
Un día a un joven aburrido se le ocurrió una de esas típicas preguntas “¿Qué harías si el mundo se terminara en 7 días?”. Como quería compartirla y saber la opinión de la gente, quiso subirla a su página de internet. Sin embargo, pensó que los resultados serían más verosímiles si el juicio no era hipotético sino categórico, así que, abusando de sus conocimientos tecnológicos, se las arregló para filtrar la noticia en cuanto medio virtual le fue posible: “EL MUNDO SE TERMINA EN 7 DÍAS”.
Viendo que su obra fue buena, se echó a descansar.
El primer día todo siguió igual: nadie pareció darle importancia a la noticia, relegándola a una broma más. El segundo día, el fluir de la información había llevado su profecía a la radio y televisión, logrando que cada vez más personas se enteraran de lo anunciado.
Hacia el tercer día comenzó a notar los primeros cambios: parecía que una especie de miedo no declarado estaba expandiéndose por la población. Mas los efectos de este temor a que la predicción fuera cierta no parecían negativos, sino que las personas habían comenzado a salir más, a visitar a sus amigos, a caminar de la mano; las plazas se fueron llenando de parejitas que se besaban o de locos solitarios apurados para terminar el libro que estaban leyendo.
El cuarto día se habían vendido el triple de entradas a cines y teatros y los restaurantes no daban abasto. Claro que los empleados, sin confesarlo, también sospechaban que el mundo podía acabarse pronto y, por supuesto, ellos también quisieron salir a disfrutar. Entonces ya no quedaron mozos, cocineros, acomodadores ni personal boletería que atendiera las grandes cantidades de clientes.
El quinto día ya nadie fue a trabajar. Los niños querían dormir hasta tarde aprovechando que no había clases, pero sus padres los levantaron para pasar el día juntos en algún lugar tranquilo. Pero muy lejos no pudieron llegar, ya que el combustible escaseaba en las estaciones de servicio y no había nadie que lo reponga. Tampoco circulaban medios de transporte y así más de uno partió de su hogar, pero no pudo regresar. Los negocios tampoco abrieron pero fueron abiertos a la fuerza por los saqueadores desesperados que querían disfrutar de una última cena.
El sexto día ninguna ley del hombre fue respetada. Los juicios habían sido suspendidos, los presos liberados, los enfermos dados de alta y los locos sin medicación fueron los primeros en descubrir la magia de los colores de un arco iris. La fe traspasó las paredes de las iglesias vacías y se instaló en los corazones de cada ser viviente. Los científicos intentaron tranquilizar a la gente negando lo afirmado, ¿pero quién iba a hacerle caso a la ciencia cuando el corazón palpitaba para otro lado? Los hombres se conectaron con la naturaleza, con su propia calidad de humanos y padres e hijos de familias rotas se abrazaron unidos sin importar que no fuera fin de semana. Cada persona se acercó cuanto pudo a sus seres queridos, y al que no le fue posible por la distancia intentó buscar las pocas líneas telefónicas que aún funcionaban o escribió cartas tan solo por descarga, aún sabiendo que jamás iban a ser leídas ni enviadas. Las palabras “perdón” y “gracias” fueron repetidas de manera incesante. Las risas y los llantos se intercambiaban como parejas en un vals mientras que un abrazo eterno coronó el encuentro en una noche donde nadie durmió.
El séptimo día despuntó soleado y calmo. La Tierra siguió rotando hacia el Este y todo se mantuvo en su lugar. No hubo terremotos, inundaciones, ni llovieron langostas o bolas de fuego. Sin embargo, el mundo tal cual había sido conocido, había terminado. Una nueva era comenzó, sin manzanas ni serpientes, pero con una fuerte necesidad de reconstruir lazos.