lunes, 28 de diciembre de 2009

El Bar de los Granujas


Tan sólo si existiera una regla superior y trascendente al mundo humano podría calificarse a estos seres de “malos”. Pero, siendo el bien y el mal un invento de los hombres, ¿quién podría juzgar sus actitudes mundanas?

El uno sembraba ilusiones y cosechaba desdichas. Tiraba sus semillas sobre hombres crédulos, padres de familia, trabajadores ahorristas o simples mojigatos de pueblo. Las promesas eran sus espadas y la palabra su cota de malla ante cualquier ataque enemigo. Vendía humos y flores de colores. Y cuando los pétalos se marchitaban ya era muy tarde para explicaciones.

El otro engañaba a mujeres con sus dientes de perlas. Las invitaba a las regiones más bellas, les hablaba de amor, de un futuro deseado y de lunas eternas. Ninguna podía resistirse a su encanto varonil, tenía el toque justo de macho y caballero. La rosas brotaban de su boca cómo cálidas cerezas y anillos de diamante. Cuando se cansaba de ellas, simplemente desaparecía.

El tercero repartía tristezas expandiendo mares de lágrimas. Las saladas se contagiaban y por donde pasaba ennegrecía corazones y enmudecía las risas. Era imposible no sentirse un miserable a su lado y más de un gentil se había quitado la vida luego de una charla con él. Portaba malas nuevas y viejas. Sólo de vez en cuando sonreía.

Uno más había, tal vez el más fiero, que gastaba una pequeña cajita. En ella guardaba el peor de todos lo males: el desaliento. A nadie alegraba y robaba las almas de los héroes de ocasión, de los consagrados, de los ídolos casuales. Si alguien triunfaba no tardaba en caerse de los laureles luego de que él lo soplara. Y si alguien perdía nunca llegaría a ser nadie si él no lo dejaba.

Los cuatro solían reunirse en un bar una vez al año a ahogar sus penas. No eran felices ni pretendían serlo, tan sólo respiraban su humanidad fumando momentos sin gloria.

No se les conoce familia alguna. Mas se dice que sus hijos se multiplican a gran escala, poblando cada vez más este parco mundo.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Inocencia


Ella tenía quince años, una pollera corta y dos piernas que incitaban al pecado. La edad justa, dirían algunos.

Nos conocimos en un parque un día soleado. Yo paseaba con mi familia, divirtiéndome con los niños. Ella caminaba sola, dibujando líneas sinuosas con los pies. Tal vez el reflejo de sus curvas recién florecidas.

Cuando la vi no pude evitar sentirme atraído. La diferencia de edad era importante, pero a mí no me importaba.

No tardamos en establecer una relación amistosa: cada día nos volvíamos a encontrar en el mismo lugar, ya los dos solos, y poco a poco fueron llegando los primeros acercamientos. Ella acariciaba mi cabello, yo me perdía en sus ojos de señorita.

Fuimos compañeros de juegos, de aventuras, los dos contra el mundo. Me contaba sus secretos y yo la miraba con gesto de asombro y alegría. Las risas iluminaban nuestras tardes de verano. Por ese entonces la admiraba como a una diosa griega.

Sin embargo, pronto comencé a darme cuenta de que ella no sentía lo mismo. A mi bailarina de cristal sí le pesaban los años que nos separaban y no veía en mí más que el hermano que nunca tuvo, el confidente, el aliado de las cosquillas en la panza.

Pero nunca una pareja.

Yo le decía que si bien ahora era notoria, la distancia se iba a ir achicando con el correr del tiempo, hasta hacerse imperceptible. Ella hablaba de etapas distintas que no había que quemar, de revoluciones a destiempo tanto físicas como mentales, de acné, situaciones de colegio secundario y otras cosas que yo no entendería.

El final no tardó en llegar.

No obstante, me permitió un regalo de despedida. Un único y suave choque de labios que quedará para siempre guardado en mi corazón. El roce cálido, los pétalos de su boca, su aroma de primavera.

Una inocencia se perdió junto con el sol aquel atardecer. Una infancia devino adultez con sensaciones nuevas en lugares inexplorados. Un alma maduró con la fuerza de un huracán y la desilusión de la vida.

Yo tenía siete años. Y una nena de quince me había hecho sentir el amor, el deseo y el dolor en un solo beso de adiós.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Argumentación en contra del Facebook


“Progreso” es una palabra que puede utilizarse en varios sentidos: desde el Iluminismo, la Revolución Industrial o la canchita de Papi Fútbol donde juego cada domingo, dicho término es víctima de una polisemia nada neutral. La evolución, vista desde un punto de vista darwiniano, podría consistir no en un avance “hacia”, sino en un avance “desde”: no hay una meta, finalidad teleológica hacia la cual el hombre deba dirigirse, sino tan sólo un camino hecho desde un punto de partida.

Sin embargo, en cuanto a comunicación atañe, no estoy seguro de que pueda hablarse de progreso. Si bien hemos mejorado los problemas espacio-temporales de la cantidad (hoy puedo hablar con ustedes y con un chino al mismo tiempo), no obstante hemos perdido la sencillez y solemnidad de la calidad (lamentablemente no se puede compartir un mate, un abrazo o una mirada cálida por Internet).

Habiendo comenzado de lo general a lo particular vayamos, ahora sí, a criticar el concepto en cuestión: uno de los últimos “avances” en el intercambio de momentos, el “facebook”.

Varios argumentos se me ocurren contra esta inhóspita sociedad de fomento virtual. Sólo para darles un orden sucesivo (lenguaje obliga), los nominaré de la siguiente manera:

El argumento semántico:

¿A qué nos referimos realmente cuando hablamos del facebook? Etimológicamente, “face” significa cara, rostro, hacer face en la esquina, para que lo miren a uno. Fingir interés en algo casual sólo para ser admirado por las masas. Ser el Fas Templeton de una brigada de hipócritas o creerse el ombligo del mundo sobre la faz de la Tierra. Por otra parte, “book” proviene de libro, pero no estamos hablando del libro en sí, sino del rostro, la superficie, es decir la tapa del libro. Y bien sabemos que no hay que juzgar a un libro por su tapa, ni a un hombre por su rostro. Por lo tanto, semánticamente el facebook nos convierte en personas prejuiciosas y superficiales, sólo interesadas en lo de afuera, mientras que, como dicen los hacedores de empanadas, “lo que importa es lo de adentro”.

El argumento modal-epistemológico:

¿Es realmente necesaria en sentido filosófico la existencia del facebook? Desde un punto de vista metafísico, si bien es cierto que está a la moda, no creo que el caralibro exista en todos los mundo posibles. Y si con ello queremos decir que existe en todos los mundos posibles donde existe, caeríamos en un tautología que realmente no aporta nada al argumento. De ahí, si el facebook es contingente, debemos tener cuidado con el contingente de gente que generalmente esto acarrea, sobre todo si de personas no necesarias estamos hablando. Por otra parte, desde la visión epistémica: ¿podemos conocer a la gente del facebook? En algunos casos esto resulta fácticamente imposible (por las cuestiones espacio-temporales antes aludidas) y en otros cautamente no recomendable (por los casos de pervertidos que no se dan por aludidos). Por lo tanto, siendo que el facebook en teoría puede ser como no ser pero no se puede conocer, su forma modal queda reducida a un mero azar incognoscible del tipo del agujero de los quesos o los enanos bienhumorados.

El argumento lógico:

Dada la proposición “Todos los que tienen facebook son caretas”, si sabemos que “Si alguien es un careta, entonces no tiene rostro” y dado el principio de no contradicción “No (A y no A)”, conociendo la verdad de las proposiciones y tomándolas como premisas de un silogismo válido obtenemos lo siguiente:

A: Tener facebook
B: Ser careta
C: Tener rostro

1) A → B
2) B → no C
Por lo tanto,
3) A → no C

La conclusión “Si alguien tiene facebook entonces no tiene rostro” es una contradicción analítica, por lo tanto falsa y como de algo falso se puede seguir cualquier cosa, lo mejor, una vez más, será no caer en las garras de tal nefasto invento de la cibernética comunicacional, plagado de caretas, falsedades y rostros que se contradicen con la verdadera identidad de personas sin principios.

El argumento empírico-intuicionista:

Por último, debo reconocer que alguna vez he tratado de hacer la experiencia de poseer un facebook (sólo por la máxima de conocer al enemigo para poder vencerlo), pero me he chocado contra un muro. Y, como la intuición raramente me falla, recomiendo seguir el principio del sentido común que afirma que “más vale blog conocido que facebook por conocer”.

Q.E.D.

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Escribí este texto para un blog llamado Discusiones Bizantinas. Si hacen click en el link pueden leer la argumentación a favor del facebook y votar la que más les guste.