miércoles, 27 de enero de 2010

Cosas que pasan


El negro y lustroso caparazón se arrastraba lentamente sobre las patas. Me encontraba sentado esperando sobre un banco incómodo. Es notable cómo cambian las perspectivas con el correr de los años.

En ese instante me di cuenta de dos cosas. En primer lugar, viendo el lento avanzar de la cucaracha, comprendí en su sublime magnitud la relatividad del espacio. Lo siento Platón, no existe lo grande. No hay ideas, sólo cosas grandes. ¿Pero grandes para quién?

La relatividad del espacio, de las dimensiones. Lo que para nosotros parece ser infinitamente pequeño, para otra cosa podría ser infinitamente grande. Un cabello ¿No es demasiado fino un cabello? Sin embargo, en informática existen cosas más pequeñas. ¿Pequeñas para quién? Para mí como observador, claro. Pero para una bacteria, un virus, una cadena de ADN, supongo que deben parecer enormes.

La cucaracha apuró el paso, creo que me vio. Corrió casi al vuelo sobre sus patas peludas en una habitación inmensa. Inmensa, al menos para ella. Yo no la encuentro muy grande. Inmenso, para mí, es el Sol. No obstante, debe haber millones de estrellas más grandes, espacios inconmensurables que contienen a otros espacios y que estos a su vez contienen galaxias enteras.

Entonces fue cuando me pregunté: ¿Existen límites para lo grande y lo pequeño? Si que algo sea enorme o minúsculo depende del ojo que lo ve, ¿hay algo mayor de lo cual nada pueda haber? ¿Hay algo menor de lo cual nada pueda existir? ¿Hay límites en la naturaleza?

Por otra parte, el tiempo. La cucaracha se detuvo, esperando, espiando. Se detuvo sobre el piso de aquel lugar en donde yo había trabajado durante tantos años. Las vueltas de la vida me habían llevado a concurrir una vez más a ese hospital, pero esta vez me tocaba estar del otro lado. Antes, recepcionista. Ahora, paciente.

Entonces comprendí cómo cambian las cosas con el correr de los años. ¿Dónde estaban mis compañeras del turno noche? Ya nadie quedaba de los conocidos. Recorrer de nuevo los lugares por donde uno pasó tantos momentos y verlos ahora desde otra perspectiva, ¿qué otra prueba mejor del paso del tiempo? Ya en esa época había notado cambios de la noche al día. De noche, trabajando entre apuntes, todo tenía otro color. Más lúgubre, más íntimo. Más mío. De día, si pasaba por ahí por alguna reunión laboral, todo era distinto: otras paredes, otros sonidos, otra gente.

La cucaracha se descuidó. La aplasté con la suela de mi zapato. La mayonesa blanca brotó de sus costados. ¿Habría tenido una buena vida?

Un sonido hartamente conocido pero por mucho tiempo no escuchado me quitó de mis cavilaciones. Me levanté, caminé nervioso, esperando la confirmación. Cuando volví la vista atrás el bicho ya no estaba: había huido con esa extraña inmortalidad de las cucarachas.

No importaba. En ese momento yo sólo podía pensar en lo que miles de sonrisas y un llanto me confirmaban: una nueva vida había venido a este mundo.