miércoles, 31 de diciembre de 2008

Papá Noel no existe (Parte 6)



-¡Perestein! –Dijo un absorto Melchor.
-¡Ruso! ¿Qué hacés acá? – Agregó Papá Noel.
-Esperen, ¿es el Ratón Pérez? – Se sorprendió Baltasar.
-Sí, Abraham Perestein, un conocido traficante de marfil –Explicó Gaspar- Sos buscado por las autoridades de más de 35 países, ¿cómo es que estás libre acá?
-Y bueno, muchachos, esto es Argentina, vieron cómo son las cosas… Acá me siguen considerando un ídolo de los niños… es más, acabo de filmar mi segunda película.
-¡Bien, Ruso! ¿Y cómo me encontraste?
-Me preocupé cuando estaba en la barra, dijiste que ibas a buscar algo al trineo y nunca volviste. Al principio creí que te habías ido con alguna minusa, pero cuando salí y vi que el trineo seguía ahí pensé que tal vez te habías metido en algún quilombo…
-¿Pero cómo sabías que estaba acá?
-Por tus piezas dentales, gordo. Igual que me entero siempre cada vez que algún pibe pierde alguna: tengo un GPS especial para eso.
-Jojo, veo que te modernizaste.

-Bien, no importa cuántos sean, de todos modos…
-¡Ey, ey, ey, no tan rápido Don Melchor! Que no vine solo…

Un pequeño chasquido y unas luces rosas acompañaron la llegada de otro roedor, un poco más grande y con las orejas y los dientes de mayor tamaño.

-¡Alberto! –Exclamó Noelman.
-Así que el Conejo de Pascua también está aquí… -Dijo Melchor.
-¡Ey! ¿Por qué él puede aparecer de esa manera? –Agregó Baltasar.
-¡Alberto! ¿Cómo va el negocio?
-Gaspar, ¿vos también te podés aparecer así?
-Bien, bien, Samuel. Mucho mejor desde que vendí mi receta a los de Kinder, ahora puedo lucrar con los huevitos en cualquier época. Imaginate, antes me mataba eso de laburar sólo una vez al año. Bueno, vos sabés lo que es eso…
-Jojo, claro, pero hace tiempo que lo solucioné. ¿O quién te creés que inventó el Día del Niño?

-Así que traficantes y estafadores… lindo grupo con el que te juntás, Samuel.
-Bueno, Don Gaspar, no sea así… -Se defendió Perestein- Seguro que a ustedes no les va tan mal con el negocio del calzado.
-¿Negocio? ¿Cuál negocio?
-¿Cómo cuál negocio, Don Gaspar? ¡La venta que hacen de todos los zapatos que se llevan!
-¡Roedor idiota! ¡Nosotros sólo dejamos los juguetes, pero no nos llevamos los zapatos!
-¿Ah, no? Parece que su compañero no está tan seguro.

Algunas gotas de sudor corrían por la frente y el cuello de Melchor. Antes de que el Ratón siguiera, exclamó:

-¡Basta de charlas! Ya he dicho: no importa cuántos sean, igual los detendremos. ¡Baltasar, encargate de ellos!
-Ah, pero yo también tengo mis sorpresas –Dijo el negro.

Metió la mano bajo su capa y extrajo un apequeña cajita dorada. Al abrirla se formó una nube negra de polvo, dejando ver al desvanecerse un hombre vestido de traje gris que hablaba por celular.

-¿Y esto? –Dijo Melchor.
-¡No lo entiendo! La caja dice “El Hombre de la Bolsa”.
-¡Idiota! El que vos buscás es el Viejo de la Bolsa, ¡éste es sólo un hombre negocios!
-Perdón…

Con un ágil movimiento Baltasar volvió a meter a aquel extraño sujeto dentro de la caja mágica y sacó otra de color plateado. Luego del mismo efecto visual aparecieron un anciano delgado, con barba gris, llevando una bolsa de cuero, y un ropero.

-¡Ja, dos por uno! – Se alegró el negro- El Viejo de la Bolsa y el Cuco.
-¿El Cuco?
-¡Vamos, muchachos! ¡Encárguense de ellos!

-Eh, señor Mago, hay un problema… -Comenzó a decir el Viejo.
-¡Y ahora qué pasa! –Se enfureció Melchor.
-Es que el Cuco dice que no sale del ropero si es de día.
-¡Bueno, no importa! ¡Baltasar te ayudará! Vamos, entre los dos pueden contra ese trío de idiotas.

Melchor le hizo señas a Gaspar para que se retiraran lejos de la batalla. El Viejo de la Bolsa metió al ratón Pérez adentro de su saco y lo revoleó por los aires, pero el Conejo de Pascua le mordió los tobillos. Papá Noel trataba de entrar en razones con Baltasar mediante el diálogo, pero cuando vio que éste se acercaba hacia él sin ánimos de conversar, le soltó un puñetazo en el estómago. El negro fornido ni se inmutó. Noelman sonrió y quiso abrazarlo, pero el Rey Mago le propinó un golpe en el rostro que casi lo deja inconsciente. El Viejo se quitó de un puntapié al Conejo de encima, mas Perestein regresó de su vuelo y le hizo un piquete de ojos. Samuel volvió a arrojar un puño sobre el mago de color, pero al tocar su mejilla la sintió como si fuera de piedra. Baltasar, furioso por el atrevimiento del gordo, lo tomó por los aires y lo revoleó. El gran cuerpo portador de los clores de la famosa bebida cola se estrelló contra el ropero, haciéndolo pedazos.

Una criatura enorme y peluda salió de su interior. El Cuco flotó dos segundos en el aire, soltó y alarido desgarrador y desapareció, dejando una pequeña estela negra.

Melchor, Gaspar, Baltasar, Papá Noel, el Ratón Pérez, el Conejo de Pascua y el Viejo de la Bolsa cayeron al suelo. El efecto de aquel grito había sido tan aturdidor, que apenas podía mover sus cuerpos.

Melchor comenzó a gritar, envuelto en una ira que solo los reyes conocen:

-¡Estúpido negro, sos un idiota! ¡Todo mal hacés! Noelman se escapa del auto por tu culpa. Traés a dos inútiles para atraparlo, ¡y encima liberás al Cuco y lo hacés enfurecer! ¡Maldigo el día que te unimos al grupo! ¡Maldigo la promesa que le hicimos a tu padre! ¡Debimos dejarlos morir a todos, en ese continente de esclavos!

Esa última palabra fue la que más afectó al Rey Negro. Sus padres habían muerto trabajando como esclavos, y no soportaba que lo llamaran de esa manera. Como era el más fuerte, fue el primero en incorporarse.

-¿Esclavo? ¿Con que soy su esclavo, verdad?

Su rostro comenzó a formar un gesto aterrador. Por primera vez Melchor se arrepintió de sus palabras. Gaspar supo que la imprudencia verbal de su viejo camarada había sido realmente inoportuna. También sabía que ya no había nada por hacer para calmar la furia del Rey Negro.

-Bien, pero miren lo que tiene el esclavo. Miren la sorpresita que tenía guardada…

Baltasar sacó una pequeña pistola plateada de de bajo de su capa y apuntó con ella a sus compañeros.

martes, 30 de diciembre de 2008

Papá Noel no existe (Parte 5)



-¡Negro estúpido! ¿Cómo pudiste dejarte engañar de esa manera! ¡Nunca debimos sacarte de África!
-¿Qué dijiste?
-Nada, Melchor está un poco nervioso porque el gordo se escapó, no le hagas caso… Vamos Baltasar, vos sos el más ágil de los tres, ¡andá a buscarlo!

Noelman corrió lo más rápido que pudo, pero su estado físico y el alcohol que llevaba encima no le permitieron llegar muy lejos: a los trescientos metros cayó desplomado. Se levantó lentamente, respirando agitado, y notó que se encontraba en el medio de una nada verdácea cortada por un hilo de río. No había forma de escapar ni dónde esconderse.

Baltasar no tardó en alcanzarlo:

-Gordo, ya no tenés a dónde huir…
-Esperá, Baltasar, tenemos que hablar…
-Olvidate, no voy a caer otra vez en tus trucos.
-¿Pero no te das cuenta, negro? ¿No ves la realidad?
-No voy a escuchar tus palabras.
-¡Te están usando! ¡Esos dos hijos de puta siempre te utilizan como un esclavo para hacer los trabajos más duros!
-Si volvés a llamarme esclavo…

-Buen trabajo, Baltasar.

La voz de Melchor bramó desde el fondo. Unos metros más atrás lo seguía Gaspar.

-Y bien, Samuel, ¿qué pensás hacer ahora?
-No sé… ya que somos cuatro, ¿jugamos un Truco?
-Yo tengo cartas –Dijo Baltasar.
-Nada de juegos, gordo. Hoy se termina tu juego, tu historia. Hoy se acaba tu leyenda.
-¿Pero qué pasa, Mel? ¿Por qué tanta bronca conmigo? ¿No me van a explicar?
-¿Explicación? ¿Pedís una explicación? Muy bien, yo te la voy a dar. ¡Hace siglos ya que te has robado la Navidad!
-¿Qué me robé la Navidad? ¿Qué decís?
-Sí, la Navidad –Esta vez fue Gaspar quien tomó la palabra- La Natividad, el nacimiento de Cristo. Ése es el verdadero significado de esta fiesta. Es a Él a quien debemos adorar. De Él debemos acordarnos esa noche, no de un gordo patético.
-A Él fueron dirigidos nuestros primeros regalos –Agregó Baltasar-: Incienso, mirra y oro.

-Bueno, muchachos, pero se tardaron su tiempo. El pibe nació el 25 y ustedes llegaron el seis de enero… Y vieron cómo son los negocios, acá el que no corre vuela…
-¡Negocios! –Siguió Melchor- ¡Para vos todo esto se trata de negocios! ¿Por qué vestís con los colores de esa empresa gaseosa, si no?
-¿La Coca? Es que me ofrecieron un dinero para que usara estos colores, como modo de publicidad… Y bueno, a los duendes si no les pagás a tiempo no te hacen un juguete, son terribles…
-Y los juguetes… -Siguió Gaspar- ¡Nunca leés las cartas! Salís a repartirlos borracho y no tenés idea quién te pidió qué. Y después doble trabajo para nosotros, que recibimos pedidos y quejas porque no recibieron lo que querían en Navidad, ¡como si fuera nuestra culpa!

-Bueno, basta de explicaciones. ¿Ya estás satisfecho, gordo? Ahora debés morir.
-No, esperen, muchachos… ¿No podemos discutirlo un poco más? No entendí la parte de las cartas…
-Gaspar dijo que…
-¡Silencio, Baltasar! Sólo lo está haciendo para ganar tiempo.
-Igual, por más tiempo que tengas, no hay nada que puedas hacer -Agregó Melchor- Somos tres contra uno.

-¡Se equivocan!

Una voz potente con un leve acento ruso vino desde abajo. Ninguno sabía si había aparecido de repente o si llevaba ya un tiempo allí.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Papá Noel no existe (Parte 4)



-Pero miren a quién tenemos aquí: Melchor, Gaspar, y el negrito Va-a-saltar, jojo.
-Es Baltasar.
-Ya sé, negro, ya sé. ¿Así que seguís trabajando para ellos?
-¿Cómo que para ellos? ¿Qué querés decir? ¡Trabajo con ellos!
-¡Basta de cháchara! Samuel, vos venís con nosotros.

Melchor tomó a Papá Noel de un brazo y Gaspar hizo lo mismo del otro. Sin oponer demasiada resistencia, el gordo subió en el asiento trasero del Chevrolet junto con dos de los tres. Baltasar retomó el volante.

Poco a poco el cielo iba pasando de rosa a naranja, mientras el vehículo avanzaba siguiendo la costanera. Ninguno hablaba. Noelman se dedicaba a observar todo con mucho cuidado mientras pensaba cómo podía zafar de esa situación. Desconocía el motivo de tal apriete, o tal vez lo sospechaba. Lo que era seguro era que los muchachos no habían ido a buscarlo para invitarlo a comer un asado.

Estaban entrando en la zona de Tigre cuando Papá Noel se decidió a hablar:

-¿Y bien chicos, a qué va todo esto? ¿Vamos de pic-nic o qué?
-Callate, Samuel. Lo sabrás cuando lleguemos – Dijo Melchor secamente.
-¿Y vos, Gaspar? ¿Cómo has estado? ¿Tus cosas bien?
El Rey Mago no se dignó a contestar.

Nuestro amigo carmesí miró hacia el frente e intentó una vez más:
-¿Y vos, Balti? ¡Linda mezcla, eh! Condorito y la Playboy. Se ve que sos un hombre muy fuerte pero aún tenés la inocencia de un niño.
-Bueno, creo no tiene nada de malo divertirse, ¿no?
-¡Baltasar, no le contestes! –Bramó Melchor.
-¿Pero por qué no? Si no dije nada malo…
-Claro que no tiene nada de malo, mi querido compañero. Además esa historieta es muy entretenida, suelo leerla cada vez que voy al baño.
-¿Sí? Ah, entonces quizás vos me podés ayudar. ¿Viste que cada vez que termina un cuadro los personajes hacen “plop”?
-Baltasar, ¡no te distraigas! – Volvió a replicar Melchor.
-Sí, claro que lo noté, ¿por qué lo preguntás amigo?
-Bueno, porque en Patoruzú…
-Baltasar, es suficiente. Limitate a conducir. –Sentenció Gaspar.
-Bueno, veo que yo tenía razón Baltasar: seguís siendo su esclavo.
-¿Esclavo? ¿Qué decís, Noel? Nosotros tres somos socios…
-Así no se trata a un socio…
-Noelman, no sigas con tus trucos. -Dijo Melchor, un poco más sereno- Baltasar, no te dejés engañar, sólo está tratando de ponerte en nuestra contra. No lo escuchés, concentrate en el camino que ya estamos llegando al lugar.

Papá supo que ese era el momento justo para actuar. Se inclinó rápidamente hacia delante y exclamó:

-¡Miren! ¿No es esa Pamela David?
-¿Dónde? – Dijo el negro y miró hacia el costado.

Noel estiró el brazo y dio un giro brusco al volante. El vehículo se salió del camino y dio tres vueltas sobre el pasto hasta detenerse boca abajo. El gordo aprovechó la confusión y empujó a Gaspar contra la puerta. La abrió y salió corriendo del auto.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Papá Noel no existe (Parte 3)



Adentro

Un hombre de barba blanca algo recortada oculta su barriga bajo una camisa negra. La acompaña con unos pantalones chupines rojos y botas negras de punta.

Afuera

Tres hombres esperan dentro de un Chevrolet modelo 78 marrón con techo blanco. Al volante se encuentra un sujeto de color y morrudo. En el asiento de atrás comparten su presencia un individuo alto de barba negra y otro un poco más bajo con senda barba color nubes.

Adentro

El hombre de rojo y negro se acerca a la barra y pide un fernet. Es el tercero que toma en la noche. Una señorita de dudosa reputación se le acerca y él le convida un trago. Se producen escenas de histeriqueo y rozamientos múltiples.

Afuera

El negro bosteza mientras pasa las páginas de una revista Playboy del mes pasado. Se detiene a mirar la curvilínea figura de una conocida de turno. El de barba negra intercambia miradas entre la puerta del local, su reloj y una bolsa que se lleva en la mano. Su compañero de banco, sereno, “aún es temprano” afirma sin mirarlo.

Adentro

El hombre de negro y rojo, quien se da a conocer como Samuel Noelman frente a la dama, mantiene un diálogo soez con ella. “¿Así que vos sos Papá Noel?”; “Sí, ¿me trajiste tu cartita, bombón?”; “Ay, es que acá no tengo lapicera”; “Tomá, agarrá la mía”.

Afuera

El negro termina de ojear la revista erótica y comienza a leer un especial de Condorito. Se ríe ingenuamente cuando al final de un cuadro Pepe Cortisona se desploma produciendo el clásico “plop”. Luego reflexiona un segundo y se dirige hacia sus compañeros: “¿Notaron que en las historietas de Patoruzú también cuando termina alguien se desmaya haciendo “plop”? ¿Alguna será plagio de la otra o sería un estilo común de la época?”. El de barba negra responde un mero “Sí”. El otro agrega: “Mañana lo buscamos en internet”.

Adentro

Noelman continúa con metáforas del tipo “Acá te traje el paquetito”. Un roedor amigo se acerca a la barra y pide un Martiny seco. Al verlo, nuestro héroe escarlata distrae por un segundo su mirada de los senos de su compañera y saluda alegremente al pequeño bribón, quien se presenta a la dama como Abraham Perestein. Una segunda señorita escotada regresa del baño y se une al grupo.

Afuera

El negro masca un chicle rosado e intenta superar su record de tamaño de globos. El de barba negra mira impaciente el reloj y exclama “¿Cuándo va a salir este gordo hijo de puta?”. El más anciano de los tres contesta “Ya falta poco”. El oscuro casi se atraganta con la goma de mascar mientras grita “¡Ahí está! ¿No es ese?”. Una puerta lateral del establecimiento se abre y de ella asoma una barriga decorada con una barba blanca. El negro acelera hasta colocarse junto a recién salido y los tres hombres se bajan raudamente del vehículo. El gordo se detiene junto a la puerta y mira tres rostros conocidos. El de barba negra da un paso al frente y exclama: “Buenas noches, Samuel. Vamos a dar un paseo”.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Papá Noel no existe (Parte 2)



Son las doce del mediodía. Samuel David Noelman, más conocido como Papá Noel, se despierta con una fuerte resaca. Incontables años con sus noches lleva ya realizando este tipo de vida nocturna y descontrolada.

Viste un slip rojo de diminutas proporciones, cuyos elásticos se pierden en los pliegues de su piel, justo donde empiezan o terminan las piernas. Su abultado abdomen de cerveza y vino tinto se deja caer sobre su no tan abultada prenda interior antes elogiada. Es sábado.

Camina dando pasos cortos, apenas tambaleándose, hasta llegar al baño que, junto con la piecita, conforman todo su hogar en este mundo traicionero. Alquila en una pensión del bajo Flores.

El pis sale con fuerza, de a chorros entrecortados, con un fuerte olor a chizitos. Al principio le cuesta controlarlo un poco, debido a una de sus erecciones matutinas. El chorro se corta una vez más cuando nuestro héroe expele una sonora ventosidad, para luego terminar de salir y culminar la escena con tres secas sacudidas.

Se lava la cara y recorta un poco su blanca barba rala. Luego se prepara un fuerte café negro para terminar de despertarse, mientras lee en el diario un titular que afirma “Triste campaña antinavideña”. En dicho artículo se informa acerca de varias pintadas que han aparecido por los barrios porteños, entre las cuales se destacan las siguientes frases: “Papá Noel no existe”, “Rojo cuidate”, “Los putos usan trineo” y “I will kill Papá Noel”.

Noelman apura de un sorbo su café y piensa “Todas las navidades lo mismo”.

Antes de terminar de leer la noticia, le llega un mensaje a su celular de parte de un roedor amigo: “gordo, leíste el diario? Seguro q fueron esos negros de mierda”.

Va a contestar justo cuando otro mensaje llega a su bandeja de entrada: “Buen día! nos vemos esta noche papi?”

Sonríe, pensando en que en esta ciudad la joda nunca se acaba. Pasa el resto de la tarde eligiendo qué camisa se pondrá esa noche. Nunca imaginó lo que le esperaba.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Papá Noel no existe (Parte 1)



“Papá Noel no existe”, rezaba un grafitti escrito con aerosol púrpura en una esquina del centro porteño. Su autor tomaba un café en un bar de san Telmo, junto a sus dos viejos y conocidos cómplices.

-Tenemos que hacerlo.
-Sí, claro. ¿Pero cómo? ¿Por dónde empezamos?
-¿Y si le prendemos fuego el trineo?
-No, no, tiene que se algo más sutil…
-¡Matemos a los renos! Quiero adornar mi sombrero con la redonda y roja nariz de Rodolfo.
-No sé, hay que pensarlo bien.

Los tres hombres discutían sentados a la mesa del pintoresco lugar. El más alto de ellos lucía una barba negra y recortada, y sus ojos reflejaban toda la furia de los pueblos de Oriente.

-Mozo, ¿puede ser una más de grasa por favor? Gracias. ¿Vos negro, querés algo?
-Para mí una de manteca.

A su derecha se encontraba el más anciano: barba blanca y larga, denotando la sabiduría griega, portador de una sapiencia admirable y racional.

-Yo creo que debemos esperarlo a la salida de Cocodrilo. Mañana es sábado, seguro que va a estar ahí. Cuando salga va a estar tan borracho que no se va a dar cuenta.
-¡Entonces lo agarramos entre los tres y lo molemos a palos!
-No seas tan impulsivo, negro. Ahí mismo no podemos hacer nada, pero si lo paseamos un poco… Ah, gracias, la de grasa para mí.

El tercero no tenía barba y su piel era completamente negra. Era el más impulsivo, pero el menos inteligente. Sin embargo sus músculos de esclavo africano sobrealimentado siempre eran útiles a la hora de actuar.

-¿Entonces mañana?
-Sí, viejo, mañana.
-Genial, muchachos, al fin pasamos a la acción. Mañana vamos a matar a Papá Noel.

Dejaron la propina sobre la mesa y partieron en sus camellos.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Las aventuras de Rocambole. Hoy: Sobre gustos



Qué rápido se pasa el año. Rocambole decía que el mes en el que eso más se nota es en diciembre: si bien febrero tiene fama de ser el más corto, el duodécimo mes del año se pasa volando, desde que uno coloca la primer bolita escarlata hasta que los camellos consumen el pasto y el agua.

A Rocambole no le gustaban “las fiestas”. Le recordaban lo eternamente cíclico y repetitivo de los años “¿Cómo puede alguien soportar más de cincuenta navidades?”, se preguntaba. Claro que él había vivido poco más de la mitad de ese número (y ya se había cansado de las repeticiones).

Es que las fiestas de fin de año para él eran eso: la marca viviente del eterno retorno, el programa de la vida refritado una y otra vez en cada nueva vuelta al sol. Tal vez, cuando tuviera su propia familia… Iniciaría un nuevo ciclo de repeticiones.

En cuanto a lo religioso de estas festividades, nuestro amigo no era muy original en su pensamiento: era el típico caso de “creo en Dios pero no en la Iglesia”. Aunque él nunca lo había expresado con estas palabras. Más bien decía que si uno lee la Biblia no encuentra allí nada de las costumbres, ostentaciones y ademanes eclesiásticos en cuando a la vida del Hijo se refiere, sino que las acciones del Mesías eran mucho más simples y directas. “Jesús nunca dijo eso”, afirmaba, frente a las ridículas posturas canónicas.

A Rocambole tampoco le gustaban Los Beatles. Pero eso era más una cuestión de actitud frente a la masividad: no le caían bien los gustos de la mayoría. Prefería escuchar cosas raras, desconocidas, que “lo que le gusta a todo el mundo”. En realidad, por estas razones, nunca le había dado la oportunidad a los locos de Liverpool de darse a conocer frente a sus no muy exigentes oídos.

Tampoco le gustaba mucho la tecnología ni era materialista. Tenía celular, por una cuestión de comunicación en los tiempos que corren, pero mantenía su versión básica, cuyo único beneficio extra al habla era la posibilidad de mandar mensajes. “Si quisiera sacar fotos me compro una cámara”, tal era su latiguillo.

Como podrán imaginar, también repudiaba esa cosa nueva que se hacía llamar “facebook” y que él mucho no entendía, ni le interesaba entender. Rocambole siempre quería tener todo bajo su control, y el susodicho medio le parecía algo bastante manoseado.

¿Qué le gustaba a Rocambole, se preguntarán? Bueno, en días como hoy disfrutaba salir al frente de su casa con una reposera y sentarse a leer un buen libro. Mientras tanto, entre mate y mate relojeaba desde detrás de su reja a la gente que bajaba del colectivo. Cada tanto aparecía alguna cara conocida.

Esa tarde mientras leía redactaba mentalmente otra cosa y las palabras se le mezclaban. Se había llevado el teléfono afuera, esperando una llamada que nunca llegó.

También le gustaba y creía en la verdad de la siguiente frase de su autoría: “Cuando las cosas terminan terminan todas juntas”.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Las aventuras de Rocambole. Hoy: sobre el azar y otras menudencias



Rocambole no creía en fantasmas. Sin embargo, hacía un ratito había pasado frente al espejo y le había parecido ver una sombra con forma humana.

Tampoco creía en el azar ni en el destino, por más contradictorio que ello parezca. Es que, si bien no pensaba que todo ya estaba escrito, hablar de “el” azar le parecía estar diciendo lo mismo, sólo que con otros términos. “Nada hay escrito ni nada está librado a la suerte”. Rocambole nunca había dicho eso, pero esa frase bien podría representar sus pensamientos, de alguna manera.

Tampoco creía en la influencia del medio, la familia, el barrio o el subconsciente. “Yo soy yo y punto, nada de circunstancias circunstanciales”. Eso sí lo dijo, luego de que le anularan un gol por una falta cometida en un partido de papi fútbol con sus amigos.

Su solipsismo era tal, que lo había llevado a declararle una vez a una posible futura novia “Soy demasiado yo para compartirme”.

Pero si había algo que Rocambole detestaba y descreía en su plenitud eran las cosas “probables”. Se burlaba completamente de aquellos que creían en la Ley de las Probabilidades y afirmaban que “es más probable que el próximo auto que pase no sea rojo, ya que ya circularon tres vehículos seguidos de ese color”.

Si no hay patrones que guíen los hechos, no hay probabilidades. Si hay patrones, tampoco las hay. Ergo, no existen las probabilidades. Más o menos así podría reconstruirse el argumento en el que se basaba.

Su ejemplo principal, que batía como un pesado y filoso mandoble contra los Espectros de la Probabilidad, era el siguiente: si se arroja una moneda, hay un 50% de probabilidades de que caiga cara y otro tanto de que sea ceca. Sin embargo, uno puede arrojar la moneda cien veces y que caiga siempre cara, y no hay nada lógicamente contradictorio en eso.

(Se tiene en cuenta que la moneda es “normal”, y si se quiere agregar el canto de la misma como tercera posibilidad de la caída, la teoría de nuestro amigo no se ve afectada).

Sin embargo, nuestro querido Rocambole se encontraba frente a un dilema: quería ir al cine o a bailar. Si iba al cine, no podría ver a María. Si iba a bailar, se encontraría con Pedro. Pedro saldría con María sólo si Marta los acompañaba. Aunque Marta los acompañara, Raúl no iría con ellos. No es el caso de que Rocambole quiera salir con Raúl y no ver a María. La película era linda o cara. Rocambole iría si y sólo si no era cara. Pero si Marta iba al cine, entonces Rocambole no iría.

Rocambole no sabía qué hacer. Para decidirse arrojó una moneda.

sábado, 20 de diciembre de 2008

El Masajista



El Masajista más hábil del mundo estaba contracturado. Su contractura era tal que ningún otro masajista podía arreglársela.

En su desesperado dolor, consultó a un Oráculo, quien le dijo que sólo él mismo, por ser el más diestro en su arte, podría autocalmárselo. Claro que la tarea parecía imposible.

Días lloró soportando su cruz. Pero cuando creía que todo estaba perdido, una noticia reavivó sus esperanzas: un famoso Hechicero había llegado a la comarca y se quedaría a pasar unas noches.

Al alba acudió a su morada. El Hechicero, viejo y sabio, al escuchar su problema le brindó una solución: una pomada mágica que, luego de untarla en todo su cuerpo, lo multiplicaría en dos por veinticuatro horas. El buen hombre sólo pidió a cambio una sesión de masajes.

Esa misma noche, el Masajista, luego de bañar su cuerpo en leche de cabra, se untó la pomada. Como una imagen reflejada en un espejo, su Otro Yo se desprendió de su cuerpo. El nuevo Ser era idéntico a él y poseía todas sus habilidades: ahora sí podría hacerse masajes a sí mismo.

Luego de varias horas de sesión, su contractura al fin se había ido. El Masajista se sentía como nuevo. Pero justo cuando pensaba retirarse a descansar, su Otro Yo lo detuvo:

- ¿A dónde vas? No podés irte todavía...
- ¿Por qué no? ¡Si ya estoy curado!
- Vos sí, pero yo no... no te olvides que yo soy igual a vos: tengo tus mismas habilidades, pero también tus mismos dolores...
- ¡Y a mí qué me importa eso! Ya cumpliste con tu deber: luego del crepúsculo habrás desaparecido...
- Sí, pero volveré a ser Uno con vos... Y si no me sacás ahora la contractura vos a mí, cuando nos unamos volverán tus dolores.
- Pero con la contractura tan grande que tenés, si te hago masajes... ¡Me volveré a contracturar de todas maneras!
- Tal vez. Pero bueno, mi querido amigo, las soluciones nunca son definitivas...

El Masajista meditó un instante cuál sería la mejor solución. Parecía estar atrapado en un camino sin salida. Sin embargo halló una: sin vacilar tomó un garrote y asesinó de un fuerte golpe en la cabeza a su Otro Yo. Luego se echó a descansar, esperando que el cuerpo desapareciera.

Lástima que el Hechicero había olvidado advertirle que el conjuro no lo multiplicaba, sino que lo dividía. Desde entonces el Masajista vaga por el mundo, sin dolor físico ya, pero con un profundo vacío interior. Camina como medio hombre, buscando inconscientemente en cada persona su Otra Mitad.


[Archivo 2006]


miércoles, 17 de diciembre de 2008

Profesor de Enseñanza Media y Superior en Filosofía





Título otorgado por la Universidad de Buenos Aires

Buena ocasión para fumar el habano


domingo, 14 de diciembre de 2008

La Gran Mentira




Durante siglos los filósofos ortodoxos, continentales y poco flexibles nos han engañado con la gran mentira del ser individual. Lustros poco lustrosos y cadavéricos viajes alrededor del sol han pasado engañándonos, haciéndonos creer la inefable idea del Uno, basada en el principio de individuación y sus nefastas consecuencias.

Nos han mentido, como poetas metafísicos adoradores esclavos de aquel personaje inicuo al que llaman “sujeto”. El “Yo” de estos aldeanos de la ciencia ha dominado los paradigmas etareos desde el comienzo de los tiempos, siendo así que hoy en día cualquier hijo de cristiano y demás religiones o ateos también creen que son uno y sólo uno.

Pero ya es hora de que aquellos que como un servidor pretenden develar la verdad de la milanesa (de carne, de la buena, nada de falacias de soja) expresemos la auténtica relación del ser, del devenir de las subjetividades múltiples y eternas: somos.

Todos somos el ser y el ser es lo que es, es decir, que no existe el yo, no existe el sujeto, el hombre-en-sí ni ninguna de esas quimeras áticas. No, rechacemos los galimatías del ente y reconozcamos que en la verdad existe la multiplicidad. Que estamos atravesados todos por todos, con todos y en todo. Que no hay Uno, no yo, no vos, no él. Que el ello, lo neutro, es lo único que podríamos considerar como la unidad, pero entendida desde la generalidad, desde el constante fluir de personalidades rotas que se funden en una única armonía preestablecida del ser.

El lenguaje, titánica arma y fuente de todos los males, con la que el hombre desde sus inicios se encargó de etiquetarlo todo para intentar medirlo o hacerlo medible con su limitada razón. Si logramos despojarnos de él, y de su terrible caballito de batalla, el Nombre Propio, lograremos al fin unir nuestras almas como corresponde, ya que nunca debieron estar separadas.

Nada se sujetos, nada de mitos platónicos de cuerpos divididos que buscan su otra mitad. ¿No os dais cuenta que vuestra otra mitad está allí, y que siempre lo estuvo? Es el mundo, es el ser, somos todos. No hay otro porque no hay uno, ya que en definitiva todos seríamos “lo otro de lo otro” y así ad infinitum.

Por eso, nada de individualidades posesivas de cuerpos que son sólo cáscaras desechables de almas que siempre estuvieron unidas, y que sólo la gran mentira del ser sujeto y sujetado las había separado.

Rechacemos también, por tanto, la segunda gran mentira, ya que pierde toda su razón y fortaleza al ser descubierta la primera. Estoy hablando, claro está, de la extraña al ser idea de la monogamia. Si no hay momo, no hay stereo, y sin uno no hay dos.

Así es que, hermanos míos, todos con todos. Abrid vuestras batas de la culpa y arrojadla muy lejos de la verdadera esencia del ser. Uníos, y disfrutad, que la vida se acaba y volvemos todos al mismo lugar. Listo calisto, sanseacabó y chau pinela.






- Nah, ¿todo esto para justificar la piratería y el descontrol? Qué hijo de puta…

- Vos no entendés nada.




miércoles, 10 de diciembre de 2008

Péndulo



“Prolijamente afeitado, la cabeza totalmente calva, me ducho. Agua tibia, jabón espumoso que chorrea por mi cuerpo, me baño y me masturbo. Me limpio y me ensucio a la vez.

Lo hago parado, como un soldado griego de guardia en la campiña. Lo hago sin vergüenza, como un payaso pobre de pueblo. Me lavo y me embarro.

Mi vida siempre fue así, una de cal y una arena, pureza y mediocridad. Pero no por el destino. No por alguna fuerza superior, la sociedad, mis padres, lo hábitos del lugar donde me crié ni mi subconsciente. La culpa es mía, toda mía.

Me baño y me masturbo. Me limpio y me ensucio. Regalo y robo. Beso y mato. Hago bien y hago mal. Agradezco y pido perdón.

Estoy condenado al péndulo. Yo soy el péndulo, yo las bolas de metal que van y vuelven, yo la hamaca vacía, yo el imán que no se decide hacia dónde ir. O que sí se decide, pero luego se arrepiente y vuelve.

Aterrado ante la monotonía, prefiero mil veces el vaivén. Total, las emociones verdaderas se encuentran siempre en los extremos. Qué me vienen a mí con el punto medio…

La prudencia, la mesura, el autocontrol, la represión, virtudes vulgares y vanas.

Verdad, mentira, vanidad, humildad. Prefiero ignorar, prefiero gozar, prefiero reír, llorar, matar, morir…

Que seguir siempre igual”.

La carta fue hallada junto al cuerpo, que aún olía a perfume de flores. Estaba completamente limpio, salvo el imberbe rostro bañado en sangre, que había brotado del perfecto círculo en la sien, justo debajo de la brillante planicie cabelluda.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Carpe Diem



Sí, sí, dos más dos son cuatro, nadie lo puede negar. ¿Pero quién puede saber lo que le pasará mañana? ¿Quién lo que sucederá al segundo siguiente? ¿Qué es más emocionante: el orden o el caos?

Salió del departamento caminando ligero. Le encantaba provocar con su pollera corta. Sus piernas largas le daban gracia a una senda maltrecha y regalaban una tierna imagen a las baldosas. El departamento no era suyo. No hace falta dar nombres.

Cruzó la avenida como en un cruce de canciones, sintiendo la mirada de los transeúntes hombres clavándosele por detrás, al ritmo de los cortejos camioneros que desbordaban tonterías sin sentido y erotismo de mal gusto.

Sonrió ante la mirada atónita de un anciano que sintió un extraño pulso en su miembro, luego de tantos años, al verla pasar. Ella notó el leve movimiento pélvico del señor.

Le encantaba excitar púberes y adolescentes. Humedecía su herida de sólo pensar que los niños se tocarían recordándola, inventando fantasías. Ahora fue ella quien sintió el leve latido allí abajo.

El escote generoso favorecía sus no grandes pero firmes dotes. La ausencia de corpiño delineaba sus cónicos pezones. No se sorprendió al notar que también algunas mujeres la miraban. Le gustó ser admirada por sus pares. Ser deseada por ellas. Fantaseó cosas incorrectas, reprimidas, vulgares y encantadoras.

Antes de llegar a destino, decidió pasar por la obra en construcción: le faltaba la mirada de ellos, sus queridos soldados del amor, vestidos de overol y opaco casco amarillo.

Cuando sintió los gritos tardó en notar que no se trataba de piropos. No de las clásicas groserías tiernas que a ella tanto le gustaban. Eran gritos de alarma, exclamaciones de advertencia de un obrero desesperado ante su error inoportuno.

Una maza se dejó caer desde un andamio. Acostumbrada a romper ladrillos y asistida por la energía potencial que le otorgaban los nueve pisos de altura, no le costó partir aquella bella y blanda cabeza.

Sus piernas, abiertas hacia las nubes, yacieron sobre la vereda, regalando la imagen de su bella flor completamente depilada.

El trabajador negligente recordó la clásica frase de Horacio que había aprendido gracias a una película.

martes, 2 de diciembre de 2008

La Parábola de los Siete Maderos





Acabada la cena, el Maestro se dirigió a sus discípulos diciéndoles: “Síganme”. Una vez en la orilla del mar se sentó en la piedra más alta y, tras extraer un pequeño trozo de carne de pescado que había quedado atorado entre sus muelas, ayudado por una astilla de madera, dijo: “voy a contarles la Parábola de los Siete Maderos”:

Hace mucho tiempo, en las regiones cercanas a Canapé, vivía un anciano muy adinerado llamado Ascalías. Había dedicado toda su vida al trabajo, logrando acumular varios siclos de plata y especias. Un día, mientras tomaba su baño matutino en leche de cabra, tuvo una visión que le reveló que su muerte estaba próxima. Así es que, sin perder más tiempo, se levantó y reunió a sus ocho hijos para repartir sus bienes en vida. Josefías, el menor, al ver a su padre desnudo y cubierto de leche murió al instante. El episodio, si bien fue triste, facilitó las cosas ya que el Reino estaba divido en siete prados, aunque no eran todos iguales, sino que variaban según su tamaño y calidad de sus tierras.

El modo en que se repartirían los terrenos preocupaba tanto al padre como a los siete hermanos, por lo que Sodomías, el mayor, propuso que se repartieran por orden de edad, correspondiéndole a él por ser el primogénito el mejor campo, y así sucesivamente para el resto de sus hermanos. Los demás protestaron al unísono: Meloj, ahora el menor, reclamaba que la repartija se diera en forma inversa (es decir, de menor a mayor), mientras que Rebulón alegaba ser el más inteligente, Áster decía ser el más fuerte, Nesulaj el más justo, Felonías el más capaz, y Gádor el que más amaba a su padre.

El viejo Ascalías, al no lograr un consenso, se retiró a meditar. Al día siguiente despertó con una idea brillante: sometería a sus hijos a una prueba. El ganador se quedaría con el mejor terreno, y también con la responsabilidad de elegir la forma de repartir el resto de los campos entre sus hermanos. Así es que, al amanecer, entregó a cada uno de sus hijos un madero, con la misión de que construyesen con él un regalo para su padre. Tenían tiempo hasta la mañana siguiente, por lo que Ascalías dedicó su día a descansar, ya que un fuerte dolor en su boca no lo dejaba tranquilo.

Al alba del segundo día después de haber tenido la visión, el anciano reunió a sus hijos nuevamente y les dijo: “Y bien, qué me habéis traído”. Sodomías comenzó diciendo: “Yo, padre, te he traído un pequeño barco, para que puedas recorrer con él los mares y conocer los más bellos lugares”. Luego dijo Rebulón: “Yo te he construido este trono, para que reines más cómodo sentado en él”. Áster exclamó: “Padre, con el madero que me has dado he creado un arma poderosa, para que puedas defenderte de tus enemigos”. Meloj dijo: “Yo hice este mueble para ti, así podrás guardar tus objetos más preciados”. Felonías: “Te he traído este barril, repleto del más dulce vino”. Y Nesulaj: “Yo te traje esta cama, para que podáis dormir tranquilo”.

Todos los regalos eran grandes y hermosos, y los hermanos se enorgullecían enseñándoselos a su padre. Sin embargo Gádor parecía haber venido con las manos vacías. Cuando todos comenzaron a pensar que no había traído ningún presente a su padre, el joven exclamó: “Padre, mientras mis hermanos estaban ocupados construyéndote hermosos regalos, yo me preocupé por el dolor que aqueja a tu boca desde hace tiempo, así que no tuve tiempo de fabricarte un gran obsequio. Sin embargo, pensando en tu desgracia, se me ocurrió que esto podría serte más útil”. Extendió su mano y entregó a su padre una pequeña y fina pieza de madera. El anciano la introdujo en su boca, extrayendo con su ayuda un gran trozo de carne de cordero que llevaba días atascado entre sus dientes, aliviando de esa manera su dolor.

Ascalías miró a su hijo con orgullo y con amor y le dijo: “Muchas gracias, pero me quedo con el barco”.


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Esta parábola, publicada originalmente en la revista Mitin, forma parte de mi novela Placebo (2005)

viernes, 28 de noviembre de 2008

Cavilaciones peliagudas



- ¡Mirá, mirá!

- ¿Qué cosa?

- ¿Qué es ese vacío que siento?

- Es que no tenés facebook.

- No, no, es más que eso…

- ¿No tenés internet?

- ¡Pero no! ¡Que no es eso!

- ¡¿No me digas que no tenés computadora?!

- Ay, dejá, no me entenderías.

- ¿Y si me lo explicás con una canción?

- Bueno:

¿Qué es eso que no tengo?
¿Qué es eso que tengo?
¿Por qué siento que no siento?
¿Por qué duele desde adentro?

- Pará, pará, pará… no sigas, es muy común. ¿Si probas con la prosa mejor?

- A ver…

“El zorro corrió alegremente por los verde prados. Saludó a los alegres pajarillos, rió con el pato escocés, acarició las cabecillas de los ornitorrincos en celo. Sin embargo, sintió que algo le faltaba para ser completo. Había un no-se-qué estereotipado y francés que le recordaba a la ciudad de las luces…”

- Nah, ¿una fábula?

- Mmm ¿Y tragedia griega?

“Perineo, el de los dedos carnosos, acudió a la llamada de Percha, la divinidad del maíz inflado, y cruzó el largo lago langostino. Allí contemplose en las claras aguas, y recordó a la bella Glándula, la de arduos gemidos, quien le había clavado una espina en el tálamo…”

- ¿La mujer? ¿Tenías que nombrar a una mujer?

- Tenés razón, pero qué se yo, salió así…

- Mejor vamos a tomar la leche.

- Bueno.

martes, 25 de noviembre de 2008

El flato y las relaciones humanas



Es muy difícil abordar este tema sin caer en la vulgaridad ni el chabacanerismo. Sin embargo, intentaré hacer una pequeña exégesis acerca del asunto que nos atañe el día de hoy. No voy a incurrir en las clásicas clasificaciones pseudograciosas elaboradas en base a sonidos, olores y/o consistencia. Lo que me interesa señalar aquí es el efecto que el flato genera en las diversas relaciones humanas.

En una amistad, por ejemplo, un gas arrojado en un momento oportuno (y siempre y cuando se destaque más su sonido que su aroma) tiene como consecuencia generalmente un afianzamiento de la misma. Si dos personas están comenzando a conocerse, y una expele una ventosidad por el ano frente a la otra, este gesto es tomado como símbolo de confianza y afecto. En idioma coloquial: “Te cagaste adelante mío, me considerás tu amigo”.

¿Qué ocurre, en cambio, en una relación de pareja? Sin llegar al caso extremo del matrimonio (en algunos de los cuales sus miembros han pasado años conviviendo sin desgraciarse uno frente al otro -mientras que otros concubinatos son altamente desgraciados-), podríamos observar el fenómeno en los noviazgos jóvenes. Una consulta que me hacen con frecuencia es la siguiente: “¿Cómo debo reaccionar si mi novio/a suelta un gas en mi presencia?”. Bien, si en el flato en cuestión, una vez más, prevalece el sonido, uno debe tomarlo como una señal de afecto y recibirlo con una sonrisa. Sin embargo, es importante que este aumento en la confianza no provoque a su vez una disminución en el respeto. Por otra parte, si predomina el olor, o si la situación se repite en demasía, dicha actitud podría perjudicar la relación de la pareja. Y si ocurre (como generalmente pasa) cuando están en la cama, sacudir las sábanas se puede interpretar como una señal de desprecio hacia el otro.

En la familia el asunto es algo más ligero y sencillo. La confianza existente en dicho ámbito hace que uno pueda caminar lanzando gases con toda tranquilidad por su hogar, provocando risas unas veces, recibiendo reprimendas otras. El niño tiene su primera desilusión frente a la belleza femenina cuando oye despedir un gas a su madre, o, en su defecto, a su hermana mayor.

Por último, en el ámbito laboral y/o académico, el flato nunca es bienvenido, sobre todo en ambientes pequeños y poco ventilados. Existen casos de despidos y expulsiones, debidos a otros despidos y expulsiones, ocurridos frente a las personas menos indicadas.

En fin, esto es todo lo que puedo decirles por ahora sobre el tema. Para más información pueden consultar el libro del ya citado Dr. K. K. Zorongo: “Me cago en vos: genealogía de la ventosidad y sus consecuencias múltiples”.

[Archivo 2006]

domingo, 23 de noviembre de 2008

Literatura sanitaria




¿Quién nunca ha leído en el baño? El diario, una revista vieja, todo vale cuando de acompañar aquel instante sublime se trata.

Momentos desesperados, en los que no hay tiempo de encontrar el texto indicado, lo hacen a uno leer cosas tales como los componentes del shampú o, en su defecto, contar azulejos.

Yo he leído grandes obras en el baño. Por ejemplo, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que me habrá llevado aproximadamente unos 374 evacues. Aunque debo reconocer que también, en perfecta adecuación con el lugar, he leído tremendas porquerías.

Ya lo dijo el Dr. K.K. Zorongo, en su libro Del leer y del defecar:

“...El crecimiento de la imprenta siempre fue directamente proporcional al avance de los sanitarios: los primeros libros de bolsillo salieron al mercado junto con los primeros retretes, creando así una suerte de simbiosis entre la loza y la prosa. Los tiempos modernos, que obligan al hombre a estar en constante movimiento, acrecentaron esta relación biunívoca, encontrando el burgués medio, en el excusado, el espacio y tiempo necesario para la lectura”.

He obtenido de fuentes confiables el siguiente catálogo de obras escritas exclusivamente para leer en el baño:

Esfuerzos matutinos
Seco de vientre
Cuentos higiénicos
Aromas amargos
Ya salgo, ya salgo
Balada del hombre que leyó, evacuó, y lo hallaron muerto


Sin más, os dejo hasta la próxima: me dieron ganas de ir al baño...


[Archivo 2006]


jueves, 20 de noviembre de 2008

Léase de noche y en soledad




Solo, frente a la pantalla de mi pc, a las tres de la mañana.
No hay nadie en casa: me mudé hace poco, mis amigos ya se fueron, el gato está muerto.
Tengo hambre, ¿voy a la cocina? Está tan lejos. Además, debería ponerme algo en los pies y no tengo ganas.
¿Por qué siempre los mismos ruidos de la noche?
La persiana que se baja sola, despacio, como una cascada de piedras.
La mesa cruje, siempre después de que apago la luz.
¿Se movió una silla en el living?
No, es sólo mi imaginación.
Sin embargo, me da esa horrible sensación de estar siendo espiado…

¿Prendo la luz? No, no, me estoy sugestionando. No pasa nada.
Pero esos pasos arrastrados en el pasillo, suenan tan reales…
Es mi imaginación. No hay más sonido que el de mis dedos bailando sobre el teclado.
Y ese constante y ajeno respirar…
La puerta se mueve apenas, lentamente. Acuso al viento, aunque sé que la ventana no está abierta.
¿Es una figura humana lo que veo por el rabillo del ojo?
Una fría brisa me eriza los pelitos del cuello.

Cierro la puerta de mi cuarto. Listo, ya somos solo mi sombra proyectada en la pared contraria a la computadora y yo.
Ay, ¿por qué quise poner un espejo en la pieza? La imagen que me devuelve me da un sobresalto cada vez que me sorprende semidormido.
Mejor apago todo y me voy a dormir.

¿Qué es ese ruido? ¿Música? No puede ser. Debe venir de afuera.
¿O está adentro de mi casa? ¿Acaso no es una melodía conocida?
¿No es el piano tocándose solo en el living?
Imposible, estoy demasiado sugestionado, es eso. Debería irme ya a dormir.
Mierda, se cortó la luz.
Una mano se posa sobre mi hombro.


miércoles, 19 de noviembre de 2008

Simple y sincero



Admiro la mirada de las enamoradas
Su tranquilo caminar
Su pensar en nada

Su pasar sin ver
Por saber que lo esencial
Fluye dentro del alma


domingo, 16 de noviembre de 2008

Confesiones de domingo



Despotricó hilaridades contra sultanes inexistentes.
Se descostilló de la risa pensando en piedades ajenas.
Enajenó su conducta afilando su garganta.
Pronunció nimiedades que sonaban a eufemismos.
Emitió alaridos ilíricos e histriónicos.
Le pateó la cabeza a un enano.
Se burló con prosas de un gato muerto.
Ironizó sobre la vida y la muerte, sobre lo que pasa y lo que no.
Derramó sarcasmo sobre el amor de los no amantes y volcó el tintero sobre el trabajo terminado.
Se fumó los problemas con sacarina y miel y olvidó lavarse las manos después.
Tintineó las campanas de la soledad, la nostalgia y otros sentimientos pueriles.
Se quemó la lengua y pronunció todo con “D” por el resto del día.
Salpicó las pulcritudes de otros y ensució sus almas con el café de su vida.
Soñó un mundo mejor pero se despertó sin recordar el sueño.
Refutó lo que no sabía y verificó la mentira.
Cantó sonatas sin letra de imberbes poetas.
Pero sobre todas las cosas escribió felonías sin trino e infames epístolas.
Creó un universo y se echó a descansar…
Ese mismo día.

Reflexiones de un borracho en el Tío



Podés tener música
Podés tener sol

Podés tener amigos
Podés tener alcohol

Podés tener mujeres
Podés tener ron

Podés tener estilo
Podés tener glamour

Podés tener dinero
Podés tener honor

Podés tener fama
Podés tener chandón

Pero si no tenés amor
Nada sos

Si nadie te ama
Si a nadie amás
Nada sos

Seguir o parar
Sin amor
Qué más da

Vivir o morir
Sin amor
Me da igual

sábado, 15 de noviembre de 2008

Apoética


Me siento en tu asiento
Y huelo el aliento
De lo que ayer fue

Respiro el olvido
Tu cara en el viento
Mi mente en un tren

Acecho el invierno
Anhelo tormentos
De leche y café

Añoro e imploro
Las musas de oro
Y ese no-se-qué

Termino y acabo
Surfeando en el hado
Y el tiempo que fue

Felices perdices
Sin pausas motrices
Ni bodas de miel

Sin prisa acomodo
En la barra mi codo
Y pido un fernet


miércoles, 12 de noviembre de 2008

Búsqueda



Una puerta se cerró.

Entonces salí a la calle y le pregunté a un señor:

- Discúlpeme, ¿usted sabe dónde está el amor?

- Sí, claro –respondió- camine tres cuadras derecho y dos hacia la izquierda.

- Gracias buen hombre.

- ¿Cómo gracias? ¿No me va a dar nada a cambio?

- Eh… ¿Por la consulta?

- ¡Por supuesto! No estudié tantos años para nada.

Le di tres australes y seguí.

Cuando llegué al lugar indicado miré hacia todo lados, pero no encontré nada. Entonces me di cuenta de que mi pregunta había sido errónea: ¿Cómo iba a reconocer al amor si no sabía lo que era? Ahí mismo paré un taxi e increpé al chofer:

- Discúlpeme caballero, ¿usted sabe qué es el amor?

- Sí, lo sé.

- Bien, ¿y podría decirme?

- Depende…

- ¿De qué?

- ¡De hasta donde esté dispuesto usted a viajar!

- ¿Viajar? No, si yo no quiero ir a ninguna parte.

- ¡Ah, no! ¿Usted pretende conocer el amor sin viajar? ¡Usted está perdido!

- Bueno, si ese es el requisito…

El hombre destrabó la puerta trasera. Subí al viejo Volkswagen y partimos. Antes de comenzar a hablar ya había encendido el taxímetro.

- Cuando tenía 18 años conocí una moza muy guapa… ella me llevó a disfrutar los teatros más bellos, la noche, el glamour barato y el champagne nacional….

- Ah, ¿y ahí conoció el amor?

- Bueno, eso creí, pero huyó con un artista mediocre, y mis sentimientos se fueron con ella. Después de eso, a los 23, tuve otra novia: era muy preciosa. Todos en el pueblo se daban vuelta para mirarla…

- Ajá, ¿y?

- Nada, nada. Yo era muy celoso. Tanto que tuve que matarla.

El auto pasó tan cerca de un hombre que iba a caballo que lo hizo tambalear. El hombre levantó su brazo y gritó con furia. El taxista no se inmutó.

- ¿Pero y el amor? Usted me dijo que sabía lo que era.

- Sí, el amor, el amor… mi tercera novia era pura ternura: sabía coser, bordar y hasta abrir la puerta para ir a jugar. Era de San Nicolás…

- Entonces usted se enamoró.

- Sí, eso pensé. Hasta que conocí a la Domadora.

Pasó un semáforo en rojo. No le dije nada.

- ¿Domadora?

- De leones, sí. Por ese entonces yo trabajaba en el circo. Ella era muy fogosa y sensual, pero tampoco era lo que quería. Después vinieron la Panadera, la Maestra, la vieja Maribel, las hermanas Soraidas…

- ¿Hermanas?

- Eran siamesas.

- Comprendo.

De pronto observé que el taxímetro estaba llegando al límite de mi dinero. Se lo adviertí al conductor, quien frenó de golpe.

- Bueno, amigo, sino tiene más dinero, va a tener que bajar acá.

- ¡Pero aún no me dijo lo que es el amor!

- Lo siento, compañero, tendrá que seguir viajando para saberlo.

Bastón en mano y galera en cabeza, caminé incontables cuadras por el camino empedrado.

A lo lejos se veía un carruaje. Poco a poco se fue acercando, hasta detenerse muy cerca de mí.

Una puerta se abrió.


lunes, 10 de noviembre de 2008

WHY SO SERIOUS?



“La responsabilidad es una palabra que encierra más de un concepto. O sólo uno, depende de cada quien y cada cual. Yo prefiero decir que soy responsable. Aunque muchas veces serlo vaya en contra de lo que realmente quiero ser.

En este momento, por ejemplo, mientras escribo esto debería estar haciendo una monografía, o estudiando inglés (¿O redactando mi tesis?).

El calor llega y se lleva las ganas. Igual en el Vale Tudo de la vida cualquier excusa es buena: calor, frío, tristeza, felicidad, euforia, agonía… cuando no hay ganas, no hay ganas. Cuando la entropía emocional enerva, fluye y amanece, el colchón tira para abajo y las pantallitas de colores distraen el ser.

Al fin y al sargento, ¿quién nos asegura lo que pasará después? ¿Cuántas tardenoches pasé encerrado leyendo y escribiendo y estudiando y zapateando desde el comienzo de este siglo? ¿Serán redituables algún día? ¿O me tendría que haber puesto un video club y chau pinela?”.

K miró sus apuntes una vez más y se dijo “Ok, ya empiezo, ya empiezo”.

Se alegró de la magia de las comillas, que le permitían convertir realidades en ficciones.


martes, 4 de noviembre de 2008

Pequeña etnografía secundaria



Aclaración: el siguiente texto algunos estudiosos del saber se lo han acreditado el Dr. Henry Töpf. Sin embargo, dicen las malas lenguas y otros menesterosos que se trata en realidad de un ensayo apócrifo. Ya se están analizando huellas dactilares, muestras de sudor y migas recogidas sobre el original para comprobar la veracidad y voracidad de las versiones (es cierto que sería mucho más fácil preguntarle directamente al benemérito filósofo, pero también sería mucho menos divertido).
Nótese la prosa elástica y didáctica del siguiente apartado, digna tanto del pensador rumano como de cualquiera de sus alcohólicos acólitos.



Recostándome en los bosques de los alerces y cipreses montañeses he podido observar bajo la pálida luz de mi linterna mágica a una comunidad que tiene más de común que de unidad: estoy haciendo referencia a los Sardálicos de Towanda. A continuación me explayaré sobre aquellos puntos principales de su pléyade vida playera:

I. Sociedad, costumbres y viceversa

Towanda, como todos sabemos, es una ciudad pulcra, un pueblo sin fronteras ni territorio, que paradójicamente se encuentra en el medio del continente que lo contiene de manera contingente. El centro de dicho pueblo está compuesto por unas veintisiete chozas diagonales, de fácil ubicación mas dificultosa escala. Éstas están ubicadas en forma de diagrama de Venn, rodeando el Tótem-Hoguera de los mosaicos rotos (Jai-Jit en la lengua vernácula). Dicha estructura funciona como sitio principal de rituales orgásmicos, rifas mañaneras y ferias americanas, aunque hace las veces también de cocina neozelandesa y afrodisíaca, fuente de exquisitos balaclavas.

Rodeando en ronda las redondas chozas, se encuentran las truncas y retrucadas viviendas de los Ancianos del Saber (Viej-Put, ídem). Los mismos suelen salir siempre por las noches, o a veces lo hacen otros. Nadie conoce ciertamente hacia dónde se dirigen, porque se trasladan con las luces apagadas.

En cuanto a las damas, ellos en realidad prefieren jugar al ajedrez o al dígalo con mímica, deporte en el cual son campeones, sin haber visto jamás una película. Los niños locales suelen jugar con sus abuelos, siempre y cuando luego los vuelvan a enterrar en su lugar.

II. Política, religión y la mar en coche

Los Sardálicos de Towanda profesan una religión monoteísta: adoran a un simio llamado Coch, que les provee diariamente del pan y el agua necesarios para sobrevivir, tan sólo a cambio de bananas, carne asada y otros manjares que los muchachos sacrifican sin piedad.

En cuanto al poder terrenal, se encuentran gobernados por un rey al cual jamás ven, ya que éste transmite las órdenes al jefe de lacayos, el cual hace lo mismo a su secretario excretorio, quien a su vez las reparte entre su corte de doce aldeanos y un perro. Son muy burocráticos los Sardálicos.

III. Arte, filosofía y otras nimiedades

Los Sardálicos presentan un pensamiento tan circular como su aldea pero a la vez lineal como su Tótem, lo que conforma una especie de cilindro hermenéutico que les permite interpretar las cosas de cualquier manera. “Ajk men chu kala, der papatá”, es su lema de vida. Sabrá Dios qué querrá decir.

Devotos fanáticos del arte rupestre, prefieren comprarlo hecho que ponerse a tallar y pintar. Son muy decorosos con sus decorados y adornos, pero no elaboran laboriosos recados sino que los encargan sin decoro. Eso sí, son muy buenos músicos: poseen una orquesta de mancos y un coro de niños sordomudos que tararean jazz de maravillas.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Epílogo



K tecleó el punto final y suspiró aliviado. Contra todo pronóstico racional, había logrado dar la vuelta al mundo en ochenta días.

¿Había descuidado otras cosas? Sí, seguramente. ¿Se había vuelto un poco obsesivo? Más de lo que ya era. Lo único que le importaba era que en su casa, en su trabajo o en un ciber, siempre había encontrado algún momento para sentarse a escribir y continuar la historia.

Había escrito un libro en un mes, si con eso no se había recibido de escritor ya no sabía qué debía hacer para serlo. Total, que las grandes editoriales siguieran publicando a modelos y vedettes, no era ese el tipo de reconocimiento que quería. No era esa la retroalimentación que necesitaba.

Obviamente que jamás lo hubiera logrado sin el constante apoyo de sus colegas de vida, que día a día leían y aportaban granolas que, aunque algunas fueran más bien balas a la cabeza, otras se convirtieron en estrellas refulgentes. A ellos les brindará siempre el más grande de los agradecimientos.

Algo había aprendido mientras afrontaba tal descabellada empresa: a sacarle más jugo a cada jornada. Los días se hicieron largos y demostraron que si se aprovechan bien se puede hacer en ellos muchas más cosas de las que uno imagina.

K sonrió tranquilo, disfrutando la paz antes de que el vacío volviera a llenar las tardes. Realmente iba a extrañar a esos queridos personajes.


viernes, 31 de octubre de 2008

Treinta y Uno



- ¿Qué? ¡No puede ser! ¿Estás seguro?

- Sí, Julia, sí. Nos cagó.

- ¡Qué hijo de puta!

La cabeza me trabajaba a mil: esto no podía estar pasando, tendría que tratarse de una equivocación. Victorio no podía haberme cagado así, no después de todo lo que vivimos. No después de nuestra charla de esa mañana.

- Pensemos Valentín, ¿a dónde pudo haber ido?

- A cobrar la guita, obvio.

- ¿Vos sabés dónde está el banco?

- No, ni idea. Me acuerdo que junto con la carta había un documento bancario, pero nunca hablamos de de eso.

- ¿Y qué decía la carta?

- Yo sólo me enteré del poema, gracias al cual supimos que se trataba de nueve piedras.

- ¿Qué poema?

- Decía algo de los reyes magos, las tres marías y los mosqueteros…

De pronto la cabeza me hizo un clic.

- “En la cabeza del vigilante de la metrópolis”…

- ¿Qué decís?

- ¡Claro! ¡Todo cierra! Ya sé lo que tengo que hacer.

- ¿Qué pasa Valentín? ¿Qué sabés?

- Nada, vos quedate tranquila, no salgas del hotel Yo me encargo de esto. Ahora te dejo, ¡no tengo tiempo que peder!

Colgué sin darle demasiadas explicaciones. Le pedí a la dueña del hotel un vaso con agua y una aspirina, y la dirección de la agencia donde se alquilaban los autos. Antes de salir hice un par de llamadas más. Le dejé diez mangos sobre el mostrador.

Corrí hacia la agencia con el corazón palpitando de emoción, de pronto todo me cerraba ¡Cómo no me había dado cuenta antes! Alquilé un Palio y rápidamente salí a la ruta dos, debía apurarme si quería alcanzar a Victorio. Igual ya le llevaba una ventaja que él desconocía.

“Como los reyes, como las marías, como los mosqueteros” ¡Qué idiota fui! Si lo sabía desde un principio…

Tomé la carretera a gran velocidad y en poco más de tres horas estaba entrando en Buenos Aires. Tuve que hacer una breve parada antes de dirigirme hacia mi objetivo: la gran mole de cemento y hormigón que se erguía en el centro de la ciudad.

Paré el auto en medio de Corrientes y me dirigí hacia mi destino final. Cuando llegué noté que la reja de entrada estaba abierta: mi ex compañero de aventuras ya debía estar ahí arriba. Afuera comenzó a llover muy fuerte. Estaba tan concentrado en lo que debía hacer que en ese momento no me pareció extraño que una mujer corpulenta estuviera paseando en un carrito a su bebé a esas horas de la noche.

Subí las escaleras con calma, hasta encontrarme en la cabeza misma del gigante, el guardián de la metrópolis: el obelisco. Allí arriba encontré a quien ya esperaba ver:

- Victorio…

Se dio vuelta tranquilo, como si supiera que yo llegaría de un momento a otro.

- Valentín…

Había estado revolviendo una pila de papeles y de cajas que al parecer llevaban años guardados allí arriba. Estaba algo despeinado y le corrían gotas de sudor por los costados de su rostro, como si hubiese estado buscando algo con desesperación, sabiendo que se le acaba el tiempo.

- ¿Por qué, Victorio? ¿Por qué lo hiciste?

- ¿Cómo me descubriste?

- A decir verdad fue muy fácil, pero mi ingenuidad y mi confianza no me habían permitido verlo desde un principio. En primer lugar, debo decirte que había algo que no me cerraba mucho en la última pista. Además, parecías preocupado por saber si la había leído o no…

Un relámpago se dejó ver por las pequeñas ventanas. El fuerte trueno no tardó en hacerse oír.

- “En la cabeza del vigilante de la metrópolis”. Rosario es una ciudad muy grande, sí. Pero si hablamos de “la” metrópolis, seguramente estamos haciendo referencia a la Capital. Además, decía “en la cabeza”, y la primera piedra fue hallada debajo del monumento…

Victorio escuchaba con atención. Aunque la iluminación era escasa, me pareció ver que llevaba una sonrisa en sus labios.

- Pero lo que realmente me convenció de la verdad de mi presentimiento fue la pista inicial, la del poema: todos sabemos que los mosqueteros en realidad eran cuatro…

- ¡Bingo! ¡Excelente deducción Valentín! D´Artagnan, la pista ambigua… ¿se lo debía contar o no? Esa era la cuestión.

- Claro, y cuando leíste la última pista te diste cuenta de que sí había que contarlo: las piedras eran diez, y la última estaba aquí arriba.

- Exacto. ¿Y qué pensás hacer ahora Valentín? ¿Vas a quitarme la décima piedra? Si das un paso más, la arrojo por la ventana. No creo que te sea tan fácil encontrarla, si es que queda algún pedazo sano, claro.

Un segundo trueno, más fuerte que el anterior, resonó en las alturas.

- ¡Por favor, no seas idiota viejo! ¿A mí con esos trucos baratos? No sé qué tendrás ahí escondido, pero la décima piedra la tengo yo.

Abrí mi mano y dejé ver una roca oscura con un ave casi imperceptible grabada en un costado.

- ¿Qué? ¿Cómo puede ser? ¿Dónde la encontraste?

Por primera vez Victorio parecía impresionado de verdad. Sus ojos incrédulos se abrían grandes ante el objeto que le presentaba.

- ¿Sorprendido? Yo también tengo mis trucos, viejo zorro. Tengo una amiga que trabajaba en la Guardia Urbana, ella tiene otros contactos. La llamé antes de salir para acá, le di las indicaciones necesarias y ¡Voilá! Me entregó la piedra hace media hora.

- Me has dejado sin palabras.

- Y vos a mí, Victorio. Decime: ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste?

- No lo entenderías. Es… hice lo que tenía que hacer, era mi parte de la historia.

- ¿Qué decís?

La conversación se vio interrumpida por unos fuertes pasos que venían desde las escaleras. Al parecer los truenos anteriores no nos habían permitido darnos cuenta de que no estábamos solos allí arriba. Me escondí detrás de una columna, justo antes de que una figura enorme y otra pequeña irrumpieran en el cuarto.

- Bueno, bueno, bueno, ¡pero mirá a quién nos encontramos! –Dijo una voz aguda.

Desde mi escondite puede ver a Funes, horriblemente disfrazado de bebé y al Shamán con un floreado vestido de domingo y un brazo vendado.

- Funes, realmente estoy sorprendido. Creí que habías sido arrestado.

- ¿Arrestado, yo? ¡No sabés lo que decís, Victorio! Yo soy un pez gordo, a mí no me van a estar haciendo problemas unos simples azules. Sin embargo, el que sí me causó disgustos fue tu amigo de gris: ¡Mató a tres de mis mejores hombres! Claro que mi esbirro aquí presente se encargó de eliminarlo. ¿Qué gracioso, no? Él muriendo como un héroe para salvarte, mientras que vos no sólo le robaste a la mujer sino que siempre te cagaste en sus cosas.

- ¿Qué querés, Funes?

- Ya sabés lo que quiero, ¡las piedras! Y después tu cabeza, claro. ¡Ah, la venganza, qué belleza!

- No las tengo. El pibe me cagó, él se las llevó.

- No vas a volver a engañarme, ¿entendiste? ¿Dónde están las piedras? ¿Dónde está tu amiguito?

- ¡Acá! –Grité y salí de mi escondite, golpeando con una silla de metal al Shamán en la nuca. Mientras la bestia caía desmayada, Victorio aprovechó y le propinó un terrible puntapié en la nariz al enano.

- ¡Vamos, Victorio! Aún tenemos que arreglar cuentas nosotros, pero este no es el momento.

Bajamos lo más rápido que pudimos las escaleras. Pero Victorio aún tenía la pierna vendada y le costaba caminar. Cuando llegamos a la calle llovía a cántaros. Crucé de una corrida la 9 de Julio y lo esperé en la esquina, pero él avanzaba despacio, rengueando, y esos metros de espera se me hicieron eternos. Justo cuando estaba por alcanzar el cordón de la vereda, dos fuertes estruendos se dejaron oír en el aire. Al principio creí que eran truenos. Me di cuenta que no cuando vi los dos grandes círculos morados que se formaron en el pecho de mi amigo.

Victorio se detuvo, miró hacia abajo y descubrió sus enormes heridas. Con una mano en el pecho me dijo “Ahora sí que me dieron”, y cayó hacia delante. Lo sostuve justo antes de que tocara el suelo. Del otro lado de la avenida puede ver al enano maquiavélico que avanzaba sonriendo, con el rostro cubierto de sangre, y un arma en la mano.

El que no lo vio fue el chofer del micro de dos pisos que circulaba por la avenida. Se oyó un agudo grito y un ruido de golpe seco antes de que el pequeño cuerpo quedara desparramado sobre el pavimento.

- ¡Victorio, Victorio! ¡Vamos viejo! Voy a llamar a una ambulancia.

Mirando hacia otro lado, me hizo un gesto negativo con los dedos.

- ¡Está bien, está bien, un taxi! ¡Vamos, no pierdas la conciencia! Tenemos que ir a un hospital.

Giró la cabeza lentamente y me miró. De su boca caía un hilo de sangre.

- No, Valentín, ya está. Ésta no la cuento: llegó mi hora.

-¡No Victorio, la puta madre! ¡No digas eso, tenés que pelear! ¡Tenés que ser fuerte!

- Valentín… fue un gusto conocerte… cuidá a mi hija, por favor.

- ¿Por qué, viejo, por qué? ¿Por qué lo hiciste? ¡Por qué me cagaste! Si hubiéramos venido juntos hasta acá, tal vez esto no habría pasado...

Por un segundo creí que ya no volvería a escuchar su voz. Sin embargo, dijo una cosa más:

- Era una prueba, Valentín. La última… Una prueba de astucia, para saber que dejaba a Julia en buenas manos… Yo no buscaba un compañero en aquel tren, Valentín… Yo buscaba un heredero…

No dijo nada más. Cerré sus ojos vidriosos, lo abracé con fuerza y grité con toda mi furia. Nunca supe si creer esas últimas palabras. Supongo que serían una más de sus mentiras, un truco para convertir su traición en un acto de altruismo. Quién sabe, tal vez fueron ciertas… Arrojamos sus cenizas en el Paraná, cerca de su departamento de Rosario.

Tardamos un tiempo en decidir si iríamos a cobrar el dinero o no, nos parecía como algo fuera de lugar. Sin embargo Julia y yo acordamos en que ese había sido el deseo de su padre, así que finalmente nos dirigimos hacia el banco. Menuda fue nuestra sorpresa cuando nos enteramos la suma: 100.000.000… de australes. La conversión nos permitió quitarle los cuatro ceros correspondientes, quedándonos con la módica suma de diez mil pesos, una ganga. Julia vendió la propiedad que había pertenecido a su padre y junto con el dinero del juego y unos ahorros que yo tenía nos pusimos un bar en San Telmo, llamado Albatros.

Por lo menos nos permitieron quedarnos con las piedras: las diez pequeñas formaciones oscuras con una imperceptible ave grabada a un costado hoy descansan sobe una repisa, adornando nuestro hogar.

Había subido a ese tren buscando un sentido a mi vida. Lo había encontrado: me encanta perderme en los preciosos ojos de nuestra hija, Victoria.

jueves, 30 de octubre de 2008

Treinta



Como pudimos nadamos hacia la costa. Por suerte la marea había bajado, lo que nos facilitó un poco las cosas. Cuando logramos hacer pie comenzamos a caminar, y luego a correr. El mar estaba helado, pero mi sangre estaba caliente y mi corazón tocaba un solo de batería.

Llegamos a tierra firme, a la arena mojada y negra, esa donde cuando era chico buscaba almejas. Respirábamos con dificultad, pero estábamos vivos, sanos y salvos. Por la avenida se acercaban las luces de un patrullero. No había señales de Victorio.

- ¿Estás bien?

- Sí, sí… ¿Mi papá?

- No sé, no lo veo.

- ¡Mi papá, Valentín! ¡Hay que encontrar a mi papá!

Escudriñé el mar con mis ojos ardientes de sal, pero ni siquiera con un buen catalejo me hubiera sido posible encontrar a Victorio. La oscuridad de la noche complicaba las cosas.

- ¡Encontralo, Valentín! ¡Esas bestias le dispararon! Si le llegó a pasar algo…

- Tranquila, todo va a estar bien. Tu viejo es un tipo de hierro, no creo que le haya pasado nada.

Sólo lo dije para tranquilizarla, pero la verdad era que yo también estaba preocupado. Mis pupilas ya dilatas comenzaban a ver mejor en la oscuridad. Además, tenía la ayuda de dos fuentes de luz: una artificial, dada por la publicidad del muelle, y una natural, brindada por la misma luna. Esta última fue la que me permitió distinguir una sombra que se movía entre las olas.

Inmediatamente me eché a correr hacia el mar. Corrí más rápido que bajo aquel cielo tucumano, más veloz aún que cuando escapábamos de una falsa alarma en Chile. Ahora corría para salvarle la vida a un hombre.

Me tiré y comencé a nadar lo mejor que pude hacia aquel bulto en el mar. Cuando abracé a Victorio estaba muy pálido. Como pudo se sujetó de mi espalda y lo llevé hacia la costa. Recién cuando salimos del agua noté que tenía herida la pierna izquierda.

- ¡Papá!

- Victorio, ¿estás bien?

- Me dieron, esos hijos de puta me dieron…

Me quité el saco y envolví su pantorrilla, mientras Julia se sacaba su campera rompevientos y hacía un fuerte nudo sobre aquel improvisado tapón.
Desesperado comencé a correr hacia la avenida para llamar a una ambulancia, pero Victorio me detuvo.

- No, ambulancia no, no quiero a la policía. Pará un taxi y que nos lleve a un hospital. Disimulemos.

No pude decirle que no, así que entre ambos lo tomamos por los brazos y lo ayudamos a llegar hasta la calle. Un patrullero había parado cerca y dos hombres uniformados caminaban a lo largo del muelle en dirección hacia el Club.

Paramos un taxi y tuvimos que improvisar una historia: a nuestro viejo tío loco se le había dado por nadar de noche en el mar y se había quebrado la pierna cuando las olas lo habían arrastrado contra el muelle. No sé si sonó creíble, pero el taxista no preguntó nada.

Cuando entramos al hospital Victorio estaba casi desmayado, pero tratábamos de mantenerlo consciente. En cuanto nos vieron le quitaron nuestros trapos de primeros auxilios y cubrieron su herida con vendas y agua oxigenada, mientras lo llevaban hacia el quirófano. Tuvimos que decir que había sido víctima casual de un tiroteo, ahí no podíamos mentir tanto.

Julia y yo esperamos en la sala mientras lo intervenían. Un rato después salió un médico y nos anunció:

- La operación salió bien, extrajimos la bala y el hueso no está quebrado. Sin embargo ha perdido mucha sangre y necesita una transfusión, ¿alguno de ustedes es grupo cero factor RH positivo?

- Yo – Dijo Julia – Yo soy su hija y tengo su sangre, sáquenmela a mí.

Yo soy A, si no con gusto hubiera sido el donante, para evitarle tal disgusto a Julia. Aunque había algo de orgullo en sus palabras, como si de alguna manera le gustara ser ella quien salvara a su padre.

El único que durmió bien esa madrugada fue Victorio: luego de la transfusión lo llevaron a una habitación. Julia y yo nos habíamos quedado en la sala de espera, maldormidos en un banco, con la ropa aún húmeda y llena de arena.

Cuando el sol que se colaba por la ventana comenzó a ser lo suficientemente molesto nos levantamos y entramos en la habitación.

- ¡Victorio, estás bien!

- Bueno, si Sergio Denis fue y volvió, ¿por qué iba a quedarme yo del otro lado?

Sonreí aliviado. Julia estaba de pie, seria, sin decir nada.

- Valentín, debo agradecerte. En primer lugar, por salvar a mi hija. Y luego por salvarme a mí, si no me hubieras rescatado a esta altura estaría flotando entre las olas.

- De nada, viejo. Igual a la que tenés que agradecerle es a tu hija, que así tan flaquita como la vez te donó varios litros de su sangre.

Victorio la miró con un gesto tierno, pero ella lo esquivó sin decir nada.

- Bueno, ahora sí quiero que me digas, ¿cómo lo hiciste?

- ¿Qué cosa Valentín?

- ¡Lo de la piedra! Todos vimos cuando la arrojaste, y sin embargo, sigue ahí, en el bolsillo de tu saco.

- ¿La viste?

- Sí, cuando te llevaron al quirófano me dejaron tus pertenencias. Pero no te preocupes, la dejé ahí en tu bolsillo.

- ¿Y viste la pista?

- Por suerte el mar no llegó a borrarla del todo: “En la cabeza del vigilante de la metrópolis”.

- Claro, hace referencia al Monumento a la Bandera: el vigilante, el soldado, Belgrano, el guardián de la ciudad… El juego era cíclico: no importaba por cuál piedra se empezara, cada una llevaba a la siguiente.

- Sí, eso lo entendí, pero ¿No me vas a contestar?

- Fue fácil, Valentín, ¿no te diste cuenta aún? La piedra que tiré fue la que Funes me había arrojado en la cabeza, la roca falsa de las minas de Wanda.

- Engañado dos veces con el mismo truco, ja, ya imagino su gesto de furia y humillación cuando se entere.

- A propósito, ¿qué pasó con Funes?

- No lo sé, nosotros también saltamos por la ventana. Pero supongo que lo habrá atrapado la policía: unos agentes estaban entrando en el Club mientras tomábamos el taxi.

- ¿Rodolfo? ¿Él también escapó?

- No, él no.

Se hicieron unos minutos de incómodo silencio. De pronto la miré a Julia y sentí que yo estaba de más en esa escena familiar. Así que salí a la sala, diciendo:

- Vuelvo en un rato, supongo que ustedes dos tendrán mucho de qué hablar.

Aproveché el paseo para ir a buscarle ropa limpia a Victorio y llevársela al hospital. Aproximadamente una hora después volví a entrar en la habitación. Padre e hija estaban abrazados, pero al verme se separaron, intentando disimular algo incómodos.

- Bueno Valentín, váyanse de una vez, ¡miren como están! Péguense una ducha, vístanse lindo y salgan a pasear. Supongo que esta noche no me dejarán salir de acá todavía, así que nos veremos recién mañana a la mañana y vamos a cobrar el dinero.

- ¿Necesitás algo?

- No, no se preocupen por mí. Eso sí: ni se te ocurra llevar a mi hija al cuartucho ese en el que estamos: sacá plata de mi billetera y la llevás a un hotel lindo y caro, ¿entendiste?

Sonreí algo avergonzado, mientras Julia se ponía de todos colores. Nos despedimos, acordando que al día siguiente lo pasaría a buscar por la mañana, y si le daban el alta iríamos a cobrar el dinero del juego. Justo antes de que saliera, Victorio me llamó. Julia esperó afuera, entendiendo que tal vez su padre quería que habláramos a solas.

- Valentín, quiero hacerte una pregunta. Cuando pasó todo el episodio en Chile y creíamos que ya no íbamos a encontrar esa piedra, vos dijiste que te habías arrepentido de haberme dicho que sí cuando te propuse esta aventura, ¿de verdad pensabas eso?

- No, viejo, no te preocupes. En ese momento estaba muy caliente, pero la verdad es que, más allá de que lo hayamos logrado, de todos modos nuca me hubiese arrepentido de todo esto, porque para mí fue algo muy bueno haberte conocido.

- Para mí también, Valentín. ¡Pero no nos pongamos sentimentales! Lo importante es que finalmente alcanzamos la gloria, ¿no?

- Claro que sí. Jamás dudé de que lo lograríamos.

- Bueno, dale andá, que Julia te está esperando. Nos vemos mañana.

- Sí, nos vemos mañana.

Pasamos por el cuartito de hotel sólo para retirar mis cosas, luego alquilamos una habitación con Julia en otro más lindo y caro, como nos había ordenado su padre. Después de una ducha calentita y ropa limpia, nos dormimos una buena siesta juntos. Me desperté al atardecer, y mientras ella continuaba durmiendo, pensé en Victorio y sentí lástima por que estuviera solo en esa triste habitación de hospital.

Me levanté y salí decidido a darle una sorpresa. Compré una docena de churros rellenos bañados con chocolate en la panadería La Bellle Epoque, y me dirigí hacia donde estaba internado. Sin embargo, la sorpresa me la dio él a mí, cuando vi que su cuarto estaba vacío.

Pregunté en la recepción si ya le habían dado el alta, y me dijeron que no, pero que él se había retirado bajo su propia responsabilidad. ¿Bajo su propia responsabilidad un herido de bala? Nunca deja de sorprenderme la ineficacia de los trabajadores de la salud. Me pareció extraño, pero aún pensaba que podría encontrarlo en el cuartito de hotel. Sin embargo al llegar allí tampoco estaba. La habitación estaba completamente desocupada: se había llevado todo: su ropa, su bolso. Incluso las piedras.

Cuando le pregunté a la dueña me dijo que hacía aproximadamente una hora Victorio había llegado, había tomado todas sus pertenencias y le había pagado los dos días de estadía.

- ¿No le dijo a dónde iba?

- No. Lo único que me preguntó era dónde podía alquilar un auto a esta hora.

Desesperado, llamé a Julia a la habitación de nuestro hotel:

- ¿Qué pasa, Valentín? ¿Dónde estás? Te fuiste sin decirme nada.

- Nos cagó, Julia. Se llevó las piedras. Tu viejo nos cagó.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Veintinueve



La bala se estrelló contra la pared haciendo pedazos una pictografía que incluía las imágenes de un caparazón, un calamar y un langostino espejados como en un caleidoscopio.

Los cuatro nos sorprendimos al ver que no era el arma de Rodolfo la que había disparado. Dirigimos la mirada hacia la puerta al escuchar una voz aguda que decía:

- Bueno, bueno, bueno, ¿así que festejan el Pesaj y no me invitaron?

Definitivamente tenía que haber alguna conexión entre la asociación y la colectividad judía…

La pistola humeante pertenecía a un hombre con rostro de aberdeen agnus. A su lado, Funes estaba plantado como un bonsái en la entrada. Detrás suyo lo custodiaban dos sujetos de aspecto vacuno. Supuse que el Shamán estaría vigilando la puerta desde afuera.

- ¡Funes! –Exclamó Rodolfo - ¿Qué hacés acá?

- Bueno, ahora sí que estamos todos, poné los fideos… -Agregó Victorio.

- Rodolfo… y Victorio… ¿Juntos? ¡Quién lo diría! Ja, qué par de pájaros los dos…

- ¿Qué pasó? ¿Los detuvo la aduana en Perú? –Dijo Victorio en tono burlón.

Funes frunció el entrecejo y le arrojó un objeto a la cara.

- ¡Auch! –Dijo Victorio al recibir el piedrazo en la frente- ¿Qué te pasa? ¿Estás loco o qué?

- ¿Así que creías que me ibas a engañar con ese truco tan barato, no? ¡No sabés con quién te metiste! Opa, ¿pero quién es esta señorita? ¡Bonitas piernas!

- Alejate de ella, Funes – Dije, colocándome delante de Julia.

- ¿Y vos eras Valentín, no? No me hagas reír pibe, si quiero, con un chasquido de mis dedos puedo volarte los sesos… puedo hacerte una vasectomía con un cuchillo oxidado y luego degollarte como a un chivo… o mejor aún, rociarte con nafta y entregarte al regalo de Prometeo…

Sus palabras no me asustaron: continué firme delante de ella.

- Pero a esta nena la conozco, ¿no? –Siguió el enano- Vos sos la hija de este hijo de puta. Sí, ¿cuánto hace que no te veo? ¿Diez, quince años? ¡Cómo has crecido! Si querés puedo ofrecerte un puesto de trabajo…

Las tres vacas sonrieron.

- ¡No te atrevas a tocarla! –Gruñó Victorio, por primera vez hablando en serio.

- ¡Oh, pero si habló el padre ejemplar, lo olvidaba!

- Funes, esto no tiene nada que ver con vos… -terció Rodolfo, que continuaba apuntando a Victorio.

- ¡Ah, pero yo no lo puedo creer! ¿Ustedes dos juntos? Bueno, pero al parecer no están muy bien las cosas, ¿o sí? – Señaló con la mirada el arma del hombre-de-gris – ¿Por fin te llegó tu venganza, viejo amigo?

- ¿De qué hablás? – Dijo Victorio- ¿De qué tendría que vengarse? Si vos no sabés nada de qué se trata todo esto…

- Oh, sí que lo sé, lo sé muy bien… Y no lo digo por todo este asuntito de las piedras, sino por algo que viene desde hace más de treinta años…

- ¿De qué está hablando este tipo, Rodolfo? –Gritó Julia- ¿Hay algo más que no me contaste de tu relación con mi padre?

Rodolfo y Victorio se miraron de reojo. La voz aguda continuó:

- ¿Cómo, la nena no sabe nada? Más que con tu padre, creo que nuestro amigo de gris debería contarte qué hacía con tu madre, ¿no Rodi? Jaja, ¡la culpa de todo la tiene Yoko Ono! Jaja. Bueno, en este caso la tuvo Justina. Ay, las mujeres, siempre separando a los amigos… por eso las odio.

Julia miraba aturdida a su padre y al hombre-de-gris buscando respuestas, pero ninguno decía nada. Finalmente Victorio rompió el silencio:

- ¡Basta, Funes, eso no tiene nada que ver con nada! No es para sacar viejos trapos al sol para lo que viniste acá, ¿verdad? Vos lo que querés es esto. –Dijo, y sacó la novena piedra del bolsillo.

Funes sonrió:

- Sí, es cierto, vine por esa y por las demás. Primero te voy a robar el tesoro, y cuando me asegure de cobrarlo, ¿adiviná qué? Sí sí, muy bien: te voy a matar.

- Vos no te vas a llevar nada, yo estoy detrás de todo esto desde mucho antes que ustedes dos.

Rodolfo apuntó ahora a la gran cabeza de Funes. Inmediatamente, el aberdeen agnus levantó su arma apuntando hacia el hombre-de-gris, al mismo tiempo que los otros dos bovinos metían las manos en los bolsillos de sus sacos.

- ¡Ey ustedes! No se olviden que lo que quieren es esto –Victorio levantó la mano mostrando la piedra- Sin ésta no hay dinero, claro. Así que si no bajan sus armas ya, la voy a tirar al mar…

- No harías eso Victorio…

- ¿Querés probarme, Funes?

- ¿Pero no podríamos llegar a un arreglo? ¿Repartir el dinero? –Intentó mediar Rodolfo.

- ¡No seas ridículo! Esa piedra me la llevo yo, junto con todas las demás.

Yo miraba la escena sin saber qué hacer. En verdad ya no me importaba cómo se resolviera toda esa situación, lo único que se me ocurría era proteger a Julia.

- Si no bajan las armas, la voy a tirar…

- ¡Basta Victorio! Muchachos, quítensela.

Los dos sujetos de aspecto vacuno dieron un paso, sin embargo Victorio exclamó:

- Ok, como quieran…

Arrojó la piedra con todas sus fuerzas contra una ventana que daba al mar. El vidrio se hizo añicos y todos nos cubrimos la cara. Victorio, aprovechando el desconcierto general, saltó por la ventana, terminando de romperla.

Al ver lo sucedido Funes se puso a gritar como un loco:

- ¡Mierda! ¡No puede ser que siempre se escape de la misma manera! ¡Fístula! ¡Firualais! ¡Atrápenlo, que no se escape!

Los bovinos se acercaron a la ventana sacando sus armas y comenzaron a disparar contra las olas.

De pronto el hombre-de-gris hizo algo que nos sorprendió a todos:

- ¡No lo maten, bestias! –Gritó, y les disparó a los dos custodios dos certeros tiros en sus testas. Ambos cayeron, dejando una mancha de sangre negruzca sobre el piso de madera.

Julia comenzó a gritar como una histérica. Me arrojé sobre ella y caímos al suelo. Cuando levanté la mirada vi que el cabeza de aberdeen agnus apuntaba a Rodolfo y disparaba dos veces: la primera le erró, pero la segunda fue directo a su estómago.

Rodolfo se tambaleó y se arrodilló en el suelo. Aby estaba listo para dar el golpe definitivo, pero el hombre-de-gris se levantó y le encajó dos balazos en el pecho. El bovino cayó con un golpe seco, muy cerca de donde estábamos.

“Vamos, Julia, tenemos que irnos de acá” le dije al oído. La puerta se abrió de golpe y entró el Shamán con un arma en la mano. Al ver la escena se paralizó por unos segundos. Funes gritaba órdenes escondido debajo de la mesa:

- ¡Idiota! ¿Por qué tardaste tanto?

Llevé a Julia gateando hacia la ventana rota, cubriéndole suavemente los ojos para que no viera a los cuerpos de los dos custodios que yacían junto al marco.

Lo último que llegué a ver fue al hombre-de-gris con una mano en su estómago sangrante y la otra apuntando con su pistola al Shamán que, de pie, hacía lo mismo hacia la cabeza de Rodolfo.

Cuando saltamos hacia el mar me pareció escuchar al menos tres disparos más y el llanto de unas sirenas.