Estoy de acuerdo con eso de que la vida no tiene un sentido preestablecido, que uno mismo debe dárselo. Me gusta pensar que ese sentido es aprender y enseñar, que es tan sólo una forma de dar y recibir, que no son acciones contrarias, si no que sus diferencias no están muy bien delimitadas.
Aprender y enseñar no se restringe al ámbito de los libros, o el sentido clásico de conocimiento. Aprender y enseñar es todo: aprender a amar, aprender a compartir, aprender a perdonar, aprender a convivir… aprender a no cometer siempre los mismos errores… lleva toda una vida. Y, de alguna manera, le da un sentido, una trama a esa serie de episodios inconexos que llamamos nuestra vida.
Sus diferencias no están bien delimitadas, por lo que prefiero hablar de aprender-enseñar así, todo junto, como un único verbo. El aprender-enseñar es básicamente una relación, y como tal, no puede constar de una única parte. Al menos dos relata deben estar en contacto para que el verbo se haga carne y se actualice. Las diversas posiciones “maestro-alumno” son sólo transicionales, intercambiables, indefinibles. ¿No aprende el maestro? ¿No enseña el alumno? Todos somos maestros-alumnos, todos podemos aprender-enseñar, que no es otra cosa que dar-recibir.
Pero para eso necesitamos el contacto con el otro. Entonces, prefiero pensar que el mensaje siempre fue el mismo: lo fundamental es relacionarse con el otro.