Durante la primera mitad del siglo XX y con las guerras mundiales y las dictaduras europeas a flor de piel, los escritores interesados en su tiempo han imaginado futuros terribles donde gobiernos crueles esclavizan y convierten a los seres humanos en autómatas que realizan tareas por ignorancia o por temor. 1984 (Orwell, 1948), Un mundo feliz (Huxley, 1932) y Farenheit 451 (Bradbury, 1953), profetizan sociedades donde el miedo o la diferencia de clases rige sobre la vida de seres grises sin proyectos ni deseos ni posibilidades de cambio. Sin embargo hoy, a comienzos del siglo XXI, no hicieron falta medidas tan drásticas para que se cumplieran tales vaticinios.
1984 presenta una sociedad esclavizante
donde los ciudadanos temen constantemente a una guerra inventada y deben
recurrir al mercado negro para conseguir comida buena o placeres tales como el
chocolate o el café. Hoy en día, sin dictaduras de por medio, somos libres de comprar
lo que queramos, siempre y cuando nos alcance el sueldo. En Un mundo feliz se regala soma, una droga
que mantiene a la gente sin pensar en sus problemas ni en cómo solucionarlos.
En nuestro país, esa droga bien podría ser el consumismo, las redes sociales o
los medios de comunicación y sus programas tan entretenidos como improductivos.
Bradbury imaginó un mundo en donde los libros eran quemados para que la gente
no lea, y por lo tanto no piense. Hoy no hace falta incendiar el papel: los libros
están ahí, pero los quemados son los cerebros.
Casi cien años después de tan terribles
pronósticos, los medios fueron diferentes pero el fin resultó ser el mismo: la
especie humana evolucionó al darse cuente de que no era necesaria la violencia
para imponerse ni la esclavitud para lograr la ignorancia. Por el contrario: la
acción provoca la reacción, y si hay algo que los gobiernos no quieren, es que
la gente reaccione. Entonces la solución viene dada por el fácil acceso a
aquellos lujos que reemplazan a las cosas esenciales: estar siempre comunicado para
no pensar, expresar todo de modo instantáneo sin meditarlo previamente,
consumir, tirar lo viejo y comprar lo nuevo, donde “arreglar” es un verbo que
ya ha perdido significado, además de requerir esfuerzo físico y mental. El dominio,
la esclavitud, la ignorancia, el desgano, la falta de ideales no se ganaron a
base de imponer modos de pensar, sino de eliminar por completo el pensamiento.
Los jóvenes ya no le tienen miedo a la política: directamente no les interesa. El
cerebro no se mató con balas, sino con imágenes. Ya nadie va preso o desaparece
por hablar, porque no saben expresarse. Una idea no puede costarle la vida a
nadie, porque no hay ideas, ni hay vidas
Queridos profetas del siglo XX: ustedes tenían
razón, la vida se volvió gris y sin sentido. Lástima que ya nadie lea sus obras.
Hoy las jaulas están abiertas, el problema es que ya no quedan deseos de volar.