viernes, 23 de diciembre de 2011
Hay cosas que no entiendo
lunes, 19 de diciembre de 2011
Para siempre [7/7]
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Singularidad [6/7]
jueves, 1 de diciembre de 2011
La Tangente [5/7]
domingo, 20 de noviembre de 2011
Error de Redundancia Cíclica [4/7]
miércoles, 9 de noviembre de 2011
Suero para recordar [3/7]
jueves, 3 de noviembre de 2011
Un saludo muy particular [2/7]
lunes, 24 de octubre de 2011
Ese estúpido instinto [1/7]
lunes, 29 de agosto de 2011
Presente

Hay ocasiones en las que el tiempo se detiene. Momentos en los cuales lo cuantitativo se transforma en cualitativo, la pasión le gana a la razón y cualquier logaritmo pierde sentido. Algunas preguntas devienen contadictios in adyecto y la mera idea de respuesta es un absurdo no demostrativo. Relámpagos en los cuales la lógica se desvanece, uno más uno es un color y la vista, el oído y el olfato reemplazan a cualquier regla o diccionario. Las palabras no se pronuncian, se paladean y se sienten. El dinero se trueca por besos, la comida por miradas y nada parece tener menos significado que unas agujas de distintos tamaños girando alrededor de ciertos números. Lo eterno se hace posible, los escalones se deshacen en un río y el tiempo de la búsqueda se termina, para dar lugar al del cumplimiento de deseos. La felicidad, la armonía, la paz interior, la entrega, el amor, el no-tiempo y el no-espacio y cualquier otro imposible despiertan carcajadas por aparecer tan fácilmente alcanzables. El mundo completo yace a los pies, como una materia informe, pura potencia, moldeable según nuestras voluntades. Lo sano, lo claro, lo simple, lo verdadero, lo único, lo especial… se vuelve todo tan sencillo. Cualquier complicación se revela humana, demasiado humana, tan enmarañada de racionalidades inventadas… El rompecabezas se presenta simple porque ya estaba armado de antemano. Y somos nosotros, los sapiens sapiens, los que nos enredamos para mezclarlo y esconder las piezas. Pero la forma original ya estaba desde siempre a nuestro alcance. El problema es que la buscábamos con los ojos del intelecto en lugar de los del corazón.
Por suerte, en un instante, todo eso puede cambiar. Y los triángulos volverse flores.
miércoles, 15 de junio de 2011
Refutando el Eclesiastés

Dicen que no hay nada nuevo bajo el Sol. Dicen que todo ya ha sido inventado, que las cosas retornan eternamente en lo mismo y que el tiempo es circular.
El hombre, al parecer, es el único ser que tropieza dos veces con la misma piedra y convierte su vida en una calesita, en el trilema de Münchhausen e intenta sacarse a sí mismo del pantano tirando de sus propios cabellos.
Quizás haya algo cierto en todo eso. Mas, en ciertas ocasiones se puede salir del círculo. Tal vez haya una manera, un camino, que como un rayo divide tu vida en un antes de y un después de. Puede que sea un hecho, un sueño, un proyecto o simplemente una persona.
Entonces se aprende algo nuevo. Se deja de sacar la carta de vuelve al punto de partida y se comienza a avanzar realmente. Se corta la cadena infinita, el círculo se escapa por la tangente y el pantano se hace fértil y se llena de flores.
En ese momento uno comprende la importancia de lo implícito sobre lo explícito, de la mirada sobre la palabra, de lo esencial sobre lo superficial, de lo que realmente importa sobre las nimiedades cotidianas.
Parece trillado, lo obvio, pero suele ser lo más difícil, lo menos evidente. A veces algo es tan grande y estamos tan cerca que simplemente no lo vemos. Pero si nos alejamos un poco comprendemos el modo simple y sincero de encarar las cosas.
Y ahí es cuando uno comienza a crecer.
viernes, 20 de mayo de 2011
El Fantasma y la Sombra

Al caer la tarde, el Fantasma vuelve de su paseo por el pueblo. Bajo un portal encuentra a su amigo la Sombra, en actitud meditabunda. Se sienta a su lado.
-¿Qué pasa, compañero? Te noto cabizbajo.
-Así es, soy sólo la sombra de lo que fui… y eso ya es alejarme en dos grados de la realidad.
-Creeme que te comprendo, suelo sentirme así cuando no me veo al espejo. Mas, ¿sabés cuál es la diferencia entre nosotros?
-¿Qué vos sos blanco y yo soy negro?
-No, además de eso. ¿Qué nos une?
-La desdicha…
-¿Somos seres intangibles?
-Intocables.
-¿Sin materia?
-Inteligibles.
-¿Nos importa?
-De sobremanera.
-¡Ja! ¿Ves? Esa es nuestra principal diferencia. Mirá este precioso sol, ¿es necesario un cuerpo para disfrutar de su calor?
-La enceguecedora luz del día me desvanece. Sólo existo si tengo un algo de quien ser su sombra. Por las noches me confundo con el todo, y ahí comienza mi angustia existencial.
El Fantasma suspira como quien habla con un sordo. Aún así continúa:
-Tenés que valerte por vos mismo, Sombra. No podés ponerte siempre en segundo plano.
-Sólo soy la sombra de otro…
-Sos un exagerado, ése es tu problema.
-¿Y vos qué, Fantasma? ¿No te molesta perder tu contacto con el mundo?
-Yo vivo en el mundo.
-Sí, pero todos huyen al verte. Otros niegan tu existencia. Y los peores, ni siquiera la registran. Ser es ser percibido, mi amigo. Si no te ven, no existís.
-Patrañas. Nada de eso me afecta. Yo soy yo y bien me valgo. Solo. Soy demasiado yo para compartirme.
-No seas hipócrita, Fantasma. Tu seguridad es sólo un mecanismo de defensa. Es una más de tus ficciones protoplásmicas.
-No es así. Yo vivo las cosas desde afuera, contemplo y analizo, no me inmiscuyo más que como mero observador objetivo.
-Tus ojos, justamente, son tu debilidad, tu contacto con la realidad. Señalan tu carencia.
-¿A qué te referís?
-Te vi cómo la mirabas…
La palidez baña aún más el rostro del Fantasma, si eso fuera posible. La Sombra aprovecha.
-Tus paseos, querido. ¿Ignorás que sé que elegís la hora adecuada? Te escondés para no asustarla, la observás con un deseo inoportuno para un ser de tu calaña.
-No es cierto. Además, soy un muerto, perdí mi aliento en una batalla.
-¿Eso te hace sentir invulnerable?
-Totalmente. Nadie mata a un difunto que camina errante.
-¿Apostarías tu vida eterna?
-Con los ojos cerrados.
-Aquí está mi espada. Clavátela.
-¡Es inútil! Nada puede dañar a quien ya ha sido asesinado.
-Hacé la prueba.
-Eso sería un sinsentido… ¡La demostración de un axioma, la cuadratura del círculo!
-Cobarde.
El Fantasma se pone de pie y toma el arma. La Sombra espera desde ella misma.
-¡Soy un Fantasma, nada puede hacerme daño!
Clava el frío metal donde debería estar su corazón. Una mancha carmesí se dibuja en su blanco pecho. Con un hilo de sangre brotando de su boca, exhala sus últimas palabras:
-Tenías razón, me involucré demasiado.
Detrás de escena, Eros muerde una manzana y sonríe maliciosamente.
jueves, 12 de mayo de 2011
Causa Sui

"La persona que llega es la persona correcta"
"Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido"
"En cualquier momento que comience es el momento correcto"
"Cuando algo termina, termina"
Sai Baba (Cuatro Leyes de la Espiritualidad)
No sé si fue el destino o el azar. Si postulo el primero, me decís que no existe. Siempre es preferible creer en el libre albedrío. Además, un mundo predeterminado sería aburrido. Mas, si te digo que todo fue fruto de la casualidad, también negás su ocurrencia. Nada es casual… nada está destinado. ¿Qué salida queda entonces? Una tercera vía: la voluntad. El deseo que atrae, la fuerza que llama, como un hado que se enciende por afán. Una providencia medida, que se esconde tras una serie de azares que no son más que la telaraña que subyace al conocernos.
¿Importan realmente las causas? Lo relevante es esa conexión existente desde el primer contacto. Del texto a la mirada, de los ojos a las manos, los labios. El anhelo inconsciente concretado y las ganas que roban sonrisas. Alegrías compartidas, simbiosis sana y un reloj que deshoja sus horas como pétalos sin tiempo.
Tal vez no exista el destino, quizás no haya casualidades, sino tan sólo deseos. Haces de luz que uno dispara de modo inconsciente pero de alguna manera vislumbrando el blanco. Entonces de pronto las paralelas se cruzan volviéndose perpendiculares, primer contacto de un punto de encuentro entre un ángulo que se irá abriendo hasta devenir una sola recta, un sólo camino, proyectado ahora sí de forma consciente.
A veces no hay razones para explicar el comienzo de las cosas. A veces sobran motivos para comprender su perduración en el tiempo y el deseo latente de que sea eterno.
miércoles, 4 de mayo de 2011
Tercer Anal del Barrio

El Barrio completa su tercera vuelta al Sol. ¿Qué ocurrió exactamente después de los hechos recopilados en el Segundo Anal del Barrio? Un terrible sube y baja que vuelve a subir.
En primer lugar, el ausente Galán (nada se sabe aún de él luego de su apocalíptica batalla y consecuente desaparición) parece haber redactado desde algún confín olvidado cuáles eran sus Felicidades intensas, sólo para pasar luego a descargarse sobre ciertas Cuestiones arrítmicas y acabar pensando en qué pasará Cuando seamos ellos.
Entonces, un halo de oscuridad mezclado de esperanza hizo que el Barrio mezclara primero y casi cediera por completo después, las ficciones por las reflexiones. Así llegaron La lista negra (situaciones límites de la vida), Dos que son uno (meditaciones en el auto, o automeditaciones) y Armonía (un escueto deseo de paz y felicidad con sabor holístico).
Pero las historias lentamente renacían, surgiendo así la primera entrega de las Crónicas de Eutravia: Sobre su gobierno y administración, una pseudoentretenida Falacia socrática y un Día del Juicio anunciado en la Profecía autorrealizadora.
Un nuevo instante de cavilaciones acerca de las cosas que se pueden o no llegar a hacer en los pocos días que nos toca el aliento regresó en Quanto. Justo antes de ser testigos de un diálogo interno-exteriorizado entre citas canónicas sobre los Cristales rotos de la identidad personal y un leve excursus acerca de los Contrafácticos y subjuntivos, la ficción se permitió jugar una vez más a través del cambio del Punto de vista.
Entonces el presente 2011 llegó para terminar de definir la partida. Tras un recreo que inspiró una nueva entrega de las Crónicas de Eutravia: La bala y el coronel, un último asombro lúdico gracias a un cotidiano Juego de espejos, y un encargo que, nobleza y amistad obligan, produjo una serie de Declaraciones descartables, se arribó raudamente a la recta final.
Atrás quedaron las risas tras ingerir un sorpresivo Café amargo, que se convirtió tan sólo en la primera estación de un fatídico tren dirigido hacia la no-lógica del enamorado (para quien Uno más uno igual a tres), el desgarro suave y constante del ciego que no saber ver las Agonías preanunciadas, y el reconocimiento final de que los deseos de permanencia y eternidad son tan sólo vagas Ilusiones humanas.
¿Qué queda entonces de uno mismo cuando todo se pierde? La historia que uno mismo reconstruye. Y nada mejor que conocer a alguien para re-construirse a través de los Atrezzos que conforman nuestra identidad. Entonces es cuando se reconoce que nunca se vuelve, sino que siempre se está comenzando. Y un servidor debe reconocer que nunca ha comenzado algo tan bien como ahora.
¿Cómo seguirá? La historia no está escrita. El destino y el azar juegan contra su voluntad apostando sus deseos e inspirando nuevas letras.
El Galán, desde donde sea que esté, agradece a todos los fieles compañeros que pese a la pérdida de vigencia de los presentes medios virtuales continúan visitando su Barrio.
¡Salud!
sábado, 16 de abril de 2011
Atrezzos

miércoles, 30 de marzo de 2011
Ilusiones humanas

martes, 15 de marzo de 2011
Uno más uno igual a tres
sábado, 19 de febrero de 2011
Café amargo

jueves, 10 de febrero de 2011
Declaraciones descartables

Es víspera de fin de semana y prepara las piezas del juego. Había comenzado bien, ganando el domingo entre amigos, y pretendía terminar aún mejor. Pero el partido más difícil se jugaría esta noche, fuera de la cancha.
Dispone zapatillas, calza remera colorida pero sobria, fiel a su estilo, y debate interiormente si bermudas o jean. Aunque preferiría el primero, opta por el último, no sea cosa que no lo dejen entrar en ciertos lares.
Envuelto en su campera (no hace frío, pero en la moto siempre se siente), aprieta el acelerador y comienza a alejarse poco a poco del barrio, rumbo al centro de las luces. Repasa mentalmente la estrategia infalible, aunque sabe que la única certeza es que siempre falla. Algún día, tal vez…
Llega al bar, se apea del vehículo e ingresa sonriente. La charla con los muchachos ronda los mismos temas de siempre: jornada laboral, mujeres, vacaciones, fútbol y… mujeres. De pronto, en la fría hora que precede al alba, cuando ya la previa se comió la noche y es tarde para probar suerte en otro sitio, nuestro héroe blande su arma más temida: pide la cuenta y una birome. Sus cofrades saben que ha llegado el momento de dejar el dinero sobre la mesa y partir, dejar al campeón solo con su lucha.
La mesera, víctima ingenua, trae la pluma que el Cervantes de bolsillo hace bailar ligeramente sobre una servilleta de papel. Paga con propina incluida y mensaje anexo. ¿Fue, acaso, una epístola romántica lo que entregó a su amor imposible? No realmente, aunque sí anotó su nombre y un número de teléfono. Vistiendo el ropaje de la esperanza que nunca se pierde, el simpático acosador de mozas se va con la frente en alto.
Nadie recuerda ya cuándo había empleado el truco por vez primera. Quizás en medio de una borrachera estival, o habría comenzado todo como una broma entre amigos; lo cierto es que en mil y una noches de papelitos autografiados a distintas mujeres con delantal, nunca había recibido una respuesta.
El sol que entra por la ventana lo despierta. Infiere que se trata apenas del mediodía, por la resaca aún presente en su cabeza. Se prepara para descansar un rato más, cuando los acordes de Guetta lo despabilan de golpe: su celular brilla exhibiendo un número desconocido.
Quizás, esta vez, la fórmula había resultado.
[Dedicado a un amigo, cuya gracia no daré por cuestiones obvias]
miércoles, 2 de febrero de 2011
Juego de espejos

Te vi desde el primer escalón, estabas sentada de espaldas a la máquina. Tomé mi boleto y me ubiqué en frente tuyo. No supe que te interesabas en mí hasta el primer semáforo. Nunca una mirada directa, nunca la belleza de tus ojos como dos lunas llenas sobre los míos. No hicieron falta: yo los espiaba de costado y sabía que me buscaban. Sin decirme nada, sin un gesto siquiera, te gustaba provocarme, llamar mi atención. Y en ese momento odié tu ciencia deductiva. Porque supe que sin hablar ni escuchar ya lo sabías todo. Ciertos detalles tuyos, la forma de vestir, el misterio de tu rostro develaban tu fascinación detectivesca, tu convicción, tu astucia. La pose arrogante denotaba tu personalidad indubitable y austera. Entonces supe que me estabas deduciendo, me veías y me etiquetabas, me subsumías bajo leyes universales. Conociendo mi vestimenta, la hora, el recorrido del colectivo, sólo bastaba con ver mi bolso con el conocido escudo de la docta mujer de níveos senos para inferir que era estudiante universitario, que estaba llegando un poco tarde y que bajaría en la esquina de la facultad de filosofía. En cambio yo… no podía saber nada de vos. Tu vestido de domingo, el largo de tus cabellos sujetados por una vincha, los auriculares clavados. No soy bueno en esto, no podría adivinar ni lo que estabas escuchando. Tu seguridad y confianza me abrumaban, me incomodaban, no sabía qué postura tomar. Si cruzaba las piernas pensarías que estaba nervioso y si las estiraba que era un vago. Entonces me iluminé, encontré la forma de salir de tu laberinto disyuntivo: iba a darte un regalo. Una magia, la más antigua, la que inició las cadenas de pensamiento pero que, paradójicamente, tu lógica no esperaría. El asombro. Inspirado por un impulso repentino me levanté y toqué el timbre. Me bajé en una parada cualquiera, obsequiándote algo que pude darme cuenta de que hacía mucho tiempo que no experimentabas. La sorpresa se reflejó en tu mirada que alcancé a ver, por primera y última vez, por el espejo retrovisor antes de tocar tierra, mientras el círculo de tus labios absortos devenía poco a poco una sonrisa.
domingo, 23 de enero de 2011
Crónicas de Eutravia. Hoy: La Bala y el Coronel

La bala que asesinó al Coronel Klauss fue extraída, por última vez, de su cuerpo. Pero mucho antes de eso, fue sacada de las profundidades del Monte Schneider, en la frontera que divide Eutravia de Bolsonia. El Coronel solía recorrer esa zona de niño, aunque luego había abandonado las montañas para entregarse a los mares. De joven había aprendido a distinguir babor de estribor (las denominaciones “izquierda” y “derecha” se había eliminado por razones políticas) y a hacer nudos marineros, pero volvamos a la bala.
La pieza de acero había sido recortada de un gran trozo de ese material, con el cual se habían fabricado dos cañones, una mesa de utilería, tres marcos para anteojos, una bayoneta, diecisiete canicas y ocho balas. Sólo dos de estas últimas fueron a parar al cargador del arma que fue disparada contra el Coronel. De las otras seis, una se hundió en los sesos de un pobre enamorado, otra voló por los aires con destino incierto tras los festejos navideños, dos aún esperan ser ejecutadas, la quinta se desconoce su paradero y a la última nunca le fue colocada la pólvora, terminando como un parco llavero.
El Coronel Klauss se había afeitado esa misma mañana, de abajo hacia arriba a la vieja usanza, y bebía su café espumoso cuando golpearon a la puerta. Era su día libre. Sobre la mesada yacían mapas de las colonias. Mas el Coronel no cavilaba sobre cómo expandir las tierras nacionales, si no que perdía sus pensamientos en imposibles tales como la cuadratura del círculo, la cifra completa de pi y la raíz cuadrada de dos, entre otras cosas.
El gran trozo de acero había sido cortado en primer lugar por un grupo de obreros metalúrgicos, quienes cedieron luego las piezas más pequeñas y ya algo formadas a tres herreros dóciles en el arte de lacerar aquel elemento. El señor Patrovic fue quien moldeó las ocho balas, entre ellas la que arrebató al Coronel, aunque nunca se sintió responsable de su muerte.
Cuando la puerta volvió a sonar, con más insistencia aún, Klauss se decidió a levantarse. En el caminó golpeó la tabla y derramó su café sobre los mapas. Se lamentó porque la mesa no estuviera más alejada de la silla, ello le hubiera permitido pasar con mayor comodidad. Se alegró al formular la frase “todo se puede cambiar”, aunque dudó de la universalidad de tal afirmación.
El encargado de introducir la letal y sus compañeras dentro del cargador fue el sicario Nordik, quien pasó el arma a su compañero Surich, abandonando la misión por problemas gástricos.
Surich golpeó por tercera vez, el Coronel Klauss abrió la puerta. La primera bala sólo le rozó el brazo, acabando incrustada en la mesada de madera. Esa no era hermana de la asesina. La segunda, hecha sí del mismo acero que aquella, voló mientras el Coronel caía al suelo, haciendo trizas su taza preferida. La tercera, aquella que fuera extraída del seno mismo del Monte Schneider, para ser cincelada luego por un obrero de nombre desconocido, que pasara la pieza al herrero Patrovic, quien la vendiera al sicario Nordik, para ser colocada en el cargador del arma mortal y luego cedida por problemas de salud a su colega Surich, salió despedida en línea recta, atravesando el pecho del Coronel Klauss y quedando incrustada en su espina dorsal, de donde la quitó el forense unas horas más tarde.
Aún se debate contrafácticamente cuál fue la causa de su muerte.