sábado, 28 de junio de 2008

Charlas negras




- Para mí un café con leche con medialunas, ¿vos?
-Un cortado, en jarrito.
-¡Siempre el mismo vos! ¡Se gaisssssssssssssta!
-Che, ¿la moza esta es nueva?
- No sé, ¿está buena, no?
- Sí, medio rellenita, pero se le da.
- Tranquilo.
- Contento…
- Ja, últimamente se regala el contento.
- ¿Tus cosas bien?
- Y, acá, qué sé yo… el laburo, la facu, lo de siempre…
- Uf, no me hablés de laburo.
- ¿No te sale nada aún?
- El otro día fui a una entrevista, para cadete, lo de siempre…
-¿Y?
- Nada, quedaron en llamarme.
- Ya fue.
- Opa, mirá esa… terrible.
- Sí sí…
- ¿Y vos con la mina esa con la que andabas?
- Nada, nos vemos… pero no pasa de ahí.
Che, ¡pero mirá esas dos!
- ¡A la madre y a la hija!
- Obvio, queda todo en familia. ¿Y vos qué onda?
- ¿Con qué?
- Con tu chica.
- Bien, parece que va la cosa.
- Bueno, genial. Ojalá se dé.
- Sí…Che, sí, está buena la moza.
- Es que todas las mozas tienen un plus, ¿viste? Tienen eso de que son mozas…
- Si, eso del delantalcito, ¿y viste cómo miran?
- Sí, pasa que te miran porque están laburando, para ver si necesitás algo…
- Claro, como las minas de Mc Donald, siempre tan sonrientes.
-A mí me encanta cuando estoy borracho, al final de la salida, pasar por Mc y llamar a las minas por su nombre, tipo “¿Paulita me das un tostado?”, viste que lo tienen escrito en la camisa.
- Vos le mirás las tetas…
- No, ¡si son una peor que la otra!
- Igual las minas, no sé, no las entiendo a veces…
- No, yo tampoco. Una vez le dije a una que los hombres tendríamos que poner huevos…
- ¿Qué?
- Claro, para reproducirnos… sin sexo entre nosotros, obvio. Ponemos un huevo y listo. Y las minas no existen.
- ¡Tas en pedo vos! ¿Qué harías vos sin las minas?
- Bueno, por ahora me las vengo arreglando bien solo.
- ¿Cuánto hace que no la ponés?
- Y, un tiempito…
- ¿Cuánto?
- Seis meses…
- ¡No, boludo! ¡Ya debés tener queso en las bolas! ¡Se te van a hacer cubitos Knorr y no te los vas a poder sacar!
- Y bueno… pero mirá qué buena está esa.
- Me caso.
- ¿Y la amiguita? Jaja.
-Mmm… contento.
-Últimamente se regala el contento…

domingo, 8 de junio de 2008

Lágrimas sublunares


Y otra vez debemos sufrir ese derrame climático sobre nuestras achicharradas cabezas cónicas. Sus gotas, cayendo de a una a la vez (ya que, aunque no lo queramos aceptar, también ocupan un lugar en el espacio), y a cierta distancia unas de otras (o seríamos aplastados por un mar adyacente), se nos clavan como finas espadas de cloroformo en nuestro cuerpo, disparadas desde grandes nubes de algodón.

La ropa nos pesa y se nos pega, haciéndonos sentir como si hubiésemos nadado en un oneroso plato relleno de cabellos de ángeles (¡Oh, cuántos recuerdos me trae!). Claro que ésta es una de las principales causas de nuestro odio hacia aquel retórico mineral cuando se le da por suicidarse arrojándose al vacío, arruinándonos la parrillada. ¿Se imaginan, mis queridillos y expectantes lectores, qué bello sería si, cuando al cielo se le da por largar sus estornudos de luz (acompañantes inevitables de la susodicha caída), nos encontrásemos completamente libres de prendas? La libertad y la humedad serían absolutas, pero irían de la mano, reconciliadas de una vez. Ya no nos molestaría tanto salir a caminar bajo aquel derrumbamiento acuático, es más, hasta creo que nos gustaría.

Pero al estar obligados por nosotros mismos (y, en ocasiones, también por un señor llamado “frío”) a utilizar tantas prendas y papeles, no podemos disfrutar como deberíamos del pulcro efecto meteorológico, obligándonos a quedarnos encerrados en nuestros hogares, o a enfrentar la realidad exterior, a costa de convertirnos en una gran pelota de papel maché.

Resulta difícil pensar que esto sea cierto, pero fácilmente podemos comprobar que mi teoría no está tan errada, cuando descubrimos el placer que nos produce la exposición cotidiana al evento ocurrido bajo el grifo cuando tomamos nuestro baño matutino (o, en su defecto, vespertino). Claro que se me podrá objetar que las moléculas compuestas de hidrógeno y oxígeno obtenidas de aquel metal poseen una cualidad que no presenta la ducha divina: están calientes. Es cierto, pero jugando una vez más con los opuestos podemos ver cómo una exposición a alta temperatura es tan magnífica en invierno, como su contraria lo es en verano, momento en el año ideal para salir a gozar de la maravillosa cascada colada enviada desde el cenit.

No es que en estos momentos me haya convertido en un defensor de este fenómeno (al cual aborrecí desde siempre), simplemente quiero marcar cuán diferente sería su interpretación si pudiéramos sentirlo directamente sobre la piel.

Por lo demás, siempre he preferido la presencia del astro radiante abrazándonos con su luz y calor desde el centro del firmamento (centro desde nuestro punto de vista, ya que, siendo el universo infinito, no podría tenerlo). Esta segunda ocasión celeste nos permite ampliamente realizar muchas más (por no decir todas) actividades al aire absuelto, desde correr disfrazados de mariposas hasta jugar al ya clásico “atrape al cerdo enjabonado”.

Sin embargo, como ya nos han repetido hasta el cansancio los desertores defensores del llanto estelar que “es necesario para el ecosistema que este proceso ocurra”, debemos darle su inmerecido grado de importancia.

De todos modos, yo sigo autodenominándome como persona hostil a cualquier manifestación de dicho suceso.

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Nota:

Este texto corresponde al capítulo XXIV del libro del Dr. Henry Töpf La totalidad del ser: economía y agresividad.

[Archivo 2003]