
Al caer la tarde, el Fantasma vuelve de su paseo por el pueblo. Bajo un portal encuentra a su amigo la Sombra, en actitud meditabunda. Se sienta a su lado.
-¿Qué pasa, compañero? Te noto cabizbajo.
-Así es, soy sólo la sombra de lo que fui… y eso ya es alejarme en dos grados de la realidad.
-Creeme que te comprendo, suelo sentirme así cuando no me veo al espejo. Mas, ¿sabés cuál es la diferencia entre nosotros?
-¿Qué vos sos blanco y yo soy negro?
-No, además de eso. ¿Qué nos une?
-La desdicha…
-¿Somos seres intangibles?
-Intocables.
-¿Sin materia?
-Inteligibles.
-¿Nos importa?
-De sobremanera.
-¡Ja! ¿Ves? Esa es nuestra principal diferencia. Mirá este precioso sol, ¿es necesario un cuerpo para disfrutar de su calor?
-La enceguecedora luz del día me desvanece. Sólo existo si tengo un algo de quien ser su sombra. Por las noches me confundo con el todo, y ahí comienza mi angustia existencial.
El Fantasma suspira como quien habla con un sordo. Aún así continúa:
-Tenés que valerte por vos mismo, Sombra. No podés ponerte siempre en segundo plano.
-Sólo soy la sombra de otro…
-Sos un exagerado, ése es tu problema.
-¿Y vos qué, Fantasma? ¿No te molesta perder tu contacto con el mundo?
-Yo vivo en el mundo.
-Sí, pero todos huyen al verte. Otros niegan tu existencia. Y los peores, ni siquiera la registran. Ser es ser percibido, mi amigo. Si no te ven, no existís.
-Patrañas. Nada de eso me afecta. Yo soy yo y bien me valgo. Solo. Soy demasiado yo para compartirme.
-No seas hipócrita, Fantasma. Tu seguridad es sólo un mecanismo de defensa. Es una más de tus ficciones protoplásmicas.
-No es así. Yo vivo las cosas desde afuera, contemplo y analizo, no me inmiscuyo más que como mero observador objetivo.
-Tus ojos, justamente, son tu debilidad, tu contacto con la realidad. Señalan tu carencia.
-¿A qué te referís?
-Te vi cómo la mirabas…
La palidez baña aún más el rostro del Fantasma, si eso fuera posible. La Sombra aprovecha.
-Tus paseos, querido. ¿Ignorás que sé que elegís la hora adecuada? Te escondés para no asustarla, la observás con un deseo inoportuno para un ser de tu calaña.
-No es cierto. Además, soy un muerto, perdí mi aliento en una batalla.
-¿Eso te hace sentir invulnerable?
-Totalmente. Nadie mata a un difunto que camina errante.
-¿Apostarías tu vida eterna?
-Con los ojos cerrados.
-Aquí está mi espada. Clavátela.
-¡Es inútil! Nada puede dañar a quien ya ha sido asesinado.
-Hacé la prueba.
-Eso sería un sinsentido… ¡La demostración de un axioma, la cuadratura del círculo!
-Cobarde.
El Fantasma se pone de pie y toma el arma. La Sombra espera desde ella misma.
-¡Soy un Fantasma, nada puede hacerme daño!
Clava el frío metal donde debería estar su corazón. Una mancha carmesí se dibuja en su blanco pecho. Con un hilo de sangre brotando de su boca, exhala sus últimas palabras:
-Tenías razón, me involucré demasiado.
Detrás de escena, Eros muerde una manzana y sonríe maliciosamente.