lunes, 31 de agosto de 2009

2-Cuatro ases


Desde el Norte viene piloteando por las calles Ángel Vergara, añorando el viejo sueño de volar. Busca un buen lugar para sentarse a escribir su diario. De pronto ve un cartel que parece iluminarlo: “Albatros”. ¿Qué más indicado para su causa que un bar con nombre de ave?

Todas las miradas se centran en el nuevo sujeto, temiendo encontrarse una vez más con aquella figura extraña. Se tranquilizan al comprobar que sólo se trata de un joven con un cuaderno en la mano.

Florencio Gauna estrecha la mano de Genaro Cúspide, son viejos conocidos de tertulias funerarias. Le pregunta acerca de su último viaje y Cúspide le responde que tiene algo que decir, pero que aún no es el momento. Que de alguna manera se dará cuenta cuándo lo será.

Desde el Sur avanza Johnny John buscando su norte. A su arsenal de brújulas maltrechas ha sumado una que parece ser la correcta. La punta de metal imantado señala hacia el bar de la esquina. Entra sin dudar.

Nuevamente la atención se centra en la puerta del café. K se acerca a Valentín, indagando acerca de las palabras del extraño. Julia, la mujer del dueño, se asoma desde la cocina con la pequeña Victoria en brazos.

Desde el Oeste, Linares camina por la calle empedrada. Si bien siempre se toma todo a pecho, ahora prefiere beberlo con soda. Cansado de seguir todo al pie de la letra esta vez decide ceder a la letra del pie: una “A” de una vieja tapa de agua parece ser una señal. Levanta la vista y acomodando sus lentes sabe a dónde tiene que ir.

Arrieta regresa del baño y se sienta en la mesa que comparte con Somosa y Rocambole. Se burla mentalmente del pequeño personaje que acaba de entrar: algo en sus gafas y sombrero lo confunden con un inquieto palurdo. Rocambole clasifica mentalmente a los allí presentes, intentando colocar a cada uno en una categoría. Somosa siente que por ahora sólo debe esperar.

Desde el Este llega una pequeña embarcación por el Río de la Plata. Bajan de ella dos personas bastante peculiares. Circulan por las calles disfrutando de los paisajes que la ciudad les regala. Como si del destino se tratara, se dirigen hacia un punto en especial.

-¡Bueno, no será el bar Donde pero es lo más pintoresco que veo por aquí!

Diógenes Mastreta abre la puerta de un golpe. Lo sigue Mariana.

Eugenio Echagüe no puede evitar una sonrisa al ver el disfraz de pirata que trae aquel sujeto. Santino Conde pasea sus ojos por las curvas de la morena de ojos café y se pregunta por qué las chicas lindas siempre aparecen acompañadas.

En ese momento trece almas brillan al unísono, siendo de alguna manera todos conscientes de tal efecto. Diógenes se acerca a la barra, toma la carta y nota algo extraño en ella. Genaro mira a Florencio y sabe que es el momento de decir lo que sabe.

lunes, 24 de agosto de 2009

1-Principio del caos



Apura el paso sobre la vereda de baldosas frías. Da una última bocanada y tira el cigarrillo antes de entrar. Oculta su rostro bajo el ala del sombrero.

Nadie voltea cuando la figura ingresa. Santino Conde juguetea con su whisky on the rocks con la mirada perdida en el éter de azulejos. Un escalofrío sube precipitadamente por su espalda.

La silueta oscura se acerca directo a la barra. En una mesa a sus espaldas, Somosa se reencuentra con Rocambole tras su viaje y le presenta a Arrieta, un tercero en discordia para futuros proyectos irrealizables. Somosa hace hincapié en el negocio del fútbol y habla sobre un tal Miguel que habían ido a observar en sus entrenamientos de futura promesa.

Alfredo Arrieta se disculpa y se levanta para ir al baño. En el corto camino se cruza con Eugenio Echagüe e intercambian una mirada extraña. Echagüe reconoce algo familiar en Arrieta: no es el hecho de haber sido vecinos en Avellaneda, nunca antes se habían visto. Lo que Eugenio Echagüe y Alfredo Arrieta advierten entre sí es el brillo que pierde la mirada humana luego de haber quitado una vida.

El visitante toma asiento en un banco alto junto al mostrador. Busca el diario del día pero no lo encuentra. En su lugar manotea la carta y coteja las infusiones distraídamente.

K aparece unos segundos después. Mira hacia la caja para hacerle una seña a Valentín, pero se sobresalta al divisar al sujeto que increpa al dueño del Albatros. Algo en sus gestos le da la sensación de estar contemplando a su reflejo invertido.

-¿Valentín Flores, verdad?
-Ése es mi nombre, veo que ya soy famoso. ¿Qué se va a servir el señor?
-Nada de lo que está aquí me apetece, gracias. Sólo he venido a darle una advertencia.
-¿Perdón? Ah, ya sé, ¿es de la DGI, no? Mire, tengo todos los papeles en regla, se los puedo mostrar si me da un segundito.
-Eso es mucho más de lo que puedo otorgarle. Mi tiempo se acaba. Todavía no se encuentran todas las piezas en el tablero, pero las demás no tardarán en llegar…
-¿Qué? Si me está pidiendo una coima creo que no nos estamos entendiendo…
-Es urgente, caso de vida o muerte… la culpa de todo la tiene el escritor, se distrajo… hable con él, antes de que sea demasiado tarde…
-¿Qué escritor? Señor, por favor, tranquilícese… tome algo…
-No puedo, debo irme… no pierda su tiempo: hoy ya ha muerto alguien en el barrio.

Valentín no puede evitar dejar caer un vaso. El ruido harto conocido de los vidrios al explotar atrae todas las miradas. El abstruso informante aprovecha la distracción para escabullirse por donde vino.

El silencio abismal hace completamente audibles las palabras que el dueño del Albatros repite en un semitono:

-Hoy ha muerto alguien en el barrio…

Florencio Gauna vuelve a ojear rápidamente los avisos fúnebres pero no encuentra nada al respecto. Sonríe y se tranquiliza al ver quien abre la puerta:

-No se preocupen por mí, estoy bien –Afirma Genaro Cúspide acomodando el nudo de su corbata.

jueves, 20 de agosto de 2009

Especial 150ª: Reglas para crear un universo


Crear es dar vida. Existencia, en el sentido más laxo de la palabra. Hacer nacer una realidad con todo lo que ello conlleva. Y después, dejarla ser.

Crear un universo parece ser algo totalmente libre, ligado al azar de las circunstancias y a los estados de ánimo del creador. No obstante, existen ciertas reglas, implícitas o no, que todo buen orfebre que se digne de ser tal maneja de una u otra manera.

En primer lugar, se establecen las coordenadas espaciotemporales. No es necesario denotarlas: la más mínima expresión, ya en el tipo y estilo de lenguaje utilizado, las develan. Una vez ubicados de esta forma, es necesario constituir ciertas leyes: qué se puede y qué no se puede hacer en esa realidad. Y no estoy haciendo referencia a lo que está permitido por las normas jurídicas, sino a las leyes metafísicas (y hasta me atrevería a decir a las lógicas).

Yendo directamente a las regularidades físicas, se debe establecer qué es lo normal y qué lo anormal: ¿Vuelan los personajes? ¿Son posibles los viajes en el tiempo? ¿Algún tipo de superpoder? Luego, si alguno de los seres de esta realidad posee alguna de dichas capacidades: ¿Es normal para los demás? ¿Todos pueden hacerlo? ¿O es algo sorprendente que suceda de esa manera? (Esto es a lo que los letrados se refieren cuando distinguen una historia maravillosa de una fantástica).

El paso siguiente es la creación de los personajes. Aunque es sabido que no hay recetas para estos: salen solos, como voces internas, como pedacitos de yo que se mutilan de nuestra cabeza y cobran vida propia. No hay caso, es imposible controlarlos: cobran voz y voto y brotan ente las espinas.

Con espacio-tiempo, reglas y personajes, las historias se crean a sí mismas, deviniendo las más verosímiles peripecias. Pero toda historia tiene sus mitos, leyendas, creencias apócrifas, ¿y cuál mejor que la de la creación del mismo universo?

Algunas tierras nacen de la nada gracias a un creador divino. Otras, a partir de un desorden ordenado por un demiurgo. Las hay paridas a partir de la Palabra, de un viento cósmico, de una explosión; algunas vieron la luz gracias a un poema, y las más agraciadas han surgido de una canción.

Aquí no hubo creatio ex nihilo: algún arquitecto de las letras intenta incesantemente alcanzar el cosmos. Sin embargo, lo que vendrá a continuación será sólo el principio del caos.

jueves, 13 de agosto de 2009

Regreso Gris


Dicen que el viajar es un placer que nos suele suceder. Somosa acaba de confirmarlo: desde la ventanilla del avión observa como la tierra le va ganando espacio al mar.

Le resulta increíble la manipulación certera que de mano del hado su vida ha sufrido. Durante toda su existencia siempre había creído que el vivir sólo tenía dos metas, reducibles a una sola: envejecer o morir. Le habían dolido las rutas no tomadas y había llorado por los no-yo que en el camino había matado.

Sin embargo sus lágrimas actuales pasadas hoy quedaban redimidas por sus estados potenciales. Siempre había creído que el mal solo podía traer más mal y así se acumulaban las asperezas. Ahora entendía por qué su amigo repetía siempre eso de que las cosas no son buenas ni malas: su locura repentina lo había llevado a su despido momentáneo; su indemnización le había hecho transitar por el mundo.

Empezó por España: desde pequeño había deseado conocer la Madre Patria. Nunca había querido ir a Disney: Europa, en cambio, lo fascinaba.

Somosa sonríe ante unas casas que comienzan a divisarse como migajas de pan mientras recuerda las pequeñas e increíblemente grandes a la vez diferencias idiomáticas: ¿Cómo podía ser que una misma lengua se había desfigurado tanto? Más allá de ligeros malentendidos gramaticales, había sabido disfrutar aquellas playas de ensueño. Casi había olvidado cuánto amaba el calor del sol acariciando la piel y caminar ligero de ropas sin pensar en nada.

La azafata le ofrece una copa. Somosa la bebe sin preguntar y disfruta cada gota de líquido carmesí besando su eternamente seca garganta. Es cierto que en cuanto pise tierra transmutará de turista a desocupado. No obstante, no le interesa: no va a dejar que un pensamiento sobre un futuro que aún no existe le opaque el disfrutar de un presente bien sentido e iluminado.

Desde Cádiz había cruzado el Mediterráneo, hacia el continente negro. Allí se enamoró del paisaje, ambiente y costumbres. Somosa devuelve la copa y susurra pensamientos encontrados: ¡Somos tan etnocentristas! Creemos que Dios es compatriota y que a todo el mundo le pasan las mismas cosas, cuando en realidad hay tantas realidades diferentes como líneas rectas atravesando un punto.

El avión se acerca a destino, aeropuerto de Ezeiza, Buenos Aires. ¿De qué va a vivir ahora? No lo sabe, no le importa, no se preocupa. Guarda aún unos billetes y más esperanzas. Y no vuelve solo: en este viaje de iniciación a la buena vida ha conocido a un nuevo socio, alguien que como él había huido alguna vez de su vida para reencontrase con sí mismo, y que ya había resuelto que era hora de volver. Algún nuevo proyecto surgiría con este extraño personaje.

Aterriza el aeroplano, se abren sus puertas y Somosa baja la escalera seguido de Alfredo Arrieta.

viernes, 7 de agosto de 2009

Sueño y preludio


Alejandro Vargas se encuentra en un lugar desconocido. Mira sus manos, lleva puestos unos viejos guantes negros. El ardor del aire y las gotas que recorren su frente le indican que lleva puesta una máscara.

Avanza unos pasos, el traje está húmedo y pesado, la capa se arrastra por la ceniza mortecina. Todo huele a muerte y a azufre. El cielo arde y con él la tierra misma. Camina por lo que parece haber sido una ciudad muy bella. Ahora sólo puede ver el esqueleto de sus escombros, entre estatuas decapitadas que bailan sin moverse.

Pequeños faunos corretean con sus pinchos en mano. Salen de férreos túneles a granel, entontando estrofas olvidadas. Un niño vomita un río de lava, del cual brotan manos descarnadas apuntando hacia un cenit de eterna oscuridad.

La luna se hace sol y ambos astros compiten por el reino del universo conocido. El cuerpo le duele a la vez que no lo siente, y su garganta sabe a desierto en plena tormenta de arena. Se arrodilla, se arrastra, clama por agua.

Cuatro bestias batallan contra siete ángeles con trompeta. De pronto un hombre irrumpe sobre una mula, que ante los ojos de de Alejandro trasmuta en cabra de siete cuernos. El hombre se eleva, llega hasta una cima inalcanzable dejando sonar una carcajada caricaturesca.

Vargas se pone de pie, recibe de la mula-cabra un pergamino y rompe los sellos que lo contienen. De pronto el papel deviene serpiente y el encapotado la arroja. Bajo sus pies, un libro en blanco se incinera sin dejar rastros.

Levanta la vista: el hombre viste corona y cetro. ¿Quién es? ¿Destino? ¿Acaso es posible su regreso? ¿O tal vez sea Justicia que ha perecido una vez más bajo los designios del mal?

Alejandro Vargas despierta. Su cuerpo está completamente sudado a pesar de ser la hora más fría que precede al alba. Quizás fue sólo un sueño. Pero algo le dice que podría tratarse de un preludio hacia una nueva historia.

Se levanta, toma el traje amarillo y negro y vuelve a ser el héroe que es desde hace trece años. El Hombre Vinchuca abandona el barrio: sabe que en este momento su presencia es requerida en otro lado.
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[Mi queridísimo amigo el Jardinero del Kaos ya ha parado de pechito la pequeña bomba que le tiré y continuó la historia aquí]