
Las palabras salen de mi boca antes de que pueda meditarlas demasiado:
- De acuerdo Polifemo, acepto su ayuda.
Llego a ver que el Oso de Mar cierra los ojos y mira hacia un costado antes de soltar las amarras de la pequeña embarcación.
Como el viaje va a ser un poco largo, el carnicero tuerto me ofrece hacer guardias. Acepto ser el primero en remar mientras él descansa. Tal vez, si me apuro, podremos llegar antes de que sea mi turno de dormir.
Su aspecto luce sereno, diría que está en brazos de Morfeo (Menudo encuentro entre el cíclope y el dios). Sin embargo, no le quito ambos ojos de encima. Supongo que él hará lo mismo conmigo cuando le toque su turno. Bueno, dentro de sus posibilidades, claro.
Mientras avanzo en la negra noche marina analizo mis opciones: podría arrojar a Polifemo ahora mismo al mar; podría asesinarlo y usarlo para que el bote flote mejor (gracias Shea); o simplemente podría esperar a que se acabe mi guardia y descansar, mientras él hace el trabajo duro.
La ausencia de la Luna me trae recuerdos oscuros. Tan oscuros que no los veo sin las estrellas. Mi compañero se despierta y se ofrece para continuar con los remos. No puedo negarme, realmente estoy cansado. Sin embargo me es imposible dormir: con los ojos entreabiertos lo vigilo en la vigilia. Cuando creo que al fin caigo en sueños, el Sol aparece justo sobre nuestras cabezas, indicando no sólo la llegada del mediodía sino también nuestro arribo a la isla desconocida.
Bajamos del barco: la tierra parece deshabitada. Nos separamos para explorarla mejor, prometiendo avisarle el uno al otro en caso de hallar algo. De todos modos nos volveremos a encontrar junto al bote cuando caiga el sol.
Por un lado me alegra alejarme del tuerto, aún no logro fiarme de él. Pero por otro lado me preocupa que encuentre antes el tesoro y huya abandonándome en esta isla desierta.
Echo una mirada al bote antes de perderme entre la vegetación. ¿Es mi imaginación o algo se mueve en su interior? Debe ser el sol del mediodía que me produce alucinaciones.
Luego de unas horas de vagar por la selva llego al fin a un claro. Me sorprendo al encontrar lo que parecen ser rastros de una población: algunas casas hechas con cañas y paja, vasijas en el suelo, palos, y un extraño monolito de madera tallada. Pero lo que más me sorprende es el edificio construido con piedra sólida, al parecer una sola pieza perfectamente diseñada, con una puerta de mármol blanco. Frente a ella hay una balanza de dos platos y nueve rocas totalmente esféricas.
¿Acaso estoy sólo en este pueblo? Un momento, ¿qué es esa sombra de allí? ¡Allá hay otra! Poco a poco voy descubriendo que desde las ventanas de las chozas se asoman las siluetas de los nativos colocadas en extrañas posiciones. Sin embargo, sólo están ahí. Nadie se mueve. Nadie habla. Ni siquiera estoy seguro de que me estén mirando.
- ¡Hola! ¿Hay alguien por aquí? Buenos días, mi nombre es Diógenes Mastreta y estoy buscando un… -¿Debía develar mi verdadero propósito antes estos desconocidos?- Eh, estoy buscando alguien que pueda ayudarme…
- Buenos días, señor Mastreta.
La voz suena algo gruesa al principio. Sin embargo se dulcifica un poco cuando vuelve a hablar:
- Mi nombre es Gara-Panalas. Bienvenido a la isla Calamidad.
Me doy vuelta y observo a una anciana, bastante robusta para su edad. Tiene el cabello largo, entre blanco y gris, y está envuelta por una gruesa manta que le llega hasta la cabeza. Apenas puedo distinguir sus pequeños ojos detrás de los pliegues.
- Buenos días, Gara-Panalas… he llegado a esta isla…
- No me diga nada, señor Mastreta: usted debe ser el Elegido que hace tanto tiempo esperamos.
- ¿El Elegido?
- Sí, aquél que sea capaz de abrir La Puerta del Tesoro.
- Eh, sí claro, ¡ése soy yo! ¿Y qué es lo que hay que hacer exactamente?
- Oh, le recitaré el viejo manuscrito.
La anciana extrae una tabla de piedra de debajo de su manta y lee en voz alta:
“Aquel que quiera abrir La Puerta del Tesoro tendrá que resolver el siguiente acertijo: una de las nueve Rocas de la Vida pesa más que las demás. Para descubrir cuál es, deberá usar la Balanza de dos platos. El instrumento no permite saber cuánto pesa cada Roca, sino sólo comparar los pesos de aquellas que sean colocadas en cada plato. Deberá comparar los pesos de las Rocas, para descubrir cuál es la única que pesa más que las demás. Pero no es tan fácil, ya que sólo podrá utilizar la Balanza dos veces, no más”.
Utilizar la Balanza sólo dos veces para comparar los pesos de las nueve Rocas y descubrir cuál es la más pesada. Tendré que usar mi cabeza para poder resolver este acertijo.
-----------
Recomendación: sería bueno que los lectores arriesguen primero, antes de leer los comentarios de los demás, para que todos tengan iguales oportunidades de jugar. Luego, si lo desean, pueden leer las otras huellas, para cotejar respuestas.
Y si no, hagan lo que quieran y no me escuchen, que no me pagan para estar dando explicaciones, pssssssss.
- De acuerdo Polifemo, acepto su ayuda.
Llego a ver que el Oso de Mar cierra los ojos y mira hacia un costado antes de soltar las amarras de la pequeña embarcación.
Como el viaje va a ser un poco largo, el carnicero tuerto me ofrece hacer guardias. Acepto ser el primero en remar mientras él descansa. Tal vez, si me apuro, podremos llegar antes de que sea mi turno de dormir.
Su aspecto luce sereno, diría que está en brazos de Morfeo (Menudo encuentro entre el cíclope y el dios). Sin embargo, no le quito ambos ojos de encima. Supongo que él hará lo mismo conmigo cuando le toque su turno. Bueno, dentro de sus posibilidades, claro.
Mientras avanzo en la negra noche marina analizo mis opciones: podría arrojar a Polifemo ahora mismo al mar; podría asesinarlo y usarlo para que el bote flote mejor (gracias Shea); o simplemente podría esperar a que se acabe mi guardia y descansar, mientras él hace el trabajo duro.
La ausencia de la Luna me trae recuerdos oscuros. Tan oscuros que no los veo sin las estrellas. Mi compañero se despierta y se ofrece para continuar con los remos. No puedo negarme, realmente estoy cansado. Sin embargo me es imposible dormir: con los ojos entreabiertos lo vigilo en la vigilia. Cuando creo que al fin caigo en sueños, el Sol aparece justo sobre nuestras cabezas, indicando no sólo la llegada del mediodía sino también nuestro arribo a la isla desconocida.
Bajamos del barco: la tierra parece deshabitada. Nos separamos para explorarla mejor, prometiendo avisarle el uno al otro en caso de hallar algo. De todos modos nos volveremos a encontrar junto al bote cuando caiga el sol.
Por un lado me alegra alejarme del tuerto, aún no logro fiarme de él. Pero por otro lado me preocupa que encuentre antes el tesoro y huya abandonándome en esta isla desierta.
Echo una mirada al bote antes de perderme entre la vegetación. ¿Es mi imaginación o algo se mueve en su interior? Debe ser el sol del mediodía que me produce alucinaciones.
Luego de unas horas de vagar por la selva llego al fin a un claro. Me sorprendo al encontrar lo que parecen ser rastros de una población: algunas casas hechas con cañas y paja, vasijas en el suelo, palos, y un extraño monolito de madera tallada. Pero lo que más me sorprende es el edificio construido con piedra sólida, al parecer una sola pieza perfectamente diseñada, con una puerta de mármol blanco. Frente a ella hay una balanza de dos platos y nueve rocas totalmente esféricas.
¿Acaso estoy sólo en este pueblo? Un momento, ¿qué es esa sombra de allí? ¡Allá hay otra! Poco a poco voy descubriendo que desde las ventanas de las chozas se asoman las siluetas de los nativos colocadas en extrañas posiciones. Sin embargo, sólo están ahí. Nadie se mueve. Nadie habla. Ni siquiera estoy seguro de que me estén mirando.
- ¡Hola! ¿Hay alguien por aquí? Buenos días, mi nombre es Diógenes Mastreta y estoy buscando un… -¿Debía develar mi verdadero propósito antes estos desconocidos?- Eh, estoy buscando alguien que pueda ayudarme…
- Buenos días, señor Mastreta.
La voz suena algo gruesa al principio. Sin embargo se dulcifica un poco cuando vuelve a hablar:
- Mi nombre es Gara-Panalas. Bienvenido a la isla Calamidad.
Me doy vuelta y observo a una anciana, bastante robusta para su edad. Tiene el cabello largo, entre blanco y gris, y está envuelta por una gruesa manta que le llega hasta la cabeza. Apenas puedo distinguir sus pequeños ojos detrás de los pliegues.
- Buenos días, Gara-Panalas… he llegado a esta isla…
- No me diga nada, señor Mastreta: usted debe ser el Elegido que hace tanto tiempo esperamos.
- ¿El Elegido?
- Sí, aquél que sea capaz de abrir La Puerta del Tesoro.
- Eh, sí claro, ¡ése soy yo! ¿Y qué es lo que hay que hacer exactamente?
- Oh, le recitaré el viejo manuscrito.
La anciana extrae una tabla de piedra de debajo de su manta y lee en voz alta:
“Aquel que quiera abrir La Puerta del Tesoro tendrá que resolver el siguiente acertijo: una de las nueve Rocas de la Vida pesa más que las demás. Para descubrir cuál es, deberá usar la Balanza de dos platos. El instrumento no permite saber cuánto pesa cada Roca, sino sólo comparar los pesos de aquellas que sean colocadas en cada plato. Deberá comparar los pesos de las Rocas, para descubrir cuál es la única que pesa más que las demás. Pero no es tan fácil, ya que sólo podrá utilizar la Balanza dos veces, no más”.
Utilizar la Balanza sólo dos veces para comparar los pesos de las nueve Rocas y descubrir cuál es la más pesada. Tendré que usar mi cabeza para poder resolver este acertijo.
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Recomendación: sería bueno que los lectores arriesguen primero, antes de leer los comentarios de los demás, para que todos tengan iguales oportunidades de jugar. Luego, si lo desean, pueden leer las otras huellas, para cotejar respuestas.
Y si no, hagan lo que quieran y no me escuchen, que no me pagan para estar dando explicaciones, pssssssss.