domingo, 21 de marzo de 2010

La balada del inconsciente


Con la euforia típica que las copas de más otorgan salió a buscar a la que lo había matado dos veces antes de caer al suelo. Semanas atrás salir y encontrarla era un acto tan repetido e indeseado como un mal sueño. Procuraba evitarla, escondido en antros que consideraba suyos, aunque nunca nadie está absuelto de sus fantasmas.

Eran noches tras noches parecidas donde el fernet era su único amigo y hasta tres seguidos lo soportaba con digna verticalidad. Sin embargo el cuarto siempre llegaba a destiempo, momento en el cual todo se perdía en un mar de saladas que como el cutex barrían todo vestigio de alegría maquillada.

Salió en busca de su perdición, de la que siempre esquivaba pero que ahora anhelaba. Dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. ¿Cuántas veces tropezamos los hombres con la misma mujer? La experiencia es el peine que te regalan cuando te quedás calvo y en esos años el aún no había aprendido a peinarse.

La buscó en los lugares típicos, los olvidados, los castrados por la necesidad de no enfrentarse a lo más temido. Los dolores del corazón son los que más duelen pero a la vez lo que más gustan, porque qué lindo es a veces sufrir un poco. Disfrutaba pensar su vida como una novela con sus idas y vueltas, amigos y villanos, y por supuesto la chica de turno. Pero la mujer, motivo por el cual los hombres amamos, matamos y morimos, esta vez no se presentaba.

Inútil es negar el sufrimiento ni su necesidad terrena. Y no es la culpa, no, la que nos llena el vacío sino las lágrimas que esa noche se mezclaban con la lluvia. La Luna insistía en ocultarse como su musa y por más que pateó los adoquines no fue capaz de hallarla.

No buscaba un cuerpo, ni un rostro, sino tan sólo una imagen distorsionada que guardaba en su alma desmemoriada. A veces los amores perdidos son como personajes que creamos y moldeamos como más nos gusta. No obstante sonrió ante la desdicha, sabiendo que la vida no es un disco borgeano ni una cinta de Moebius: hay más de un lado en el yin yang de latidos, blancos, negros y grises y todos tienen su lugar en la paleta vitalicia.

Encendió un cigarrillo mojado y miró el amanecer desde una café de esquina que le devolviera la energía necesaria para volver a su casa. Ya había tenido su cuota de lástima de la semana, al día siguiente volvería a trabajar.

Y así la vida… es un tobogán.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Espiral

Acomodó una mesa y se sentó, tratando de recordar lo sucedido. Había habido una gran batalla allí, mucha gente involucrada. Lo que no podía recordar era contra quien luchaban.

Se levantó, caminó por el lugar, esquivando vidrios rotos y trozos de madera. El pico de una botella señalaba la salida, destilando olor a whisky. Se acercó a la barra, preparó un fernet y contempló las ruinas de lo que alguna vez había sido su obra.

Todo había comenzado con un viaje, una aventura que lo había llevado a conocer a un amigo querido como un padre y al amor de su vida. Luego la traición, ganar la apuesta e invertir en su único sueño: un bar. El Albatros.

Pero Valentín Flores no sabía que el mismo Albatros, final feliz de sus peripecias, iba a convertirse en principio atroz de nuevas odiseas, que culminarían en su destrucción. Final, principio; creación, destrucción; nacimiento, muerte. Ningún final es definitivo y todo vuelve a comenzar.

Marzo. Mes que, junto a diciembre, recuerda la circularidad infinita del tiempo. El eterno retorno de lo mismo. Diciembre, mes de conclusiones. Marzo, mes de volver a comenzar. Y así toda la vida en este círculo cerrado que llamamos tiempo.

-Parece que vas a necesitar algo de ayuda con esto.

La voz proviene de donde alguna vez había estado la puerta principal. De pie junto al umbral, estaba Somosa. Quien lo conociera lo vería de manera distinta: ya no el hombre inseguro que espera, ahora parecía decidido, confiado, listo para actuar. Primera muestra de que el cambio es posible.

-Estoy arruinado –Reconoció Flores.
-No te preocupes, tengo una propuesta.
-Te escucho, cualquier mano me vendría bien.
-Bueno, todavía guardo dinero de mi indemnización. Tenía pensado invertirlo con un amigo que conocí en Marruecos, pero dado que él ya no está aquí…

Silencio incómodo. Arrieta, Q.E.P.D.

Continuó Somosa:

-Creo que puedo usarlo en este bar, ayudarte a reacondicionarlo.
-¿Ser socios?
-Socios, claro.
-Reabrir el Albatros…
-Bueno, con respecto a eso, estaba pensando en un cambio de nombre…

Segunda señal. Tal vez el tiempo no era un círculo. Quizás sea más bien como un espiral, que vuelve al mismo lugar, pero ya no es el mismo.

Cambiar, señal de que estamos vivos.

martes, 2 de marzo de 2010

Decisiones


El paso a nivel de Sánchez y Thames siempre había sido peligroso. Sin barrera, apenas una línea de laberinto rojo y blanco a rayas en ambos lados del cruce. Los trenes, por supuesto, no se detenían. A veces ni siquiera tocaban bocina.

Eloísa y Abelardo conversaban tomados de la mano muy cerca de la vía.

-¿Estás seguro de hacer esto, Abelardo?
-Sí, estoy seguro. Si ya llegamos hasta acá, ahora sólo debemos concretarlo.

Un tren pasó muy cerca de ellos. Abelardo puso su mano en el hombro de Eloísa y la corrió hacia atrás suavemente. Aún no era el momento.

-Pero, no sé, teníamos una buena vida…
-Tenemos, Eloísa, todavía la tenemos.
-Lo sé, pero sabés a lo que me refiero. Yo estoy a punto de terminar la carrera, vos justo pensabas en cambiar de trabajo…

Otro tren se acercaba en la dirección contraria.

-¡Ahora Eloísa, vamos!
-No, esperá… sigamos hablando.

El ferrocarril pasó de largo.

-¿Qué más querés hablar? Ya lo discutimos miles de veces, y ambos llegamos a la misma conclusión: que lo mejor era hacerlo esta misma tarde.
-Sí, pero…
-¿Me estás diciendo que te arrepentiste?
-No, claro que no. Pero sabés que no es una decisión fácil de tomar… es algo único, requiere cierto coraje.

Las campanadas provenientes de la estación avisaban por tercera vez que un tren se aproximaba.

-¿Vamos a hacer esto juntos, verdad mi amor?
-Claro que sí Abelardo.
-Te amo.
-Yo también te amo.
-Entonces vamos. Ahí se acerca otro, no retrasemos lo inevitable.

Justo antes de que la locomotora atravesara los rieles, Eloísa y Abelardo cruzaron la vía rumbo al Registro Civil y se casaron.