miércoles, 24 de junio de 2009

Cambio Gris


Cuando le llegó la carta de despido sintió que se le caía el mundo. No lo sorprendió, después del desastre que había hecho en su oficina, pero aquel lugar era el único en el que había trabajado desde que había terminado el colegio secundario. Esas paredes grises eran su vida, y, aunque las odiaba, no podía imaginar sus días libres fuera de ellas.

Somosa guardó sus escasas pertenencias en una caja de cartón: un lapicero vacío, dos portarretratos con fotos recortadas de revistas, una carpeta sucia llena de hojas amarillentas y la vieja Remington que tras el golpe había perdido medio alfabeto. Tiró todo en el tacho de basura más cercano.

Avanzaba con las manos en los bolsillos de su raído traje gris. Pasó por la esquina del Albatros, pero no se dobló en sus ventanas: sólo tenía ganas de caminar sin hablar con nadie.

Somosa sabía que había vivido todas sus vueltas al sol esperando. Esperando su primer día de clases, su primer beso, su primer trabajo, su primer amor. Esperando cosas que nunca sucedieron. “Persevera y perseverarás”, había escuchado alguna vez al pasar.

Por un instante, casi sin darse cuenta, coqueteó mentalmente con las más románticas formas de suicidio. Cortarse las venas en una bañadera le parecía la mejor: la muerte lenta, tibia, en paz. Odiaba la violencia. Tampoco le hacia gracia el dolor de estómago que la ingesta desmesurada de pastillas podría llegarle a causar antes de que la parca lo pasara a buscar. Se sorprendió al planear con detalle, al punto de vacilar entre el Canon & Gigue for Strings de Pachelbel o el Adiós Nonino de Piazzolla sonando en su acuático lecho de muerte.

Había esperado llamadas que no llegaron, oportunidades que se fueron y malgastado bravura en romper el lugar antes que en tomar en teléfono por su cuenta.

Somosa se detuvo en seco y de pronto su transcurrir en pasado se hizo presente: Somosa mira y piensa. Palpa el generoso cheque que la empresa gris le dio a cambio de echarlo de patitas a la calle y apunta con la mirada hacia el horizonte. No muy lejos divisa el banco y se alegra al notar que aún no son las tres de la tarde.

Somosa tiene planes improvisados: cobrar, compararse un traje nuevo y caminar hacia la agencia de viajes.

viernes, 19 de junio de 2009

Surrealismo y mi idealismo


Ella me dice cosas que no entiendo. No sé, me parece que es medio surrealista. Un día, por ejemplo, nos encontrábamos tomando un café sin cafeína (de ahí el principio de su locura) y, mientras miraba la paloma de Picasso que colgaba de la pared, me dice: “creo que deberíamos hacerlo en el auto”. ¿Qué tiene que ver? Me pregunto yo. ¿A qué se refería? ¿Pintar una paloma en el auto? Nah… ella estaba hablando de sexo, eso es seguro, pero… ¿por qué piensa en sexo mientras mira un Picasso??? ¿Es que acaso yo le parezco un Picasso? ¿Tan deforme soy? No, supongo que lo diría por la libertad que tienen las palomas; o por que se pueden transportar por el aire, como los autos… que lo hacen por la tierra. “¿Y en la tierra?”, le respondo. “¿En la tierra? ¡No, me ensucio toda!”. ¡Ja, como si el sexo no fuera algo sucio! (pienso yo, pero no se lo digo). En lugar de hablar me quedo mirándola a los ojos, con una de esas miradas mías que dicen todo. La miro, me mira. Me acerco para besarla pero ella exclama “¡Tenés una pestaña en el ojo!”. Obvio que tengo una pestaña, ¡tengo miles de pestañas! Y como me enseñó la lógica, el que tiene mil de algo, también tiene uno… Una vez más callo, por que yo sólo puedo callar una vez, pero cada vez que lo hago siempre es una. Entonces ella estira sus dedos… “¡Una caricia!”, pienso. Pero no, ahí nomás va y me saca la pestaña. “Pidamos un deseo”, me dice. “No puedo”, le contesto, “una vez deseé no tener que pedir más deseos”. “Dale, por favor”, me responde con esos ojos tan suyos, ¡cómo negarme! “Bueno, está bien”. Juntamos nuestros pulgares, mientras yo, debatiéndome interiormente si estaré rompiendo mi deseo anterior, deseo que se cumpla su deseo. Gané, la pestaña se quedó en mi dedo. Ella sonríe y, como perdió, cree que puede contarme qué había pedido sin peligro alguno. De sus rojos labios emanan las siguientes palabras: “yo había deseado que se cumpla tu deseo”. ¡Dios, el Apocalipsis ahora! ¿Qué deseo se cumpliría entonces? Siempre me pregunté si el que pierde en ese estúpido juego no puede cumplir JAMÁS su deseo. Porque si es así, yo deseé que se cumpla su deseo, y gané. Pero su deseo era que se cumpla el mío, entonces se va a cumplir mi deseo. Pero como ella perdió, su deseo no se va a cumplir ¡Por lo tanto tampoco el mío! ¡Ay, maldito juego! ¿Por qué no habré deseado hacerlo en el auto? O en la tierra, qué se yo…

----------------------

Publicado originalmente en la revista Mitin (2005)

sábado, 13 de junio de 2009

Lamentango


Dentro del ciclo que había dado en llamar “Poesías subcutáneas” (al cual pertenecía el ya clásico Poema matemático) solía leer también, acompañado por las mágicas cuerdas del Rulo, el siguiente conjunto de estrofas.

La presentación del mismo comenzaba más o menos así:

A continuación voy a recitar un tango que he escrito en un momento triste de mi vida, en tiempos de soledad y abandono. Les pido por favor que presten mucha atención a la letra, ya que no tiene música, y si no escuchan la letra no van a escuchar nada:


Lamentango

Tratando de olvidarte
Por esta carretera
Llevando el alma afuera
En una procesión
Tomándolo con calma
Con mucho sacrificio
Haciendo un desperdicio
De este pobre corazón

Te fuiste en una tarde
De aspecto musical
Mientras por el ramal
Llegaba la tristeza
Mi cuerpo se deshace
Mis ojos ya no miran
Todas las armas tiran
Balas a mi cabeza

¿Por qué huiste así
Y me dejaste mal parado
En el medio de aquel prado
Entre tanta soledad?
Sólo queda una sombra
Casi apenas un recuerdo
Hoy los labios yo me muerdo
Tratando de aguantar
Todas las ganas locas
De gritar tu nombre al viento
Vos sabés que no te miento
Digo siempre la verdad


Ya no encuentro el camino
Que me lleve a mi vida
Y siento una despedida
Eterna en el corazón
Te arrancaste de mi lado
Me quitaste de tu mundo
Ya no hay luz ni rumbo
Llanto, fuego ni pasión

Y ahora que estoy solo
Ya no quiero la agonía
Sólo queda la alegría
Que siempre supe encontrar
En la mano de un amigo
En los ojos de los niños
Ya no quiero tus cariños
¡Mi Ovejero Alemán!



[Archivo 2006]

domingo, 7 de junio de 2009

La vacuna del amor


Son las dos de la madrugada. K apura el segundo café y vuelve a mirar la pantalla de su vieja notebook. Para variar, llueve. Las ventanas del Albatros continúan empañadas, llorando gotas gordas que caen lentamente.

Valentín Flores, el dueño del bar, es un buen amigo y no tiene problemas con el reloj. Más de una vez se ha quedado con el escritor hasta la hora más fría jugando al truco o a la generala.

K suspira y comienza a bailar con los dedos sobre el teclado:

“Científicos de los grandes países primermundistas y, por qué no, algún que otro bananero, han descubierto la importancia de las hormonas en nuestro organismo y su influencia en los estados de ánimo. Bajo una política reduccionista, podemos afirmar que todo en este mundo se reduce a la química: no somos más que compuestos de átomos con sus partes y relaciones entre los periódicos elementos.

Si uno está depresivo, basta con tomar el combinado indicado que, mezclado con aquellos otros que conforman nuestro sistema nervioso, provoquen en nuestro ser el estado anímico deseado.

Y no sólo los fármacos tienen este efecto: ahora mismo, mientras destilo estas letras, estoy bebiendo cafeína para no perder la concentración ni caer dormido. Otro ejemplo es el chocolate, del cual se dice que funciona de manera especial en nuestro cerebro, dando satisfacciones más allá de las puramente placenteras al paladar o alimenticias.”

K detiene el zapateo de sus yemas. Experimenta un fuerte deseo de comer chocolate. Por un segundo se lamenta de que aquel lugar sea un bar y no un kiosco o una estación de servicio.

“Por otra parte, estos valiosos investigadores han descubierto también algo que, si no revoluciona al mundo, éste carece totalmente de sentido: el amor, el sentimiento más grande que existe, aquel de apariencia supralunar que nos hace uno con los dioses, también, como todo el resto de las cosas sensibles, no sería más que un efecto químico.

Millones de páginas y bits se han escrito sobre este sustantivo abstracto de índole suprema. Se lo ha comparado con la divinidad, con el sentido de la vida, o con la energía sublime que pone en movimiento al cosmos. Sin embargo, para dolor de los poetas, sólo se trata de una combinación más de Carbono, Litio, o quién sabe qué otro cuadradito de color con un numerito a su diestra. Como si la muerte de tantos Romeos y Julietas no valiera más que una pizca de butanol.

Mas, a no desesperar: hay que ver lo bueno que se extrae de este análisis. Si se descubriera la fórmula exacta, podría crearse la muestra pura que convertiría a cualquier infeliz en dichoso, que salvaría tantas causas perdidas y mantendría el lazo que por lo común se separa antes de que la muerte haga lo suyo. Como los alquimistas del siglo XXI, los nuevos Shakeaspeares de la probeta sólo tendrían que pinchar con aguja y jeringa a los grises humanos para otorgarles el color del sentimiento anhelado. Una simple aplicación provocaría que el sujeto en cuestión experimentara la misma sensación que uno siente cuando está enamorado. Los tratamientos podrían hacerse en pareja, y si esto no traería la felicidad al mundo, aquella sería aún más inalcanzable que el horizonte.

Lo único que espero es que, llegado el día de su anunciación, no le pongan al compuesto un nombre tan patético como La vacuna del amor”.

martes, 2 de junio de 2009

Algunas referencias sobre Santino Conde


Porta el cigarrillo a medio consumir, ladeado sobre su boca izquierda. Eso le da un aire de intelectual comedido facineroso, con ciertos tintes anarquistas.

Siempre viste colores pardos y no le importa no estar a la moda. Sonríe con delicadeza y en contadas ocasiones, al salir el sol, por ejemplo, o cuando alguien hace un chiste de mal gusto.

Si habla con una mujer muestra una sexualidad muy fuerte: se acerca a ella más de lo debido, dando la sensación de estar rozándole el miembro sobre la cara a medida que pronuncia cada palabra.

Odia la comida china. Prefiere una buena parillada o una lasagna. Cuando pide pizza es el primero en sacarle el cosito tríptico de plástico del medio y chuparle cada una de sus patitas. Sin embargo, deja todas las aceitunas.

Se baña todos los días, aun si hace frío. En caso contrario, su pelo se convierte en una maraña de grasa despeinada, aunque varonil. En situaciones extremas ha llegado a bañarse dos veces en un mismo día.

En las fiestas siempre pide el centro de la torta o la porción del postre que trae la frutilla. Es egocéntrico y no lo niega: sabe que le gusta llamar la atención.

Solía ser celoso, pero lo superó rápidamente. Le cuesta ser feliz o sufrir por los demás. Compartir es un verbo que pese a las enseñanzas del jardín recién ahora está aprendiendo a aplicar.

Tiene poca tolerancia ante las faltas de ortografía ajenas. Pero reconoce que a veces duda antes de escribir alguna palabra. Culpa al Word de su escasez de memoria.

Odia los conflictos y trata de evitarlos. Suele memorizar todo lo que le va a decir a alguien antes de tener una conversación seria. Mas siempre termina diciendo menos de la mitad de lo que había planeado.

Pese a todo, ha cambiado mucho en estos últimos años. Crecer es un verbo apasionante en todos sus sentidos.