lunes, 28 de diciembre de 2009

El Bar de los Granujas


Tan sólo si existiera una regla superior y trascendente al mundo humano podría calificarse a estos seres de “malos”. Pero, siendo el bien y el mal un invento de los hombres, ¿quién podría juzgar sus actitudes mundanas?

El uno sembraba ilusiones y cosechaba desdichas. Tiraba sus semillas sobre hombres crédulos, padres de familia, trabajadores ahorristas o simples mojigatos de pueblo. Las promesas eran sus espadas y la palabra su cota de malla ante cualquier ataque enemigo. Vendía humos y flores de colores. Y cuando los pétalos se marchitaban ya era muy tarde para explicaciones.

El otro engañaba a mujeres con sus dientes de perlas. Las invitaba a las regiones más bellas, les hablaba de amor, de un futuro deseado y de lunas eternas. Ninguna podía resistirse a su encanto varonil, tenía el toque justo de macho y caballero. La rosas brotaban de su boca cómo cálidas cerezas y anillos de diamante. Cuando se cansaba de ellas, simplemente desaparecía.

El tercero repartía tristezas expandiendo mares de lágrimas. Las saladas se contagiaban y por donde pasaba ennegrecía corazones y enmudecía las risas. Era imposible no sentirse un miserable a su lado y más de un gentil se había quitado la vida luego de una charla con él. Portaba malas nuevas y viejas. Sólo de vez en cuando sonreía.

Uno más había, tal vez el más fiero, que gastaba una pequeña cajita. En ella guardaba el peor de todos lo males: el desaliento. A nadie alegraba y robaba las almas de los héroes de ocasión, de los consagrados, de los ídolos casuales. Si alguien triunfaba no tardaba en caerse de los laureles luego de que él lo soplara. Y si alguien perdía nunca llegaría a ser nadie si él no lo dejaba.

Los cuatro solían reunirse en un bar una vez al año a ahogar sus penas. No eran felices ni pretendían serlo, tan sólo respiraban su humanidad fumando momentos sin gloria.

No se les conoce familia alguna. Mas se dice que sus hijos se multiplican a gran escala, poblando cada vez más este parco mundo.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Inocencia


Ella tenía quince años, una pollera corta y dos piernas que incitaban al pecado. La edad justa, dirían algunos.

Nos conocimos en un parque un día soleado. Yo paseaba con mi familia, divirtiéndome con los niños. Ella caminaba sola, dibujando líneas sinuosas con los pies. Tal vez el reflejo de sus curvas recién florecidas.

Cuando la vi no pude evitar sentirme atraído. La diferencia de edad era importante, pero a mí no me importaba.

No tardamos en establecer una relación amistosa: cada día nos volvíamos a encontrar en el mismo lugar, ya los dos solos, y poco a poco fueron llegando los primeros acercamientos. Ella acariciaba mi cabello, yo me perdía en sus ojos de señorita.

Fuimos compañeros de juegos, de aventuras, los dos contra el mundo. Me contaba sus secretos y yo la miraba con gesto de asombro y alegría. Las risas iluminaban nuestras tardes de verano. Por ese entonces la admiraba como a una diosa griega.

Sin embargo, pronto comencé a darme cuenta de que ella no sentía lo mismo. A mi bailarina de cristal sí le pesaban los años que nos separaban y no veía en mí más que el hermano que nunca tuvo, el confidente, el aliado de las cosquillas en la panza.

Pero nunca una pareja.

Yo le decía que si bien ahora era notoria, la distancia se iba a ir achicando con el correr del tiempo, hasta hacerse imperceptible. Ella hablaba de etapas distintas que no había que quemar, de revoluciones a destiempo tanto físicas como mentales, de acné, situaciones de colegio secundario y otras cosas que yo no entendería.

El final no tardó en llegar.

No obstante, me permitió un regalo de despedida. Un único y suave choque de labios que quedará para siempre guardado en mi corazón. El roce cálido, los pétalos de su boca, su aroma de primavera.

Una inocencia se perdió junto con el sol aquel atardecer. Una infancia devino adultez con sensaciones nuevas en lugares inexplorados. Un alma maduró con la fuerza de un huracán y la desilusión de la vida.

Yo tenía siete años. Y una nena de quince me había hecho sentir el amor, el deseo y el dolor en un solo beso de adiós.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Argumentación en contra del Facebook


“Progreso” es una palabra que puede utilizarse en varios sentidos: desde el Iluminismo, la Revolución Industrial o la canchita de Papi Fútbol donde juego cada domingo, dicho término es víctima de una polisemia nada neutral. La evolución, vista desde un punto de vista darwiniano, podría consistir no en un avance “hacia”, sino en un avance “desde”: no hay una meta, finalidad teleológica hacia la cual el hombre deba dirigirse, sino tan sólo un camino hecho desde un punto de partida.

Sin embargo, en cuanto a comunicación atañe, no estoy seguro de que pueda hablarse de progreso. Si bien hemos mejorado los problemas espacio-temporales de la cantidad (hoy puedo hablar con ustedes y con un chino al mismo tiempo), no obstante hemos perdido la sencillez y solemnidad de la calidad (lamentablemente no se puede compartir un mate, un abrazo o una mirada cálida por Internet).

Habiendo comenzado de lo general a lo particular vayamos, ahora sí, a criticar el concepto en cuestión: uno de los últimos “avances” en el intercambio de momentos, el “facebook”.

Varios argumentos se me ocurren contra esta inhóspita sociedad de fomento virtual. Sólo para darles un orden sucesivo (lenguaje obliga), los nominaré de la siguiente manera:

El argumento semántico:

¿A qué nos referimos realmente cuando hablamos del facebook? Etimológicamente, “face” significa cara, rostro, hacer face en la esquina, para que lo miren a uno. Fingir interés en algo casual sólo para ser admirado por las masas. Ser el Fas Templeton de una brigada de hipócritas o creerse el ombligo del mundo sobre la faz de la Tierra. Por otra parte, “book” proviene de libro, pero no estamos hablando del libro en sí, sino del rostro, la superficie, es decir la tapa del libro. Y bien sabemos que no hay que juzgar a un libro por su tapa, ni a un hombre por su rostro. Por lo tanto, semánticamente el facebook nos convierte en personas prejuiciosas y superficiales, sólo interesadas en lo de afuera, mientras que, como dicen los hacedores de empanadas, “lo que importa es lo de adentro”.

El argumento modal-epistemológico:

¿Es realmente necesaria en sentido filosófico la existencia del facebook? Desde un punto de vista metafísico, si bien es cierto que está a la moda, no creo que el caralibro exista en todos los mundo posibles. Y si con ello queremos decir que existe en todos los mundos posibles donde existe, caeríamos en un tautología que realmente no aporta nada al argumento. De ahí, si el facebook es contingente, debemos tener cuidado con el contingente de gente que generalmente esto acarrea, sobre todo si de personas no necesarias estamos hablando. Por otra parte, desde la visión epistémica: ¿podemos conocer a la gente del facebook? En algunos casos esto resulta fácticamente imposible (por las cuestiones espacio-temporales antes aludidas) y en otros cautamente no recomendable (por los casos de pervertidos que no se dan por aludidos). Por lo tanto, siendo que el facebook en teoría puede ser como no ser pero no se puede conocer, su forma modal queda reducida a un mero azar incognoscible del tipo del agujero de los quesos o los enanos bienhumorados.

El argumento lógico:

Dada la proposición “Todos los que tienen facebook son caretas”, si sabemos que “Si alguien es un careta, entonces no tiene rostro” y dado el principio de no contradicción “No (A y no A)”, conociendo la verdad de las proposiciones y tomándolas como premisas de un silogismo válido obtenemos lo siguiente:

A: Tener facebook
B: Ser careta
C: Tener rostro

1) A → B
2) B → no C
Por lo tanto,
3) A → no C

La conclusión “Si alguien tiene facebook entonces no tiene rostro” es una contradicción analítica, por lo tanto falsa y como de algo falso se puede seguir cualquier cosa, lo mejor, una vez más, será no caer en las garras de tal nefasto invento de la cibernética comunicacional, plagado de caretas, falsedades y rostros que se contradicen con la verdadera identidad de personas sin principios.

El argumento empírico-intuicionista:

Por último, debo reconocer que alguna vez he tratado de hacer la experiencia de poseer un facebook (sólo por la máxima de conocer al enemigo para poder vencerlo), pero me he chocado contra un muro. Y, como la intuición raramente me falla, recomiendo seguir el principio del sentido común que afirma que “más vale blog conocido que facebook por conocer”.

Q.E.D.

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Escribí este texto para un blog llamado Discusiones Bizantinas. Si hacen click en el link pueden leer la argumentación a favor del facebook y votar la que más les guste.

viernes, 27 de noviembre de 2009

21-Adiós amigos





El sonido de la mesa haciéndose pedazos asusta a Julia, quien se asoma desde la cocina. Se detiene sorprendida al ver a los dos contrincantes:

-¿Qué pasó? ¿Dónde están todos?
-¡Julia! ¿Ustedes están bien?
-No hay tiempo para eso, Don Juan. Tenemos una batalla aquí.
-Tenés razón. Pero ya no hay razón para estar en el bar, ¿podemos enfrentarnos en otro lugar? No quisiera arriesgar vidas inocentes…
-Como quieras, me da igual.

Julia mira al Feo y al Galán sin entender nada. Este último expresa un “¡Adiós!” y ambos desaparecen.

El desierto se muestra caluroso y seco. Algunas brisas leves hacen rodar bolas de pasto seco. Una tortuga estira su cuello para morder una hoja justo cuando el Galán de Barrio y el Feo de los Monoblocks aparecen.

-¿Una tortuga? Es una buena señal.
-¿Dónde estamos? ¿Cómo llegamos acá?
-Ya sabés cómo: la simultaneidad.
-Vas a necesitar mucho más que eso para escaparte de mí…

El Feo lanza el primer golpe, pero el Galán logra esquivarlo. El segundo es más veloz y lo golpea en el estómago. El de Barrio se tambalea hacia atrás pero logra mantenerse en pie. Ahora es el héroe quien golpea al monstruo en la cara. Sin embargo éste no parece inmutarse.

-¿Esa es toda tu fuerza? ¡Vamos, podés hacerlo mejor!

El Galán cae bajo la provocación y comienza una seguidilla de golpes y patadas que termina con un giro sobre la cabeza de la bestia. Un hilo de sangre fluye por la comisura del enemigo. El Feo pasa el revés de su mano lentamente, limpiando el rastro carmesí.

-¿Listo? Es mi turno.

El primer puño va directo al pecho. El Galán siente un terrible ardor y comienza a faltarle el aire. La bestia aprovecha para volver a atacar, lanzándolo varios metros hacia atrás.

-Es inútil, nunca podré ganarte por la fuerza.
-¿Al fin te diste cuenta? Bien, ¿te rendís? ¿Puedo quedarme con tu universo?
-Eso jamás. Pero hay algo que tengo que hacer antes…

El Galán de Barrio vuelve a un viejo y conocido lugar para hacer una visita. Luego de advertirle a su querido colega el Jardinero del Kaos que su némesis, el Jardinero del Orden, aún andaba suelto por ahí, ambos deciden darles un breve discurso explicativo a los héroes de aquel universo. Después de eso se retiran al deshecho Albatros por un último trago.

-Parece que las chicas ya no están acá.
-¿Qué vas a hacer para deshacerte del Feo de los Monoblocks? Entiendo que lo del mundo de los muertos fue una salida, pero a la vez es una forma de que siempre siga existiendo.
-Lo sé. No obstante, tengo otra idea…
-Tené cuidado: no te olvides de que si él desaparece…
-Tranquilo, aún guardo una carta bajo la manga.
-¿Entonces es un adiós?
-Yo diría más bien un hasta luego.

El Galán vuelve a aparecer justo en el mismo instante inexistente en el que había abandonado a su oponente.

-¿Y bien? ¿Qué es eso tan importante que tenés que hacer? Dame una buena excusa para no derrotarte ya.
-No te preocupes bestia, ya lo hice.
-¿A quién llamás bestia?

El Feo se enfurece y se abalanza hacia el Galán, quien toma un puñado de arena y lo arroja hacia los ojos del tullido. El animal sacude su enorme cabeza con fuerza y exclama con unos ojos inyectados en sangre:

-No voy a caer en ese viejo truco.

El golpe se estrella contra el rostro del Galán y le hace caer su sombrero blanco al suelo.

-¿Qué es eso? ¿Te estás quedando pelado?
-Ojalá nunca hubieras dicho eso…

Ahora es el Galán de Barrio quien se enfurece. Buscando un punto débil golpea al monstruo con un certero puntapié en la entrepierna. Éste se inclina hacia delante ante el dolor y el héroe aprovecha para estrellar su puño cerrado contra la nariz del deforme.

El Galán se toma la mano, dolorida. El Feo sonríe:

-Tenés razón: nunca me vas a ganar por la fuerza.
-Es cierto. Por eso tengo otro plan.

El Galán introduce la mano en el interior de su saco, como buscando algo.

-¿Un arma? ¿Vas a matarme? Creaste un mundo para los muertos, seguramente encontraría una forma de volver. ¡Nunca vas a poder deshacerte de mí!
-Ya tuve en cuenta eso. Y busqué otra solución.

El Galán extrae de su bolsillo interno un arma plateada, muy pequeña y extremadamente peligrosa.

-¿Qué es eso?
-Digamos que mi amigo Samuel Noelman me adelantó el regalo de navidad.
-¡No puede ser! ¡Papá Noel no existe!
-Creo que te salteaste esa historia…

El Galán de Barrio sostiene el Desmitificador en sus manos, apuntando al Feo de los Monoblocks. El arma es capaz de eliminar completamente a un personaje de ficción y hacer que nadie más lo recuerde.

-Veo que encontraste la forma de hacerme desaparecer para siempre. Pero hay algo que no estás teniendo en cuenta: soy tu némesis, tu otro yo. No podés existir sin mí: si desaparezco, vos te vas conmigo.
-No creas que no lo sé, camarada. Sin embargo confío en el poder de la fuerza primitiva.
-¿De qué fuerza estás hablando?
-De la que mueve todas las cosas, por supuesto.
-¿El amor? No entiendo.
-Entenderás…

El Galán de Barrio dispara un rayo de luz que golpea de lleno al Feo de los Monoblocks. Ambos desaparecen totalmente de la faz de la Tierra.

[FIN]


domingo, 22 de noviembre de 2009

20-El peor enemigo









Una canción flota en el aire mientras el sujeto apoya el codo izquierdo sobre la barra y bebe un fernet con la diestra. Saco marrón, sombrero blanco y guantes haciendo juego complementan la figura de Galán de Barrio.

-Ja, fanfarrón. –Piensa el Feo de los Monoblocks.

El Hombre Vinchuca se reincorpora. Al ver al Galán exclama:

-Maestro, será un honor pelear a su lado.

El Galán apura el trago y se dirige a su creación más antigua:

-Gracias, Alejandro. Pero ya hiciste tu parte acá. Ahora podés quedarte un tiempo más con la Legión del Kaos. Pronto les haré una visita.

El Hombre Vinchuca comprende el mensaje y sale por la destruida puerta del Albatros, no sin dirigirle una mirada de revancha al Feo de los Monoblocks. Éste mira al Galán y lo invita a sentarse:

-Bien, se ve que sólo quedamos vos y yo.
-¿Un fernet?
-Odio el fernet.
-Debí suponerlo…

Se acomodan en la única mesa que ha quedado en pie. El de Barrio se prepara otra bebida negra mientras el de los Monoblocks mueve lentamente en la mano un vaso de whisky. El Galán suspira:

-Sabía que este momento iba a llegar alguna vez.
-¿Por eso te escondiste detrás de tus personajes?
-No me escondí. Sólo que, viste como es esto: uno comienza a crear un mundo y luego es el mundo el que lo termina creando a uno.
-No lo sé, nunca escribí una palabra.

El Galán sonríe. Da un nuevo sorbo y continúa:

-¿Y cuál es el plan? ¿Conquistar el mundo? Tan típico…
-Por qué vos sos muy original, ¿verdad? A decir verdad, al principio sólo tenía deseos de destrucción.
-¿Y por eso utilizaste al Jardinero del Orden?
-Ambos nos fuimos de utilidad. Yo quería destruir, él quería ordenar. El Barrio parecía el lugar indicado para ambos fines. Y la teoría del escritor distraído nos abrió las puertas.

Ahora es el Feo quien muestra sus horribles dientes. De un solo envión se deshace del contenido del vaso. El Galán no parece sorprenderse.

-Entonces lo enviaste en mi búsqueda…
-Yo sospechaba tu estrategia de escondite. Por eso le ordené al Jardinero que asesinara a alguno de los trece. Él sabía sobre la cualidad de Genaro, así que supongo que lo habrá elegido en primer lugar sólo para armar su plan: dividirlos en grupos para poder conquistarlos.
-Claro, por eso después mató a Echagüe.
-Cuando el grupo dirigido por Mastreta llegó a la tierra del Kaos supe que debía entrar en acción: envié al mono albino tras el frasco y yo también tuve que cargarme a uno, el pobre Arrieta…
-Sin embargo tus planes fallaron, mi querido némesis: ya ves que estoy acá presente.
-Yo no estaría tan seguro.

Los ojos del Feo brillan. El Galán termina la bebida y se queda mirándolo. Esta vez siente que algo se le está yendo de las manos.

-¿Qué querés decir?
-Mi plan inicial era destruir tu mundo. Pero ahora parece que vos mismo lo has desecho.
-No entiendo por qué lo decís…
-Las reglas, Galán. Las reglas son la base de cada universo. Y vos las rompiste. ¿Viajes en el tiempo? ¿Tierra de los muertos? Ése no es el Barrio que yo conozco…
-Todo se mantiene dentro de los límites, camarada: un lugar para los muertos, pero no es posible revivirlos. Viajes temporales, pero nada puede cambiarse: todo ya ha sido dado, de manera simultánea.
-¿Y cómo explicás que el universo se estaba destruyendo antes del viaje de Somosa y se calmó después de que él escribiera? Si eso no es un cambio…
-Lo simultáneo y lo sucesivo, mi estimado, dependen del punto del vista del observador.

De pronto el Feo de los Monoblocks pierde la calma: se levanta de un salto y arroja la mesa contra una pared.

-No importa lo que haya pasado, no me detendré hasta conseguir lo que vine a buscar. ¡Ya basta de charla y comencemos la acción!
-Pensé que nunca dirías eso…

lunes, 16 de noviembre de 2009

19-El bueno, el malo y el feo



El Feo de los Monoblocks respira de forma jadeante y entrecortada: ha estado atravesando diversos universos persiguiendo a Santino Conde, en busca del camino que lo llevara al Barrio.

-¿Están todos acá? ¿No me digan que llegué tarde? –Dice, arrastrando las palabras.

Mira el frasco dorado: aún está en las manos de Diógenes Mastreta. La desesperación que puede sentir en el Hombre Vinchuca le indica que aún está a tiempo de evitar el colapso:

-Parece que todavía no comieron todos del fruto prohibido…

La bestia se arroja de un salto sobre Mastreta, pero el héroe encapotado salta sobre él y lo intercepta en el aire. Ambos caen rompiendo varias mesas.

-¡Santino, rápido! ¡Bebé del frasco!

Con un movimiento ágil el Feo se quita al Hombre Vinchuca de encima y se dirige hacia un nuevo objetivo: Santino Conde. Johnny John y Rocambole se deciden a enfrentar al monstruo, pero son fácilmente quitados del medio. Valentín Flores alejan a las mujeres del peligro, dirigiéndolas hacia la cocina.

-Entren acá y no salgan por nada, ¿entendieron?
-Pero Valentín, mi amor… -Suplica Julia.
-¡Yo quiero luchar! –Se le une Mariana.
-No Mariana, ustedes dos se quedan acá, cuidando a Victoria.


Santino Conde lanza un golpe sin éxito a la mandíbula del Feo de los Monoblocks, pero ésta parece ser de acero. El villano retruca con puño cerrado. El golpe es detenido por el Hombre Vinchuca:

-Yo me encargo de él, Santino, ¡pero vos bebé el líquido!

Una vez más el héroe insecto es arrojado con fuerza. Rompe el vidrio de una de las ventanas y cae en el exterior del bar. Ahora es Somosa quien intenta detener a la bestia, pero también es eliminado con facilidad. El Feo vuelve su mirada hacia Diógenes Mastreta:

-Dame ese frasco…

Genaro Cúspide golpea a la bestia con una silla, partiéndola en su espalda. El gigante trastabilla, pero se recupera rápido y con un revés deja al inmortal fuera de combate. Florencio Gauna aprovecha la distracción para arrojarle una jarra de café caliente sobre el rostro. Eso sí parece dolerle: el grito desgarra el ambiente.

-¡No podrán detenerme! ¡Ninguno de ustedes puede!
-¡Cúspide, atento! –Grita Diógenes y le pasa el frasco por el aire. Pero el Feo intercepta el envío y toma el recipiente.
-¡Voy a destruir esto, y ya nadie podrá salvarlos!

Un brazo digno de un gigante antediluviano sostiene el líquido dorado sobre su cabeza. El Hombre Vinchuca vuelve a entrar en escena y golpea al titán por la espalda haciéndolo caer. El recipiente mágico se precipita directo hacia un final de añicos contra el suelo. Sin embargo una vez más Ángel Vergara con una fantástica palomita lo ataja un instante antes del trágico final. Algo del líquido se derrama: sólo queda para un pequeño trago.

Ángel divisa a Santino: está exactamente del otro lado del bar. Intentar un lanzamiento desde allí sería muy riesgoso. No obstante, no queda tiempo que perder.

El Feo se levanta una vez más y comienza una fiera lucha contra el Hombre Vinchuca. La capacidad del héroe de resistir los golpes lo ayuda bastante, aunque el gigante lo supera en fuerza. Sabe que pronto será derrotado.

Valentín Flores vuelve desde la cocina. Vergara aprovecha el correo del ser y le pasa el frasco:

-¡Rápido! Hay que hacer que Santino lo beba.

Flores se apura pero no es fácil caminar entre tantos muebles rotos y cuerpos tirados. El Feo noquea al Hombre Vinchuca y lo lanza contra el dueño del bar. El frasco cae sobre una mesa, donde un absorto Linares lo mira con curiosidad.

-¡No! ¡No te lo tomes! –Grita Ángel Vergara - ¡Sólo queda un trago!

Linares se lleva el frasco a la boca. De pronto Santino exclama:

-Esa copa está medio vacía: dejá que yo te la lleno.

Linares acepta el truco y le pasa el líquido a Santino Conde. El Feo avanza con dificultad y se precipita sobre él.

-¡No voy a dejar que lo bebas!

Sólo queda alguien en pie capaz de reaccionar: K se interpone en el camino de la bestita con los brazos extendidos. Un horrible crujido resuena en el aire: K mira hacia abajo y puede ver el brazo del Feo de los Monoblocks atravesando su estómago. Un hilo de sangre cae lentamente por la comisura de su boca. Cuando comienza a perder la sensibilidad y la vista se le nubla, repentinamente un nuevo brote de vitalidad corre por su cuerpo. Santino Conde apoya el frasco vacío sobre una mesa, luego de haber bebido todo su contenido.

Trece brillos dorados revolotean bajo el techo del Albatros. Trece almas se unen y conjugan en una sola presencia.

-Hola, ¿esperabas a otra persona?

La jovial voz se dirige hacia el villano.

jueves, 12 de noviembre de 2009

18-Trece almas



De pronto Somosa tiene una idea: coloca sus dedos sobre el teclado y firma:

Galán de Barrio

Valentín Flores apoya la mano en su espalda deseando que la ocurrencia haya funcionado y luego de una nueva experiencia de sucesos simultáneos ambos vuelven a divisar la mesas del Albatros. K pregunta:

-Sí Valentín, ¿qué querés decir con eso de la simultaneidad?

Ante las miradas expectantes de sus compañeros los dos viajeros se dan cuenta de que han vuelto a aparecer en el bar exactamente en el mismo instante en que desaparecieron, por lo que ninguno de los allí presentes ha notado el cambio.

-Ya lo hicimos.
-¿Qué hicieron?
-Escribí la historia –Responde Somosa – Pero como no tenía “K” en mi máquina tuve que utilizar otro nombre.
-¿Y funcionó?

La conversación se interrumpe por el grito de Mariana:

-¡Miren el cielo!

Las nubes negras comienzan a deslizarse hacia el horizonte, dejando ver un cielo celeste y limpio. Los rayos se desvanecen en el éter y la furia de los vientos trasmuta en suave brisa.

El Hombre Vinchuca mira a Ángel Vergara y le pregunta si aún lleva con él el frasco dorado. Ante el asentimiento, el encapotado se dirige al resto del grupo:

-Bien, ya ha sido solucionado lo urgente. Pero ahora hay que ir a lo importante: deben beber ese líquido cuanto antes.
-¿Por qué? –Pregunta Diógenes Mastreta - ¿Qué contiene?
-Confíen en mí, sólo bébanlo.

El primero en reaccionar es Rocambole: siguiendo su nueva actitud de actuar sin pensar le quita el recipiente a Vergara y da un largo trago. Una sensación refrescante y llena de vida lo invade de pronto. Contagiado por el acto de su amigo, Somosa lo sigue. Ante la mirada insistente del Hombre Vinchuca, lo mismo hacen Johnny John, Ángel Vergara y Florencio Gauna. A Linares simplemente se lo arrojan en el vaso, y lo toma sin darse cuenta.

-Hay un problema: ellos dos, se supone que también deber beber. –Exclama el héroe insecto señalando los cuerpos de Arrieta y Echagüe.
-No se preocupen, yo me encargo – Afirma Genaro Cúspide. Toma el frasco y bebe un poco. Luego con los vidrios rotos de la botella que Julia le había arrojado al Jardinero del Orden comienza a cortarse las venas.

K se adelanta para impedirlo, pero Florencio lo detiene y le pide que espere. Minutos más tarde Genaro vuelve a ponerse de pie y le entrega el recipiente.

-Listo. Les mandan saludos.

K toma un trago y le pasa el líquido a Valentín Flores. Éste besa a Julia y a su beba Victoria y hace lo mismo con el frasco.

-Yo no sé si beber eso… -Desconfía Diógenes Mastreta – No nos dijiste de qué está hecho.
-Es… eh… ¡Es Grog! –Miente Mariana, siguiendo una corazonada.
-¡Haberlo dicho antes! –Mastreta empina el recipiente.

El Hombre Vinchuca comienza a hacer cuentas. Nota que algo anda mal:

-¡Doce! Se supone que eran trece los que debían beber el líquido.
-Claro –Dice Mastreta- ¡Faltás vos!
-No, yo no… Yo preexisto al Barrio.
-¡Oh! ¿Cómo pudimos olvidarlo? –Exclama Julia.
-¿A quién?

La respuesta muere antes de nacer: la puerta del Albatros se abre de golpe e ingresa una figura vestida con botas azules, traje celeste de spandex y un sombrero de capitán de navío.

-¡Santino Conde! – Exclama Rocambole al reconocerlo - ¿Qué te pasó? ¿Dónde estuviste?
-Bonito traje – Sorprende Linares.
-¿Qué pasó con el Jardinero del Orden? –Pregunta Rocambole.
-Claro, y después el ridículo soy yo. –Concluye Mastreta.

Santino luce apurado y le tiemblan las palabras:

-No van a creerlo… No hay tiempo de explicar, sólo puedo decirles que cuando salí rodando por la puerta del bar con el Jardinero del Orden, caímos en una especie de grieta y lo perdí de vista. Pasé por varios lugares extraños, y en uno de ellos una mujer disfrazada de capitán me prestó este traje para poder escapar.
-¿Una mujer que recitaba poemas? –Preguntó Johnny John, ilusionado.
-¿Escapar de quién?
-¡Hay que huir! ¡Tenemos que irnos ya de acá! Me están siguiendo, no vine solo…

Ante un fuerte estruendo la puerta del Albatros es arrancada de cuajo y una silueta enorme y bestial ingresa dejando ver un rostro horriblemente maltratado.

lunes, 9 de noviembre de 2009

17-La armonía del universo




Julia toma el botiquín y comienza a vendar las manos de K. Todos miran en busca de explicaciones. K no está seguro de lo que pasó:

-No lo entiendo, simplemente abrí la notebook y explotó.
-¿Dónde estaba guardada? –Pregunta Genaro.
-Acá en el bolso, sobre esta silla. –Responde K.

Mientras termina de vendar, Julia tiene un recuerdo repentino:

-Cuando vi que el Jardinero del Orden comenzaba a levantarse, lo hizo apoyándose en esa silla. Él debe haber preparado la trampa mientras lo creíamos desmayado.
-¿El Jardinero del Orden estuvo acá? –Pregunta el Hombre Vinchuca – Esto es peor de lo que imaginaba…

Johnny John parece ser el único consciente de lo urgente de la situación:

-Les recuerdo que nuestro universo se está destruyendo. Y al parecer este escritor representa el único modo de salvarlo…
-¿Es necesaria esa notebook? –Agrega Ángel Vergara- ¿No podrías escribir a mano? –Sin embargo, al terminar la frase se da cuenta de lo imposible de su propuesta: K ahora lleva las dos manos completamente vendadas.

La desesperación pesa como una nube de plomo sobre las almas de los habitantes del Albatros. El Hombre Vinchuca se siente incómodo e impotente: en su vida de héroe este parecía ser el reto más duro, y lo peor es que su resolución no dependía de él.

Los truenos y fuertes vientos crecen con furia cuando K impone su voz:

-No se preocupen, tengo la solución: yo no soy el único escritor aquí presente.

Sus ojos se dirigen a una sola persona. Desde un rincón, Somosa siente que todas las miradas se posan en él.

-No va a funcionar –Le replica a K.
-Claro que sí, vos podés hacerlo. He leído tus cosas y son buenas.
-Sí, y también las corregiste y criticaste…
-Vos podés hacerlo. Vos debés hacerlo, Somosa. Sos nuestra única esperanza.

Rocambole da un paso al frente y apoya una mano sobre el hombro de su amigo:

-Vamos, al fin ha llegado tu momento.

Diógenes Mastreta y Florencio Gauna comparten un gesto: ¿Funcionaría realmente el reemplazo? Por las dudas, K sugiere lo siguiente:

-Escribí vos y firmalo con mi nombre. No creo que nadie note la diferencia.
-Sólo hay un problema: mi Remington. La necesito para escribir, pero en un acto de locura la tiré por la ventana y luego a la basura.
-¡Todos dependen de una máquina! ¡Nadie es capaz de utilizar lápiz y papel!

El rapto de realidad de Linares sorprende a quienes lo habían visto actuar con su característica indiferencia. No obstante, no ayuda al problema.

Es Valentín Flores quien ahora se ilumina:

-¡Lo tengo! Ahora entiendo por qué Victorio dijo que lo que tenía para contarme sería de vital importancia para salvar nuestra existencia: el tiempo no existe. ¡Sólo hay simultaneidad!

K mira a su amigo como si éste hubiera enloquecido. Genaro Cúspide espera más detalles.

-Debemos usar la simultaneidad. Así es como Victorio consigue puros desde el otro mundo. De alguna manera, es posible viajar a través de ella.
-¿De qué estás hablando?

La pregunta de Somosa queda flotando en el aire: Valentín le toma la mano y cierra los ojos. En un instante inexistente ambos desaparecen.

No es fácil manejarse en la simultaneidad. Al mismo tiempo ambos viajeros experimentan diversas situaciones: sin querer provocan el brillo que el Dr. Thompson observaría en la puerta de su desván antes de su desliz; presencian el asesinato de un médico al salir de un hospital; escuchan la charla de dos locos acerca de los meses y sus dolores; son testigos de la oscura relación entre un árabe y su mula; y contemplan la sonrisa ecuánime de un gato muerto. Finalmente, dan con la oficina de Somosa, justo en la noche anterior a su ataque destructivo. Sobre el escritorio de metal con felpa verde descansa la Remington.

Somosa le pide privacidad a Valentín, no puede escribir si lo están mirando. Flores se retira hacia la cocina en busca de un vaso con agua.

La nada papelicia de la hoja en blanco lo intimida. ¿Por dónde comenzar? Es difícil escribir bajo presión y escaso de ideas. Somosa comienza una frase, pero se arrepiente y la tacha. Prueba con otra, todo un párrafo. No lo convence y vuelve eliminar las letras. La presión aumenta en su cabeza y las imágenes se vuelven hacia atrás en el fondo de su mente. Después de un cuarto intento, empieza a creer que nunca sería capaz de preservar la continuidad de la existencia. No había nacido para héroe y lo sabía. Si tan sólo el sonido del silencio dejara de latir en su cabeza…

De súbito, algo en su ser se enciende: cerebro y manos actúan como uno solo siguiendo una extraña melodía. Sus dedos danzan sobre el teclado, redactando líneas más por estética que por contenido. Disfruta de la tarea, y las palabras van brotando directamente, plasmándose sobre el papel sin detenerse en la estación crítica del sentido adyacente. La historia cierra redonda, pura y sin faltas. No es necesario releerla. Lo había hecho: había salvado al mundo.

Valentín regresa y apoya el vaso vacío que Somosa encontraría al día siguiente sobre un formulario. Al contemplar el rostro del escritor comprende que la labor ha sido realizada con éxito. Sin embargo, se preocupa cuando ve que la sonrisa de Somosa deviene una mueca de espanto:

-¿Qué pasa ahora? ¿No terminaste la historia?
-¡Qué idiota soy! No puedo firmar la obra: mi máquina no tiene “K”.

jueves, 5 de noviembre de 2009

16-El cielo se está cayendo



Todos rodean a Arrieta, sólo para descubrir que ya nada puede hacerse. Su cuerpo se encuentra totalmente magullado, como si hubiese sido atacado por una bestia. Somosa golpea la mesa con el puño soltando un grito de bronca, mientras Ángel Vergara va perdiendo la alegría de haber salvado el frasco dorado.

-¿Qué le pasó? –Pregunta Johnny John, absorto – ¡Qué le pasó! ¿Quién pudo hacerle esto?

El Jardinero del Kaos se agacha sobre el cuerpo y toma lo que llevaba apretado entre sus dedos, confirmando sus conjeturas:

-Una máscara… No hay dudas, es él.
-¿Quién? –Pregunta Diógenes Mastreta.
-El Feo de los Monoblocks. Maldición, es mi culpa, nunca debí haberlos imaginado.

Los cuatro navegantes miran al Jardinero con cierto remordimiento y sospechas. Éste comprende que ha llegado el momento de dar explicaciones:

-El Jardinero del Orden y el Feo de los Monoblocks, habitantes de una tierra que vibra en otra frecuencia que la nuestra, son seres que representan a nuestros opuestos, según la teoría de Fox y Sekowski.

Ante las miradas atónitas del grupo, el lord del caos decide continuar:

-Ellos son mi opuesto y el de Galán de Barrio. Por eso ustedes deben regresar ya, deben llevarse el recipiente dorado y…
-Aún no.

La nueva voz resuena desde su espalda, cansada pero a la vez poderosa. Una figura alta, vestida de negro y amarillo y envuelta en una capa se hace presente. Sus antenas no desmienten su apodo:

-El nombre es Hombre Vinchuca
-¿Un superhéroe? ¡No es de extrañar algo tan ridículo en este mundo de freaks!
-Ey, que este viene de su mundo, muchachos… -Se defiende el Jardinero ante el ataque de Mastreta. El encapotado comienza su discurso:

-Debemos volver de inmediato al Barrio, pero aún no deben beber del frasco. Antes hay que resolver un problema más urgente: la destrucción del universo.
-¿De qué estás hablando? –Increpa Johnny.
-Todo comenzó con el escritor distraído. Su papel en el mundo era no dejar de escribir. Sin embargo, las obligaciones de la vida lo fueron distrayendo poco a poco. Al principio no fue grave, nadie lo notó. Pero luego tuve un sueño y supe que tenía que venir hasta acá. La primera vez llegué en medio de un funeral, y descubrí que no era el único extranjero ahí: también estaba un tal Gauna, otro de los hombres del Barrio.

Somosa sabe quién es Gauna, si no se equivoca, lo había visto un par de veces en el Albatros: es el tipo al que suelen llamar “el hombre de los velorios”.

-La forma de llegar hasta aquí fue extraña –Continúa el Hombre Vinchuca- Es más, creo que fue mi culpa que las grietas se agrandaran.
-¿Grietas? –Dice Mastreta.
-Las grietas entre universos que comenzaron a abrirse cuando el escritor se distrajo. Creo que al pasar a través de ellas hice que se aumentaran. Igual, eso no fue lo peor. Sin querer les mostré el camino a los perores enemigos: el Jardinero del Orden y el Feo de los Monoblocks. A partir de ahí ellos metieron mano y la fusión de universos se hizo inevitable. Hoy hemos llegado al punto cúlmine: si no lo evitamos, el universo del Barrio dejará de existir para siempre.

Todavía sin entender demasiado, Somosa, Arrieta, Johnny John y Ángel Vergara intercambian miradas. Comprenden que algo no nada bien. El último pregunta:

-¿Y qué podemos hacer para evitar la catástrofe?
-Tenemos que lograr que el escritor vuelva a escribir. Por eso hay que volver ya al Barrio. Yo los guiaré por una grieta que lleva directo al Albatros.

Con un amargo ademán los navegantes se despiden del Jardinero del Kaos. Somosa insiste en llevar el cuerpo de Arrieta con ellos, para poder brindarle un digno entierro.

Al llegar al Barrio descubren que la situación comienza a tornarse apocalíptica: nubes negras, fuertes vientos y algún que otro rayo perdido se hacen ver surcando el cenit. Pequeñas rajaduras color gris comienzan a engrosarse por varias partes del horizonte.

En el Albatros la situación no puede ser peor: al entrar lo primero que ven es otro muerto, Eugenio Echagüe.

-¡Arrieta! ¡No!… ¿Él también? –Se sorprende Rocambole. Hasta Linares se da cuenta de lo extremo de la situación.

Valentín echa una mirada cómplice a Genaro Cúspide, pero el gesto que éste le devuelve sólo puede indicar una cosa: sus nirvanas fisiológicos no pueden revivir a los muertos.

El Hombre Vinchuca identifica a Gauna y luego a K:

-Vos debés ser el escritor distraído. Rápido, tenés que ponerte a escribir. ¡Ahora!
-Lo intenté, pero sólo salió esto –Responde K mostrando la carta –Por eso volví hasta acá, buscando mi notebook.

K le entrega la carta al Hombre Vinchuca y busca su herramienta de trabajo en el bolso que había dejado sobre una silla. Extrae la máquina, pero al abrirla se escucha una pequeña explosión.

-¡Mierda! –Exclama el escritor.
-¿Qué pasa? –Gritan Valentín y el Hombre Vinchuca al mismo tiempo.
-No voy a poder escribir. Mi notebook está rota. Y mis manos también.

K levanta los brazos lentamente, dejando ver un par de manos completamente ensangrentadas.

domingo, 1 de noviembre de 2009

15-Todos para uno


El Jardinero del Orden habla cual villano de opereta frente a un atento Santino Conde:

-¿Querés saber cuál es mi plan? Fácil: reordenar todo esto. Acomodar las cosas, poner algún que otro adorno, borrar lo que está demás… como todos estos miserables sujetos, por ejemplo. En fin: tomar el control de todo.
-Interesante. ¿Y de qué podría servirte yo?
-Mi estimado, no es un tarea fácil… voy a necesitar alguien que me dé una mano. ¿Y qué mejor si se trata de una persona que conoce las cosas desde adentro? Te preguntarás qué te llevarás a cambio, lo entiendo. Bueno, por empezar podrás tener todas las mujeres que desees.
-Ja, veo que se me nota el aire de casanova.
-Tan claro como el halo de la Luna en la noche que precede a la tormenta. Una vez que yo tome todo el control de este universo, te daré tu porción de la torta. Pero antes necesito tu ayuda: para poder hacerme con todo, antes tengo que encontrar a alguien.
-¿A quién, si puede saberse?
-Al dueño de todo, claro: a Galán de Barrio.

Cada uno desde su lugar escucha atentamente el diálogo. Por un segundo mantienen la esperanza de que Santino sólo lo esté haciendo hablar para ganar tiempo. Sin embargo, aún no están seguros de poder fiarse de aquel muchacho.

-¿Galán de Barrio? ¡Qué nombre tan ridículo! El único galán que conozco por aquí es un servidor.

A medida que habla, Conde se acerca lentamente al Jardinero.

-¿Cómo que no lo conocés? ¿Me estás cargando? ¡Si él es el creador de todo este universo!
-¿De qué universo me hablás? Esto es un bar, y su dueño se llama Valentín.

El Jardinero del Orden parece ir perdiendo la calma:

-Mirá, Santino, no me tomés por estúpido. Así como puedo incluirte en mis planes también puedo sacarte del juego cuando quiera. Voy a preguntártelo por última vez: ¿Dónde está Galán de Barrio?
-Jardinero, te vuelvo a responder: no sé de quién me estás hablando… -Conde sigue acortando la distancia, coqueteando con su bebida.
-¡Pedazo de idiota! ¿Te querés pasar de listo? Ah, un momento… un momento… ¿Será posible que no lo sepas? ¿Será que ninguno de ustedes conoce su origen? ¡Ja! ¡Esto es tan sorprendente! Incluso para mí…

Cuando está lo suficientemente cerca, Santino le dice al oído:

-Te equivocaste conmigo viejo, yo no soy el lado traicionero: soy la parte impredecible.

Dicho esto Santino vuelca su vaso de whisky sobre el pulido rostro del Jardinero del Orden. A pesar de la ceguera repentina, éste logra responder con un golpe en el estómago, empujándolo sobre la mesa de Rocambole. Santino lo mira a los ojos, dándole a entender que ha llegado su momento de actuar: Rocambole se pone al fin de pie y por primera vez en su vida actúa sin pensar, propinando un cross de derecha sobre la mejilla del duque blanco. No obstante, el Jardinero del Orden es más duro de lo que parece y logra responder el golpe con un certero puntapié en las partes nobles del fallido héroe. Mas la distracción no es en vano: Linares se levanta de un salto y estrella un vaso completamente vacío sobre la nuca del malviviente, que cae finalmente desmayado.

-A mí nadie me dice que vivo en un mundo de fantasía… -Concluye Linares acomodándose el sombrero.

Mariana se repone y ayuda a ponerse de pie a Eugenio Echagüe, cuya herida mal vendada comienza a manifestar sangre de modo preocupante. Julia entra en la cocina del bar en busca de un botiquín.

-Bien hecho compañero –Santino le da una palmada en el hombro a un Linares que vuelve a acomodarse en la mesa como si nada hubiera pasado. Luego se dirige a Rocambole- ¿Estás bien? Eso debió doler…
-Un poco… pero nada se comprara con la satisfacción de haberme dejado llevar por un impulso. Creo que hoy ha nacido un nuevo Rocambole.

Mariana se sienta en uno de los bancos que están contra la barra y examina la fractura de Echagüe. Julia deja a Victoria en su carrito y regresa trayendo vendas y alcohol. Pero los deja caer con un grito de advertencia ante lo que sus ojos le muestran: el Jardinero del Orden se ha movido y comienza a levantarse, apoyándose en una silla.

Esta vez es Mariana la primera en reaccionar, sin embargo Echagüe la sostiene de un brazo obligándola a detenerse. Eugenio Echagüe alza el cuchillo de la amazona que había quedado sobre el piso y se lo clava al Jardinero a un costado del muslo izquierdo.

El villano ahoga una exclamación, se quita el arma y con un mismo movimiento hunde el filo hasta el mango en el pecho de Echagüe, quien cae torpemente. Mariana deja escapar un fuerte suspiro mientras Julia avanza hecha una furia con un zapato en la mano y comienza a golpear con el taco el rostro del Jardinero del Orden hasta hacerlo sangrar. Con un manotazo el hombre de blanco logra sacársela de encima, pero justo cuando estaba a punto de pegarle Santino Conde toma su mano derecha desde atrás. Rocambole se apura a hacer lo mismo con la izquierda y ambos miran a un ajeno Linares, esperando que una vez más reaccione.

Sin embargo, el Jardinero sabe cómo mantenerlo en su lugar:

-Linares, ¿no pensás ayudar a tus compañeros?

El personaje de historieta no puede con su genio y retruca:

-¿Y la raíz cuadrada de 225?

-¡15! –Exclama triunfante el lord del orden soltándose de sus captores: con un revés de siniestra cachetea el rostro de Rocambole al mismo tiempo que estira la pierna contraria y empuja a Santino contra la pared.

Mariana toma una botella del mejor vino, arrojándolo con fuerza sobre el rostro del truhán. La botella roza su oreja y termina haciéndose añicos contra el fondo del bar.

-Una verdadera lástima –Comienza a decir el Jardinero- Y ahora, si me permiten…

Pero no termina la frase: Santino Conde salta sobre él y ambos caen. Ruedan varias veces hasta alcanzar la puerta. Una vez que la traspasan, ya no los vuelven a ver.

La puerta se abre una vez más:

-¡Mi amor! ¿Qué está pasando acá? –Valentín Flores corre a abrazar a su mujer. Lo siguen K, Genaro Cúspide y Florencio Gauna.

-Este hombre está muerto. –Concluye Genaro al tomar el pulso de Eugenio Echagüe.

martes, 27 de octubre de 2009

14-Uno para todos



Diógenes se dispone a partir inmediatamente de regreso hacia el Albatros y así se lo hace saber a sus compañeros. Presiente que algo malo puede estar sucediendo allí, y el descubrimiento de su error con respecto a la pista más la advertencia que les acaba de dar el Jardinero del Kaos acrecientan sus deseos de volver cuanto antes.

Sin embargo, el Jardinero los detiene:

-Esperen, no se vayan aún.
-¿Qué pasa?
-Hay algo que no me cierra. El Jardinero del Orden no tiene razones para haber aparecido por el Barrio. Es más, ni siquiera estoy seguro de si él lo conocía, o si sabía cómo llegar.
-¿Y cuáles son sus sospechas?
-Creo que tal vez no esté trabajando solo.

Somosa siente un temblor que lo invade, aunque no puede estar seguro de si se trata de miedo o emoción. Arrieta escucha atentamente a su lado.

-¿Tiene idea de quién podría estar ayudándolo?
-Tengo mis dudas. Tal vez sea alguien del mismo universo que ustedes…
-¿Qué quiere decir con mismo universo?

La pregunta proviene de Johnny John, pero el Jardinero del Kaos hace caso omiso y continúa con sus cavilaciones:

-Pero si mi peor intuición está en lo cierto, creo que necesitarán ayuda.

El Jardinero se dirige hacia un viejo mueble de madera. Abre un cajón en el cual pueden verse dos pequeños frascos: uno contiene un líquido azul y el otro dorado.

Diógenes Mastreta se impacienta:

-Le agradecemos profundamente su ayuda señor, pero si nos disculpa, estamos algo apurados…

El Jardinero toma el frasquito dorado y lo exhibe como si del Santo Grial mismo se tratara:

-Sé que voy a odiarme por hacer esto, ya que contradice todas mis afirmaciones. Pero creo que esta vez es necesario.

-¿Qué es eso? –Pregunta Ángel Vergara, pero el parco caótico continúa con su soliloquio:

-No volví a utilizarlo desde la muerte de Calamity –Agrega, señalando con la mirada el recipiente azul- Ay, creo que una parte de mí se fue con él…
-¿No va a decirnos de qué se trata? –Exclama Mastreta poco perseverante.
-Él me pidió que lo guardara en su última visita. Creo que ha llegado el momento de que retorne a su dueño.

El Jardinero del Kaos extiende su brazo hacia Diógenes justo cuando una mancha pequeña y lechosa se arroja sobre él, le quita el frasco dorado y vuelve a posarse sobre el hombro de una silueta que se esconde entre las sombras.

-¿Vieron? ¡Yo sabía que había un simio blanco! –Exclama Mastreta,
-Sos vos… -Agrega el Jardinero, y luego se dirige a los intrépidos aventureros- Va a ser mejor que recuperen eso.

Arrieta no lo piensa dos veces y se arroja contra la horrible figura, pero el mono sale corriendo llevando la poción en alto.

-¡Atrápenlo! – Grita Mastreta y los cuatro corren en su búsqueda.

El mono albino sale al exterior, moviéndose con gracia entre los árboles. Mastreta intenta taclearlo pero cae con dificultad y queda atrapado entre unas raíces. El siguiente en intentarlo es Somosa: toma una piedra y le apunta a la cabeza, pero antes de poder arrojarla mete su pie en el barro y comienza a hundirse lentamente.

Arrieta continúa en lucha encarnizada con un desconocido, que resulta ser bastante ágil para su robustez: le anticipa todos los golpes y responde con veracidad. Sin embargo, en un descuido de la bestia Alfredo Arrieta logra golpearlo en la cara con un atizador. El impacto, si bien no fue muy fuerte, alcanzó para quitarle la máscara que llevaba: Arrieta siente náuseas y un escalofrío al contemplar aquel rostro deforme.

Johnny John y Ángel Vergara intercambian miradas al darse cuenta hacia dónde se dirige el babuino: el sonido de unas cascadas que caen al vacío se deja escuchar cerca de allí. Exhalando sus últimos alientos, logran dar con el animal. Mas éste comienza a saltar sobre las piedras que sobresalen del arroyo, hasta llegar al final de la catarata.

El tullido pega un alarido de horror al sentirse descubierto. Arrieta se compone e intenta darle frente, pero el salvaje arremete con toda su furia contra el cuerpo del navegante.

Johnny John da todo por perdido cuando el macaco color nube levanta los brazos hacia el precipicio. No obstante Ángel Vergara comprende que ha llegado el momento de demostrar lo que sabe: justo cuando el bicho arroja el frasco Vergara se lanza y lo atrapa en el aire.

-¡Estoy volando! –Grita con las extremidades extendidas, mientras su cuerpo se precipita sobre el acantilado. Unas ramas primero y el agua después amortiguan su caída.

-Eso no fue volar, sino caer con estilo… -Concluye Diógenes una vez que todos vuelven a encontrarse dentro del castillo.

-¿Qué se supone que debemos hacer ahora con esto? –Pregunta Ángel Vergara con el trofeo en la mano, a lo que el Jardinero del Kaos responde:

-Beberlo. Deben beberlo todos.

-Me temo que eso no va a ser posible –Agrega una voz maltrecha. Recién entonces los demás se dan cuenta de que aún no estaban todos en escena: Arrieta ingresa en la habitación arrastrando los pies.

-Lo siento muchachos, hice todo lo que pude…

Esas son las últimas palabras de Alfredo Arrieta, justo antes de caer al suelo, muerto.

miércoles, 21 de octubre de 2009

13-La carta en la manga



La teoría del escritor distraído ha dejado sin palabras a K. De alguna manera, es algo que siempre había temido. ¿Podría ser realmente él? ¿Cuánto hacía que no se sentaba a escribir un texto? Es verdad que últimamente ha estado algo desatento, como alienado…


Valentín se desploma en un sillón y reflexiona: ¿K el escritor? ¿Genaro el muerto? Las pistas inconclusas del extraño que había entrado al bar comienzan a tomar sentido. Si K no había cumplido, ¿cuáles podrían ser las consecuencias? Si Genaro había muerto hoy, justo hoy… ¿Cómo había muerto? Y aún quedaba algo más, la urgencia de Victorio por comunicarse con él: ¿Qué tenía que ver su abstrusa concepción del tiempo en todo esto?

Gauna mira a K, esperando alguna reacción. De pronto éste lo increpa:

-De acuerdo, supongamos que realmente sea yo… de todos modos el mundo no se detuvo, ¿o sí?
-Parece que no… sin embargo tal vez eso sea sólo metafórico. O quizás… bueno, estoy desarrollando mi propia teoría.
-¿Qué piensa, Florencio? ¡Dígame!
-Creo que quizás el mundo no quiera detenerse…
-¿Qué? ¿Y cómo sería eso?

Florencio Gauna se pone de pie y vuelve a llenar su taza.

-Si el mundo no quisiera detenerse… y si su motor no está cumpliendo con su función… bueno, ¿qué podría hacer?
-No lo sé, Gauna. Déjese de tanto misterio y explique su idea.
-Bueno, yo creo que debería tomar su movimiento de otro lado. Debería complementar sus faltas con ayuda de otros… como hacemos todos, ¿no?

Genaro Cúspide, atento al diálogo, se arrima a la máquina y se sirve una taza de café. Le hace una seña a Valentín, pero éste rechaza la oferta. No obstante, se acerca a Cúspide:

-¿Cómo fue Genaro?
-¿Qué cosa?
-¿Cómo fue que murió? ¿Cómo fue que murió hoy?

K mira incrédulo al hombre de los velorios. Gauna hace una pausa para saborear su enésimo café del día.

-Bueno, es sólo una hipótesis… pero creo que podría explicar los extraños sucesos que hemos estado viviendo.
-¿A qué sucesos se refiere exactamente? Bueno, más allá de que acabo de enterarme de que Genaro murió hoy y ahora está acá delante de mí bebiendo café…
-Ja, no, pero eso ya era normal por acá. Yo me refiero a cosas como mi intromisión en aquel funeral lejano, la llegada del sujeto advirtiendo cosas en el bar, y esto:

Florencio extiende el brazo y le muestra a K la tapa de un diario: al parecer había muerto otra persona importante, aunque mucho no podía entender ya que estaba escrito en ruso.

-¿Cómo llegó esto a sus manos?
-Lo compré en el kiosko de siempre. Pero lo que más me llama la atención, además del idioma, es que ni siquiera el dueño del puesto sabía bien cómo había ido a parar este periódico ahí.

Genaro Cúspide se muestra sorprendido ante la pregunta. Luego comienza el relato:

-Esta mañana tuve un extraño presentimiento, como que hoy no iba a ser un día más en mi vida. Sin embargo intenté actuar del modo usual: me bañé, me afeité, me ajusté la corbata y salí a caminar.
-Sí, ¿y bien?
-Imaginé que Florencio iba a estar leyendo los clasificados en el bar de siempre, su bar, así que me dirigí hacia allá para charlar un rato. Pero antes de llegar fue atacado por la espalda. Fui herido por un arma blanca, y caí, muerto.

K escucha y medita. Comienza a seducirlo la idea de un mundo desfalleciente que intenta en agónico suspiro complementarse con hálitos ajenos. De pronto fluye en él una idea:

-¡Déme una lapicera! ¡Tengo que escribir!
-¿Escribir?
-Claro, debo probar a ver qué pasa.
-Tiene razón, tal vez funcione.

Gauna toma prestada una hoja del escritorio de Genaro y se la pasa a K junto con una birome.

-¿Y ahí fue cuando hizo contacto con Victorio y le pidió que viniera a verme?

K garabatea con fuerza sobre el papel.

-Exacto, él me dijo tu nombre y que tenía algo importante que contarte.

Gauna observa atento los movimientos del escritor distraído.

-¿Pero quién fue, Genaro? ¿Quién lo mató? ¿No puedo ver nada?

K se detiene, mira al techo buscando la palabra adecuada y luego continúa.

-Bueno, sí, algo pude ver.

Gauna apura la taza y dirige una mirada inquisidora al caballero de la pluma.

-¿Qué vio, Genaro?

K termina con un lamento:

-No hay caso: quise improvisar una historia pero me salió una carta…

Gauna sonríe:

-Tal vez esa carta sea parte de la historia…

-Mi notebook, necesito mi notebook… la dejé en el bar.

-Lo que alcancé a ver fue un hombre alto, de sobretodo y sombrero, con un melifluo brillo en sus ojos.

-¡Al Albatros! ¡Hay que volver ya al Albatros!

viernes, 16 de octubre de 2009

12-La casa está en orden


Las confesiones de Santino Conde y Eugenio Echagüe, las disertaciones mentales de Linares y Rocambole y las canciones de cuna de Mariana, Julia y Victoria se ven interrumpidos cuando aquel ser irrumpe nuevamente en el Albatros. No es difícil reconocerlo: porta el mismo sobretodo y sombrero que había traído en su primer paso por el bar.

-¡Tal como lo esperaba!

Las palabras del sujeto suenan maléficamente seguras. Una suerte de instinto común corre por las venas de todos los presentes, alertándoles del peligro: como una leona en apuros, Julia rodea con sus brazos a su beba, clavando una mirada desafiante sobre la macabra silueta. Mariana se planta frente a ellas, con los brazos extendidos, estableciendo una barrera de protección femenina más inquebrantable que el muro de Jericó.

Por su parte, los hombres reaccionan de las maneras más diversas: Linares parece fingir como si nada extraño ocurriera, mientras que Rocambole deja pasar por su mente mil modos potenciales diferentes de hacerle frente al extraño, aunque no actualiza ninguno. Santino Conde luce relajado, y bebe un sorbo lento de su vaso de whisky. Pero Echagüe no piensa quedarse quieto: se levanta de un salto e increpa al hombre del sombrero:

-¿Otra vez usted por acá? ¿Qué es lo que desea?

Ante una sonrisa burlona como única respuesta, Echagüe se enfurece y reacciona: con una diestra bien cerrada lanza el primer golpe. Sin embargo no le es difícil al villano esquivarlo: con la gracia de un bailarín se hace a un lado, toma el brazo de Eugenio y lo dobla con tal fuerza que le parte el hueso.

Julia y Rocambole ahogan un grito en un acto de empatía con el caído. La siguiente en avanzar es Mariana: con la furia de una amazona extrae un cuchillo corto de entre sus ropas y arremete hacia la silueta oscura. Una vez más el golpe es esquivado: tras un ágil movimiento, el cuchillo cae al piso y la mujer vuela, desplomándose sobre una mesa.

-Repito: ¡Tal como lo esperaba!

El hombre se quita el abrigo y el sombrero, dejando ver su verdadera figura: un fino duque de rubios cabellos y blanco traje a medida. Como un hijo de Lucifer, su belleza contrasta en esencia con el aura de maldad que lo rodea.

-Si no tengo más interrupciones, permítanme presentarme: soy el Jardinero del Orden. No, no hace falta que me digan sus nombres: los conozco muy bien. Los he estado estudiando.

Julia toma aún más fuerte a la pequeña Victoria, quien comienza a llorar. Rocambole continúa debatiendo internamente qué hacer. Linares mantiene una indeferencia ejemplar junto a un Santino que observa todo atentamente.

El Jardinero del Orden se quita la corbata y venda con ella el brazo de Echagüe.

-Disculpen las molestias, realmente odio la violencia, pero lamentablemente no me dejan más remedio. Es increíble, sabía exactamente cómo saldrían las cosas: quién se quedaría en el bar y quién se iría, todo es tan predecible… ¡Todo está en tan perfecto orden!

Santino se mueve en su asiento, pero no se levanta. El Jardinero continúa:

-Eugenio Echagüe… sabía que ibas a ser el primero en reaccionar: tu reciente episodio policial te ha dejado mal parado y cualquier ocasión sería apropiada para quedar como un héroe. Luego Mariana, la bella guerrera… tu sangre nativa de la Isla Calamidad no iba a permitirte quedarte sin hacer nada, ¿verdad?

Mariana se acomoda lentamente entre dos mesas, dando señales de vida.

-Julia, obviamente, ibas a proteger a tu bebé a toda costa, lo cual restringe demasiado tu movilidad. Y en cuanto a ustedes tres: mi querido Rocambole, tu indecisión y tu mentecilla complicada son las causas de tu inacción. ¿Revisar todas las posibilidades antes de optar cuál seguir? ¡Eso podría tomarte un tiempo infinito! No creo que puedas vivir tanto…

Una gota grande de sudor frío corre por la sien de Rocambole, mientras sus manos se aferran con fuerza a la mesa.

-Linares, ay, no sé para qué te hablo: completamente ajeno a la realidad, como siempre, inmerso en tu mundo de fantasía… Pero el que más me interesa sos vos, Santino Conde. Vos, que te creés tanto, que no podés evitar sentirte el centro de atención, y que a la vez no te interesás demasiado por el resto de la humanidad… vos me podés servir.

Santino se levanta lentamente, dirigiéndose hacia la barra. Allí toma la botella de whisky y vuelve a llenar su vaso.

-Te escucho…
-¡Perfecto! Sabía que podría contar con vos. Sos el factor, ¿cómo decirlo? Traicionero.

Conde esboza una sonrisa.

lunes, 12 de octubre de 2009

11-Galán del Kaos



Siguiendo la dirección que su única brújula le indica, Johnny John dirige a sus compañeros hacia el que parece ser el destino final de su viaje. Aunque el viento se levanta, Arrieta maneja el timón con hidalguía enfrentando toda la bravura del oleaje.

Diógenes Mastreta escruta el paisaje con un sólo pensamiento en su cabeza: encontrar al portador del nombre que había guiado su viaje. Ya no quedaban más direcciones posibles: esta vez no podía caber ningún error.

Somosa había logrado superar sus mareos iniciales, deviniendo un hombre de mar ávido de emociones, mientras que Ángel Vergara ya comienza a cansarse de tanta agua alrededor, deseando un poco más de aire libre para poder demostrar lo que realmente sabe.

La ventisca comienza a cesar y con ella el mar se calma y se oscurece. El líquido sobre el que navegan se torna pantanoso. Cuando ya no pueden avanzar más con la embarcación arrojan el ancla y saltan a tierra firme. Caminan por senderos de ébano bajo una noche sin luna, esquivando charcos de sustancias extrañas y viscosas.

Aunque todo parece nuevo ante esos cinco pares de ojos atentos, no pueden evitar la sensación de ya haber estado allí. Una enorme fortaleza se erige entre la espesura del bosque, como un castillo gris de piedra. Ángel señala una puerta lateral y sus compañeros lo siguen.

Luego de pasar por varias habitaciones por demás extrañas, moradas de las más disímiles criaturas salidas de algún extraño circo de fenómenos (entre las cuales se encontraba un perro, que Johnny John juraría que escuchó hablar), llegan al fin hacia la cámara central. Arrieta duda ante al entrada, justo cuando Somosa, juntando un coraje inusual en él, la abre de par en par sin pedir permiso.

Sentado a la cabecera de una larga mesa de marfil, un hombre alto y calvo levanta la vista de sus papeles. Envuelto en su sobretodo negro, observa a los cinco intrusos, como si los hubiera estado esperando:

-Ah, son ustedes.

Somosa y Arrieta intercambian una mirada, que luego dirigen a Diógenes. Mastreta comprende que ha llegado su turno de hablar:

-Buenas… ¿Tardes? ¿Noches? Como sea… Usted debe ser el famoso Jardinero, ¿verdad?

El hombre asiente con la cabeza. Al acercarse un poco más, Mastreta descubre que por detrás del Jardinero hay otra mesa, más pequeña, frente a la cual puede observar el oblongo respaldo de una silla de madera. Se escuchan los ruidos de una máquina de escribir siendo manipulada con violencia.

-Eh… yo soy Diógenes Mastreta y ellos son…
-Por favor, ahórrese las presentaciones, sé muy bien quiénes son. ¿Pero qué están haciendo acá, en mis tierras?
-Bueno, creo que eso tendría que explicárnoslo usted a nosotros: llegamos hasta acá siguiendo el mapa que usted nos dejó.
-¿Que yo qué? ¿Están locos? Yo no les dejé ningún mapa.
-¿Cómo que no? ¿Entonces cómo explica esto?

Diógenes saca el plano de su bolsillo y se lo muestra al Jardinero, pero éste continúa hablando sin prestarle atención:

-Primero llegó él y ahora ustedes cinco… Estas entradas y salidas sólo pueden indicar una cosa: algo está mal. Algo está muy mal.

Diógenes avanza unos pasos, dando unos golpecitos en la vieja carta de bebidas:

-Todo está muy claro, muy claro. Mire el dibujo: flores. ¡Flores! Compuestas de un modo casi imperceptible… ¡Pero nada se escapa a mi ojo avizor! Y si no me equivoco, el dueño de estas marcas está justo a sus espaldas.

Diógenes se acerca más y más al Jardinero. Johnny John lleva una mano a su cabeza, pensando que su compañero de aventuras se ha vuelto loco.

-Mis sentidos de detective no me engañan, estas flores fueron hechas con un material muy específico, un material que sólo pudo prevenir de un ser –Mastreta se acerca a la silla de madera y la hace girar de un golpe- ¡Un mono blan...! ¿Eh? ¿MARRÓN?

Un simio pardo pega un enorme alarido y sale corriendo con una navaja en la mano. Alfredo Arrieta enfurece de sólo pensar que todo este tiempo han estado confiando en un idiota que había seguido una pista falsa. Diógenes Mastreta se queda unos instantes de pie con la mandíbula desencajada. Sin embargo pronto vuelve a acometer:

-¡Cómo que marrón! ¡Tenía que ser blanco! ¡Este mapa fue hecho con cabellos de mono blanco!, fíjese si no. ¡Y las letras! Tres iniciales firman la obra: “J D C”. ¡Jardinero del Caos!

El Jardinero se pone de pie de un salto, temiendo lo peor:

-¡Idiota! Soy el Jardinero del Kaos, ¡con “K”! ¡Está en griego!

Somosa se ilumina de pronto y decide compartir su idea:

-Perdón pero se me ocurre algo: Si “Kaos” está en griego, ¿la “C” no podría ser de “Cosmos”?

-¿Jardinero del Cosmos? – Pregunta Mastreta – Eso no tiene sentido, ¿verdad? ¿Qué significa “cosmos”? ¿Mundo?

El Jardinero baja la mirada, confirmando su sospecha:

-“Cosmos” quiere decir “Orden”… Jardinero del Orden… el muy soberbio no pudo evitar firmar su obra. ¿Dónde encontraron esta nota? Puede que haya gente corriendo peligro.

El corazón de Diógenes Mastreta palpita con fuerza al recordar que el mapa había aparecido en el Albatros, donde habían quedado esperando su querida Mariana junto con Julia y Victoria, indefensas.

miércoles, 7 de octubre de 2009

10-El escritor distraído


El sonido constante y monótono se deja oír desde la habitación contigua donde Valentín Flores había entrado con Genaro Cúspide. K espera sentado en un pequeño sillón. Una mesa ratona donde descansan dos tazas llenas lo separan de Florencio Gauna. No está seguro de cuánto tiempo hace que están allí.

-Beba su café, K, que no le he puesto veneno. – Gauna esboza una sonrisa.
-¿Qué están haciendo dentro de la habitación?
-La verdad, no lo sé… tampoco estoy seguro de cuánto tiempo más tardarán, así que por ahora sólo podemos esperar. Y disfrutar de un buen café, obvio.

K mira a su compañero por un instante. Luego, tomando lentamente la taza agrega:

-En el bar, usted insistió en que viniera. Dijo que parte de lo que va a pasar podría ser mi culpa. Creo que es hora de que me dé una explicación.
-Es cierto…

Gauna da un sorbo a su bebida. La disfruta un buen rato en la boca antes de hablar:

-Cuando la gente muere se hace más buena, ¿sabe? En realidad, no es que ellos cambien, sino que cambia lo que se dice de ellos. No me tomó mucho tiempo aprenderlo.

K suspende la taza justo por debajo de su boca. Continúa expectante.

-¡No se preocupe, no he matado a nadie! Simplemente he ido a velorios. A muchos velorios, desde hace muchos años ya… Locuras de un hombre aburrido, ¿sabe? Prácticamente voy a uno cada noche, parece que la gente nunca deja de morir.
-No veo dónde entro yo en este cuento.
-Perdón, suelo irme por las ramas: costumbres de viejo. Así fue cómo conocí a Genaro, pero eso es otra historia. Lo importante es que un buen día, cuando parecía que nadie había muerto en los alrededores, leí en el diario una extraña noticia.

K da un trago largo y se quema la lengua. Disimula el dolor con un “ajá”.

-Yo siempre leo los avisos fúnebres, pero éste salió en primera plana, en un recuadro chiquito, pero en la tapa al fin: había muerto un grande, un, cómo decirle sin que me tome por fabulador… había muerto un héroe.

Florencio hace una pausa, esperando algún gesto de asombro en su interlocutor. Al no encontrarlo continúa:

-Por supuesto fui, no iba a perdérmelo. Aunque la verdad es que no sé realmente cómo llegué: el lugar era completamente extraño y ajeno a todo, como si se tratara de… de otro mundo. Sí, otro universo.

K duda antes de volver a probar aquel negro mineral. Sin embargo se atreve y empina el recipiente, sin quitarle los ojos de encima a su compañero:

-Sigo sin entender, Gauna, ¿qué tiene que ver todo esto conmigo?
-Iré al grano: decía que cuando uno muere se hace más bueno. Y la gente a su alrededor también: he hecho varios “amigos de velorio” durante todos estos años. Bueno, la cosa es que charlando con alguien en ese lugar me enteré de una teoría: la teoría del escritor que no puede dejar de escribir porque si no se detiene el mundo.

Por primera vez K se sorprende: siempre había fantaseado de alguna manera con esa idea en su cabeza. Gauna nota un signo de preocupación en aquel rostro despeinado.

-¿Se lo imagina? Ya sé, suena muy a ciencia ficción… pero si usted hubiera estado allí, seguro la habría creído. ¡Todo era tan fantástico!
-¿Quién fue? ¿Quién le contó esa historia?
-No me dijo su nombre y no le di demasiada importancia en su momento. Nunca más lo volví a ver, nunca más… hasta esta tarde.

El corazón de K se acelera tapando el bombeo que resuena desde detrás de la pared. Sus ojos piden más respuestas.

-No me di cuenta al principio, pero cuando el dueño del Albatros repitió las palabras que aquel extraño le había dicho, ahí todo me cerró. ¡K, temo que toda nuestra existencia esté en peligro!

De pronto el sonido cesa. Unos segundos después la puerta se abre y las figuras de Genaro Cúspide y Valentín Flores entran en escena. Las miradas de dos viejos amigos se cruzan:

-K, Genaro es el muerto del barrio.
-Valentín, yo soy el escritor distraído.

lunes, 5 de octubre de 2009

9-Todos mis galanes


Mientras el Oso de Mar termina de darle los últimos ajustes al barco explica que se encuentra paseando por ahí junto con Manuel Palmas con la intención de distraerlo, ya que el pobre aún no ha podido recuperarse de la pérdida de su mono.

Johnny John arroja la segunda brújula por la borda. Sólo le quedan dos: ¿Cuál deberá seguir en esta ocasión?

Diógenes le agradece a su viejo amigo por la ayuda y se prepara para partir. Somosa y Arrieta se acomodan en la nave. Ángel Vergara suspira sintiendo las últimas gotas deslizándose sobre su rostro. Pronto deja de llover.

Mientras avanzan el río vuelve a ensancharse y los vestigios de unos nubarrones negros se deshacen en el éter. Johnny se decide por la que lleva en la siniestra por ser el lado del corazón y le hace señas a Arrieta para que vire hacia ese lado. El agua comienza a volverse más clara y tranquila, desembocando en una amplía playa. Un clima de fiesta y juventud se deja sentir en aumento a medida que se van acercando a tierra firme. ¿Sería ese el lugar indicado?

Deciden detenerse y desembarcar en la bahía. Los recibe una arena blanca y suave. Caminan sin rumbo fijo sobre aquel lugar paradisíaco. De pronto descubren que no están solos: la mirada de Somosa se posa sobre las curvas de una señorita que pasa en traje de baño. Luego el reverso de otras dos distrae el andar de Vergara y hace escapar un silbido de los labios de Johnny John:

-Este lugar es un sueño: está lleno de mujeres hermosas.
-No nos dejemos desconcentrar, mis marineros: no debemos olvidar nuestra misión.
-¿Y cuál es nuestra misión, si se puede saber, mi capitán? – El sarcasmo de la última palabra de Arrieta fue suavizado por el paso de otra flamante damisela.
-Bueno, no estoy muy seguro aún, pero tengo mis conjeturas… creo que estoy a punto de descifrar el mapa, sólo debería poder comprobar mi hipótesis.

Johnny John no puede evitar caer en la vulgaridad y se acerca a una blonda diciéndole algo al oído. La mujer se da vuelta, lo mira enojado y le estampa un cabezazo en la nariz. Luego sigue su camino.

-No te recomendaría meterte con María Cabezazo – Dice una joven voz.
-¿María qué? – Pregunta Ángel Vergara.
-María Cabe…
-Deja, ya entendí – Interrumpe Johnny con las manos sobre su nariz sangrante.

Mientras aquel se incorpora ayudado por Somosa, Mastreta increpa:

-Buenas tarde jovenzuelos, ¿podrían decirnos dónde estamos?
-¡Pero eso es obvio! ¡En la playa!
-Sí, claro, pero lo que yo quería saber es…
-¿Y ustedes quiénes son? ¿De dónde salieron? ¿Hay una fiesta de disfraces por acá? – Interrumpe otra voz.
-Para, Diego, dejalo hablar, nos estaba diciendo algo.
-Richard, no te metas, quizás hay una fiesta cerca…
-Si hubiera una fiesta escucharíamos la música.
-¿Y si tuviera paredes aislantes?
-Diego, no hay paredes que aíslen completamente el sonido, eso pasa en las películas.
-¿Y si nos quieren afanar, eh? Por eso pregunto, tendrían que presentarse primero.
-¡Pero si fue Patricio el que les habló! Además es realmente poco probable que nos quisieran robar… de hecho si ese fuera su objetivo ya lo hubieran hecho.
-¿Por qué tenés que razonarlo tanto todo?

Los navegantes siguen la discusión como si de un partido de tenis se tratara. Cuando parece que tanto intercambio de palabras sin sentido va volverse eterno, el tercero en discordia toma la palabra:

-Disculpen a mis amigos, cuando se trenzan así no paran más. Yo soy Patricio y ellos son Diego y Richard.

Diógenes devuelve el saludo haciendo las presentaciones correspondientes. Después de contar algo acerca de su viaje pero sin dar demasiado detalles, se acerca a Richard mostrándole el mapa:

-Al principio estaba seguro de que esto era un camino. Sin embargo, luego de pasar por un extraño cementerio me di cuenta de que a sus lápidas les faltaba algo. Volvé a mirar el mapa, si se lo mira desde este ángulo, ¿qué se ve?
-A ver… parecen flores.
-Correcto, varias flores. Y acá hay tres letras, ¿las ves? La primera es una “J”, ¿se te ocurre algo?
-Flores, una jota… ¿Un jardín?
-Eso mismo pensé yo. Y no hay jardín sin su jardinero.
-Puede ser… ¿Y las otras dos letras?
-Bueno, luego del cementerio fuimos a parar a una bella ciudad, y en la plaza central nos encontramos con una pareja que huía de algo…
-Ajá, ¿y?
-Al preguntarles por un Jardinero se sorprendieron por la pregunta y me contestaron que eso era un caos… entonces pensé… ¿No podría ser un Jardinero del Caos?

Patricio intercambia palabras con Somosa mientras Diego y Ángel parecen comenzar una nueva discusión de esas que se dan entre el hombre de acción terrenal y el que divaga por las estrellas. Aunque finge indeferencia, Alfredo Arrieta desvía sus ojos por un instante rozando las líneas de una veterana que camina como una reina.

Richard afirma nunca haber oído nombrar a tal criatura. Se acerca a sus amigos, pero a ellos tampoco les suena el nombre. De súbito Patricio exclama:

-Se me ocurre que tal vez alguien lo pueda conocer…

Patricio hace señas hacia un cuarto joven, que se encuentra tomando sol cerca de allí, junto a una linda morena y una colorada con pecas. El muchacho, que responde al nombre de Pablo, se despide momentáneamente de las chicas y se uno al grupo de conversación.

-¿Jardinero del Caos? ¡Claro que lo conozco! Me encantan sus historias, muy entretenidas por cierto. Para llegar a él tienen que ir hacia allá.

Johnny John mira hacia donde señala Pablo y ve que es exactamente la dirección que indica la cuarta brújula, la que lleva en su diestra. Mientras arroja la otra al agua reconoce que a veces no es bueno dejarse llevar por el corazón.

domingo, 27 de septiembre de 2009

8-El que espera desespera




Detrás de la barra, Julia intenta hacer dormir a la pequeña Victoria, mientras Mariana le canta suaves arrullos de cuna aprendidos en su tierra natal. La beba mantiene los ojos bien abiertos, sin llanto, mas con la actitud expectante de la calma que precede al huracán.

Desde un rincón, Rocambole debate internamente como en un tema The Clash si debería irse o si hizo bien en quedarse. La idea de la aventura en barco parecía realmente emocionante, rodeados de extraños personajes que por alguna más extraña razón parecían estar destinados todos a cumplir un papel. Por otra parte, la partida del dueño del bar con el escritor y los otros dos hombres denotaba cierto misterio que estimulaba su vena detectivesca. Claro que, cuando había decidido tirar una moneda para ver qué camino seguir, ambos grupos ya se habían esfumado.

El más despreocupado de todos los seres que convergen esa tarde en el Albatros es Linares: en su afán de ver el vaso siempre medio vacío y pedir que se lo llenen ya se había bajado tres fernets. Ahora va por el cuarto, con el sombrero levemente inclinado hacia delante y las gafas montando a media asta de su nariz como un jinete sobre un gordo caballo.

Santino Conde, quien se había ofrecido gentilmente a cuidar de las damiselas, medita en silencio con el codo derecho sobre el respaldo de la silla y un vaso vacío en la mano izquierda. Al parecer, no hay mucho para hacer: no le convencen ni el neurótico obsesivo que habla solo mientras juguetea con una moneda ni el borracho que nunca termina su trago. Con ambos había intentado charlar sin éxito: el primero era bastante rebuscado en su forma de hablar y el segundo sólo contestaba preguntas con más preguntas.

Santino relojea el ambiente. Las damas están descartadas: la morocha de pelo corto era la mujer del dueño y además tenía una beba; la morena de ojos café había venido con el payaso disfrazado de pirata, y era mejor no darle motivos para volver a intercambiar palabras con él.

Sin embargo, aún queda alguien con quien no había experimentado. Conde se levanta y se dirige a su mesa:

-Santino Conde.
-Hola, yo Eugenio Echagüe.
-Y decime, Eugenio, ¿me parece a mí o nosotros somos los únicos cuerdos en este lugar?
-Qué se yo… hace rato que se me hizo difusa la diferencia entre la locura y la cordura.
-¿Por qué te quedaste acá?
-¿La verdad? Porque no confío en nadie.
-Interesante punto. ¿Por alguna razón en especial?
-¿Y porqué debería contestártelo? Mirá, he traicionado, he sido traicionado… he dado un vuelco a mi vida de un día para el otro y finalmente caí acá, en este lugar.
-¿Vos también tenés esa sensación de que algo importante está por pasar, y que el hecho de haber llegado hasta este café no fue casualidad? Como si tuviéramos un rol en esta historia.
-¿No será mucho? Yo sólo quiero tener una vida normal, nadas más.
-Eugenio, vos ocultás algo…

miércoles, 23 de septiembre de 2009

7-...Y la vida eterna...


El ruido del motor se repite como un mantra que con estoica constancia transporta y detiene. Un fresco escalofrío sube desde mis pies hasta mi cuello, erizando los cabellos de mi nuca. La sensación es inconmensurable, pero de querer establecer un parangón debería hacerlo con una mezcla de miedo, adrenalina, excitación y regresión a la infancia.

Valentín pierde conciencia del momento y del lugar. La pipeta de vidrio se diluye en sus manos, todo su cuerpo tiembla suave y tenaz, en un vals adormilado y febril.

Abre los ojos: ya no está acostado sino de pie, en un lugar que no conoce. Camina buscando algún indicio, pero sólo ve luces y sombras, nubes y vapor acaramelado. Mezcla de recuerdos, aromas de comidas y visiones borrosas que no alcanza a explicar, pero que de alguna manera sabe que ya las vivió, o que las vivirá.

De pronto un fuerte sabor dulzón en el aire le marca el camino hacia algo hartamente conocido, mientras una catarata de reminiscencia lo ataca sin piedad: sería capaz de reconocer el olor de un Metratón a veinte leguas de distancia.

Alrededor de una mesa cuatro sujetos juegan a las cartas. A tres de ellos no los conoce: Raúl Morales, Darío Solanas y Capitán. Al cuarto lo juna tanto que no puede evitar derramar dos saladas al verlo:

-¡Victorio!

Victorio Santana da un sorbo a su habano y esboza una amplia sonrisa. Con una seña avisa a sus compañeros que pronto retomará el juego y se acerca a saludar a un viejo amigo.

-Valentín, te estaba esperando.

El abrazo dura un tiempo inacabable, si eso existiera.

-¡Victorio! No entiendo, ¿dónde estamos? ¿Estás vivo? ¿Estoy muerto?
-¡Mi querido Valentín! Ya hablaremos sobre eso, ¡pero contame de tu vida, che! ¿Así que se pusieron un bar con Julia? ¿Lo llamaste Albatros, como la organización? ¡Jaja, sos un hijo de puta!
-Sí, qué se yo, me pareció original… ¿Pero cómo sabés eso? ¿Acaso desde acá se puede ver todo lo que pasa?
-Ja, no no, quedate tranquilo. Es que hay un hombre que pasa seguido por esta zona, Genaro se llama. Él va y vuelve, no sé, es extraño… La cosa es que nos hicimos amigos, me contó de un bar que frecuentaba, que era nuevo y lo atendía un chico joven. Como yo tengo algo de calle me parecía raro no conocerlo. Y cuando me dijo el nombre del lugar…
-Bueno, eso no es lo único nuevo que lleva un nombre viejo.
-¿No? ¿Qué más hiciste? ¿Un trago que se llama Funes? Jaja. Debería servirse en un vasito pequeño…
-Ja, no, no es eso. Tuvimos una hija, tenés una nieta. Se llama Victoria.

Los ojos de Victorio se humedecen por instante, no esperaba tal golpe bajo. Es la primera vez que Valentín lo ve realmente emocionado.

-¿Esa no la sabías, eh? Se ve que no te contó todo este Genaro… A propósito, fue él quien me mandó acá, me dijo que alguien quería hablar conmigo, y supongo que ese alguien sos vos…

Victorio se repone de golpe, adquiriendo su natural aire de simpatía y superioridad.

-Valentín, presiento que un gran acontecimiento está sucediendo en el barrio y hay algo que debés saber para poder sobrepasarlo.
-¿Me vas a enseñar a superar a la muerte? ¿De eso se trata?
-No, no… mi querido yerno: la muerte no existe.
-¿Cómo que no? ¿Qué querés decir?
-La muerte no existe, porque el tiempo no existe: sólo existe la simultaneidad.

Aunque ambos caminan mientras conversan, es como si estuvieran siempre en el mismo lugar. Al mejor estilo peripatético, Victorio continúa con su explicación:

-El tiempo, Valentín, tal como lo comprendemos y utilizamos, no existe. Todo lo que hay, lo que existe, es una sublime simultaneidad. Un instante eterno donde todo se da, por decirlo de alguna manera, al mismo tiempo. Claro que expresarlo así suena contradictorio, ya que si hay tiempo hay sucesión, una cosa tras de otra. Y la eternidad es lo contrario: todo junto, en simultáneo.

El rostro de Valentín denota su esfuerzo por tratar de comprender lo que su compañero de viajes le dice. Sigue Victorio:

-El tiempo, la sucesión, la seguidilla de hechos uno tras de otro, es sólo la manera que nuestra mente tiene de ordenar las cosas para poder captarlas e intentar comprenderlas: ordenamos en filitas los hechos para poder interpretarlos, porque no podemos hacerlo de otro modo. Y el lenguaje, nuestra herramienta para poder ordenar las sensaciones y el pensamiento, también necesita de este orden, tanto para reflexionar como para comunicarnos con los demás. Pero en realidad, en la esencia del ser, todo ya se dio. O, para ser más preciso, se da, en un presente eterno.

-Creo que entiendo lo que querés decir, pero me cuesta un poco interiorizarlo.
-Pensá en algún momento hermoso que quieras recordar.

La primera imagen que pasa por la mente de Valentín es cuando vio a Julia por primera vez, en aquella librería de Rosario. Se sonroja al dudar si Victorio podría ver sus pensamientos.

-¿Listo? Bueno, esa imagen que para vos es un recuerdo, en realidad sigue latente, siempre presente, acá, en la simultaneidad. Siempre podés volver a ellos, ¿de dónde creés que saqué este habano si no? Acá no se consiguen… Y lo mismo pasa con las cosas de lo que entendemos como “futuro”, en realidad ya todo está dado, sólo que nuestra limitada mente humana debe dividirlo en pasado, presente y futuro para poder comprender lo que sucede.

-Me parece que veo el punto, aunque todavía no sé cómo aplicarlo…
- Valentín, el tiempo no existe. Y ése es el secreto de la vida eterna. Sólo tenés que buscar y dejarte llevar.
-Pero, decime… ¿No era que no querías nada de filosofía en esta historia?
-Bueno, esa era otra historia…

Los tres hombres que esperan en la mesa parecen algo disgustados. El de saco azul de capitán le hace señas a Victorio con una mano sin manga para que vuelva al juego.

-Bueno, creo que mis nuevos amigos se están impacientando y van a matarme si no retomo la partida. A matarme, jaja, qué gracioso.
-Esperá, viejo, ¡no me dejes solo de nuevo! ¿Nos volveremos a ver?
-¡Claro, jovenzuelo! ¿No entendiste nada? ¡Siempre, siempre nos estamos viendo!

La silueta de Victorio se pierde en un fundido a negro. Valentín despierta con un sabor acre en la boca. Aún puede sentir el aroma del habano flotando en el aire.

viernes, 18 de septiembre de 2009

6-Los Apuntes del Galán


Avanza el barco hacia la dirección señalada. Sin embargo, con tres brújulas dispares se le hace difícil a Johnny John seguir la pista marítima. Sin mencionar que la charla con la poetiza lo ha dejado anonadado.

Diógenes Mastreta intercambia miradas entre el mapa y el horizonte, intentando decidir cuál de los dos resulta más confuso, mientras que Ángel Vergara garabatea en su Diario: “Un día más en el mar; si tuviera alas, ya habría echado a volar”.

De pronto el paisaje comienza a cambiar una vez más: el mar parece trasmutar en río y todo adquiere un aire más campestre y cotidiano. La tranquilidad de un pueblo se abre ante los visitantes, que, llevados por un impulso inexplicable, deciden arrojar el ancla y descender a tierra firme.

El pueblo sereno se va descubriendo como no tan pueblo ni tan sereno una vez que los cinco caminantes se van acercando a su centro: una plaza pintoresca corona el lugar, con su respectiva iglesia y municipalidad. Las avenidas corren anchas a su alrededor, y el ruido de una ciudad se hace sentir. No obstante, los lugareños se sorprenden y dudan si se han adelantado los carnavales al ver tales pintas andantes.

Somosa y Arrieta se sumergen en un déjà vu: algo de todo ello les recuerda al potrero del barrio donde habían visto jugar a Miguel. Intercambian miradas sin decir nada, y luego las dirigen hacia su capitán, como buscando respuestas. Diógenes no sabe qué decir. Pero justo cuando iba a expresar su silencio aparece ante ellos un joven apresurado acompañado de una pulposa mujer.

-Discúlpeme, buen hombre, ¿podría decirnos dónde estamos?
-[Desconcertado como Adán en el día de la madre] ¿Cómo dónde estamos? ¡En la plaza, en el centro!
-Sí, bueno, eso puedo verlo… ¿Pero en el medio de qué?
-[Entrecortado por el apuro] –No sé ustedes, pero yo estoy en el medio de un bonito quilombo…
-¿Qué le sucede, hombre? Si podemos ayudarlo…
-[Más apurado que colectivero en última vuelta] Mire, su disfraz de pirata es muy intimidante, pero tengo a toda la mafia de Moyano encima… y si no me apuro, me hace puré el soquete…
-[Más nerviosa que testigo falso] Vamos, Betito, que si nos ven juntos nos matan.
-[Resignado] Tenés razón, Macu… Muchachos, a una dama no se la hace esperar, así que si me disculpan...
-Perdón, pero al menos dígame una cosa: ¿Conoce por aquí algún Jardinero?
-[Perdido como turco en la neblina] ¿Jardinero? ¡Pero qué me dice, hombre! ¿No ve que esto es un caos? ¡Adiós!

La turbada dupla desaparece por una esquina. Johnny, Ángel, Somosa y Arrieta se miran desconcertados. Sin embargo, el rostro de Mastreta se ilumina con una sonrisa:

-¡Creo que tengo una nueva pista! ¡Vamos!

Mientras se dirigen de nuevo hacia el lugar donde habían desembarcado, unas gotas comienzan a caer sobre sus cabezas. Somosa cree ver sentados bajo un árbol de la plaza las efigies de cuatro sabios discutiendo. Juraría que se trataban de Galileo, Copérnico, Belgrano y el mismísimo Jesús, si eso no fuera imposible.

Por su parte, Arrieta se sorprende al contemplar la figura de una joven pareja que, lejos de huir de aquel llanto divino, se abrazan con fuerza como disfrutando del roce de cada gota deslizándose sobre su piel.

Al llegar de nuevo a la nave, Johnny Johnn es el primero en notarlo, por lo tanto deviene mensajero de las malas:

-Diógenes, tenemos un problema: no creo que podamos zarpar, el barco está averiado.

Ángel suspira, pensando en que la lluvia cada vez más frondosa impediría incluso el más raudo vuelo. Sus cavilaciones se ven interrumpidas por una voz nueva para todos, menos para uno:

-¡Mastreta, tanto tiempo! ¿Problemas con el barco? Creo que yo puedo solucionarlo…

lunes, 14 de septiembre de 2009

5-El muerto que parla


Avanzan los cuatro hombres a paso desparejo, pero logrando una armonía sinuosa que recuerda a los cilindros metálicos con puntitos de las cajitas de música.

Valentín Flores va unos pasos por delante de su amigo K. No sabe bien a dónde lo están llevando, pero de alguna manera siente que gran parte de sus dudas se resolverán allí, donde sea que eso sea. ¿Quién es este tal Genaro Cúspide? ¿Y el hombre que lo acompaña? Se llama Florencio, lo ubica porque va todos los días al Albatros: pide un café bien negro y el diario. Más de una vez lo había sorprendido leyendo los avisos fúnebres.

Florencio Gauna camina pensativo. ¿Realmente Genaro está dispuesto a compartir su secreto? Él lo conoce desde hace años y estuvo presente en todos sus velorios. Sin embargo, no sabe cómo lo hace: cómo Cúspide siempre logra superar a la muerte.

Genaro Cúspide lidera la caravana. Aunque está a punto de revelar el secreto de su vida, no se arrepiente: es consciente de que lo que tiene que contar puede ser de vital importancia, para todos. Además, es un favor que le debe a un viejo amigo: él pidió verlo, y él lo tendrá.

Los cuatro caballeros ingresan en un departamento cálido y confortable. Ante la seña del anfitrión, Valentín lo acompaña a la habitación siguiente. Si tiene que compartir su secreto, va a hacerlo solamente con él.

-Valentín: ¿El hombre que entró al bar afirmó que ya había habido una muerte en el barrio, verdad?
-Así es, esas fueron sus palabras.
-Bien, te dije que yo podía explicar eso: yo soy el muerto.
-Mire, Genaro, si me trajo hasta acá sólo para hacerme una joda, debo decirle que no estoy de humor…
-No, Valentín, no se trata de ningún tipo de broma de mal gusto. Sentate ahí, por favor, y dejame que te cuente.

Genaro le señala un sillón a Valentín y éste accede a su pedido. Luego voltea por un instante, revuelve unas cosas y finalmente pone ante él un extraño aparato.

-¿Qué es eso? ¿Un nebulizador?
-Así es, pero no cualquier nebulizador: ha llegado la hora de que pruebes una nebulización trascendental.

Mientras habla Genaro toma la pipeta de vidrio e introduce unas gotas de un líquido claro como el agua.

-¿Nebulización trascendental?
-Vas a experimentar lo que muy pocos han vivido: un nirvana fisiológico. Una solución temporal para un problema eterno.
-Claro, una solución… fisiológica, ¿no?
-Ja, esa fue buena. Lo estás tomando con humor, eso una buena señal. - Afirma Genaro mientras le acerca la mascarilla a la cara.