
Cuando uno pide un café “solo”, es decir, sin sus clásicas acompañantes en forma de cuarto creciente, nunca se lo traen solo… normalmente (salvo que el bar no sea “muy de calidad”) viene junto a un pequeño bocadito “para acompañar”, ya sea un trocito de torta o algún cuadradito de algo dulce que no se sabe bien qué es. Sin embargo, cuando uno pide un café-con-leche-con-medialunas (ya sea una o múltiples) el poliedro en cuestión no aparece. ¿Por qué esa omisión? Una explicación posible sería que el dulce del bocado es incompatible con el sabor de la medialuna. De todos modos el truco está pedir primero un café solo, y luego de que éste surja con su feliz compañero, agregarle las medialunas…
Si uno pide un café con leche con medialunas, sin aclarar cuántas quiere, es un acuerdo tácito que los satélites de masa vendrán en trío. No obstante, en algunos sitios non sanctos prefieren abaratar los costos y traer sólo un dueto. Consejo: si se es de buen comer aclarar la cantidad en el pedido: “café con leche con tres medialunas”. Si no, abstenerse a las consecuencias.
Nota importante: las medialunas de “grasa” son las saladas y las dulces las de “manteca”.
Otro problema de cantidad es el que presentan algunos sitios más fashion, donde refinados impúdicos se atreven a solicitar al mozo o “mesero” el pacato menú de “café con brownie”. No crea que se trata de un error gramatical, tipográfico o falto de cultura la ausencia de la “s”. Por el contrario, los muy latifundistas cobran este servicio el doble de lo que en cualquier barrio saldría el café con medialunas, y encima lo traen junto a un solo brownie. Rica, pero cara y frugal, esta opción es recomendada solo para los que piensan que “un día de vida es vida”.
Mucha gente, entre la que me incluyo, tiene problemas para inteligir la capacidad del “jarrito”. Las veces que, en lugar de un “café con leche”, decido pedir un “cortado”, mi mente entra en duda al tener que responderle al mozo cuando éste retruca “¿En jarrito?”. La salida más rápida es decir “sí” y escapar por la tangente. Tarde me di cuenta de que hay, al menos, tres tamaños de café acompañado de leche: el “café con leche” es el grande, el toro salvaje de la bebida colombiana, el que te llena la pancita y tiene el tamaño justo como para meter la medialuna; luego viene el mencionado jarrito, un elegante tubo de porcelana con el volumen adecuado para una charla amena; por último, el cortado chico, el que nadie nombra, el que todo mozo niega su existencia, pero que más de una vez se lo ha visto olvidado en una mesa… una pequeña tacita salida del castillo de la Bella y la Bestia que ya no canta su canción. Aunque, claro, dicen que el tamaño no es lo que importa…
Revisando mi árbol genealógico encontré que desciendo en forma indirecta de Rafaelus Vazcovich, célebre compositor de odas y panadero, famoso por ser el primero en doblar un vigilante, creando así las medialunas.
El café suele venir acompañado de un vasito de vidrio, que a veces contiene jugo de naranja y otras simplemente agua. En un primer momento se podría pensar que la diferencia en la bebida se debe a la distinción del local, siendo de mayor categoría aquellos que se animan a exprimir un cítrico sobre los que se limitan a abrir la canilla. Mas un amigo mío tiene una teoría que encuentro bastante plausible: cuando uno pide café sólo, viene con jugo. Pero si pide café con leche, el vaso solo trae agua, ya que el zumo de naranja más el lácteo blanquecino no serían una buena combinación para estómagos delicados o personas de buen mover el vientre. Ante la duda, nada mejor que acompañar el cortado con agua sin gas, justamente.
Cuando un amigo te dice “te invito a tomar un café”, en realidad la cuestión va mucho más allá de eso. Llegado el momento hasta es posible que la infusión sea reemplazada por una gaseosa o un licuado de banana. Lo importante es la charla en sí, que puede devenir en los más diversos temas, desde alegres novedades hasta romances rotos, pasando por las sacadas de cuero correspondientes, el relojeo a las chicas a través de la vidriera y demás ingredientes clásicos a la hora del encuentro. Pero, si tu pareja, tu jefe o tu médico de cabecera lanzan la invitación, ¡cuidado!, las noticias pueden no ser de las mejores.
Si uno pide un café con leche con medialunas, sin aclarar cuántas quiere, es un acuerdo tácito que los satélites de masa vendrán en trío. No obstante, en algunos sitios non sanctos prefieren abaratar los costos y traer sólo un dueto. Consejo: si se es de buen comer aclarar la cantidad en el pedido: “café con leche con tres medialunas”. Si no, abstenerse a las consecuencias.
Nota importante: las medialunas de “grasa” son las saladas y las dulces las de “manteca”.
Otro problema de cantidad es el que presentan algunos sitios más fashion, donde refinados impúdicos se atreven a solicitar al mozo o “mesero” el pacato menú de “café con brownie”. No crea que se trata de un error gramatical, tipográfico o falto de cultura la ausencia de la “s”. Por el contrario, los muy latifundistas cobran este servicio el doble de lo que en cualquier barrio saldría el café con medialunas, y encima lo traen junto a un solo brownie. Rica, pero cara y frugal, esta opción es recomendada solo para los que piensan que “un día de vida es vida”.
Mucha gente, entre la que me incluyo, tiene problemas para inteligir la capacidad del “jarrito”. Las veces que, en lugar de un “café con leche”, decido pedir un “cortado”, mi mente entra en duda al tener que responderle al mozo cuando éste retruca “¿En jarrito?”. La salida más rápida es decir “sí” y escapar por la tangente. Tarde me di cuenta de que hay, al menos, tres tamaños de café acompañado de leche: el “café con leche” es el grande, el toro salvaje de la bebida colombiana, el que te llena la pancita y tiene el tamaño justo como para meter la medialuna; luego viene el mencionado jarrito, un elegante tubo de porcelana con el volumen adecuado para una charla amena; por último, el cortado chico, el que nadie nombra, el que todo mozo niega su existencia, pero que más de una vez se lo ha visto olvidado en una mesa… una pequeña tacita salida del castillo de la Bella y la Bestia que ya no canta su canción. Aunque, claro, dicen que el tamaño no es lo que importa…
Revisando mi árbol genealógico encontré que desciendo en forma indirecta de Rafaelus Vazcovich, célebre compositor de odas y panadero, famoso por ser el primero en doblar un vigilante, creando así las medialunas.
El café suele venir acompañado de un vasito de vidrio, que a veces contiene jugo de naranja y otras simplemente agua. En un primer momento se podría pensar que la diferencia en la bebida se debe a la distinción del local, siendo de mayor categoría aquellos que se animan a exprimir un cítrico sobre los que se limitan a abrir la canilla. Mas un amigo mío tiene una teoría que encuentro bastante plausible: cuando uno pide café sólo, viene con jugo. Pero si pide café con leche, el vaso solo trae agua, ya que el zumo de naranja más el lácteo blanquecino no serían una buena combinación para estómagos delicados o personas de buen mover el vientre. Ante la duda, nada mejor que acompañar el cortado con agua sin gas, justamente.
Cuando un amigo te dice “te invito a tomar un café”, en realidad la cuestión va mucho más allá de eso. Llegado el momento hasta es posible que la infusión sea reemplazada por una gaseosa o un licuado de banana. Lo importante es la charla en sí, que puede devenir en los más diversos temas, desde alegres novedades hasta romances rotos, pasando por las sacadas de cuero correspondientes, el relojeo a las chicas a través de la vidriera y demás ingredientes clásicos a la hora del encuentro. Pero, si tu pareja, tu jefe o tu médico de cabecera lanzan la invitación, ¡cuidado!, las noticias pueden no ser de las mejores.