En un micro de vidrios empañados por el frío y la llovizna de afuera en contraste con la calefacción interna, vuelven a mí ciertos pensamientos que habían surgido esa misma mañana mientras cruzaba una calle desierta: ¿Cómo será cuando seamos ellos?
El cartel de venta de una casa disparó la primera reflexión. Hoy por hoy no necesito saber todo: si algo no sé, aún puedo recurrir a mis padres. Desde hechos históricos no tan lejanos pero anteriores a mi existencia, hasta el funcionamiento de un motor, adagios, asadores, solfeos o percutores, siempre puedo preguntarles a ellos.
¿Pero qué va a pasar cuando nosotros seamos ellos? Cuando ellos ya no estén, cuando corra en nosotros la responsabilidad de ser padres y portadores del saber, cuando nuestros hijos nos consulten como fuente de sabiduría, como Petetes sin libro responsables de su criterio de autoridad, ¿seremos capaces de responderles?
Apelar a nuestra propia experiencia como enciclopedia de vida… me parece tan poco. No creo tener la respuesta para ninguna pregunta. Y no me preocupo por la historia y la geografía, esas cosas pueden consultarse en manuales. Lo que me cuestiono es si seré capaz de explicarles cómo se hace un trámite, cómo se resuelve un problema, cómo se actúa ante determinadas situaciones…
Aunque, pienso, tampoco es que hay que estarles encima todo el tiempo: poco a poco hay que ir dejándolos volar, cada vez un poquito más lejos del nido. Pero ponerles reglas es algo sobre lo que también reflexiono: ¿Cómo encontrar el justo medio entre la severidad y la compresión, la libertad y la responsabilidad, la confianza y la protección?
Supongo que deberé dejar que el tiempo me vaya dando esas respuestas, ya que, dicen, es el mejor maestro.
El cartel de venta de una casa disparó la primera reflexión. Hoy por hoy no necesito saber todo: si algo no sé, aún puedo recurrir a mis padres. Desde hechos históricos no tan lejanos pero anteriores a mi existencia, hasta el funcionamiento de un motor, adagios, asadores, solfeos o percutores, siempre puedo preguntarles a ellos.
¿Pero qué va a pasar cuando nosotros seamos ellos? Cuando ellos ya no estén, cuando corra en nosotros la responsabilidad de ser padres y portadores del saber, cuando nuestros hijos nos consulten como fuente de sabiduría, como Petetes sin libro responsables de su criterio de autoridad, ¿seremos capaces de responderles?
Apelar a nuestra propia experiencia como enciclopedia de vida… me parece tan poco. No creo tener la respuesta para ninguna pregunta. Y no me preocupo por la historia y la geografía, esas cosas pueden consultarse en manuales. Lo que me cuestiono es si seré capaz de explicarles cómo se hace un trámite, cómo se resuelve un problema, cómo se actúa ante determinadas situaciones…
Aunque, pienso, tampoco es que hay que estarles encima todo el tiempo: poco a poco hay que ir dejándolos volar, cada vez un poquito más lejos del nido. Pero ponerles reglas es algo sobre lo que también reflexiono: ¿Cómo encontrar el justo medio entre la severidad y la compresión, la libertad y la responsabilidad, la confianza y la protección?
Supongo que deberé dejar que el tiempo me vaya dando esas respuestas, ya que, dicen, es el mejor maestro.