domingo, 8 de junio de 2008

Lágrimas sublunares


Y otra vez debemos sufrir ese derrame climático sobre nuestras achicharradas cabezas cónicas. Sus gotas, cayendo de a una a la vez (ya que, aunque no lo queramos aceptar, también ocupan un lugar en el espacio), y a cierta distancia unas de otras (o seríamos aplastados por un mar adyacente), se nos clavan como finas espadas de cloroformo en nuestro cuerpo, disparadas desde grandes nubes de algodón.

La ropa nos pesa y se nos pega, haciéndonos sentir como si hubiésemos nadado en un oneroso plato relleno de cabellos de ángeles (¡Oh, cuántos recuerdos me trae!). Claro que ésta es una de las principales causas de nuestro odio hacia aquel retórico mineral cuando se le da por suicidarse arrojándose al vacío, arruinándonos la parrillada. ¿Se imaginan, mis queridillos y expectantes lectores, qué bello sería si, cuando al cielo se le da por largar sus estornudos de luz (acompañantes inevitables de la susodicha caída), nos encontrásemos completamente libres de prendas? La libertad y la humedad serían absolutas, pero irían de la mano, reconciliadas de una vez. Ya no nos molestaría tanto salir a caminar bajo aquel derrumbamiento acuático, es más, hasta creo que nos gustaría.

Pero al estar obligados por nosotros mismos (y, en ocasiones, también por un señor llamado “frío”) a utilizar tantas prendas y papeles, no podemos disfrutar como deberíamos del pulcro efecto meteorológico, obligándonos a quedarnos encerrados en nuestros hogares, o a enfrentar la realidad exterior, a costa de convertirnos en una gran pelota de papel maché.

Resulta difícil pensar que esto sea cierto, pero fácilmente podemos comprobar que mi teoría no está tan errada, cuando descubrimos el placer que nos produce la exposición cotidiana al evento ocurrido bajo el grifo cuando tomamos nuestro baño matutino (o, en su defecto, vespertino). Claro que se me podrá objetar que las moléculas compuestas de hidrógeno y oxígeno obtenidas de aquel metal poseen una cualidad que no presenta la ducha divina: están calientes. Es cierto, pero jugando una vez más con los opuestos podemos ver cómo una exposición a alta temperatura es tan magnífica en invierno, como su contraria lo es en verano, momento en el año ideal para salir a gozar de la maravillosa cascada colada enviada desde el cenit.

No es que en estos momentos me haya convertido en un defensor de este fenómeno (al cual aborrecí desde siempre), simplemente quiero marcar cuán diferente sería su interpretación si pudiéramos sentirlo directamente sobre la piel.

Por lo demás, siempre he preferido la presencia del astro radiante abrazándonos con su luz y calor desde el centro del firmamento (centro desde nuestro punto de vista, ya que, siendo el universo infinito, no podría tenerlo). Esta segunda ocasión celeste nos permite ampliamente realizar muchas más (por no decir todas) actividades al aire absuelto, desde correr disfrazados de mariposas hasta jugar al ya clásico “atrape al cerdo enjabonado”.

Sin embargo, como ya nos han repetido hasta el cansancio los desertores defensores del llanto estelar que “es necesario para el ecosistema que este proceso ocurra”, debemos darle su inmerecido grado de importancia.

De todos modos, yo sigo autodenominándome como persona hostil a cualquier manifestación de dicho suceso.

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Nota:

Este texto corresponde al capítulo XXIV del libro del Dr. Henry Töpf La totalidad del ser: economía y agresividad.

[Archivo 2003]

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cartas de lectores.
Estimado doctor Henry Töpf:
nuevamente un asiduo seguidor de sus textos y las ideas que en ellos su magnífica pluma vomita, tengo el agrado y el desagrado de decirle que estoy de acuerdo y en no-de-acuerdo con usted. En primer término comparto harto plenamente la su tesis de que el fenómeno meteorológico en cuestión es plenamente apreciado en la estación de los shorts y las bikinis a lunares. Recuerdo aquellas tardes de veraino (sí, léase "veraino") en las que ese llanto de todos y de nadie nos atrapaba a mi hermano y a mí en medio de una partida de ping-pong en una mesa redonda. Por supuesto, era el momento ideal de meterse de un chapusón (así como dice mi madre que vine al mundo, "de un chapusón y sin vueltas") a la pelopincho y gozar de que llueva sobre mojado literalmente.
En segundo lugar, lamento lamentar estar en no-de-acuerdo con su tesis de hostilidad hacia el sujeto del tema que nos convoca. No no no, señor, la lluvia no nos priva de nada. Lo que pasa es que la gata flora está siempre a flor de piel y los días que hace sol uno se queda adentro haciendo cualquier que otra cosa y los días que llueve uno (Ud.!) piensa "la pucha, no se puede salir!".
Por otra parte, hacer se pueden hacer muchas cosas, aunque más no sea quedarse sentado mirando la caída y el comportamiento de las gotas y hacer algo maravilloso de eso, como nada o como "Aplastamiento de las gotas", qué tanto!
Por otra parte...
-es muy largo esto.
-muy largo?
-sí, se supone que en un blog comentás algo así como "me gustó", "seguí así" o te hacés el intelectual en dos líneas y listo.
-andate a la mierda.
-despedite.
-chau.

O mensajeiro dos astros

Anónimo dijo...

mein doctor:
Recuerdo haber leido su libro hace ya unos años y aun sigo esperando la version final del mismo o al menos una copia de los manuscritos que su adlatere muy gentilmente me dejo leer. no se enoje con su novel ayudante actuaba de buena fe, que hace? no le pegue!!! hombre calmese, ya esta? bueno. si mr.Gold me lo dejo leer fue por mi insistencia y curiosidad, en fin solo me pasaba para dejarle mis saludos, ah peguese una vuelta por mi flog de vez en cuando que no hace mal.
Bluebeetle

Paula Daiana dijo...

Leía sus reflexiones y trataba de pensar por qué me gustan los días de lluvia, por qué esos días grises me generan una sensación extraña que parecieran teñir aún más nuestra monotonía…
Después de pensar unos minutos me resigné a argumentar una teoría que pudiera convencer al Dr. Henry Töpf de que algo esconde ese derrame climático, de que a veces esas gotas que se nos clavan como finas espadas de cloroformo en nuestro cuerpo nos pueden traer recuerdos o presencias que el sol no es capaz de generar...
Sinceramente, se me es difícil explicarle que no odio a aquel retórico mineral que decide suicidarse y arrojarse al vacío…
Si bien son muy ciertos sus argumentos y hasta me animaría a decir que son irrefutables, pienso que respecto a “cuán diferente sería su interpretación si pudiéramos sentirlo directamente sobre la piel” que no hay nada más lindo que detener nuestro caminar, mirar hacia arriba y sentir esas pequeñas gotas deslizarse por nuestro rostro. Son instantes en que todo se detiene y no somos más que la lluvia y nosotros (Henry ve que podemos sentirla, haga la prueba que quizás le toma cariño!)
La lluvia es eso… agua que cae del cielo. Copiosa. Escasa. En calma o brutal.
Es agua que nos moja, nos sacude, nos traspasa o nos desampara.
Es invisibilidad y visibilidad al mismo tiempo.
… En fin, me he extendido demasiado… Hoy probablemente llueva y aparezca esa sensación extraña que me trae la lluvia y quién sabe por qué la hace querible.
Buen comienzo de semana Galan!
Besoss!