viernes, 23 de diciembre de 2011

Hay cosas que no entiendo



Veo una publicidad hablada en inglés con imágenes del ámbito del polo; leo en las noticias cuántos millones de euros cotiza un jugador de fútbol; un gran empresario gana muchísimo más de lo que podría gastar en el corto tiempo que le queda de vida; por no mencionar a las estrellas de Hollywood, lo que cuesta hacer una película, un evento, el valor de las obras de arte, lo que pagan los coleccionistas por los objetos usados por sus ídolos; pero no sólo los ricos son los culpables, yo tengo más cosas de las que necesito, lo sé, y sin embargo las sigo guardando.

¿Qué hay de malo en todo eso? A priori, nada. Bien y mal no existen, son sólo categorías humanas. Sin embargo, no estamos solos. El mundo, por si no lo sabías, lo compartimos con millones de personas más. Sí, ese pedazo de tierra en el que construiste tu casa y llamás tuyo porque lo pagaste, pertenece al mismo mundo en el que vive el Otro, ese ser invisible, borrado, que te molesta cuando te toca sin querer en la calle, en el tren, y recién ahí (y sólo por instante) tomás conciencia de su existencia.

La tierra no es de nadie. Y si es de alguien, es de todos. Todos somos iguales, seres arrojados en la existencia, responsables de nuestros actos y sobre todo, libres. ¿Hay algo más ridículo entonces que diferenciarnos por la cantidad de papeles de colores con caritas de próceres que tenemos? Una cosa tal vez: los títulos. El respeto, el honor, la camaradería, la cortesía, se debe igual a todo el mundo. ¿Por qué hay personas que sobre las cuales decimos “a este no lo podés tratar así”, “a aquel hay que tratarlo con respeto”? El respeto es para todos o para nadie, todos somos iguales, sólo que cada uno se especializa en lo suyo.

Una cosa quiero remarcar: todos somos humanos, seres vivos racionales y nada más que ello. Somos cosas que existen y que se diferencian de otras cosas por tener conciencia de su existencia, nada más. Somos nada, un pestañeo entre la pequeñez infinita microatómica y la inmensidad inconmensurable macroastronómica. Nada.

Y nada es igual a nada, no hay diferencias. Entonces inventamos algo que llamamos felicidad, y después creamos maneras de alcanzarla: placer, dinero, honores. Inventamos la diferencia y en ella basamos la moral, la justicia, la ley, el derecho. Luego nos distinguimos, nos separamos, vos sos así, yo soy distinto, de aquél mejor ni hablemos. Creamos fronteras, para apartarnos de los que no pertenecen a nuestra etnia, raza, nación, costumbres, aguante el mate carajo, bolivianos go home y argentino gracias a Dios.

A vos quiero decirte, no te gastes: sos igual a los demás, valés lo mismo.

Entonces, antes de preocuparte por la tuya propia, hagamos valer esa felicidad reconociéndola en la identidad y no en la diferencia. Los valores objetivos y sagrados no existen, pero ya que los inventamos démosle un uso práctico, favorable, de cara a lo vital.

Y lo vital es todo.

Tratame bien, tratalo bien, fijate qué le hace falta, no discrimines, no sobrevalores lo material, privilegiá los afectos, y por sobre todas las cosas, encontrá más felicidad en dar que en recibir.

Nadie puede llenar su propia falta, pero tal vez podamos hacer algo por la de los demás. ¿Cómo puede ser que haya spas si hay villas? ¿Cómo puede faltar tanto si a otros les sobra? Que hay, hay. Que esté mal repartido es otra cosa.

Nada de esto pretende ser una verdad absoluta sino tan sólo una idea práctica para hacer un poco más sana la convivencia mundial.

Al fin y al cabo, la muerte es la única dama que coquetea con nosotros durante toda nuestra vida, pero al final, seas rey o jardinero, siempre se entrega.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Para siempre [7/7]



-¿Hace falta que caminemos de la mano?

La pregunta del Galán iba dirigida a su extraño compañero.

-Oh, perdón chico, es que me pareció divertido –Contesta Cupido, soltándolo al instante para servirse un nuevo vaso de cerveza.
-¿Y ahora qué se supone que debo hacer?
-Nada, chico, nada. Sólo pasea, bebe algo, baila… ¡A tu salud! – El diablillo del amor culmina su frase junto con su bebida.

De pronto, el Galán siente el peso de una mirada. Se da vuelta, y es ella quien lo encara:

-El mundo es un pañuelo…
-Esperemos que esté limpio –Improvisa el Galán-Mimo con una sonrisa- ¿Nos conocemos?
-Eh, no. Te debo haber confundido con alguien…
-Sin embargo…

La sensación es única, el brillo de la mirada, la paz de su rostro, el ritmo de su corazón, la calidez de su sonrisa. Si aún no se conocían, estaban destinados a hacerlo. ¿O sería el azar? Una cosa era cierta: el deseo estaba presente.

El Galán se saca un guante blanco y, como prueba de fuego, se lo pone a su dama. Así, de la mano, bailan. Y a pesar de la multitud, se sienten solos, juntos, en armonía. No hacen falta las palabras, aunque sobran: los temas varían completamente y el desmemoriado se sorprende de la fluidez con que puede habla de todas las cosas, mezclando descubrimientos con invenciones, recuerdos con aprendizaje.

Desde la barra, Cupido sonríe con picardía. Con el sentimiento de haber cumplido satisfactoriamente su tarea, se esfuma en el éter.

Mas, aún quedan dos cuestiones: cómo escapar de allí y la recuperación de la identidad de Galán de Barrio. Ambas podrían tener la misma salida. Mirando el crisantemo que adorna la belleza de su compañera, el joven pregunta:

-¿Te gustan las flores?
-Sí, pero me da lástima cortarlas…
-Entonces te voy a regalar la flor más bella que existe, que espero que nunca se corte…

Improvisando, descubre que el bombín contiene más sorpresas de las que esperaba: de allí extrae el obsequio que da razón a su frase anterior: un pequeño espejo de mano.

Al verse reflejada, Ana Behibak comprende el piropo y el Galán aprovecha la oportunidad para besarla.
Es difícil describir con palabras lo que ambos sintieron con el primer contacto de sus labios. La Singularidad, la Tangente que te quita de la Redundancia Cíclica se manifiesta cubriéndolo todo de un halo de Plenitud y todo el universo alrededor se llena de luz al encontrar la seguridad, la confianza, la paz y la armonía en la persona amada.

Cuando vuelven a abrir los ojos, Ana y el Galán se encuentran en un escenario completamente diferente: ante ellos se presentan las puertas de un bar, cuya marquesina reza “Albatros”.

Ya está solucionado el primer problema; aún queda el segundo.

Tomados de la mano, la pareja entra al café y se ubican en una mesa. El Galán se siente algo incómodo al notar las miradas que se posan sobre él:

-No lo puedo creer… ¡Volviste!

El que se acerca a saludar es Valentín Flores, el dueño del recinto. Detrás del mostrador se asoma Julia, su mujer, y por allí corretea también Victoria, la hija de ambos; desde otra mesa, Rocambole y Somosa contemplan estupefactos el regreso de su antiguo compañero, mientras que desde el fondo, whisky en mano junto a la rockola, Santino Conde no puede evitar una sonrisa.

-Yo, no sé qué decir… -El Galán se pone de pie, pero Valentín se le anticipa.
-Bueno, viejo, bienvenido. No puedo creer que seas vos. Tomá, tengo esta carta guardada a tu nombre desde hace quién sabe cuánto tiempo. Creo que acabo de perder una apuesta…

Valentín le pasa al recién llegado el sobre que el Hombre Vinchuca le había dejado a su cuidado, por si alguna vez aquél regresaba. El Galán extrae la carta y lee lo siguiente:

Atrezzos

El Galán de Barrio termina de leer y mira a su compañera:

-No me dijiste tu nombre.
-Soy Ana Behibak, ¿y vos?
-Yo… yo soy K

[FIN]

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Singularidad [6/7]


Ana Behibak camina por inercia llevando un trago en la mano. Es cierto que ese tipo de fiestas habían dejado de parecerle divertidas pero continuaba asistiendo por no tener otro lugar a dónde ir. En realidad, por no buscar.

Ese es el problema de la Redundancia Cíclica: uno se acostumbra a ella. Y luego, como los prisioneros de la caverna platónica, terminan pensando que esa es la única realidad posible y allí se quedan. Cada tanto puede aparecer un liberado a tratar de convencer a los demás, una singularidad que muestre la luz al final del túnel, que obligue a dar vuelta la cabeza y quitarse las cadenas. Pero Ana ha dejado de buscar esa singularidad hace largo tiempo.

Así era cómo había caído en el círculo en el que ahora se encontraba: a base de repeticiones y laberintos donde la única salida era volver al casillero anterior. El acostumbramiento genera cierta comodidad ambigua, como una cama con clavos, que no deja de ser una cama donde descansar. Siempre es más fácil quedarse bajo el refugio apócrifo que salir a buscar verdades. Mas este hábito mediocre termina consumiendo el deseo hasta dejarlo tirado como un fósforo sin vida.

Ana sonríe, por inercia también. Apura su trago y pide que se lo vuelvan a llenar. Algo bueno tienen esas extrañas celebraciones: la bebida nunca se acaba.

Había aceptado, por cansancio, adaptarse al estilo del lugar accediendo a adornar su rostro con un crisantemo sobre la oreja. Pero la flor no le hace competencia a su belleza y no hay pétalo capaz de desafiar la dulzura de sus ojos, que ella bien sabe acompañar con su bondad innata y su fina inteligencia. Sin embargo… sigue siendo el centro de un círculo que sólo ella habita.

Se acerca al escenario, a escuchar por enésima vez el show de turno. No obstante, cuando todo parece ser un nuevo retorno de lo mismo, Ana Behibak cree ver un destello de luz sobre el fondo oscuro, y deja posar su mirada sobre la singular llegada de Eros de la mano de un Mimo.

jueves, 1 de diciembre de 2011

La Tangente [5/7]


El Galán, sorprendido, se saca el sombrero y lo sacude con fuerza: un bebé grande para su edad, con un grueso mostacho y pequeñas alas cae al suelo desde su interior.

-Gracias, chico, me estaba asfixiando ahí dentro.

La criatura extrae un habano de su improvisado pañal y lo enciendo frotando un fósforo contra su trasero.

-De nada, eh, ¿y quién se supone que sos vos? –Pregunta el Galán, mientas se coloca el bombín en la cabeza.
-Oh, perdón por mi falta de modales, soy Eros, para servirte. ¿Y tú?
-¿Eros? Yo soy, según acabo de enterarme, Galán de Barrio.
-Interesante nombre, pero muy largo… veremos cómo podemos acortarlo. También me llamo Cupido, por lo que puedes decirme “Cu”.
-Cu, de acuerdo. ¿Y qué hacías en ese sombrero?
-Es una larga historia… el Jardinero del Kaos me encerró ahí hace mucho tiempo, no me dejaba salir, no sé qué problema tiene conmigo, males del pasado, supongo…
-Claro…
-¿Y dónde se supone que estamos, Galán?
-Bueno, de eso también me enteré hace poco. Según me explicó el Conejo de Pascuas, estamos en la “Redundancia Cíclica” o algo así…
-¡Chévere! ¿Alberto estuvo aquí?
-Sí, ¿lo conocés?
-Claro, nosotros nos conocemos todos… Bueno, yo puedo salir de aquí cuando quiera, el problema va a ser cómo te saco a ti… y dado que tú me liberase, pues te debo una…
-¿Por qué vos podés salir de acá cuando quieras?
-Este… ¿Conoces algo más circular que el amor?

El Galán no sabe qué responder. A esta altura ya no sabe qué sabe y qué ignora, su cabeza da vueltas, como en un círculo… Ahí está la clave.

-Entonces estamos encerrados en un círculo…
-Mira, chico, la mayoría de las personas se encierran en sus propios círculos, si caminas un poco verás que no estás solo en este sitio. La gente se ahoga en sus propias penas, se crea sus realidades y se quedan allí encerradas. Las detestan, pero están cómodos. Siempre es más fácil quejarse que intentar cambiar…
-Creo que entiendo lo que decís. Pero entonces, ¿cómo hago para salir de acá?
-¿Qué hiciste hasta ahora?
-Bueno, desde que estoy encerrado en esta realidad, me dediqué a cazar, y arreglármelas para no pasar frío…
-Comida y abrigo, ¿eh? Satisfacer las necesidades básicas. Eso está bien para sobrevivir, pero no para vivir. Es necesario que hagas algo diferente para salir de aquí, algo que no hayas hecho nunca en tu vida.
-¿Algo nuevo querés decir?
-Exacto, tienes que buscar la Tangente. Ella te sacará del círculo
-¿La Tangente? ¿Y cómo la encuentro?
-Eso sólo tú puedes saberlo, chico. Cada cual descubre su propia Tangente. Ven, te llevaré a otro sitio.
-Creí que no podías sacarme de acá…
-Ah, pero este sitio está dentro de la Redundancia Cíclica. Es una fiesta, te va a gustar.
-No sabía que podía haber fiestas en un lugar tan circular como éste.
-Bueno, es que estas fiestas se han tornado un poco… repetitivas. Siempre se hace lo mismo allí, hasta puedes predecir la música que sonará a continuación o el show que verás. Pero, siendo la primera vez, te gustará. Al menos es algo nuevo.

Eros le da una profunda bocanada a su habano, saboreándolo con tranquilidad. Luego casi se atraganta al notar la pinta de su compañero.

-¡Un momento! No puedo llevarte así, estás en harapos… Y esa facha, demasiado desprolija, déjame ver…

Con la habilidad de un artista, Cupido pule las barbas y rebaja los cabellos del Galán. Le vuelve a colocar el sombrero y lo mira con detenimiento. Luego chasquea los dedos y una remera rayada blanca y negra, pantalones negros y tiradores al tono junto con un par de guantes blancos visten al Galán. Una flor blanca corona su pecho.

-Así está perfecto, chico. Ahora sí, vamos.

Como si lo que hubiera cambiando de lugar fuera el escenario que los rodeaba en lugar de ellos dos, Eros y Galán de Barrio se encuentran de pronto en la fiesta más extraña que jamás había visto este último.

El Galán recorre el lugar con una sonrisa de asombro, sin saber que alguien desde muy cerca lo está observando.