jueves, 23 de diciembre de 2010

Punto de vista


Linfo descansaba de su guardia. En los últimos días había tenido que intervenir en varias defensas y se encontraba agotado.

Baso pasó cerca, algo apurado. Pero al ver su compañero se detuvo:

-¿Qué hacés acá, descansando? ¿No te enteraste de que hay problemas en el Sistema Central?

-Que vayan los Rojos, yo ya tuve demasiado.

-Sabés muy bien que ese no es su trabajo, sino el nuestro. ¡Vamos, soldado!

-Esperá, Baso. Sentate un rato, me gustaría hablar con alguien. ¿Sabés? Estuve pensando…

-¡¿Pensando?! Eso no nos corresponde a nosotros, ¡nuestro lugar está en la Defensa!

-Nuestro lugar… ¿Nunca pensaste en que tal vez nosotros seamos algo más que simples guardianes?

Baso contempló absorto a su amigo. Éste sintió que debía continuar con su reflexión:

-¿Cuánto vivimos? ¿Días, meses, años? Tiene que haber algo más, otra cosa que podamos hacer.

-Linfo, ya sabés lo que enseña el Protocolo: cada cual tiene función, y la nuestra es…

-Ya lo sé, ya lo sé. Pero, tanta clasificación, ¿no te parece arbitraria?

-¿Qué querés decir?

-Tanta diferenciación entre nosotros, distintas castas, discriminación por color, tamaño, forma… No sé, a veces siento como que todos somos parte de lo mismo.

-Bueno, en cierto sentido es así, ya que todos trabajamos en favor en un bien común…

-¿La paz? ¿La armonía? ¿Es status quo? No, Baso, no. Yo hablo de otra cosa, va más allá de una simple comunidad. Yo creo que todos formamos parte de un mismo Todo, ¿entendés?

Baso volvió a contemplar largo rato a su colega, temiendo por su salud mental.

-¿Un Todo?

-Una Unidad, de la cual todos seamos parte. Donde cada uno cumpla su función, sin perder su individualidad, pero sin privilegiar el fin propio frente al de la Totalidad.

-¿Y ese Todo sería un ser vivo, como nosotros?

-No lo sé… ¿Suena absurdo, verdad?

-La verdad que sí.

-Tenés razón, basta de pensamientos sin sentido, que nosotros no estamos para eso. ¿Hay problemas en el Sistema Central? ¡Vamos a defenderlo!

-Así se habla, compañero. No quisiera pensar qué pasaría si los Hostiles llegaran a tomarlo.

Linfo y Baso murieron en esa misma batalla, sin saber que eran lo que unos seres relativamente superiores a ellos, los humanos, llamaban Glóbulos Blancos

viernes, 10 de diciembre de 2010

Contrafácticos y subjuntivos


¿Y se te dijera que la vida no tiene un sentido dado, que la verdad es sólo un concepto lingüístico no aplicable a la realidad? ¿Si te hubiera dicho en aquel entonces que los valores en los que creés en realidad no son más que humanos (demasiado humanos)? ¿Si te hubiera contado que Dios ha muerto, que el fundamento cayó, que la autoridad resultó ser sólo máscara de máscara sin rostro detrás? Si te dijera que las Tablas han sido rotas, que los padres han caducado, que el oro en realidad no era más que papel abrillantado… Si hubiera hablado aquella vez, diciéndote que no hay ley trascendente, que el hombre es quien crea y por lo tanto quien es capaz de destruir, ¿qué habrías hecho? ¿Habrías comprendido que la destrucción de lo viejo no era más que barrer el terreno para la construcción de lo nuevo? ¿Habrías entendido que si el vivir no tiene un significado previo, que si la existencia precede a la esencia es porque estamos condenados a ser libres? Si te lo hubiera dicho, ¿habrías reconocido que el hecho de que la responsabilidad de cambiar nuestra situación sea exclusivamente nuestra es algo positivo? Si te hablara de un camello, un león y un niño, ¿sabrías que las transformaciones no son más que el cambio metafórico pero necesario hacia lo vital? ¿Aprehenderías que la única norma válida es la de superarse a sí mismo, contribuyendo de esa manera a la definición de ser humano? ¿Que si la existencia no tiene razón, es porque nos corresponde a nosotros dársela? Si te lo hubiera dicho todo desde un principio, ¿estarías aún conmigo? No puedo saberlo, no hay tabla de verdad para este tipo de condicionales.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Cristales rotos


Hombre sentado en banco de plaza. Noche. La luz del farol ilumina su sombrero. Pasa distraídamente las hojas de un libro. Un segundo sujeto entra en escena y se sienta a su lado.

-Linda noche para leer.
-Lo sería si pudiera concentrarme.
-¿Qué sucede?
-Mis personalidades, no puedo con ellas. Se desdoblan como ramas genealógicas. Si tan sólo pudiera… usted me entenderá.
-Los cristales rotos…
-Espejos… espejos que reflejan cada gama de mi ser. Allí están las penurias del hombre solitario, la felicidad del imbécil, la soberbia del genio y la paz del ignorante. No logro controlarlas: todas juntas beben un café.
-Entiendo perfectamente. Cuando se pierde la armonía cualquiera cree estar en Babia.
-Es que no es de equilibrio de lo que hablo, sino de madurez. Iniquidades malgastadas en pleitos sin sentido. Uno se siente como un miserable partido en dos. He leído los Cinco Libros Canónicos Chinos, La Biblia, el Corán, el Bhagavad Gita, la Torá. Hasta el Libro Tibetano de los Muertos, y en ninguno encontré más que falacias. Dice Pablo en la Carta a los Efesios: “Así deben también los maridos amar a sus esposas como aman a sus propios cuerpos: amar a la esposa es amarse a sí mismo”, pero, ¿ha visto usted algo más egoísta que el amor?
-Prosiga.
-Se lee en el Corán: “Quienes deseen que se extienda entre los creyentes, tendrán un castigo doloroso en la vida de acá y en la otra. Dios sabe, mientras que vosotros no sabéis”. ¿Acaso la ignorancia misma no causa dolor? ¿Y qué me dice de esta frase del Chu-King: “No ataquéis al enemigo más de cuatro, cinco, seis o siete veces sin deteneros y formar de nuevo vuestras filas. ¡Ánimo, bravos guerreros!”. Como si la venganza no fuera un plato que siempre cae pesado.
-Entiendo el punto, pero no crea que…
-¡Es más! ¿No está escrito en el Bardo Thodol “Los que cazan a los espíritus santificados y se apoderan de las Sombras de los muertos; los que devoran la carne cruda y se hartan de podredumbre, mientras sus ojos espían, para que nada en la Tierra escape a su vigilancia…”?, como si la muerte fuera el final de las cosas. Ya lo dice el Bhagavad Gita: “Tú te has perturbado y confundido al ver este horrible aspecto mío. Que ahora se acabe. Devoto Mío, queda libre de nuevo de toda perturbación. Con la mente tranquila puedes ver ahora la forma que deseas”. Nada es definitivo, todo cambia.
-Dígamelo a mí, que soy pura espuma.
-Ni siquiera en el Antiguo Testamento encontré una salida: “Y cuando se vean oprimidos y pidan socorro a Yavé, éste les mandará un salvador que los defenderá y los libertará”. Pero la libertad, amigo mío, me suena más a condena que a utopía… Mas, ¡un momento! ¿No será usted mi libertador?
-Eso he tratado de decirle, estimado: yo soy usted.
-Perdón, no lo había reconocido. ¿Acaso viene del futuro? ¿O del pasado? No, si es así lo recodaría, ¿verdad?
-La verdad no se encuentra en ningún libro, no malgaste su tiempo. Viva, libere su imaginación, duerma, coma y beba, no hay más.
-Pero, ¿no dijo que usted era yo?
-Metafóricamente. Los cristales rotos del infinito provocado por la unión de dos espejos, las extremidades acéfalas de una sola célula multiplicada y dividida. El yo es la mentira metafísica moderna que olvida el origen único y la única verdad: todos somos todo y la felicidad no es más que el nombre humano que le damos a armonía, el tiempo el modo limitado de entender la eternidad, la individualidad una etiqueta específica que se suma a los universales. Que tenga buenas noches.

Mutis por el foro. El hombre sentado vuelve a abrir su libro y continúa leyendo. Por el horizonte asoma el sol, dando muerte a las sombras con su espada de fuego.
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Nuevo Testamento: Efesios 5, 28
Corán: Sura 24, 19.
Chu-King: Capítulo II, 8.
Bardo Thodol: capítulo CXLIX, Décimo Iat.
Bhagavad Gita: Capítulo 11, texto 49.
Antiguo Testamento: Isaías 19, 20.

[Citas abiertas al azar]
Felices 200 entradas

domingo, 5 de septiembre de 2010

Quanto


No alcanza una vida para leer todos los libros, recorrer todos los paisajes, conocer a todas las personas, comprarse todas las cosas, probar todos los sabores, oler todos los aromas, acariciar todas las pieles, escuchar todos los sonidos, ver todas las películas, bailar todos los ritmos, cantar todas las canciones, ayudar a todos los necesitados…

Sobra una vida para leer un buen libro, recorrer un bello paisaje, conocer realmente a una persona, comprarse un regalo, probar un sabor nuevo, oler una flor, acariciar a un bebé, escuchar una serena melodía, ver una película con final feliz, bailar libremente como si nada importara, cantar uniendo la voz al viento, ayudar, al menos, a otro ser humano…

jueves, 26 de agosto de 2010

Profecía autorrealizadora


Un día a un joven aburrido se le ocurrió una de esas típicas preguntas “¿Qué harías si el mundo se terminara en 7 días?”. Como quería compartirla y saber la opinión de la gente, quiso subirla a su página de internet. Sin embargo, pensó que los resultados serían más verosímiles si el juicio no era hipotético sino categórico, así que, abusando de sus conocimientos tecnológicos, se las arregló para filtrar la noticia en cuanto medio virtual le fue posible: “EL MUNDO SE TERMINA EN 7 DÍAS”.

Viendo que su obra fue buena, se echó a descansar.

El primer día todo siguió igual: nadie pareció darle importancia a la noticia, relegándola a una broma más. El segundo día, el fluir de la información había llevado su profecía a la radio y televisión, logrando que cada vez más personas se enteraran de lo anunciado.

Hacia el tercer día comenzó a notar los primeros cambios: parecía que una especie de miedo no declarado estaba expandiéndose por la población. Mas los efectos de este temor a que la predicción fuera cierta no parecían negativos, sino que las personas habían comenzado a salir más, a visitar a sus amigos, a caminar de la mano; las plazas se fueron llenando de parejitas que se besaban o de locos solitarios apurados para terminar el libro que estaban leyendo.

El cuarto día se habían vendido el triple de entradas a cines y teatros y los restaurantes no daban abasto. Claro que los empleados, sin confesarlo, también sospechaban que el mundo podía acabarse pronto y, por supuesto, ellos también quisieron salir a disfrutar. Entonces ya no quedaron mozos, cocineros, acomodadores ni personal boletería que atendiera las grandes cantidades de clientes.

El quinto día ya nadie fue a trabajar. Los niños querían dormir hasta tarde aprovechando que no había clases, pero sus padres los levantaron para pasar el día juntos en algún lugar tranquilo. Pero muy lejos no pudieron llegar, ya que el combustible escaseaba en las estaciones de servicio y no había nadie que lo reponga. Tampoco circulaban medios de transporte y así más de uno partió de su hogar, pero no pudo regresar. Los negocios tampoco abrieron pero fueron abiertos a la fuerza por los saqueadores desesperados que querían disfrutar de una última cena.

El sexto día ninguna ley del hombre fue respetada. Los juicios habían sido suspendidos, los presos liberados, los enfermos dados de alta y los locos sin medicación fueron los primeros en descubrir la magia de los colores de un arco iris. La fe traspasó las paredes de las iglesias vacías y se instaló en los corazones de cada ser viviente. Los científicos intentaron tranquilizar a la gente negando lo afirmado, ¿pero quién iba a hacerle caso a la ciencia cuando el corazón palpitaba para otro lado? Los hombres se conectaron con la naturaleza, con su propia calidad de humanos y padres e hijos de familias rotas se abrazaron unidos sin importar que no fuera fin de semana. Cada persona se acercó cuanto pudo a sus seres queridos, y al que no le fue posible por la distancia intentó buscar las pocas líneas telefónicas que aún funcionaban o escribió cartas tan solo por descarga, aún sabiendo que jamás iban a ser leídas ni enviadas. Las palabras “perdón” y “gracias” fueron repetidas de manera incesante. Las risas y los llantos se intercambiaban como parejas en un vals mientras que un abrazo eterno coronó el encuentro en una noche donde nadie durmió.

El séptimo día despuntó soleado y calmo. La Tierra siguió rotando hacia el Este y todo se mantuvo en su lugar. No hubo terremotos, inundaciones, ni llovieron langostas o bolas de fuego. Sin embargo, el mundo tal cual había sido conocido, había terminado. Una nueva era comenzó, sin manzanas ni serpientes, pero con una fuerte necesidad de reconstruir lazos.

lunes, 2 de agosto de 2010

Falacia socrática


Una tarde volvía Sócrates de hablar en el Ágora, cuando se encontró en el camino con Gimnón, quien lo increpó:

-Bonito día para intercambiar palabras, ¿verdad Sócrates?
-Así es Gimnón, hijo de Meteodoro, de hacer eso vuelvo justamente y ahora tenía planeado echarme a descansar.
-Pero dime, amigo mío, ¿qué es eso que hacen ustedes los filósofos?
-Oh, no sé si podría decirte qué hacen los filósofos, sólo puedo hablar sobre lo que yo sé hacer.
-¿Y qué es lo que haces tú, oh maestro?
-Nada de eso, pues, Gimnón, que si yo fuera maestro me la pasaría dando clases, como los cursos de 20 dracmas que ofrecen Sofón y Gargios, por ponerlos de ejemplo.
-¿Acaso tú no practicas y enseñas la sabiduría?
-Ya quisiera hacerlo, pero la verdad es que yo sólo sé que no sé nada.
-Me has defraudado, querido Sócrates, yo creí que hablaba con un hombre sabio…

Gimnón estaba a punto de continuar su camino. Sin embargo sus palabras habían hecho eco en el corazón de Sócrates, quien, decidido a darle una lección, lo detuvo y le dijo:

-Dime, Gimnón, ¿qué es lo que hacés?
-Bueno, Sócrates, es por todos sabido que me dedico al arte de la gimnástica.
-¿Y eres bueno en eso?
-¡Por Zeus que soy el mejor!
-Y eso que tú haces, la gimnástica, ¿es algo fácil o algo difícil?
-Difícil, por cierto.
-¿Es algo que no todos pueden hacerlo?
-Claro que no, requiere de mucho entrenamiento y sólo unos pocos somos capaces de resistir las duras prácticas.
-O sea que es algo difícil que no todos pueden hacer.
-Tú los has dicho.
-Y que requiere mucho entrenamiento.
-Claro que sí.
-Es decir que una persona no entrenada no podría hacerlo.
-¡Claro que no, Sócrates! A menos que se tratara de un dios.
-Bien, mi querido Gimnón, te aseguro que yo puedo hacer algo más difícil de lo que tú haces.
-Eso quisiera verlo.
-Y lo verás. Pero antes contéstame lo siguiente: ¿No es difícil la tarea del conductor de carros al guiar los caballos?
-Bueno, es verdad que requiere cierto entrenamiento también, aunque no tanto como la gimnástica.
-Bien, pero me concederás que sería más difícil si intentara conducir los caballos dándoles la espalda.
-Así parece.
-¿Y no le sería más difícil al artesano encargado de hacer vestidos si intentara manejar la lanzadera dado vuelta?
-Claro que lo sería, Sócrates.
-Y, contéstame Gimnón, si acaso no sería mucho más complicado para el herrero forjar las armaduras con el mango del martillo en lugar de con la maza.
- Lo sería, por cierto.
-Entonces, hijo de Meteodoro, acordarás conmigo en que hacer una cosa al revés de como normalmente se hace es más difícil que hacerlo de la manera usual.
-Eso parece, Sócrates, aunque no veo a dónde quieres llegar.
-Y lo es tanto para el conductor de carros, como para aquel que trabaja con telas y para el herrero, oficios muy distantes entre sí.
-Bueno, sí, así es.
-Y por lo tanto lo será también, por ejemplo, para el gimnasta.
-Seguramente.
-Pues bien, dime Gimnón, ¿tú sabes hacer la vertical?
-¡Claro que sí!
-Bien, mira y he aquí tu prueba: yo puedo hacerla al revés.

Y Sócrates extendió ambos brazos hacia el cielo.

domingo, 25 de julio de 2010

Crónicas de Eutravia. Hoy: Sobre su Gobierno y Administración


El gobierno de ningún país es fácil, y mucho menos el de uno con las características de Eutravia. Su administración estaba regida por una dictadura. Y el mariscal Von Ito, como todo buen dictador, se había colocado a sí mismo en el poder, justo el mismo día en el que comenzó su dictamen (el pueblo había hecho lo mismo años atrás, cuando proclamó la democracia, luego de que el rey abdicara al trono de una monarquía que él mismo había comenzado, ya que, quien tiene el gobierno, es quien manda).

Pese a lo que cualquiera pudiera llegar a pensar, no es fácil ser un dictador. Hay muchas decisiones que tomar (en realidad, todas). Los mandatos de Von Ito no sólo afectaban a la política y la economía vernácula, sino también a la justicia, la cultura, la natalidad, el clima, la vialidad, la flora, la fauna y demás cosas importantes que un país debe tener en cuenta.

Perfeccionista al límite, Von Ito pretendía regular cada ciclo como si de una maquinaria de relojería se tratara. No importaba si era social o natural, todo cambio debía ser esperado, anticipado, soportado y archivado. Por ejemplo, por un decreto de necesidad y urgencia toda mujer debía menstruar el día 15 de cada mes. Si para esa fecha no había bajado su fluido carmesí, era inmediatamente considera “embarazada”. Cuando finalmente el asunto concurría, se lo catalogaba como un “embarazo perdido” y problema solucionado. Demás está decir que Eutravia es el país con mayor tasa de embarazos perdidos del mundo.

En cuanto al tiempo, la cosa era clara: si hacía frío era invierno y si hacía calor era verano. Von Into creía que era una “innecesaria duplicación de la realidad” tener dos nombres para el clima templado, así es que si estaba más o menos lindo era “primaño”, híbrido de primavera y otoño (aunque algunos preferían llamarla “otovera”). Las estaciones en Eutravia se sucedían de forma aleatoria, haciendo un poco menos advertible la sensación de circular repetición del tiempo. El problema era cuando uno quería tomarse sus merecidas vacaciones de verano, ya que nunca sabía si duraban dos días o sesenta.

La división diaria era sencilla: si había luz era de día y si estaba oscuro era de noche. Como por ley se trabajaba sólo de día, hubo inviernos (o, mejor dicho, “días invernales”), donde la gente trabajaba pocas horas, mas eran compensados por veranos donde alguien podía atarearse más de doce.

Amante de la dialéctica, Von Ito había confeccionado las vías del ferrocarril en la clásica división de Porfirio: de este modo no había dos líneas iguales ni paralelas y todas terminaban en estaciones diferentes, aunque convergían en una única central de la cual todas manaban en tradicional degradación platónica.

Por otra parte, los animales y las plantas eran catalogados en géneros y especies, y cuando se encontraba alguno que no respondía a ninguna clasificación simplemente se lo consideraba una piedra o se lo eliminaba, dependiendo de su tamaño y movimiento. Con un fuerte inductivismo de base, sólo después de varios casos de presencia de un mismo ser inclasificable se constituía una nueva clase, donde los taxónomos eran los encargados de ponerle nombre, en los días en que no manejaban sus taxis.

En fin, esta es sólo una pequeña muestra del gobierno de la bella y querida Eutravia, nación rica en credos, honores y otras falacias.

miércoles, 21 de julio de 2010

Armonía


Cuando todos comprendamos que sólo somos partes del todo y trabajemos en conjunto cumpliendo con lo que mejor sabemos hacer e intentando hacerlo de la mejor manera posible, lograremos la armonía que tanto buscamos. No hay camino individual a la felicidad.

domingo, 18 de julio de 2010

Dos que son uno


Sus ojos se mezclaron con los vidrios empañados. Un día gris lo tiene cualquiera, ese peso en el pecho que cae lentamente y se queda en el estómago.

Subimos a un auto mientras esquivamos el cadáver de un gato o un perro, su estado no nos permite darnos cuenta. Sus ojos siguen grises.

No puede explicarme qué le pasa, no puede expresarlo, sólo habla con la mirada. Tal vez sea la angustia existencial, el bajón periódico que cada tanto regresa, la rutina o cualquier otra excusa. Sus ojos me miran desde el vacío.

Hace tiempo que viene reflexionando sobre la muerte, le gusta creer que la paz eterna se encuentra al final de camino, pero cada vez le cuesta más convencerse. Siente que luego del último aliento sólo hay nada.

Se cuestiona si vale la pena seguir cuando se tiene la certeza de que algún día todo va a terminar. Dejar algo en este mundo es su único consuelo. No sabe decirlo, pero con sólo mirarla me doy cuenta. Sus ojos son el espejo transparente que me devuelve la mirada y la desesperanza.

Temo que pretenda huir, dejarme sólo e inmóvil, sin esencia. Sin ella no soy nada y a la vez ella es nada sin mí. Paradójicamente es eso es lo que me angustia, el no poder seguir sin ella, sabiendo que tarde o temprano se irá. Tampoco creo que ella continúe sin mí, perderá los sentidos, se deshará en el éter.

Ahí estamos, juntos los dos por última vez, un domingo gris de lluvia fría dentro de un auto con vidrios empañados. La miro en el espejo. Me miro y me despido. Son sus ojos, son mis ojos, los que eran nuestros ojos ya no nos pertenecen.

Aprieto el gatillo y ella, mi alma, se desprende de mí para nunca más volver.

viernes, 11 de junio de 2010

La lista negra



De pronto como en una brochet maldita todos mis enemigos de siempre se ponen en fila. Eso me da la oportunidad de ir enfrentándolos uno a uno.

El primero en aparecer es Natalio, el niño que me pegaba en la escuela primaria. Con gran satisfacción pienso en qué fácil va a serme derrotarlo ahora, pero al dar el primer paso casi caigo al percatarme de que me había sido devuelto mi cuerpo de niño. La lucha es pareja y cruel, incluyendo piquetes de ojos y patadas en lugares indebidos. De todos modos puedo ganarle, por primera vez en mi vida, mas no sin llevarme un ojo negro de recuerdo.

El estirón me marea un poco y el acné me sorprende mientras contemplo al Profesor Savatelli. Sava, como le decíamos en esa época, me había hecho imposible el tránsito a través de la escuela secundaria. Disfruto la venganza: con una inteligencia extraña en mí soy capaz de responder a todas sus preguntas, adelantarme a sus objeciones y corregir sus ejemplos. No tiene más remedio que aceptar mis razones y, si bien la humillación frente al aula llena en la cual de pronto nos encontramos hubiese bastado para concluir mi venganza, la completo con un imposible: brea, plumas y un puntapié por la espalada.

Entre risas y ovaciones experimento el siguiente cambio: el acné desaparece casi por completo y la barba crece, algo despareja, al mismo tiempo que presiento una presencia femenina: el silencio vuelve a reinar cuando brota ante mis ojos la silueta de mi primera novia. Me detengo en un instante de dolor al volver a sentir cómo había roto mi corazón adolescente. No obstante, con mi mejor cara de superado soy capaz de decirle que lo nuestro nunca había sido más que una efervescencia jovial, que el verdadero amor, profundo y con raíces, lo conocí mucho después, y que recién en mi situación actual soy realmente feliz. Me doy el gusto de dejarla yo ahora, y no sería sincero si no reconociera que en esta nueva oportunidad que me da la vida me alegro maliciosamente al ver sus lágrimas correr.

Apenas pasado ese momento me vuelvo a enfrentar con el siguiente enemigo que surge de la fila: la indiferencia de mis padres. Siempre enfrascados en sus asuntos personales o de pareja, peleando, mintiendo y obligándome a mentir por y para ellos, nunca se habían preocupado por saber qué era lo que realmente necesitaba. Ahora están allí, de nuevo con la edad que los recuerdo, discutiendo en el living de mi casa. Este nuevo reto parece requerir de aún más valor que los tres anteriores, pero me armo de coraje y los enfrento: mi boca se abre como en un grito eterno y ellos escuchan mi voz como si nunca lo hubieran hecho antes. Mis palabras les hacen caer el velo de sus ojos. Se detienen, se miran, amagan abrazarse pero se dan cuenta de que es a mí a quien deberían hacerlo. Los rechazo con un ademán, con el sentimiento de haber realizado una cuenta pendiente y huyo de mi hogar.

El siguiente estadio se presenta confuso: entre luces y sombras debo volver a luchar contra enemigos abstractos y de algún modo siempre presentes. Con una espada corto la cabeza de las malas ondas y actitudes ajenas, le pongo el pecho como un escudo a los contratiempos del destino y retuerzo los cuellos del fracaso, la subestimación y el desaliento. Algunos de estos monstruos se me aparecen portando rostros conocidos: jefes y compañeros laborales, vecinos, comerciantes, camaradas casuales que la vida me había ido poniendo dentro de mi horizonte de acción. A todos asesino sin piedad: arranco extremidades, disparo balazos al tórax, clavo hachas en nucas y enciendo fuego los restos.

Luego de tal experiencia eufórica, mi corazón late como si quisiera salir de mi pecho. Sin darme cuenta había crecido mientras enfrentaba a tales hordas, y ahora me sorprendo con mi cuerpo actual. Al limpiarme la sangre de la frente contemplo que sólo han quedado tres de pie, en el fondo de la hilera. Los tres más difíciles.

El primero en saltar al escenario es el que algunos considerarían el peor enemigo: uno mismo. Me enfrento a mí dando círculos, mido mis movimientos pero tengo la sensación de que es imposible vencerme. Mis miedos e inseguridades dan fuerza a mi ser rival, quien no duda en propinar el primer golpe. Caigo. Pero rápidamente aprendo que de las caídas se aprende y sonrío pleno de autoestima: caer no es más que una prueba de que soy capaz de levantarme. Ese sentimiento me hace sentir invencible. Me pongo de pie mientras mi yo mismo comprende el paso que acabo de dar y con una sonrisa desaparece, o se funde en mí mismo.

Habiendo derrotado a mis propias limitaciones me lleno de seguridad para afrontar el siguiente reto. Mas al verlo me paralizo y siento cómo mis miembros comienzan a temblar, debilitarse. Caigo en la cuenta del poder de mi nuevo oponente: el Tiempo. De aquel que se considera que es el mejor de los maestros se dice también que tiene un defecto: termina matando a sus alumnos. Y eso es lo que está haciendo ahora conmigo: con una mano en mi frente me hace avanzar por sus vías de forma acelerada. Desde el suelo veo mis manos arrugadas y algunos de los pocos cabellos que me quedaban caídos sobre el piso, completamente blancos. Sin embargo, cuando parezco derrotado, aprendo una nueva lección: mi fuerza de voluntad sigue intacta y no importa qué edad tenga, sino que el fuego siga ardiendo en mi interior. La voluntad de vivir es más fuerte que cualquier contingencia mundana, incluso que el paso del Tiempo.

Me levanto de un salto, renacido, como nuevo. Ahora sí estoy listo para hacerle frente al último de mis enemigos, el más temido. Negra su figura, avanza lentamente hacia mí portando su guadaña. Es la misma Muerte. Supongo que nadie es capaz de derrotar a la Muerte y siento aquí el final de mi aventura. Sin oponer resistencia agacho la cabeza mientras mi verdugo levanta su afilado metal. Sin embargo… no, ese no puede ser el fin, no después de todo lo que fui capaz de vencer, de avanzar, de progresar. La vida no puede terminar así, de esa forma inevitable. Alzo la frente y clavo la mirada en los profundos ojos de la Muerte. Y ahí comprendo la Verdad: la Muerte es sólo un cambio. Y es el cambio el que nos hace crecer. Feliz, tomo la mano de mi último enemigo y me dejo llevar.

domingo, 30 de mayo de 2010

Cuando seamos ellos


En un micro de vidrios empañados por el frío y la llovizna de afuera en contraste con la calefacción interna, vuelven a mí ciertos pensamientos que habían surgido esa misma mañana mientras cruzaba una calle desierta: ¿Cómo será cuando seamos ellos?

El cartel de venta de una casa disparó la primera reflexión. Hoy por hoy no necesito saber todo: si algo no sé, aún puedo recurrir a mis padres. Desde hechos históricos no tan lejanos pero anteriores a mi existencia, hasta el funcionamiento de un motor, adagios, asadores, solfeos o percutores, siempre puedo preguntarles a ellos.

¿Pero qué va a pasar cuando nosotros seamos ellos? Cuando ellos ya no estén, cuando corra en nosotros la responsabilidad de ser padres y portadores del saber, cuando nuestros hijos nos consulten como fuente de sabiduría, como Petetes sin libro responsables de su criterio de autoridad, ¿seremos capaces de responderles?

Apelar a nuestra propia experiencia como enciclopedia de vida… me parece tan poco. No creo tener la respuesta para ninguna pregunta. Y no me preocupo por la historia y la geografía, esas cosas pueden consultarse en manuales. Lo que me cuestiono es si seré capaz de explicarles cómo se hace un trámite, cómo se resuelve un problema, cómo se actúa ante determinadas situaciones…

Aunque, pienso, tampoco es que hay que estarles encima todo el tiempo: poco a poco hay que ir dejándolos volar, cada vez un poquito más lejos del nido. Pero ponerles reglas es algo sobre lo que también reflexiono: ¿Cómo encontrar el justo medio entre la severidad y la compresión, la libertad y la responsabilidad, la confianza y la protección?

Supongo que deberé dejar que el tiempo me vaya dando esas respuestas, ya que, dicen, es el mejor maestro.

viernes, 21 de mayo de 2010

Cuestiones arrítmicas


¿Quién observará desde tierras lejanas,
de los hombres vivos los errores y aciertos?
¿Sabrá Nietzsche que él está muerto,
y que el dios renace en cada mañana?

¿Quién juzgará desde el profundo olvido
aquello que nunca se animó a realizar?
¿Seguirá Sócrates con su eterno preguntar?
¿Sabrá Mahoma que la montaña no se ha movido?

¿Quién amará más allá de la muerte,
en forma constante como dijo el poeta?
¿Podrá Aquiles llegar a la meta,
o será la tortuga quien cumpla su suerte?

¿Quién se peleará por lo que hoy es mío?
¿Quién culminará lo que yo no termine?
¿Sabrá Sartre que nunca se es libre?
¿Verá Heráclito el fluir de su río?

¿Quién podrá conservar su mente
y ser consciente al final del camino?
¿Dudará Descartes del mismo destino,
que analizó Spinoza bajo su lente?

¿Quién la relatividad habrá comprobado?
¿Quién del espacio medirá la curvatura?
¿Seguirá Einstein en plena cordura,
o estará con Dios jugando a los dados?

martes, 11 de mayo de 2010

Felicidades intensas


¿Experimentaste alguna vez esa sensación de felicidad que dura instantes pero es sublime? No me refiero a la “felicidad en las pequeñas cosas”, en oler el aroma del café mientras untás la tostada y demás nimiedades. Me refiero a una felicidad intensa, a una felicidad que como un cachetazo te da vuelta la cabeza y te une con el cosmos. La felicidad que dura lo que la explosión de la cabeza de un fósforo al ser raspada contra la caja, pero que brilla aún más intensamente.

Yo reconozco ese tipo de felicidad en al menos tres instancias. La primera es en la música. Esos momentos de estar escuchando una melodía y fundirse con ella, dejarla vibrar por dentro y por fuera, sentirse uno como en un río con las notas que dan forma a la canción y ponerse a cantar, a bailar, solo o acompañado. Un instante en el que uno siente que ese tema en particular representa la vida de uno, o al menos el momento en el cual está viviendo. La felicidad de intensidad musical es tal vez la más sentida físicamente, por ser la más cercana a lo material, a los sensible. Aunque no por eso es más intensa que las demás, sino sólo que su manifestación es más palpable, contagiable y compartible.

En segundo lugar, y el orden es sólo por defecto, no por jerarquía, distingo la felicidad en las relaciones humanas. Ese momento en que te encontrás en un grupo o en pareja, con amigos o con la familia, y descubrís la magia inmanente que mana por todos los canales que te unen con esas personas. Es como si los conocieras de toda la vida, antes que la vida y más allá de la vida. Te emociona pensar que esas personas tan maravillosas también piensan en vos y se preocupan por vos; te alegra saber que no estás solo, que hay alguien a tu alrededor y adentro tuyo y que hay algo, se llame como se llame (amor, amistad, compañerismo…) que te une con ellos. La felicidad en la intensidad de las relaciones poco a poco se va despegando de lo material para hacer puente con lo espiritual, con lo individual, pero confluyendo con el otro.

Por último, y no menos ni más especial que las otras dos, está un tipo de felicidad que me sorprende descubrir en ciertos momentos de atavío de lecturas y pensamientos, y es justamente la felicidad en la intensidad intelectual: un resplandor que abre las puertas de la mente y ordena todas las ideas en un sistema deductivo coherente, cuyos caminos se entrelazan y fluyen en ambos sentidos, yendo de lo universal a lo particular y viceversa. Es un tipo de felicidad exclusivamente individual y abstracta, un goce pasional en la conglomeración de ideas, un orgasmo intelectual que da sentido a todo lo que venís haciendo hasta ahora. En mi caso particular, es la satisfacción de comprender teorías y como éstas se relacionan, en deducir de ellas nuevas hipótesis, encontrar las críticas justas a las tesis con las que no concuerdo y las justificaciones exactas para las mías propias. Es entender una idea y a partir de ella entender todo lo demás que venía leyendo hasta ese momento; es poner luz en la oscuridad del conocimiento, hacer click y aprehender el funcionamiento de aquello que estaba investigando; en definitiva, dar con el clítoris de la cuestión que permite ver en simultáneo lo que hasta ese momento no había sido más que una sucesión de ideas inconexas. Es sentir que el camino profesional que elegí vivir es el indicado para mí.

Supongo que puede haber otros tipos más de felicidades intensas, pero estas son las que recuerdo haber vivido hasta el momento, y en más de una ocasión.

martes, 4 de mayo de 2010

Segundo Anal del Barrio



En el día de la fecha se cumple una nueva vuelta al Sol desde la fundación de este Barrio. Sin embargo, ¿dónde está el Galán de Barrio? Repasemos los hechos.

Inmediatamente después del primer onomástico narrado en el Primer anal del Barrio, conocimos los Fragmentos del diario de Ángel Vergara, el personaje más soñador por estos lares, justo antes de reflexionar sobre las distintas consecuencias que pueden seguirse Cuando matas a alguien. Luego de pasar una noche con El encanto del Tío, se nos presentaron otros dos sujetos peculiares: por un lado nos emocionamos con Las muchas muertes de Genaro Cúspide y por el otro obtuvimos Algunas referencias sobre Santino Conde. Y después de que K reflexionara acerca de la posibilidad de La vacuna del amor, el Barrio entró en receso permitiéndose dos momentos de recuerdo: el triste tango Lamentango y el desopilante encuentro de Surrealismo y mi idealismo.

Más tarde volvió a entrar en escena el querido Somosa, descubriendo que su aburrida vida de oficinista iba a ser víctima de una repentino Cambio gris.

Todo se tornó en tragicomedia absurda al relatar las Crónicas de Badhar El Grande, pero recién volvimos a saber algo sobre el hombre que da nombre a este sitio cuando salió a visitar a su amigo el Jardinero del Kaos para regalarle un Humilde presente con motivo del aniversario de su universo. Después de eso, supimos acerca del Secuestro y muerte en Avellaneda, caso que tuvo como protagonista a Eugenio Echagüe y luego volvimos a encontrarnos con otro de los vecinos clásicos de este Barrio: Rocambole, quien disertó Sobre los caminos y el camino. Otro loco que volvió a aparecer fue Linares, dándonos a conocer más sobre sus Cosas.

El invierno se hacía crudo y frío cuando sería rescatado del freezer un antiguo personaje, Alejandro Vargas (mejor conocido como el Hombre Vinchuca), que marcharía raudamente hacia el universo de la Legión del Kaos luego de haber tenido un Sueño y preludio. Poco imaginó en ese entonces nuestro querido héroe las consecuencias fatales que su intromisión en el otro mundo traería al Barrio. Pero las piezas terminarían de encajar luego del Regreso gris de Somosa del viaje que había hecho con el dinero de su indemnización, y del cual volvió trayendo consigo al extraño Alfredo Arrieta. Ahora sí, todo estaba listo para que, luego de sentadas las Reglas para crear un universo, se diera origen a Logos, saga que integraron todos los personajes del Barrio (donde Johnny John, Diógenes Mastreta, Florencio Gauna y Valentín Flores se sumaron a los nueve ya nombrados) durante veintiún episodios, desde el Principio del Caos hasta el momento en que en plena primavera el Galán pronunciara su despedida con un Adiós amigos.

Luego de otro receso creativo, pudieron leerse ciertas Argumentación en contra del Facebook, seguidas de dos relatos que nacieron en una misma tarde: el primero lleno de Inocencia, el segundo representado por El bar de los granujas.

Y llegó 2010 y un enero saturado de calor en el cual fuimos testigos de las Cosas que pasan en la vida y el precio que ésta tiene, que al parecer cotiza en Veinte millones. El segundo en volver fue el amigo Rocambole, esta vez debatiendo mentalmente Sobre la unidad, identidad y comunidad. La vida y la muerte se volvieron temas comunes en el Barrio, sin embargo en cuanto a la presencia del Galán seguimos en la Dulce espera.

Después de un instructivo texto de archivo donde se nos explicaba Cómo seguir instrucciones, el otoño fue pidiendo permiso obligándonos a tomar importante Decisiones, y demostrando una vez más que el tiempo no es más que una Espiral sobre la cual todo vuelve, pero distinto. De esa manera volvieron también Valentín Flores y Somosa, quien le propuso al primero asociarse para reconstruir el bar Albatros.

Así como el tiempo, el hombre también parece regresar cíclicamente sobre sus propios errores, como se cuenta en La balada del inconsciente, aunque algunos prefieran la inacción de una vida siempre igual pero segura, es decir, las Peripecias del último hombre. No obstante algunas cosas sí cambian, como es el caso de La transmutación de las aves, momento en el cual nos enteramos de la vuelta de Santino Conde bebiendo en el nuevo bar Cuervo Blanco. Y así llegamos al final de un año agitado, merendando pensativos acerca de los Mitos y verdades del café con leche.

El tercer año del Barrio comienza hoy, ¿qué nuevas aventuras nos depararán? ¿Volverá el Galán a aparecer en escena? Sólo el devenir de los hechos contestará éstas y todas las preguntas que surjan.

Por ahora sólo queda brindar con los que siempre estuvieron, como el Jardinero del Kaos, Sil, el Oso, Ana, Viviana, la Extranjera, Pablo, Alfonso, Giselita, Terapia de piso, Alejandro, Arya, Cintia, Ónix, Agua y los chicos del taller Kapasulino (sobre todo Carla e Iván), más los nuevos que se fueron sumando como Tania, Humo, Viejex, Berserkwolf, Alma Mateos Taborda, Norma Ruiz, Tamia, Lousianee, Ginebra (y perdón si me olvido de alguien).

Con todos ellos, ¡salud!

viernes, 23 de abril de 2010

Mitos y verdades del café con leche


Cuando uno pide un café “solo”, es decir, sin sus clásicas acompañantes en forma de cuarto creciente, nunca se lo traen solo… normalmente (salvo que el bar no sea “muy de calidad”) viene junto a un pequeño bocadito “para acompañar”, ya sea un trocito de torta o algún cuadradito de algo dulce que no se sabe bien qué es. Sin embargo, cuando uno pide un café-con-leche-con-medialunas (ya sea una o múltiples) el poliedro en cuestión no aparece. ¿Por qué esa omisión? Una explicación posible sería que el dulce del bocado es incompatible con el sabor de la medialuna. De todos modos el truco está pedir primero un café solo, y luego de que éste surja con su feliz compañero, agregarle las medialunas…

Si uno pide un café con leche con medialunas, sin aclarar cuántas quiere, es un acuerdo tácito que los satélites de masa vendrán en trío. No obstante, en algunos sitios non sanctos prefieren abaratar los costos y traer sólo un dueto. Consejo: si se es de buen comer aclarar la cantidad en el pedido: “café con leche con tres medialunas”. Si no, abstenerse a las consecuencias.

Nota importante: las medialunas de “grasa” son las saladas y las dulces las de “manteca”.

Otro problema de cantidad es el que presentan algunos sitios más fashion, donde refinados impúdicos se atreven a solicitar al mozo o “mesero” el pacato menú de “café con brownie”. No crea que se trata de un error gramatical, tipográfico o falto de cultura la ausencia de la “s”. Por el contrario, los muy latifundistas cobran este servicio el doble de lo que en cualquier barrio saldría el café con medialunas, y encima lo traen junto a un solo brownie. Rica, pero cara y frugal, esta opción es recomendada solo para los que piensan que “un día de vida es vida”.

Mucha gente, entre la que me incluyo, tiene problemas para inteligir la capacidad del “jarrito”. Las veces que, en lugar de un “café con leche”, decido pedir un “cortado”, mi mente entra en duda al tener que responderle al mozo cuando éste retruca “¿En jarrito?”. La salida más rápida es decir “sí” y escapar por la tangente. Tarde me di cuenta de que hay, al menos, tres tamaños de café acompañado de leche: el “café con leche” es el grande, el toro salvaje de la bebida colombiana, el que te llena la pancita y tiene el tamaño justo como para meter la medialuna; luego viene el mencionado jarrito, un elegante tubo de porcelana con el volumen adecuado para una charla amena; por último, el cortado chico, el que nadie nombra, el que todo mozo niega su existencia, pero que más de una vez se lo ha visto olvidado en una mesa… una pequeña tacita salida del castillo de la Bella y la Bestia que ya no canta su canción. Aunque, claro, dicen que el tamaño no es lo que importa…

Revisando mi árbol genealógico encontré que desciendo en forma indirecta de Rafaelus Vazcovich, célebre compositor de odas y panadero, famoso por ser el primero en doblar un vigilante, creando así las medialunas.

El café suele venir acompañado de un vasito de vidrio, que a veces contiene jugo de naranja y otras simplemente agua. En un primer momento se podría pensar que la diferencia en la bebida se debe a la distinción del local, siendo de mayor categoría aquellos que se animan a exprimir un cítrico sobre los que se limitan a abrir la canilla. Mas un amigo mío tiene una teoría que encuentro bastante plausible: cuando uno pide café sólo, viene con jugo. Pero si pide café con leche, el vaso solo trae agua, ya que el zumo de naranja más el lácteo blanquecino no serían una buena combinación para estómagos delicados o personas de buen mover el vientre. Ante la duda, nada mejor que acompañar el cortado con agua sin gas, justamente.

Cuando un amigo te dice “te invito a tomar un café”, en realidad la cuestión va mucho más allá de eso. Llegado el momento hasta es posible que la infusión sea reemplazada por una gaseosa o un licuado de banana. Lo importante es la charla en sí, que puede devenir en los más diversos temas, desde alegres novedades hasta romances rotos, pasando por las sacadas de cuero correspondientes, el relojeo a las chicas a través de la vidriera y demás ingredientes clásicos a la hora del encuentro. Pero, si tu pareja, tu jefe o tu médico de cabecera lanzan la invitación, ¡cuidado!, las noticias pueden no ser de las mejores.

sábado, 10 de abril de 2010

La transmutación de las aves


La muerte de Ángel Vergara y la de Genaro Cúspide (la definitiva) se dieron con pocas semanas de diferencia. Florencio Gauna alcanzó a ir a los dos velorios antes de que el suyo propio se convirtiera en una gran reunión de simpáticos desconocidos.

Santino Conde se enteró de las tres a través del diario local. Las paredes del recién inaugurado Cuervo Blanco aún olían a pintura fresca mientras él saboreaba su whisky.

Conde miraba la nada mientras se perdía en sus cavilaciones. La vida, la muerte, el cambio. Crecer, devenir. ¿Qué estaba haciendo de su vida? Sin creer necesariamente en las esencias sentía no obstante que debía haber algo inmutable en las almas de los hombres. Últimamente se había vuelto más sociable, desarrollando su empatía hasta el límite de luchar por causas que no le incumbían. Lograr sentir hacer el bien sin mirar a quién, sin pedir nada a cambio, sin hacerlo notar siquiera… siempre habían sido cuentas pendientes en su vida.

Mientras hacía girar el vaso lentamente en su diestra sus pensamientos hacían lo suyo hacia el lado contrario. ¿Había algo de malo en promocionar los actos? ¿Por qué siempre esa necesidad de marcar lo dado, lo obvio, lo inmediato? Sin embargo… Costaba ordenar las ideas en esas neuronas adormiladas por el alcohol, pero la tesis que rondaba sus sienes era más o menos la siguiente: nombrar los hechos. No puede haber ninguna carga valorativa (ni negativa ni positiva) en el mero nombrar los hechos. Si hay una mesa verde y digo “hay una mesa verde”, eso no parece tener nada de malo. ¿Por qué, entonces, si hago un favor, si hago el bien, y luego lo expreso, “hice el bien”, esa enunciación se impregna de tinte negativo?

Hacer el bien sin decir nada. Humildad. Perfil bajo. ¿Pero cómo? ¿No era que lo importante eran los hechos, y no las palabras? Si en definitiva hice el bien, ¿qué importa que después lo diga?

Mas Santino Conde había aprendido una lección de todo esto, aunque no sabía bien cuál era. Había crecido, había evolucionado, había aprendido a darse un poco más por los demás.

La puerta del bar se abrió y entró una hermosa señorita. Santino se puso de pie de un salto, se presentó con una sonrisa y le ofreció una silla cerca de la suya.

Hay cosas que no cambian.

viernes, 2 de abril de 2010

Peripecias del último hombre


Me dejé llevar por la música: un vals electrónico con toques psicodélicos que combinaban de maravillas con las aventuras del los escritores de finales del XIX y principios del XX. Las notas me pegaban como torpedos helados en los antebrazos y demás extremidades, despertando escalofríos rítmicos. El placer, mezcla fina con el frío y el temor, estiraba los vellos de mi cuerpo. Una energía eléctrica recorría mi ser en ondas sinuosas pero firmes.

De pronto la mano en la espalda y el golpe seco me recordó dónde estaba: una manada de gente atravesó como un embudo la puerta del subterráneo, arrancando los auriculares de mis oídos. Como en el mito de la visión perruna, el día volvió a ser blanco y negro.

Tanteé la valija, seguía en mis manos. Sin embargo mi cuerpo y mi mente estaban confundidos: me costaba diferenciar la vigilia del sueño, ¿me habría dormido en el viaje? Con ojos pegajosos y aliento acre bajé en la estación siguiente. No sé si era la correcta, sólo necesitaba salir de allí, aclarar las ideas. Respirar aire fresco.

Los acordes volvieron a mis oídos y el color a las cosas. ¿Acaso sufría algún tipo de sinestesia? Cuando todo lo que tenés son tus sentidos el cuerpo se convierte en un arma muy poderosa. Subí la escalera mecánica, salí al exterior.

El smog había tornado el día en noche en un eclipse urbano y monótono. Apenas distinguiendo siluetas borrosas tracé una senda mental y me deslicé sobre ella. Jugaba a pasar sin tocarlas, descontando cinco puntos por roce. Perdí tres vidas antes de llegar a la puerta del banco.

Una vez allí otra vez la música enmudeció entre mármoles espurios. Rostros agitados pasaban sin ver ni sentir. El edificio parecía obligar a dejar las sonrisas afuera y los modales debajo de las almohadas. Mi fila resultó ser la más larga. Siempre odié que la gente me hablara en las colas y maldije haber destapado mis tímpanos cuando el quejoso de turno compartió sus malestares conmigo. Yo también había abandonado el paréntesis de mi cara en la escalera de entrada.

El maletín cargado de ilusiones seguía en mis manos. Una cantidad de dinero que no sería capaz de juntar ni en el triple de los días que tenía concedido vivir descansaban a un costado de mi pierna. La fila avanzaba y con ella la idea de escapar con todos esos papelitos respaldados en oro que llevaba en la caja negra.

Tan sólo diez personas me separaban de la ventanilla. Diez pasos, la valija cargada de dinero. Ahora nueve y yo parado como un simple medio. ¿Cuánto tardaría en salir de allí, tomar un taxi al aeropuerto y desaparecer? Ocho personas. Siete minutos. Mi corazón aceleraba su galope.

Miré alrededor, no llamaba la atención con mi traje de persona normal. Seis sujetos, no cinco, esos dos iban juntos. Comprar ropa en el exterior, trabajar lavando copas para vivir no sería tan diferente que lo que ahora estaba haciendo. Toqué un piano imaginario sobre la tapa del maletín mientras se iba la tercera persona y pasaba la segunda. Las gotas caían frías por mi nuca.

¿Quién divide el bien del mal? ¿Con qué vara se distribuye la riqueza? Trabajarás para ganarte tu pan hasta el final de tus días… El sudor del cuerpo entero sólo produce la apariencia de que todo funciona correctamente. Pero en la verdadera estructura se encuentra el valor agregado, ese que los peones nunca vemos… Un hombre dio un paso y generó un vacío de duda abismal entre su espalda y mi frente. Había llegado el momento de decidir, yo era el siguiente.

Imaginé libremente los caminos inesperados por los cuales podría llevarme mi huida. Una vida repleta de aventuras, un amanecer diferente al anterior cada día. La ruptura de la inducción humeana a cada paso inesperado.

Mi turno llegó, la hora de elegir. Avancé hacia la caja. Abrí la valija y deposité el dinero en la cuenta de la empresa para la cual trabajaba.

Al salir del banco maldije mi previsibilidad y regresé a mi vida gris. Al menos mi corazón volvió a latir tranquilo. No es fácil ser cadete, uno sufre la tentación cada principio de mes. Por lo menos la música daba color a mis ideas y libraba mi imaginación. Y caminando por las calles pueden verse lindas chicas.

domingo, 21 de marzo de 2010

La balada del inconsciente


Con la euforia típica que las copas de más otorgan salió a buscar a la que lo había matado dos veces antes de caer al suelo. Semanas atrás salir y encontrarla era un acto tan repetido e indeseado como un mal sueño. Procuraba evitarla, escondido en antros que consideraba suyos, aunque nunca nadie está absuelto de sus fantasmas.

Eran noches tras noches parecidas donde el fernet era su único amigo y hasta tres seguidos lo soportaba con digna verticalidad. Sin embargo el cuarto siempre llegaba a destiempo, momento en el cual todo se perdía en un mar de saladas que como el cutex barrían todo vestigio de alegría maquillada.

Salió en busca de su perdición, de la que siempre esquivaba pero que ahora anhelaba. Dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. ¿Cuántas veces tropezamos los hombres con la misma mujer? La experiencia es el peine que te regalan cuando te quedás calvo y en esos años el aún no había aprendido a peinarse.

La buscó en los lugares típicos, los olvidados, los castrados por la necesidad de no enfrentarse a lo más temido. Los dolores del corazón son los que más duelen pero a la vez lo que más gustan, porque qué lindo es a veces sufrir un poco. Disfrutaba pensar su vida como una novela con sus idas y vueltas, amigos y villanos, y por supuesto la chica de turno. Pero la mujer, motivo por el cual los hombres amamos, matamos y morimos, esta vez no se presentaba.

Inútil es negar el sufrimiento ni su necesidad terrena. Y no es la culpa, no, la que nos llena el vacío sino las lágrimas que esa noche se mezclaban con la lluvia. La Luna insistía en ocultarse como su musa y por más que pateó los adoquines no fue capaz de hallarla.

No buscaba un cuerpo, ni un rostro, sino tan sólo una imagen distorsionada que guardaba en su alma desmemoriada. A veces los amores perdidos son como personajes que creamos y moldeamos como más nos gusta. No obstante sonrió ante la desdicha, sabiendo que la vida no es un disco borgeano ni una cinta de Moebius: hay más de un lado en el yin yang de latidos, blancos, negros y grises y todos tienen su lugar en la paleta vitalicia.

Encendió un cigarrillo mojado y miró el amanecer desde una café de esquina que le devolviera la energía necesaria para volver a su casa. Ya había tenido su cuota de lástima de la semana, al día siguiente volvería a trabajar.

Y así la vida… es un tobogán.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Espiral

Acomodó una mesa y se sentó, tratando de recordar lo sucedido. Había habido una gran batalla allí, mucha gente involucrada. Lo que no podía recordar era contra quien luchaban.

Se levantó, caminó por el lugar, esquivando vidrios rotos y trozos de madera. El pico de una botella señalaba la salida, destilando olor a whisky. Se acercó a la barra, preparó un fernet y contempló las ruinas de lo que alguna vez había sido su obra.

Todo había comenzado con un viaje, una aventura que lo había llevado a conocer a un amigo querido como un padre y al amor de su vida. Luego la traición, ganar la apuesta e invertir en su único sueño: un bar. El Albatros.

Pero Valentín Flores no sabía que el mismo Albatros, final feliz de sus peripecias, iba a convertirse en principio atroz de nuevas odiseas, que culminarían en su destrucción. Final, principio; creación, destrucción; nacimiento, muerte. Ningún final es definitivo y todo vuelve a comenzar.

Marzo. Mes que, junto a diciembre, recuerda la circularidad infinita del tiempo. El eterno retorno de lo mismo. Diciembre, mes de conclusiones. Marzo, mes de volver a comenzar. Y así toda la vida en este círculo cerrado que llamamos tiempo.

-Parece que vas a necesitar algo de ayuda con esto.

La voz proviene de donde alguna vez había estado la puerta principal. De pie junto al umbral, estaba Somosa. Quien lo conociera lo vería de manera distinta: ya no el hombre inseguro que espera, ahora parecía decidido, confiado, listo para actuar. Primera muestra de que el cambio es posible.

-Estoy arruinado –Reconoció Flores.
-No te preocupes, tengo una propuesta.
-Te escucho, cualquier mano me vendría bien.
-Bueno, todavía guardo dinero de mi indemnización. Tenía pensado invertirlo con un amigo que conocí en Marruecos, pero dado que él ya no está aquí…

Silencio incómodo. Arrieta, Q.E.P.D.

Continuó Somosa:

-Creo que puedo usarlo en este bar, ayudarte a reacondicionarlo.
-¿Ser socios?
-Socios, claro.
-Reabrir el Albatros…
-Bueno, con respecto a eso, estaba pensando en un cambio de nombre…

Segunda señal. Tal vez el tiempo no era un círculo. Quizás sea más bien como un espiral, que vuelve al mismo lugar, pero ya no es el mismo.

Cambiar, señal de que estamos vivos.

martes, 2 de marzo de 2010

Decisiones


El paso a nivel de Sánchez y Thames siempre había sido peligroso. Sin barrera, apenas una línea de laberinto rojo y blanco a rayas en ambos lados del cruce. Los trenes, por supuesto, no se detenían. A veces ni siquiera tocaban bocina.

Eloísa y Abelardo conversaban tomados de la mano muy cerca de la vía.

-¿Estás seguro de hacer esto, Abelardo?
-Sí, estoy seguro. Si ya llegamos hasta acá, ahora sólo debemos concretarlo.

Un tren pasó muy cerca de ellos. Abelardo puso su mano en el hombro de Eloísa y la corrió hacia atrás suavemente. Aún no era el momento.

-Pero, no sé, teníamos una buena vida…
-Tenemos, Eloísa, todavía la tenemos.
-Lo sé, pero sabés a lo que me refiero. Yo estoy a punto de terminar la carrera, vos justo pensabas en cambiar de trabajo…

Otro tren se acercaba en la dirección contraria.

-¡Ahora Eloísa, vamos!
-No, esperá… sigamos hablando.

El ferrocarril pasó de largo.

-¿Qué más querés hablar? Ya lo discutimos miles de veces, y ambos llegamos a la misma conclusión: que lo mejor era hacerlo esta misma tarde.
-Sí, pero…
-¿Me estás diciendo que te arrepentiste?
-No, claro que no. Pero sabés que no es una decisión fácil de tomar… es algo único, requiere cierto coraje.

Las campanadas provenientes de la estación avisaban por tercera vez que un tren se aproximaba.

-¿Vamos a hacer esto juntos, verdad mi amor?
-Claro que sí Abelardo.
-Te amo.
-Yo también te amo.
-Entonces vamos. Ahí se acerca otro, no retrasemos lo inevitable.

Justo antes de que la locomotora atravesara los rieles, Eloísa y Abelardo cruzaron la vía rumbo al Registro Civil y se casaron.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Cómo seguir instrucciones


1- Para poder seguir las instrucciones de un modo correcto, éste es el primer punto que debe leer (recuerde: las instrucciones deben seguirse en orden numérico y el 1 es el primeo de los números).
2- Luego de haber leído la primera indicación de cualquier grupo de instrucciones (como indicaba el punto 1), es importante seguir con el segundo y así sucesivamente (esto implica haber comprendido los puntos 1 y 2 de la presente guía).
3- Si usted ha comprendido los dos puntos anteriores, en este momento debería encontrarse leyendo esto (si no los ha entendido, por favor vuelva a comenzar desde el principio, a fin de no perderse en la explicación).
4- Siendo este el punto 4 de una guía para leer de modo correcto cualquier guía de instrucciones y si usted ha llegado hasta aquí sin complicaciones, es de suponer que va por buen camino. Para poder seguir adelante, por favor, pase al punto 5.
5- ¡Perfecto! Es importante tener en cuenta lo siguiente:
5.1. Algunos puntos de la guía pueden estar divididos internamente en indicaciones más precisas.
5.2. Las indicaciones más precisas (indicadas en el punto 5.1) pueden aparecer de las siguientes maneras:
a) Indicadas dentro del mismo punto, subdivididas con un número adicional (ejemplo: “5.1”).
b) Identificadas por medio de letras (ejemplo: “a)”).
c) Indicadas por número romanos. Sobre este punto debe tenerse en cuenta lo siguiente:
I) No es necesario ser romano para entender los números romanos.
II) Sí es necesario poder diferenciar los números romanos de las letras para no perderse en un mar de íes y ve cortas.
6- Antes de pasar de un punto central a otro es necesario leer todas las subindicaciones que aparezcan en el primero de ellos. Para saber leer todo tipo de subindicaciones es necesario haber leído las aparecidas en el punto anterior de esta guía.
7- No se debe abandonar una guía de instrucciones hasta estar seguro de haber seguido todos los puntos (nótese que “todos” implica también al último punto, por lo tanto no debe detenerse hasta haberlo leído).
8- Del punto anterior se sigue que usted debe seguir leyendo esta guía.
9- Del punto anterior se sigue éste.
10- El resultado de esta guía es analítico: si usted ha llegado hasta este punto ¡Felicitaciones! Ha comprendido cómo seguir una guía de instrucciones. Es importante recordar todos los puntos cada vez que quiera abordar una guía nueva (nota: si usted es ciego, por favor pida ayuda a un tercero para que le lea las indicaciones detenidamente).


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Publicado originalmente en la revista Mitin (2005)

miércoles, 17 de febrero de 2010

Dulce espera


El canciller esperaba la llegada del pequeño como si fuera la de su propio hijo. En realidad era su sobrino, pero él se paseaba nervioso por los pasillos aguardando el momento del alumbramiento.

El abogado, padre de la criatura en cuestión, también estaba allí. Se lo notaba algo tenso por la espera, deseaba fehacientemente poder ver el rostro de su hijo.

El canciller y el abogado eran hermanos mas no se hablaban. Es increíble lo ridículamente eternas que pueden llegar a ser las disputas familiares, incluso en las circunstancias más extremas.

Dirimía entre ellos el viejo comisario, progenitor de ambos. Deseoso estaba también de estrechar a su nieto entre sus brazos. Los tres esperaban la venida sin intercambiar palabras.

De pronto un grito fuerte mezclado con llanto rasgó aquel aire enrarecido. Los tres hombres se petrificaron con la mirada fija en la entrada del salón. Volvieron a sus posiciones cuando comprendieron que aún tendrían que aguardar un poco más para verlo: seguramente estarían lavándole la sangre y poniendo su cuerpo en condiciones para el encuentro.

No sorprendía la ausencia de mujeres en la sala: dicen que ellas son más fuertes y resisten mejor a las vicisitudes de la vida. Ni siquiera su madre se encontraba allí.

Minutos después se abrieron las puertas y la luz corrió desde el pasillo como si de un túnel se tratara: un joven esbelto aunque algo maltrecho caminó rengueando. Sonrió al ver las viejas caras conocidas.

Había muerto esa misma tarde en un accidente automovilístico. Sus seres queridos, que habían partido antes que él, lo estaban esperando en el más allá.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Las aventuras de Rocambole. Hoy: Sobre la unidad, identidad y comunidad


Rocambole se prepara un café. Pone a hervir el agua. Toma la taza. Mete en ella dos cucharadas y media de café instantáneo. Ahora introduce dos de azúcar. Espera. El agua hierve. Toma la pava con un repasador para no quemarse la mano. Echa sólo un poco de agua en la taza. Mezcla fuerte. El café deviene una suave crema. Echa el resto del agua. Echa un chorro de leche fría. Contempla maravillado su obra.

Mientras disfruta del aroma que brota de la espuma piensa: ¿Y si la vida humana son sólo actos discretos? ¿Por qué insistimos en pretender que hay una unidad de la vida? ¿Es realmente la vida de un hombre un continuum que fluye sin puntos determinados? ¿O es sólo una seguidilla acumulativa de acciones inconexas?

Rocambole nunca había dudado de la unidad de su vida hasta que comenzó a leer sobre el tema. Por un lado, el problema de la identidad: ¿Qué es lo que me hace pensar que soy siempre el mismo? ¿Quién soy? Rocambole estaba seguro de que era el mismo Rocambole desde que había nacido. Sin embargo, lo único que mantenía era el nombre. Flatus vocis. Su cuerpo, su carácter, sus gustos, y sus células habían cambiado completamente. “Madurado”, dicen unos. Simplemente “crecer”, prefieren otros. Dejar pasar el tiempo.

Por otro lado, la creencia en la unidad de la vida. Si soy siempre yo, ¿lo soy en un continuo o en una sucesión? Rocambole había leído sobre tendencias postexistencialistas de querer justificar el sentido de la vida uniendo nuestros actos e insertándolos dentro de un relato. ¿Quién soy yo? Éste: nací el… estudié tal… trabajé cual… . Introducir todas nuestras vivencias y darles forma dentro de una trama, como su fuéramos personajes envueltos en sus peripecias particulares con principios, nudos y desenlaces. Ése era el sentido de la vida. Claro que un sentido tan ficticio como la ficción misma.

Rocambole bebe un sorbo. Parte de la espuma deviene un pacato bigote. Piensa: ¿Y si la unidad es global? ¿Y si la historia que da sentido a la Historia es el relato de todos juntos, conectados? Rocambole sufre una repentina aversión al culto contemporáneo a la individualidad. Celulares, internet, indumentaria, autos, todo está hecho para el consumo individual en la búsqueda eterna de la originalidad e identidad destacada sobre el resto. Cada publicidad parece marcar firmemente el “este soy yo”: mi color, mi gusto, mi forma, mis frases, mis preferencias, mis pensamientos, mis intereses.

Rocambole piensa: ¿Y si el yo somos todos? ¿Y si mis intereses son los de todos? ¿Y si lo que más me conviene a mí es lo que más le conviene a la comunidad? El bienestar general se supone que incluye al bienestar particular. Aunque el todo es más que la suma de las partes.

Rocambole termina el café y mira por la ventana, pensando en si lo que él hace de su vida le es útil en algo a la sociedad.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Veinte millones


Dejó que el puro se consumiera como se había consumido su vida. Lentamente, sin grandes emociones. Sentado, esperó su turno.

Finalmente el gran temor anticapitalista había ocurrido: todo tenía un precio, hasta la vida humana.

En ocasiones anteriores el tema había ido in crescendo: tenían precio las intervenciones quirúrgicas, los órganos del cuerpo, los bebés, los vientres, los embriones. Pero ahora se había alcanzado el cenit comercial: el aliento, el latir, los sentidos y la razón pesaban fuerte sobre el plato de la balanza.

Esperaba su turno mientras el cigarro se quemaba, como se habían quemado sus pulmones de tanto fumarlos. No había sido una buena vida, no. Pero aún así quería recuperarla. La quería de vuelta, de nuevo consigo.

Dos hijos, un empleo extenuante y tres ex mujeres habían sido todo su reinado. Su huella en este mundo no había sido más profunda que la de una mariposa sobre una burbuja. Sólo había recibido facturas por cartas y firmado cheques en lugar de autógrafos. El momento más placentero era llegar a su casa luego de una larga jornada y aflojarse el nudo de la corbata.

Aún así la quería de vuelta. Aún así esperaba su turno.

Había ganado, había ahorrado, pero nunca había disfrutado. Los billetes apilados yacían inertes en algún banco hacedor de intereses. Siempre había pensado que en algún momento le servirían. No se había equivocado.

La voz angelical llamó su número. Se levantó, mordisqueó el cabo de su habano antes de escupirlo y caminó hacia la ventanilla.

El nuevo sistema divino era sublime: veinte millones, eso era lo que valía una vida humana. Ya no se podía decir que no todo tiene precio.

Con veinte millones depositados a su regreso en una cuenta especial uno podía volver a pararse en sus zapatos. Lo llamaban la resurrección de los muertos. Claro que no todos podían acceder a ella.

miércoles, 27 de enero de 2010

Cosas que pasan


El negro y lustroso caparazón se arrastraba lentamente sobre las patas. Me encontraba sentado esperando sobre un banco incómodo. Es notable cómo cambian las perspectivas con el correr de los años.

En ese instante me di cuenta de dos cosas. En primer lugar, viendo el lento avanzar de la cucaracha, comprendí en su sublime magnitud la relatividad del espacio. Lo siento Platón, no existe lo grande. No hay ideas, sólo cosas grandes. ¿Pero grandes para quién?

La relatividad del espacio, de las dimensiones. Lo que para nosotros parece ser infinitamente pequeño, para otra cosa podría ser infinitamente grande. Un cabello ¿No es demasiado fino un cabello? Sin embargo, en informática existen cosas más pequeñas. ¿Pequeñas para quién? Para mí como observador, claro. Pero para una bacteria, un virus, una cadena de ADN, supongo que deben parecer enormes.

La cucaracha apuró el paso, creo que me vio. Corrió casi al vuelo sobre sus patas peludas en una habitación inmensa. Inmensa, al menos para ella. Yo no la encuentro muy grande. Inmenso, para mí, es el Sol. No obstante, debe haber millones de estrellas más grandes, espacios inconmensurables que contienen a otros espacios y que estos a su vez contienen galaxias enteras.

Entonces fue cuando me pregunté: ¿Existen límites para lo grande y lo pequeño? Si que algo sea enorme o minúsculo depende del ojo que lo ve, ¿hay algo mayor de lo cual nada pueda haber? ¿Hay algo menor de lo cual nada pueda existir? ¿Hay límites en la naturaleza?

Por otra parte, el tiempo. La cucaracha se detuvo, esperando, espiando. Se detuvo sobre el piso de aquel lugar en donde yo había trabajado durante tantos años. Las vueltas de la vida me habían llevado a concurrir una vez más a ese hospital, pero esta vez me tocaba estar del otro lado. Antes, recepcionista. Ahora, paciente.

Entonces comprendí cómo cambian las cosas con el correr de los años. ¿Dónde estaban mis compañeras del turno noche? Ya nadie quedaba de los conocidos. Recorrer de nuevo los lugares por donde uno pasó tantos momentos y verlos ahora desde otra perspectiva, ¿qué otra prueba mejor del paso del tiempo? Ya en esa época había notado cambios de la noche al día. De noche, trabajando entre apuntes, todo tenía otro color. Más lúgubre, más íntimo. Más mío. De día, si pasaba por ahí por alguna reunión laboral, todo era distinto: otras paredes, otros sonidos, otra gente.

La cucaracha se descuidó. La aplasté con la suela de mi zapato. La mayonesa blanca brotó de sus costados. ¿Habría tenido una buena vida?

Un sonido hartamente conocido pero por mucho tiempo no escuchado me quitó de mis cavilaciones. Me levanté, caminé nervioso, esperando la confirmación. Cuando volví la vista atrás el bicho ya no estaba: había huido con esa extraña inmortalidad de las cucarachas.

No importaba. En ese momento yo sólo podía pensar en lo que miles de sonrisas y un llanto me confirmaban: una nueva vida había venido a este mundo.