
Diógenes se dispone a partir inmediatamente de regreso hacia el Albatros y así se lo hace saber a sus compañeros. Presiente que algo malo puede estar sucediendo allí, y el descubrimiento de su error con respecto a la pista más la advertencia que les acaba de dar el Jardinero del Kaos acrecientan sus deseos de volver cuanto antes.
Sin embargo, el Jardinero los detiene:
-Esperen, no se vayan aún.
-¿Qué pasa?
-Hay algo que no me cierra. El Jardinero del Orden no tiene razones para haber aparecido por el Barrio. Es más, ni siquiera estoy seguro de si él lo conocía, o si sabía cómo llegar.
-¿Y cuáles son sus sospechas?
-Creo que tal vez no esté trabajando solo.
Somosa siente un temblor que lo invade, aunque no puede estar seguro de si se trata de miedo o emoción. Arrieta escucha atentamente a su lado.
-¿Tiene idea de quién podría estar ayudándolo?
-Tengo mis dudas. Tal vez sea alguien del mismo universo que ustedes…
-¿Qué quiere decir con mismo universo?
La pregunta proviene de Johnny John, pero el Jardinero del Kaos hace caso omiso y continúa con sus cavilaciones:
-Pero si mi peor intuición está en lo cierto, creo que necesitarán ayuda.
El Jardinero se dirige hacia un viejo mueble de madera. Abre un cajón en el cual pueden verse dos pequeños frascos: uno contiene un líquido azul y el otro dorado.
Diógenes Mastreta se impacienta:
-Le agradecemos profundamente su ayuda señor, pero si nos disculpa, estamos algo apurados…
El Jardinero toma el frasquito dorado y lo exhibe como si del Santo Grial mismo se tratara:
-Sé que voy a odiarme por hacer esto, ya que contradice todas mis afirmaciones. Pero creo que esta vez es necesario.
-¿Qué es eso? –Pregunta Ángel Vergara, pero el parco caótico continúa con su soliloquio:
-No volví a utilizarlo desde la muerte de Calamity –Agrega, señalando con la mirada el recipiente azul- Ay, creo que una parte de mí se fue con él…
-¿No va a decirnos de qué se trata? –Exclama Mastreta poco perseverante.
-Él me pidió que lo guardara en su última visita. Creo que ha llegado el momento de que retorne a su dueño.
El Jardinero del Kaos extiende su brazo hacia Diógenes justo cuando una mancha pequeña y lechosa se arroja sobre él, le quita el frasco dorado y vuelve a posarse sobre el hombro de una silueta que se esconde entre las sombras.
-¿Vieron? ¡Yo sabía que había un simio blanco! –Exclama Mastreta,
-Sos vos… -Agrega el Jardinero, y luego se dirige a los intrépidos aventureros- Va a ser mejor que recuperen eso.
Arrieta no lo piensa dos veces y se arroja contra la horrible figura, pero el mono sale corriendo llevando la poción en alto.
-¡Atrápenlo! – Grita Mastreta y los cuatro corren en su búsqueda.
El mono albino sale al exterior, moviéndose con gracia entre los árboles. Mastreta intenta taclearlo pero cae con dificultad y queda atrapado entre unas raíces. El siguiente en intentarlo es Somosa: toma una piedra y le apunta a la cabeza, pero antes de poder arrojarla mete su pie en el barro y comienza a hundirse lentamente.
Arrieta continúa en lucha encarnizada con un desconocido, que resulta ser bastante ágil para su robustez: le anticipa todos los golpes y responde con veracidad. Sin embargo, en un descuido de la bestia Alfredo Arrieta logra golpearlo en la cara con un atizador. El impacto, si bien no fue muy fuerte, alcanzó para quitarle la máscara que llevaba: Arrieta siente náuseas y un escalofrío al contemplar aquel rostro deforme.
Johnny John y Ángel Vergara intercambian miradas al darse cuenta hacia dónde se dirige el babuino: el sonido de unas cascadas que caen al vacío se deja escuchar cerca de allí. Exhalando sus últimos alientos, logran dar con el animal. Mas éste comienza a saltar sobre las piedras que sobresalen del arroyo, hasta llegar al final de la catarata.
El tullido pega un alarido de horror al sentirse descubierto. Arrieta se compone e intenta darle frente, pero el salvaje arremete con toda su furia contra el cuerpo del navegante.
Johnny John da todo por perdido cuando el macaco color nube levanta los brazos hacia el precipicio. No obstante Ángel Vergara comprende que ha llegado el momento de demostrar lo que sabe: justo cuando el bicho arroja el frasco Vergara se lanza y lo atrapa en el aire.
-¡Estoy volando! –Grita con las extremidades extendidas, mientras su cuerpo se precipita sobre el acantilado. Unas ramas primero y el agua después amortiguan su caída.
-Eso no fue volar, sino caer con estilo… -Concluye Diógenes una vez que todos vuelven a encontrarse dentro del castillo.
-¿Qué se supone que debemos hacer ahora con esto? –Pregunta Ángel Vergara con el trofeo en la mano, a lo que el Jardinero del Kaos responde:
-Beberlo. Deben beberlo todos.
-Me temo que eso no va a ser posible –Agrega una voz maltrecha. Recién entonces los demás se dan cuenta de que aún no estaban todos en escena: Arrieta ingresa en la habitación arrastrando los pies.
-Lo siento muchachos, hice todo lo que pude…
Esas son las últimas palabras de Alfredo Arrieta, justo antes de caer al suelo, muerto.
Sin embargo, el Jardinero los detiene:
-Esperen, no se vayan aún.
-¿Qué pasa?
-Hay algo que no me cierra. El Jardinero del Orden no tiene razones para haber aparecido por el Barrio. Es más, ni siquiera estoy seguro de si él lo conocía, o si sabía cómo llegar.
-¿Y cuáles son sus sospechas?
-Creo que tal vez no esté trabajando solo.
Somosa siente un temblor que lo invade, aunque no puede estar seguro de si se trata de miedo o emoción. Arrieta escucha atentamente a su lado.
-¿Tiene idea de quién podría estar ayudándolo?
-Tengo mis dudas. Tal vez sea alguien del mismo universo que ustedes…
-¿Qué quiere decir con mismo universo?
La pregunta proviene de Johnny John, pero el Jardinero del Kaos hace caso omiso y continúa con sus cavilaciones:
-Pero si mi peor intuición está en lo cierto, creo que necesitarán ayuda.
El Jardinero se dirige hacia un viejo mueble de madera. Abre un cajón en el cual pueden verse dos pequeños frascos: uno contiene un líquido azul y el otro dorado.
Diógenes Mastreta se impacienta:
-Le agradecemos profundamente su ayuda señor, pero si nos disculpa, estamos algo apurados…
El Jardinero toma el frasquito dorado y lo exhibe como si del Santo Grial mismo se tratara:
-Sé que voy a odiarme por hacer esto, ya que contradice todas mis afirmaciones. Pero creo que esta vez es necesario.
-¿Qué es eso? –Pregunta Ángel Vergara, pero el parco caótico continúa con su soliloquio:
-No volví a utilizarlo desde la muerte de Calamity –Agrega, señalando con la mirada el recipiente azul- Ay, creo que una parte de mí se fue con él…
-¿No va a decirnos de qué se trata? –Exclama Mastreta poco perseverante.
-Él me pidió que lo guardara en su última visita. Creo que ha llegado el momento de que retorne a su dueño.
El Jardinero del Kaos extiende su brazo hacia Diógenes justo cuando una mancha pequeña y lechosa se arroja sobre él, le quita el frasco dorado y vuelve a posarse sobre el hombro de una silueta que se esconde entre las sombras.
-¿Vieron? ¡Yo sabía que había un simio blanco! –Exclama Mastreta,
-Sos vos… -Agrega el Jardinero, y luego se dirige a los intrépidos aventureros- Va a ser mejor que recuperen eso.
Arrieta no lo piensa dos veces y se arroja contra la horrible figura, pero el mono sale corriendo llevando la poción en alto.
-¡Atrápenlo! – Grita Mastreta y los cuatro corren en su búsqueda.
El mono albino sale al exterior, moviéndose con gracia entre los árboles. Mastreta intenta taclearlo pero cae con dificultad y queda atrapado entre unas raíces. El siguiente en intentarlo es Somosa: toma una piedra y le apunta a la cabeza, pero antes de poder arrojarla mete su pie en el barro y comienza a hundirse lentamente.
Arrieta continúa en lucha encarnizada con un desconocido, que resulta ser bastante ágil para su robustez: le anticipa todos los golpes y responde con veracidad. Sin embargo, en un descuido de la bestia Alfredo Arrieta logra golpearlo en la cara con un atizador. El impacto, si bien no fue muy fuerte, alcanzó para quitarle la máscara que llevaba: Arrieta siente náuseas y un escalofrío al contemplar aquel rostro deforme.
Johnny John y Ángel Vergara intercambian miradas al darse cuenta hacia dónde se dirige el babuino: el sonido de unas cascadas que caen al vacío se deja escuchar cerca de allí. Exhalando sus últimos alientos, logran dar con el animal. Mas éste comienza a saltar sobre las piedras que sobresalen del arroyo, hasta llegar al final de la catarata.
El tullido pega un alarido de horror al sentirse descubierto. Arrieta se compone e intenta darle frente, pero el salvaje arremete con toda su furia contra el cuerpo del navegante.
Johnny John da todo por perdido cuando el macaco color nube levanta los brazos hacia el precipicio. No obstante Ángel Vergara comprende que ha llegado el momento de demostrar lo que sabe: justo cuando el bicho arroja el frasco Vergara se lanza y lo atrapa en el aire.
-¡Estoy volando! –Grita con las extremidades extendidas, mientras su cuerpo se precipita sobre el acantilado. Unas ramas primero y el agua después amortiguan su caída.
-Eso no fue volar, sino caer con estilo… -Concluye Diógenes una vez que todos vuelven a encontrarse dentro del castillo.
-¿Qué se supone que debemos hacer ahora con esto? –Pregunta Ángel Vergara con el trofeo en la mano, a lo que el Jardinero del Kaos responde:
-Beberlo. Deben beberlo todos.
-Me temo que eso no va a ser posible –Agrega una voz maltrecha. Recién entonces los demás se dan cuenta de que aún no estaban todos en escena: Arrieta ingresa en la habitación arrastrando los pies.
-Lo siento muchachos, hice todo lo que pude…
Esas son las últimas palabras de Alfredo Arrieta, justo antes de caer al suelo, muerto.