmigo ha cambiado notablemente. Ha llegado a amenazarme con hacerle algo a mi familia si no asisto. No sé qué pudo haberle pasado.

Hace días que no encuentro mi navaja, creo que él la tiene. Tengo miedo que cometa alguna atrocidad con ella. Además guarda cosas extrañas en mi casa, no me gusta nada todo esto.

Debo pedirte un favor: quiero que cuides de mi familia si algo llegara a pasarme, sobre todo del pequeño Robert. Si no llego a salir vivo de ésta, quiero que te asegures que él no pueda hacerle daño. Y una vez que aquel nefasto hombre se encuentre muerto y el peligro haya pasado, contale la verdad a mi hijo. No sé cómo va a terminar todo, pero no quiero que le quede una mala imagen de su padre.

Sé que él tiene preparado algo especial para mañana a la noche, debemos estar alerta. Ya sabés que posee un gran poder de convocatoria y todos lo siguen como sus fieles mascotas. Pero yo no soporto más todo esto: si algo se descontrola daré aviso a la policía. No me importa que él haya jurado buscarme hasta matarme si yo hacía algo, si intentaba romper el círculo. No, ya no lo soporto más. Tenemos que detenerlo, para demostrarle que no es tan poderoso como cree ese tal señor Fúrmenton.

Nos vemos mañana por la noche.

Henry Thompson, 28 de julio de 1870.”





[Archivo 2004]

8 comentarios:

Duquesa de Katmandu dijo...

Glup. La vida te da sorpresas. Casi siempre.
Me gustó mucho!

Besos,

(Canté pri solamente porque nací antes y porque el insomnio contraataca).

Anónimo dijo...

Ahora si lo recuerdo, y comento aca porque lei 3 al hilo. Yo le hubiera dado el primer puesto!!

Muñeca dijo...

:O Muy bueno che!
fonéticamente fue un "jaaaa!" como un "Tomá"...
Difícil describir emociones.
En fín. Me gusto mucho!

Saludos!

l dijo...

¿Tanto esperar para este final garcha?


Jajaja.
Mentira Juani.

g. dijo...

Después lo leo todo, de nuevo, entero.

Cuando tenga tiempo, cuando me vaya del trabajo, cuando vuelva del centro de Lomas, cuando vuelva con un disco de Coltrane, cuando vuelva.

Cuando vuelva lo leo.

Saludos, estoy bien; creo.

ai dijo...

hey.. muy bueno.. me gusto mucho.. que final..

besos


y no estoy muy de acuerdo con lo de melancolia..

Jardinero del Kaos dijo...

El esperado final!!!
sin dudas lo que esperaba, ¿O lo que ya habia leido?
en fin, muy bueno. ¿Y ahora que sigue?

Suaznabar dijo...

Lo leí entero y me gustó mucho.

saludos, hasta luego.