
Con la euforia típica que las copas de más otorgan salió a buscar a la que lo había matado dos veces antes de caer al suelo. Semanas atrás salir y encontrarla era un acto tan repetido e indeseado como un mal sueño. Procuraba evitarla, escondido en antros que consideraba suyos, aunque nunca nadie está absuelto de sus fantasmas.
Eran noches tras noches parecidas donde el fernet era su único amigo y hasta tres seguidos lo soportaba con digna verticalidad. Sin embargo el cuarto siempre llegaba a destiempo, momento en el cual todo se perdía en un mar de saladas que como el cutex barrían todo vestigio de alegría maquillada.
Salió en busca de su perdición, de la que siempre esquivaba pero que ahora anhelaba. Dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. ¿Cuántas veces tropezamos los hombres con la misma mujer? La experiencia es el peine que te regalan cuando te quedás calvo y en esos años el aún no había aprendido a peinarse.
La buscó en los lugares típicos, los olvidados, los castrados por la necesidad de no enfrentarse a lo más temido. Los dolores del corazón son los que más duelen pero a la vez lo que más gustan, porque qué lindo es a veces sufrir un poco. Disfrutaba pensar su vida como una novela con sus idas y vueltas, amigos y villanos, y por supuesto la chica de turno. Pero la mujer, motivo por el cual los hombres amamos, matamos y morimos, esta vez no se presentaba.
Inútil es negar el sufrimiento ni su necesidad terrena. Y no es la culpa, no, la que nos llena el vacío sino las lágrimas que esa noche se mezclaban con la lluvia. La Luna insistía en ocultarse como su musa y por más que pateó los adoquines no fue capaz de hallarla.
No buscaba un cuerpo, ni un rostro, sino tan sólo una imagen distorsionada que guardaba en su alma desmemoriada. A veces los amores perdidos son como personajes que creamos y moldeamos como más nos gusta. No obstante sonrió ante la desdicha, sabiendo que la vida no es un disco borgeano ni una cinta de Moebius: hay más de un lado en el yin yang de latidos, blancos, negros y grises y todos tienen su lugar en la paleta vitalicia.
Encendió un cigarrillo mojado y miró el amanecer desde una café de esquina que le devolviera la energía necesaria para volver a su casa. Ya había tenido su cuota de lástima de la semana, al día siguiente volvería a trabajar.
Y así la vida… es un tobogán.
Eran noches tras noches parecidas donde el fernet era su único amigo y hasta tres seguidos lo soportaba con digna verticalidad. Sin embargo el cuarto siempre llegaba a destiempo, momento en el cual todo se perdía en un mar de saladas que como el cutex barrían todo vestigio de alegría maquillada.
Salió en busca de su perdición, de la que siempre esquivaba pero que ahora anhelaba. Dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. ¿Cuántas veces tropezamos los hombres con la misma mujer? La experiencia es el peine que te regalan cuando te quedás calvo y en esos años el aún no había aprendido a peinarse.
La buscó en los lugares típicos, los olvidados, los castrados por la necesidad de no enfrentarse a lo más temido. Los dolores del corazón son los que más duelen pero a la vez lo que más gustan, porque qué lindo es a veces sufrir un poco. Disfrutaba pensar su vida como una novela con sus idas y vueltas, amigos y villanos, y por supuesto la chica de turno. Pero la mujer, motivo por el cual los hombres amamos, matamos y morimos, esta vez no se presentaba.
Inútil es negar el sufrimiento ni su necesidad terrena. Y no es la culpa, no, la que nos llena el vacío sino las lágrimas que esa noche se mezclaban con la lluvia. La Luna insistía en ocultarse como su musa y por más que pateó los adoquines no fue capaz de hallarla.
No buscaba un cuerpo, ni un rostro, sino tan sólo una imagen distorsionada que guardaba en su alma desmemoriada. A veces los amores perdidos son como personajes que creamos y moldeamos como más nos gusta. No obstante sonrió ante la desdicha, sabiendo que la vida no es un disco borgeano ni una cinta de Moebius: hay más de un lado en el yin yang de latidos, blancos, negros y grises y todos tienen su lugar en la paleta vitalicia.
Encendió un cigarrillo mojado y miró el amanecer desde una café de esquina que le devolviera la energía necesaria para volver a su casa. Ya había tenido su cuota de lástima de la semana, al día siguiente volvería a trabajar.
Y así la vida… es un tobogán.