viernes, 23 de diciembre de 2011

Hay cosas que no entiendo



Veo una publicidad hablada en inglés con imágenes del ámbito del polo; leo en las noticias cuántos millones de euros cotiza un jugador de fútbol; un gran empresario gana muchísimo más de lo que podría gastar en el corto tiempo que le queda de vida; por no mencionar a las estrellas de Hollywood, lo que cuesta hacer una película, un evento, el valor de las obras de arte, lo que pagan los coleccionistas por los objetos usados por sus ídolos; pero no sólo los ricos son los culpables, yo tengo más cosas de las que necesito, lo sé, y sin embargo las sigo guardando.

¿Qué hay de malo en todo eso? A priori, nada. Bien y mal no existen, son sólo categorías humanas. Sin embargo, no estamos solos. El mundo, por si no lo sabías, lo compartimos con millones de personas más. Sí, ese pedazo de tierra en el que construiste tu casa y llamás tuyo porque lo pagaste, pertenece al mismo mundo en el que vive el Otro, ese ser invisible, borrado, que te molesta cuando te toca sin querer en la calle, en el tren, y recién ahí (y sólo por instante) tomás conciencia de su existencia.

La tierra no es de nadie. Y si es de alguien, es de todos. Todos somos iguales, seres arrojados en la existencia, responsables de nuestros actos y sobre todo, libres. ¿Hay algo más ridículo entonces que diferenciarnos por la cantidad de papeles de colores con caritas de próceres que tenemos? Una cosa tal vez: los títulos. El respeto, el honor, la camaradería, la cortesía, se debe igual a todo el mundo. ¿Por qué hay personas que sobre las cuales decimos “a este no lo podés tratar así”, “a aquel hay que tratarlo con respeto”? El respeto es para todos o para nadie, todos somos iguales, sólo que cada uno se especializa en lo suyo.

Una cosa quiero remarcar: todos somos humanos, seres vivos racionales y nada más que ello. Somos cosas que existen y que se diferencian de otras cosas por tener conciencia de su existencia, nada más. Somos nada, un pestañeo entre la pequeñez infinita microatómica y la inmensidad inconmensurable macroastronómica. Nada.

Y nada es igual a nada, no hay diferencias. Entonces inventamos algo que llamamos felicidad, y después creamos maneras de alcanzarla: placer, dinero, honores. Inventamos la diferencia y en ella basamos la moral, la justicia, la ley, el derecho. Luego nos distinguimos, nos separamos, vos sos así, yo soy distinto, de aquél mejor ni hablemos. Creamos fronteras, para apartarnos de los que no pertenecen a nuestra etnia, raza, nación, costumbres, aguante el mate carajo, bolivianos go home y argentino gracias a Dios.

A vos quiero decirte, no te gastes: sos igual a los demás, valés lo mismo.

Entonces, antes de preocuparte por la tuya propia, hagamos valer esa felicidad reconociéndola en la identidad y no en la diferencia. Los valores objetivos y sagrados no existen, pero ya que los inventamos démosle un uso práctico, favorable, de cara a lo vital.

Y lo vital es todo.

Tratame bien, tratalo bien, fijate qué le hace falta, no discrimines, no sobrevalores lo material, privilegiá los afectos, y por sobre todas las cosas, encontrá más felicidad en dar que en recibir.

Nadie puede llenar su propia falta, pero tal vez podamos hacer algo por la de los demás. ¿Cómo puede ser que haya spas si hay villas? ¿Cómo puede faltar tanto si a otros les sobra? Que hay, hay. Que esté mal repartido es otra cosa.

Nada de esto pretende ser una verdad absoluta sino tan sólo una idea práctica para hacer un poco más sana la convivencia mundial.

Al fin y al cabo, la muerte es la única dama que coquetea con nosotros durante toda nuestra vida, pero al final, seas rey o jardinero, siempre se entrega.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Para siempre [7/7]



-¿Hace falta que caminemos de la mano?

La pregunta del Galán iba dirigida a su extraño compañero.

-Oh, perdón chico, es que me pareció divertido –Contesta Cupido, soltándolo al instante para servirse un nuevo vaso de cerveza.
-¿Y ahora qué se supone que debo hacer?
-Nada, chico, nada. Sólo pasea, bebe algo, baila… ¡A tu salud! – El diablillo del amor culmina su frase junto con su bebida.

De pronto, el Galán siente el peso de una mirada. Se da vuelta, y es ella quien lo encara:

-El mundo es un pañuelo…
-Esperemos que esté limpio –Improvisa el Galán-Mimo con una sonrisa- ¿Nos conocemos?
-Eh, no. Te debo haber confundido con alguien…
-Sin embargo…

La sensación es única, el brillo de la mirada, la paz de su rostro, el ritmo de su corazón, la calidez de su sonrisa. Si aún no se conocían, estaban destinados a hacerlo. ¿O sería el azar? Una cosa era cierta: el deseo estaba presente.

El Galán se saca un guante blanco y, como prueba de fuego, se lo pone a su dama. Así, de la mano, bailan. Y a pesar de la multitud, se sienten solos, juntos, en armonía. No hacen falta las palabras, aunque sobran: los temas varían completamente y el desmemoriado se sorprende de la fluidez con que puede habla de todas las cosas, mezclando descubrimientos con invenciones, recuerdos con aprendizaje.

Desde la barra, Cupido sonríe con picardía. Con el sentimiento de haber cumplido satisfactoriamente su tarea, se esfuma en el éter.

Mas, aún quedan dos cuestiones: cómo escapar de allí y la recuperación de la identidad de Galán de Barrio. Ambas podrían tener la misma salida. Mirando el crisantemo que adorna la belleza de su compañera, el joven pregunta:

-¿Te gustan las flores?
-Sí, pero me da lástima cortarlas…
-Entonces te voy a regalar la flor más bella que existe, que espero que nunca se corte…

Improvisando, descubre que el bombín contiene más sorpresas de las que esperaba: de allí extrae el obsequio que da razón a su frase anterior: un pequeño espejo de mano.

Al verse reflejada, Ana Behibak comprende el piropo y el Galán aprovecha la oportunidad para besarla.
Es difícil describir con palabras lo que ambos sintieron con el primer contacto de sus labios. La Singularidad, la Tangente que te quita de la Redundancia Cíclica se manifiesta cubriéndolo todo de un halo de Plenitud y todo el universo alrededor se llena de luz al encontrar la seguridad, la confianza, la paz y la armonía en la persona amada.

Cuando vuelven a abrir los ojos, Ana y el Galán se encuentran en un escenario completamente diferente: ante ellos se presentan las puertas de un bar, cuya marquesina reza “Albatros”.

Ya está solucionado el primer problema; aún queda el segundo.

Tomados de la mano, la pareja entra al café y se ubican en una mesa. El Galán se siente algo incómodo al notar las miradas que se posan sobre él:

-No lo puedo creer… ¡Volviste!

El que se acerca a saludar es Valentín Flores, el dueño del recinto. Detrás del mostrador se asoma Julia, su mujer, y por allí corretea también Victoria, la hija de ambos; desde otra mesa, Rocambole y Somosa contemplan estupefactos el regreso de su antiguo compañero, mientras que desde el fondo, whisky en mano junto a la rockola, Santino Conde no puede evitar una sonrisa.

-Yo, no sé qué decir… -El Galán se pone de pie, pero Valentín se le anticipa.
-Bueno, viejo, bienvenido. No puedo creer que seas vos. Tomá, tengo esta carta guardada a tu nombre desde hace quién sabe cuánto tiempo. Creo que acabo de perder una apuesta…

Valentín le pasa al recién llegado el sobre que el Hombre Vinchuca le había dejado a su cuidado, por si alguna vez aquél regresaba. El Galán extrae la carta y lee lo siguiente:

Atrezzos

El Galán de Barrio termina de leer y mira a su compañera:

-No me dijiste tu nombre.
-Soy Ana Behibak, ¿y vos?
-Yo… yo soy K

[FIN]

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Singularidad [6/7]


Ana Behibak camina por inercia llevando un trago en la mano. Es cierto que ese tipo de fiestas habían dejado de parecerle divertidas pero continuaba asistiendo por no tener otro lugar a dónde ir. En realidad, por no buscar.

Ese es el problema de la Redundancia Cíclica: uno se acostumbra a ella. Y luego, como los prisioneros de la caverna platónica, terminan pensando que esa es la única realidad posible y allí se quedan. Cada tanto puede aparecer un liberado a tratar de convencer a los demás, una singularidad que muestre la luz al final del túnel, que obligue a dar vuelta la cabeza y quitarse las cadenas. Pero Ana ha dejado de buscar esa singularidad hace largo tiempo.

Así era cómo había caído en el círculo en el que ahora se encontraba: a base de repeticiones y laberintos donde la única salida era volver al casillero anterior. El acostumbramiento genera cierta comodidad ambigua, como una cama con clavos, que no deja de ser una cama donde descansar. Siempre es más fácil quedarse bajo el refugio apócrifo que salir a buscar verdades. Mas este hábito mediocre termina consumiendo el deseo hasta dejarlo tirado como un fósforo sin vida.

Ana sonríe, por inercia también. Apura su trago y pide que se lo vuelvan a llenar. Algo bueno tienen esas extrañas celebraciones: la bebida nunca se acaba.

Había aceptado, por cansancio, adaptarse al estilo del lugar accediendo a adornar su rostro con un crisantemo sobre la oreja. Pero la flor no le hace competencia a su belleza y no hay pétalo capaz de desafiar la dulzura de sus ojos, que ella bien sabe acompañar con su bondad innata y su fina inteligencia. Sin embargo… sigue siendo el centro de un círculo que sólo ella habita.

Se acerca al escenario, a escuchar por enésima vez el show de turno. No obstante, cuando todo parece ser un nuevo retorno de lo mismo, Ana Behibak cree ver un destello de luz sobre el fondo oscuro, y deja posar su mirada sobre la singular llegada de Eros de la mano de un Mimo.

jueves, 1 de diciembre de 2011

La Tangente [5/7]


El Galán, sorprendido, se saca el sombrero y lo sacude con fuerza: un bebé grande para su edad, con un grueso mostacho y pequeñas alas cae al suelo desde su interior.

-Gracias, chico, me estaba asfixiando ahí dentro.

La criatura extrae un habano de su improvisado pañal y lo enciendo frotando un fósforo contra su trasero.

-De nada, eh, ¿y quién se supone que sos vos? –Pregunta el Galán, mientas se coloca el bombín en la cabeza.
-Oh, perdón por mi falta de modales, soy Eros, para servirte. ¿Y tú?
-¿Eros? Yo soy, según acabo de enterarme, Galán de Barrio.
-Interesante nombre, pero muy largo… veremos cómo podemos acortarlo. También me llamo Cupido, por lo que puedes decirme “Cu”.
-Cu, de acuerdo. ¿Y qué hacías en ese sombrero?
-Es una larga historia… el Jardinero del Kaos me encerró ahí hace mucho tiempo, no me dejaba salir, no sé qué problema tiene conmigo, males del pasado, supongo…
-Claro…
-¿Y dónde se supone que estamos, Galán?
-Bueno, de eso también me enteré hace poco. Según me explicó el Conejo de Pascuas, estamos en la “Redundancia Cíclica” o algo así…
-¡Chévere! ¿Alberto estuvo aquí?
-Sí, ¿lo conocés?
-Claro, nosotros nos conocemos todos… Bueno, yo puedo salir de aquí cuando quiera, el problema va a ser cómo te saco a ti… y dado que tú me liberase, pues te debo una…
-¿Por qué vos podés salir de acá cuando quieras?
-Este… ¿Conoces algo más circular que el amor?

El Galán no sabe qué responder. A esta altura ya no sabe qué sabe y qué ignora, su cabeza da vueltas, como en un círculo… Ahí está la clave.

-Entonces estamos encerrados en un círculo…
-Mira, chico, la mayoría de las personas se encierran en sus propios círculos, si caminas un poco verás que no estás solo en este sitio. La gente se ahoga en sus propias penas, se crea sus realidades y se quedan allí encerradas. Las detestan, pero están cómodos. Siempre es más fácil quejarse que intentar cambiar…
-Creo que entiendo lo que decís. Pero entonces, ¿cómo hago para salir de acá?
-¿Qué hiciste hasta ahora?
-Bueno, desde que estoy encerrado en esta realidad, me dediqué a cazar, y arreglármelas para no pasar frío…
-Comida y abrigo, ¿eh? Satisfacer las necesidades básicas. Eso está bien para sobrevivir, pero no para vivir. Es necesario que hagas algo diferente para salir de aquí, algo que no hayas hecho nunca en tu vida.
-¿Algo nuevo querés decir?
-Exacto, tienes que buscar la Tangente. Ella te sacará del círculo
-¿La Tangente? ¿Y cómo la encuentro?
-Eso sólo tú puedes saberlo, chico. Cada cual descubre su propia Tangente. Ven, te llevaré a otro sitio.
-Creí que no podías sacarme de acá…
-Ah, pero este sitio está dentro de la Redundancia Cíclica. Es una fiesta, te va a gustar.
-No sabía que podía haber fiestas en un lugar tan circular como éste.
-Bueno, es que estas fiestas se han tornado un poco… repetitivas. Siempre se hace lo mismo allí, hasta puedes predecir la música que sonará a continuación o el show que verás. Pero, siendo la primera vez, te gustará. Al menos es algo nuevo.

Eros le da una profunda bocanada a su habano, saboreándolo con tranquilidad. Luego casi se atraganta al notar la pinta de su compañero.

-¡Un momento! No puedo llevarte así, estás en harapos… Y esa facha, demasiado desprolija, déjame ver…

Con la habilidad de un artista, Cupido pule las barbas y rebaja los cabellos del Galán. Le vuelve a colocar el sombrero y lo mira con detenimiento. Luego chasquea los dedos y una remera rayada blanca y negra, pantalones negros y tiradores al tono junto con un par de guantes blancos visten al Galán. Una flor blanca corona su pecho.

-Así está perfecto, chico. Ahora sí, vamos.

Como si lo que hubiera cambiando de lugar fuera el escenario que los rodeaba en lugar de ellos dos, Eros y Galán de Barrio se encuentran de pronto en la fiesta más extraña que jamás había visto este último.

El Galán recorre el lugar con una sonrisa de asombro, sin saber que alguien desde muy cerca lo está observando.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Error de Redundancia Cíclica [4/7]


Blue alcanza al conejo justo antes de que éste se metiera en el claro: con un limpio tackle de rugby se arroja al suelo y lo toma de los pies.

-¿A dónde creés que vas sin nosotros?
-Es que vos no lo entendés, la capacidad de ese arma es asombrosa, extremadamente peligrosa… y no quiero imaginar lo que pueda suceder si cae en las manos equivocadas.
-En las manos de ese tal Jardinero del Orden, querés decir.
-Exacto. Según los datos que acaban de aportar, ese sujeto aún puede estar vivo. Hay que encontrarlo a él o al Desmitificador, antes de que el destino los reúna, si es que no lo ha hecho ya…
-Eso ya no es de tu incumbencia, conejo. –Sentencia una voz que denota cierto matiz de dolor en sus palabras. Es el Jardinero del Kaos, que tomándose la herida, agrega:
-Alberto, muchas gracias por habernos traído acá. Tu misión era guiarnos en la búsqueda del Galán de Barrio y ya lo hemos encontrado, ahora llegó el momento de hacernos cargo nosotros mismos de nuestros propios problemas. Además, debo volver para curar mi brazo.

El Jardinero sorprende con el tono de seguridad con que adorna sus palabras.

.¿Por qué hablás en plural? Ese hombre no se llama Correcaminos Alegría, por cierto…
-Tenés razón, Coyote Calamity. Es mi opuesto al que enfrentamos, el Jardinero del Kaos contra el Jardinero del Orden, así debe ser.

María también se suma al grupo:

-Bien, y ahora, ¿cómo salimos de acá?
-Puedo llevarlos conmigo y dejarlos de vuelta en su universo, si es lo que desean- Afirma el conejo de Pascuas.
-¡Un momento! ¿Cómo es que vos podés entrar y salir cuando quieras de acá? A mí me tomó años poder salir de esta Redundancia Cíclica, hasta llegué a pensar que estaba muerto…
-Todos lo pensamos… -Agrega el Jardinero.
-Es cierto –se suma Blue- ¿Cómo es que vos podés entrar y salir tan fácilmente?

El conejo Alberto mira fijo a los cuatro antes de responder:

-¿Acaso conocen algo más cíclico que las Fiestas navideñas y celebraciones afines?

El silencio grupal funciona como mutuo asentimiento.

De pronto el buscado se acerca a los buscadores, intentando readaptarse al contacto con el resto de los seres parlantes:

-Bueno, ¿y a mí me llevan con ustedes?
Alberto se adelanta en la respuesta:
-No puedo hacerlo, sólo puedo llevarme a los que traje, pero vos caíste en la Redundancia Cíclica por tus propios medios. Vas a tener que encontrar tu propia salida.

El Jardinero y sus secuaces se quedan atónitos:

-¿Eso quiere decir que hicimos este viaje para nada?
-No, Blue. Este viaje fue para encontrarlo. Ya le devolvimos su nombre, ahora él debe seguir su propio camino que lo saque de acá.
-Bien, pero antes dejame hacerle un obsequio.

El Jardinero se acerca al Galán y le quita el raído sombrero blanco. A continuación, de un misterioso bolsillo desde el fondo de su sobretodo, extrae un bombín negro y se lo entrega.

-Así está mejor, el otro ya estaba pasado de moda.
-¿Tuviste ese sombrero todo el tiempo? ¿Ahí? -Se sorprende Blue.

El Jardinero del Kaos extiende su mano al Galán de Barrio y la estrecha con fuerza:

-Adiós compañero, la primera parte de mi misión concluye aquí. Ahora debo encargarme de solucionar otros problemas, algo más personales.
-¿Nos volveremos a ver?
-Seguro… Como me dijo un amigo una vez: “no es un adiós, sino un hasta luego”.

El Jardinero del Kaos, Blue, Calamity y María hacen una ronda alrededor del conejo. Antes de que una serie de luces y efectos varios los haga desaparecer, se escucha la voz de Blue que reclama: “cielos, este ha sido un domingo eterno”.

El Galán se queda unos instantes observando el punto que aquellos extraños personajes han dejado vacío. “Bueno, solo otra vez”, piensa, justo cuando intenta ponerse su nuevo bombín. Sin embargo un quejido lo sorprende desde su interior:

-¡Ey, chico! ¡Ten más cuidado con lo que haces!

Hay algo dentro del sombrero.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Suero para recordar [3/7]


El conejo intenta poner orden:

-¡Esperen, muchachos, esperen! Nadie quiere violencia acá, ¿verdad? Fue un accidente…
-Estoy bien, gracias –Dice el Jardinero poniéndose de pie.
-La corbata evitará que pierdas más sangre, pero no funcionará por mucho tiempo –Agrega Blue.
-Sabía que por alguna razón debía traértela…

El hombre de tupida barba y largos cabellos exclama:

-¿Quiénes son ustedes?
-¿Pero cómo puede ser? ¿No te acordás de mí? El Jardinero se acerca lentamente hacia él y le apoya una mano sobre el hombro.

Una sucesión de imágenes borrosas pasan rápidamente por la mente del joven de sombrero: un brindis con cerveza en una taza de café, escenas dantescas de fiestas extrañas, cantatas en calles nocturnas, y la palabra dextrosa vagando por el aire… Sin embargo no es capaz de unirlas ni de darles sentido.

Ante la mirada perpleja de su antiguo compañero de aventuras, el Jardinero del Kaos exclama resignado:

-No hay caso, es él, pero no recuerda nada.
Blue y Calamity se miran confundidos. El conejo se abalanza sobre el ilustre desmemoriado:
-¡El arma! ¿Dónde está el arma?
-¿De qué arma me hablás?
-¡Del Demistificador! ¿Cuál va a ser?
-¿El qué? ¿Nos conocemos, señor conejo?
-Tal vez con esto me recuerdes…
Con una agilidad impensada en él, el roedor mete su garra entre las piernas y exhibe dos huevos de gran tamaño…

María sonríe cual niña golosa:

-¡Lo sabía, es él!
-María de los Milagros, ¿hay algo que quieras contarnos? –La increpa Calamity.

De pronto Blue reacciona:

-¡Miren los huevos, es el conejo de pascua!
-Alberto, para servirles –Se presenta el conejo. –Ahora sí, ¿dónde está el Desmitificador?
-No sé de qué me hablás, eh… Alberto.
-Nosotros también quisiéramos entender – Exclama el Jardinero.

Alberto se arregla la garganta antes de comenzar:

-La cosa es así: hace un tiempo este sujeto aquí presente apareció de la nada haciendo uso de la Simultaneidad y me pidió prestado un objeto que yo había guardado recelosamente rescatándolo del río luego de nuestra última aventura.
-El Desmitificador.
-Así es, vaquero, el Desmitificador: la única arma capaz de erradicar completamente a un personaje de ficción y hacer que nadie lo recuerde. Se imaginarán lo peligroso que puede resultar ese juguetito para nosotros…
-Continúa.
-Y ahora él dice no recordar nada… Es extraño, ¿lo habrá utilizado? Y si es así, ¿por qué ha resultado este efecto inverso?

La última palabra del conejo da vueltas en la cabeza del Jardinero. De pronto sus ojos se iluminan:

-Inverso… Se me ocurre una teoría, aunque no sé si suena muy racional…
-¿Racional? Te recuerdo que estás hablando con un conejo… -Ironiza Blue.
-Decía, yo tengo mi contraparte, se hace llamar el Jardinero del Orden, de quien no he oído hablar hace tiempo…
-¡Ya sé! – Se suma María- Tal vez este sujeto también tenía su contraparte, y fue para usarla en su contra que pidió ese arma.
-Entonces eso podría haber acabado con aquel ser y nuestro recuerdo de él, y al mismo tiempo lograr el efecto inverso en este joven de sombrero: en lugar de hacer que el mundo se olvide de él, ¡lograr que él se olvide del mundo!
-Podría ser – concluye el conejo- Pero eso significa que… ¡Santas resurrecciones, debo apurarme!

Alberto huye hacia un claro entre los árboles. Blue mira a Calamity y al Jardinero, pero comprende que habiéndole explotado una bomba cercana a uno y habiéndosele clavado una lanza en el hombro al otro, él es el que se encuentra en mejor estado de los tres para perseguir al conejo de pascuas y sale corriendo tras él.

El confundido de barba y sombrero se acerca al Jardinero:

-Perdón, pero yo no entiendo nada… ¿Quién soy yo?

Con media sonrisa su colega responde:

-¿De verdad no sabés? Vos sos… el Galán de Barrio.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Un saludo muy particular [2/7]



El intrépido cuarteto avanza siguiendo al conejo.

Blue aún no logra reponerse de la desilusión que la causó la jugarreta del Mono: es cierto que había sido un alivio que en realidad el mensaje no hubiera provenido de su ex, pero también lamentaba un poco que no fuera sí.

Calamity camina del brazo de su reencontrada María de los Milagros, un poco por el dolor que aún siente por la explosión, otro tanto porque su rudeza de vaquero deviene en ternura nunca antes demostrada ante el roce de la piel de la joven neo-nazi.

El Jardinero del Kaos cierra la comitiva pensando en que nunca debió haberle dado tanto poder creativo a un simple Mono con Teclado, aunque a estas alturas duda de quién fue creado por quién.

De pronto el conejo se detiene y pide silencio. Están cerca.

Un golpe seco se deja oír, seguido de unos pasos.

-Suena como si un palo afilado lanzado por un hombre con su brazo derecho se hubiera clavado en una palmera y ahora se acercara a quitarla.-Exclama María.
-Tu poder de deducción me asombra-Ironiza Blue.
-¡Shh! Estamos cerca. Debemos acercarnos lentamente, no sabemos lo que una aparición repentina podría causarle…

Por alguna extraña razón, ninguno de los cuatro personajes se asombra de que el conejo hablara. Calamity Coyote apura el paso pero el Jardinero lo detiene:

-Dejame a mí primero, si es quién pienso que es, supongo que le dará gusto volver a verme.

El Jardinero se adelanta, justo cuando el conejo sin querer se pone a la vista del enigmático cazador. El hombre lo ve y vuelve a lanzar su arma, pero falla.

Nadie escucha el grito ahogado.

El símil de Tarzán toma una piedra, pero antes de que pueda lanzarla el conejo decide darse a conocer:

-¡Pará un poco! ¿Querés matarme?
-¿Un conejo que habla?
-¿Qué esperabas? ¿A un gordo vestido de rojo trayendo regalos?

Un árbol se mueve. Y otro hombre cae.

-¡Jardinero!

El grito de María dirige todas las miradas hacia el lord del Kaos, quien yace en el suelo con una lanza atravesándole el hombro derecho.

Rápidamente Blue se desprende de su corbata roja e improvisa una venda ayudado por María. Coyote saca su revólver y apunta al desconocido, al mismo tiempo que descubre que sólo le queda una bala.
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Blue, Calamity Coyote, María de los Milagros y él mismo aparecen por cortesía de mi amigo el Jardinero del Kaos. Para que puedan estar al tanto de las últimas aventuras de dichos personajes (que se empalman con esta nueva historia) le pedí que escribiera un breve previously...

Después de mucho, mucho tiempo, tres amigos volvieron a encontrarse y lo que parecía una reunión concertada de manera casual y sin sentido llevaba un propósito escondido. El señor Blue despierta un domingo pensando que alguien le ha robado su corazón y decide salir a buscarlo, en lugar de eso se encuentra con un millón de problemas, entre ellos María de los Milagros Schnaub una chica que tiene como pasatiempo leer Mein Kampf y perseguir punks con sus camaradas neonazis en el parque Rivadavia. Es aquí cuando después de estar en un limbo espacio temporal por cuatro años regresa Calamity Coyote para poner fin a esta situación entre Blue, María y los nazis, trayendo consigo más problemas que soluciones. Solo una persona podría salvarlos, es aquí cuando entra en escena el Jardinero del Kaos, quien después de casi un año de aislamiento acumulando neurosis y patologías psiquiátricas varias sale a la calle a rescatar a sus amigos. Toda esta sucesión de eventos llega a su punto álgido cuando se les revela que moviendo los hilos detrás de estos acontecimientos se encontraba ni más ni menos que el Mono con teclado, antiguo ayudante del Jardinero quien revela a los cuatro que esta reunión “casual” tiene un propósito más elevado. Ni más ni menos que encontrar a Galán de Barrio, quien lleva perdido mas de un año, para eso deben seguir a un conejo blanco que según el Mono “en el mejor de los casos los llevará directo al Galán de Barrio, pero eso, eso es otra historia que no me corresponde a mi contar…”

lunes, 24 de octubre de 2011

Ese estúpido instinto [1/7]


El palo con punta afilada vuela y se clava contra el tronco de una palmera. Un joven se acerca y lo saca de un tirón. Toma carrera y vuelve a lanzarlo, aún con más fuerza.

Practica puntería. La caza y la pesca han sido sus únicas fuentes de alimentación. Un arroyo, una montaña y miles de árboles, su hogar. Tardó en descubrir cómo hacer fuego, nunca había sido bueno para esas cosas prácticas, pero la necesidad de supervivencia lo lleva a un hombre a superar sus más encarnadas limitaciones.

Porta barba larga y despeinada, haciendo juego con sus cabellos, algo sucios. Viste sólo lo que alguna vez había sido un pantalón de traje, ahora hecho jirones a la altura de las rodillas. El clima es cálido, no necesita más abrigo. Aunque por las noches prefiere taparse con una manta improvisada, más que por frío, por protección.

Está solo. No necesita seguir ninguna norma de conducta, hace tiempo que las palabras bien y mal han perdido sentido para él. Sin embargo, sin saber por qué, insiste en mantener puesto su sombrero. De alguna manera siente que ese raído accesorio, que alguna vez había sido blanco, lo mantiene cuerdo, como si fuera el último rastro perdido de su identidad.

Cada atardecer reflexiona en soledad. Mira el sol caer y se pregunta qué sentido tiene esa belleza si no tiene con quien compartirla. Se siente atrapado en un círculo donde todos los días son iguales y nada de lo que hace parece tener significado: cazar, comer, dormir… ¿Para qué? Sólo para mantenerse con vida. Ese estúpido instinto de autoconservación tan humano…

Algo se mueve entre los arbustos. Una figura blanca, pequeña. Es hora de volver a responder a las pulsiones animales de un mamífero carnívoro.

Toma la lanza, se acerca lentamente y la arroja con fuerza. Espera. Falló, el roedor se vuelve a mover: es un conejo blanco que se apoya sobre sus patas traseras.

Lentamente se estira y toma una piedra, vuelve a apuntar esperando no volver a fallar…

-¡Pará un poco! ¿Querés matarme?
-¿Un conejo que habla?

El hombre se sorprende al volver a escuchar su propia voz casi tanto como al oír la del conejo.

-¿Qué esperabas? ¿A un gordo vestido de rojo trayendo regalos?

Un árbol se mueve. El conejo no había venido solo.

lunes, 29 de agosto de 2011

Presente


Hay ocasiones en las que el tiempo se detiene. Momentos en los cuales lo cuantitativo se transforma en cualitativo, la pasión le gana a la razón y cualquier logaritmo pierde sentido. Algunas preguntas devienen contadictios in adyecto y la mera idea de respuesta es un absurdo no demostrativo. Relámpagos en los cuales la lógica se desvanece, uno más uno es un color y la vista, el oído y el olfato reemplazan a cualquier regla o diccionario. Las palabras no se pronuncian, se paladean y se sienten. El dinero se trueca por besos, la comida por miradas y nada parece tener menos significado que unas agujas de distintos tamaños girando alrededor de ciertos números. Lo eterno se hace posible, los escalones se deshacen en un río y el tiempo de la búsqueda se termina, para dar lugar al del cumplimiento de deseos. La felicidad, la armonía, la paz interior, la entrega, el amor, el no-tiempo y el no-espacio y cualquier otro imposible despiertan carcajadas por aparecer tan fácilmente alcanzables. El mundo completo yace a los pies, como una materia informe, pura potencia, moldeable según nuestras voluntades. Lo sano, lo claro, lo simple, lo verdadero, lo único, lo especial… se vuelve todo tan sencillo. Cualquier complicación se revela humana, demasiado humana, tan enmarañada de racionalidades inventadas… El rompecabezas se presenta simple porque ya estaba armado de antemano. Y somos nosotros, los sapiens sapiens, los que nos enredamos para mezclarlo y esconder las piezas. Pero la forma original ya estaba desde siempre a nuestro alcance. El problema es que la buscábamos con los ojos del intelecto en lugar de los del corazón.

Por suerte, en un instante, todo eso puede cambiar. Y los triángulos volverse flores.

miércoles, 15 de junio de 2011

Refutando el Eclesiastés



Dicen que no hay nada nuevo bajo el Sol. Dicen que todo ya ha sido inventado, que las cosas retornan eternamente en lo mismo y que el tiempo es circular.

El hombre, al parecer, es el único ser que tropieza dos veces con la misma piedra y convierte su vida en una calesita, en el trilema de Münchhausen e intenta sacarse a sí mismo del pantano tirando de sus propios cabellos.

Quizás haya algo cierto en todo eso. Mas, en ciertas ocasiones se puede salir del círculo. Tal vez haya una manera, un camino, que como un rayo divide tu vida en un antes de y un después de. Puede que sea un hecho, un sueño, un proyecto o simplemente una persona.

Entonces se aprende algo nuevo. Se deja de sacar la carta de vuelve al punto de partida y se comienza a avanzar realmente. Se corta la cadena infinita, el círculo se escapa por la tangente y el pantano se hace fértil y se llena de flores.

En ese momento uno comprende la importancia de lo implícito sobre lo explícito, de la mirada sobre la palabra, de lo esencial sobre lo superficial, de lo que realmente importa sobre las nimiedades cotidianas.

Parece trillado, lo obvio, pero suele ser lo más difícil, lo menos evidente. A veces algo es tan grande y estamos tan cerca que simplemente no lo vemos. Pero si nos alejamos un poco comprendemos el modo simple y sincero de encarar las cosas.

Y ahí es cuando uno comienza a crecer.

viernes, 20 de mayo de 2011

El Fantasma y la Sombra


Al caer la tarde, el Fantasma vuelve de su paseo por el pueblo. Bajo un portal encuentra a su amigo la Sombra, en actitud meditabunda. Se sienta a su lado.

-¿Qué pasa, compañero? Te noto cabizbajo.

-Así es, soy sólo la sombra de lo que fui… y eso ya es alejarme en dos grados de la realidad.

-Creeme que te comprendo, suelo sentirme así cuando no me veo al espejo. Mas, ¿sabés cuál es la diferencia entre nosotros?

-¿Qué vos sos blanco y yo soy negro?

-No, además de eso. ¿Qué nos une?

-La desdicha…

-¿Somos seres intangibles?

-Intocables.

-¿Sin materia?

-Inteligibles.

-¿Nos importa?

-De sobremanera.

-¡Ja! ¿Ves? Esa es nuestra principal diferencia. Mirá este precioso sol, ¿es necesario un cuerpo para disfrutar de su calor?

-La enceguecedora luz del día me desvanece. Sólo existo si tengo un algo de quien ser su sombra. Por las noches me confundo con el todo, y ahí comienza mi angustia existencial.

El Fantasma suspira como quien habla con un sordo. Aún así continúa:

-Tenés que valerte por vos mismo, Sombra. No podés ponerte siempre en segundo plano.

-Sólo soy la sombra de otro…

-Sos un exagerado, ése es tu problema.

-¿Y vos qué, Fantasma? ¿No te molesta perder tu contacto con el mundo?

-Yo vivo en el mundo.

-Sí, pero todos huyen al verte. Otros niegan tu existencia. Y los peores, ni siquiera la registran. Ser es ser percibido, mi amigo. Si no te ven, no existís.

-Patrañas. Nada de eso me afecta. Yo soy yo y bien me valgo. Solo. Soy demasiado yo para compartirme.

-No seas hipócrita, Fantasma. Tu seguridad es sólo un mecanismo de defensa. Es una más de tus ficciones protoplásmicas.

-No es así. Yo vivo las cosas desde afuera, contemplo y analizo, no me inmiscuyo más que como mero observador objetivo.

-Tus ojos, justamente, son tu debilidad, tu contacto con la realidad. Señalan tu carencia.

-¿A qué te referís?

-Te vi cómo la mirabas…

La palidez baña aún más el rostro del Fantasma, si eso fuera posible. La Sombra aprovecha.

-Tus paseos, querido. ¿Ignorás que sé que elegís la hora adecuada? Te escondés para no asustarla, la observás con un deseo inoportuno para un ser de tu calaña.

-No es cierto. Además, soy un muerto, perdí mi aliento en una batalla.

-¿Eso te hace sentir invulnerable?

-Totalmente. Nadie mata a un difunto que camina errante.

-¿Apostarías tu vida eterna?

-Con los ojos cerrados.

-Aquí está mi espada. Clavátela.

-¡Es inútil! Nada puede dañar a quien ya ha sido asesinado.

-Hacé la prueba.

-Eso sería un sinsentido… ¡La demostración de un axioma, la cuadratura del círculo!

-Cobarde.

El Fantasma se pone de pie y toma el arma. La Sombra espera desde ella misma.

-¡Soy un Fantasma, nada puede hacerme daño!

Clava el frío metal donde debería estar su corazón. Una mancha carmesí se dibuja en su blanco pecho. Con un hilo de sangre brotando de su boca, exhala sus últimas palabras:

-Tenías razón, me involucré demasiado.

Detrás de escena, Eros muerde una manzana y sonríe maliciosamente.

jueves, 12 de mayo de 2011

Causa Sui


"La persona que llega es la persona correcta"

"Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido"

"En cualquier momento que comience es el momento correcto"

"Cuando algo termina, termina"

Sai Baba (Cuatro Leyes de la Espiritualidad)

No sé si fue el destino o el azar. Si postulo el primero, me decís que no existe. Siempre es preferible creer en el libre albedrío. Además, un mundo predeterminado sería aburrido. Mas, si te digo que todo fue fruto de la casualidad, también negás su ocurrencia. Nada es casual… nada está destinado. ¿Qué salida queda entonces? Una tercera vía: la voluntad. El deseo que atrae, la fuerza que llama, como un hado que se enciende por afán. Una providencia medida, que se esconde tras una serie de azares que no son más que la telaraña que subyace al conocernos.

¿Importan realmente las causas? Lo relevante es esa conexión existente desde el primer contacto. Del texto a la mirada, de los ojos a las manos, los labios. El anhelo inconsciente concretado y las ganas que roban sonrisas. Alegrías compartidas, simbiosis sana y un reloj que deshoja sus horas como pétalos sin tiempo.

Tal vez no exista el destino, quizás no haya casualidades, sino tan sólo deseos. Haces de luz que uno dispara de modo inconsciente pero de alguna manera vislumbrando el blanco. Entonces de pronto las paralelas se cruzan volviéndose perpendiculares, primer contacto de un punto de encuentro entre un ángulo que se irá abriendo hasta devenir una sola recta, un sólo camino, proyectado ahora sí de forma consciente.

A veces no hay razones para explicar el comienzo de las cosas. A veces sobran motivos para comprender su perduración en el tiempo y el deseo latente de que sea eterno.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Tercer Anal del Barrio


El Barrio completa su tercera vuelta al Sol. ¿Qué ocurrió exactamente después de los hechos recopilados en el Segundo Anal del Barrio? Un terrible sube y baja que vuelve a subir.

En primer lugar, el ausente Galán (nada se sabe aún de él luego de su apocalíptica batalla y consecuente desaparición) parece haber redactado desde algún confín olvidado cuáles eran sus Felicidades intensas, sólo para pasar luego a descargarse sobre ciertas Cuestiones arrítmicas y acabar pensando en qué pasará Cuando seamos ellos.

Entonces, un halo de oscuridad mezclado de esperanza hizo que el Barrio mezclara primero y casi cediera por completo después, las ficciones por las reflexiones. Así llegaron La lista negra (situaciones límites de la vida), Dos que son uno (meditaciones en el auto, o automeditaciones) y Armonía (un escueto deseo de paz y felicidad con sabor holístico).

Pero las historias lentamente renacían, surgiendo así la primera entrega de las Crónicas de Eutravia: Sobre su gobierno y administración, una pseudoentretenida Falacia socrática y un Día del Juicio anunciado en la Profecía autorrealizadora.

Un nuevo instante de cavilaciones acerca de las cosas que se pueden o no llegar a hacer en los pocos días que nos toca el aliento regresó en Quanto. Justo antes de ser testigos de un diálogo interno-exteriorizado entre citas canónicas sobre los Cristales rotos de la identidad personal y un leve excursus acerca de los Contrafácticos y subjuntivos, la ficción se permitió jugar una vez más a través del cambio del Punto de vista.

Entonces el presente 2011 llegó para terminar de definir la partida. Tras un recreo que inspiró una nueva entrega de las Crónicas de Eutravia: La bala y el coronel, un último asombro lúdico gracias a un cotidiano Juego de espejos, y un encargo que, nobleza y amistad obligan, produjo una serie de Declaraciones descartables, se arribó raudamente a la recta final.

Atrás quedaron las risas tras ingerir un sorpresivo Café amargo, que se convirtió tan sólo en la primera estación de un fatídico tren dirigido hacia la no-lógica del enamorado (para quien Uno más uno igual a tres), el desgarro suave y constante del ciego que no saber ver las Agonías preanunciadas, y el reconocimiento final de que los deseos de permanencia y eternidad son tan sólo vagas Ilusiones humanas.

¿Qué queda entonces de uno mismo cuando todo se pierde? La historia que uno mismo reconstruye. Y nada mejor que conocer a alguien para re-construirse a través de los Atrezzos que conforman nuestra identidad. Entonces es cuando se reconoce que nunca se vuelve, sino que siempre se está comenzando. Y un servidor debe reconocer que nunca ha comenzado algo tan bien como ahora.

¿Cómo seguirá? La historia no está escrita. El destino y el azar juegan contra su voluntad apostando sus deseos e inspirando nuevas letras.

El Galán, desde donde sea que esté, agradece a todos los fieles compañeros que pese a la pérdida de vigencia de los presentes medios virtuales continúan visitando su Barrio.

¡Salud!

sábado, 16 de abril de 2011

Atrezzos


¿Querés saber quién soy? Dicen que la vida no tiene trama, no es una historia, no hay objetos que aparecen seguido porque después tendrán un papel importante en el final, ni frases que recordar ya que serán la clave que desactive la bomba… No hay un hilo conductor que una todo lo que te va pasando día a día, es más, la mayoría de las cosas te las olvidás, por un proceso higiénico, ya que si no te explotaría la cabeza… Dicen que, entonces, cuando alguien nos pregunta quiénes somos, contamos nuestra propia historia. Pero la armamos nosotros, en base a nuestros recortes, y quién va a negar que a veces torcemos un poco las cosas… más allá de que seamos exagerados por naturaleza, agrandamos tristezas, le damos gracia a las desgracias o ensanchamos momentos de alegría sólo para darle un sentido más pictórico a lo que nos pasa. Y no sólo para el otro, sino también para nosotros mismos. Narrando nuestra historia formamos nuestra identidad, seleccionando qué contar y qué no… Así como una batalla puede relatarse desde distintas perspectivas, así también una misma vida puede ser una historia de amarguras, felicidades, amores o rencores, según los momentos seleccionados. ¿Querés responderte a la cuestión filosófica de quién sos? Escuchate qué le contás a una persona que recién conocés. No sé si será la verdadera historia, pero seguramente será trágicamente entretenida, llena de peripecias, decisiones y destinos, y, sobre todo, repleta de sentido.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Ilusiones humanas


¿De qué sirve pretender la conservación cuando todo es perecedero? ¿De qué sirve inventar el sustantivo en un mundo que es esencialmente verbo? El gran anhelo humano es mantener, solidificar, volver estático lo dinámico, cuando la única realidad es que todo cambia. Todo y nada son dos absolutos irrealizables, idílicos como los límites matemáticos, inalcanzables. Dos extremos invisibles e irreales entre el verdadero segmento que es el movimiento, el devenir. Hombres y mujeres nos afanamos en conservar inalterable nuestras pertenencias, nuestro cuerpo, la juventud, las relaciones, el tiempo, nuestra vida… pero todo cambia, todo empieza y todo acaba. No hay para siempre, sólo sucesiones de momentos alterables a cada instante.


Así como deseamos ponerle a todo una etiqueta, clasificar en especies cuando no hay más que diferencias de grado, así nos empeñamos también en recortar en partes iguales un chorro de agua. Mas no se puede detener el río.


Todo es pasajero, todo fluye. Lo permanente es sólo una ilusión.


Sin embargo, ¿constituye esto un límite para la felicidad? Todo lo contrario, no hay límites. Sólo hay que dejarse llevar.

martes, 15 de marzo de 2011

Uno más uno igual a tres


No le pidas que razone a un enamorado. El enamorado no razona: piensa como enamorado. El pensamiento del enamorado es lineal: cree que si algo es bueno, más de lo mismo será mejor; a su vez, si algo es malo, más de ello será lo peor que pueda pasarle. El pensamiento del enamorado también es directo: no entiende ironías ni dobles sentidos. Para el enamorado es y no es no. El enamorado no cuenta los días de ausencia: los siente. El enamorado no suma ni resta: goza o sufre. El enamorado no comprende planteos que contradigan sus premisas básicas y cree que todo es para siempre. El enamorado vive una ilusión, pero mientras dura es feliz.

sábado, 19 de febrero de 2011

Café amargo


Porque viste que la naturaleza se parece tanto al hombre, que no tiene sentido separarlos. O el hombre a la naturaleza, ¿no? Es lo mismo… más allá de los animales, comparación bastante obvia, fijate en otras cosas. Mirá el orgullo de esa montaña, la perseverancia de esa plantita que lucha por seguir creciendo. La ira de la tormenta, si eso no es furia sentimental no sé de qué se trata. Hay personas que son veloces y movedizas como este río, por ejemplo, y otras perezosas como el lago aquél. La histeria femenina me recuerda el vaivén de las olas marinas, que te atraen y luego te rechazan… Otras mujeres son ardientes como el fuego, pero al final te terminan quemando. Hay miles y miles de personas anónimas que no conocemos, que trabajan y viven siempre en el mismo sitio, apelmazados como los granos de arena. Corazones de diamante inquebrantables, salvo cuando se cruzan con otro igual. ¿Y los problemas humanos? Son como pequeñas bolas de nieve, que se deslizan cuesta abajo aumentando hasta aplastarte. No, si para mí tranquilamente todos podemos ser personajes de un sueño que Dios soñó después de contemplar su obra. Reconstrucciones oníricas del séptimo día basadas en las imágenes observadas los otros seis. ¿Me preguntás cómo me siento? Como una flor que se deshoja, como el agua estancada, como el cubo de hielo que se deshace bajo el sol. Hoy soy el vapor de lo que fui, ya pasé los tres estados, me desvanezco. La tierra fértil con la que estaba hecha mi alma hoy se desmembrana en un gran charco de barro. Mi mente es un pantano, mi cuerpo un junco quebrado, mi corazón una gota que se extiende hasta perder su forma en una delgada línea sin dirección. ¿Vos bien? Me alegro. No, dejá, el café lo invito yo.

jueves, 10 de febrero de 2011

Declaraciones descartables


Es víspera de fin de semana y prepara las piezas del juego. Había comenzado bien, ganando el domingo entre amigos, y pretendía terminar aún mejor. Pero el partido más difícil se jugaría esta noche, fuera de la cancha.

Dispone zapatillas, calza remera colorida pero sobria, fiel a su estilo, y debate interiormente si bermudas o jean. Aunque preferiría el primero, opta por el último, no sea cosa que no lo dejen entrar en ciertos lares.

Envuelto en su campera (no hace frío, pero en la moto siempre se siente), aprieta el acelerador y comienza a alejarse poco a poco del barrio, rumbo al centro de las luces. Repasa mentalmente la estrategia infalible, aunque sabe que la única certeza es que siempre falla. Algún día, tal vez…

Llega al bar, se apea del vehículo e ingresa sonriente. La charla con los muchachos ronda los mismos temas de siempre: jornada laboral, mujeres, vacaciones, fútbol y… mujeres. De pronto, en la fría hora que precede al alba, cuando ya la previa se comió la noche y es tarde para probar suerte en otro sitio, nuestro héroe blande su arma más temida: pide la cuenta y una birome. Sus cofrades saben que ha llegado el momento de dejar el dinero sobre la mesa y partir, dejar al campeón solo con su lucha.

La mesera, víctima ingenua, trae la pluma que el Cervantes de bolsillo hace bailar ligeramente sobre una servilleta de papel. Paga con propina incluida y mensaje anexo. ¿Fue, acaso, una epístola romántica lo que entregó a su amor imposible? No realmente, aunque sí anotó su nombre y un número de teléfono. Vistiendo el ropaje de la esperanza que nunca se pierde, el simpático acosador de mozas se va con la frente en alto.

Nadie recuerda ya cuándo había empleado el truco por vez primera. Quizás en medio de una borrachera estival, o habría comenzado todo como una broma entre amigos; lo cierto es que en mil y una noches de papelitos autografiados a distintas mujeres con delantal, nunca había recibido una respuesta.

El sol que entra por la ventana lo despierta. Infiere que se trata apenas del mediodía, por la resaca aún presente en su cabeza. Se prepara para descansar un rato más, cuando los acordes de Guetta lo despabilan de golpe: su celular brilla exhibiendo un número desconocido.

Quizás, esta vez, la fórmula había resultado.






[Dedicado a un amigo, cuya gracia no daré por cuestiones obvias]

miércoles, 2 de febrero de 2011

Juego de espejos


Te vi desde el primer escalón, estabas sentada de espaldas a la máquina. Tomé mi boleto y me ubiqué en frente tuyo. No supe que te interesabas en mí hasta el primer semáforo. Nunca una mirada directa, nunca la belleza de tus ojos como dos lunas llenas sobre los míos. No hicieron falta: yo los espiaba de costado y sabía que me buscaban. Sin decirme nada, sin un gesto siquiera, te gustaba provocarme, llamar mi atención. Y en ese momento odié tu ciencia deductiva. Porque supe que sin hablar ni escuchar ya lo sabías todo. Ciertos detalles tuyos, la forma de vestir, el misterio de tu rostro develaban tu fascinación detectivesca, tu convicción, tu astucia. La pose arrogante denotaba tu personalidad indubitable y austera. Entonces supe que me estabas deduciendo, me veías y me etiquetabas, me subsumías bajo leyes universales. Conociendo mi vestimenta, la hora, el recorrido del colectivo, sólo bastaba con ver mi bolso con el conocido escudo de la docta mujer de níveos senos para inferir que era estudiante universitario, que estaba llegando un poco tarde y que bajaría en la esquina de la facultad de filosofía. En cambio yo… no podía saber nada de vos. Tu vestido de domingo, el largo de tus cabellos sujetados por una vincha, los auriculares clavados. No soy bueno en esto, no podría adivinar ni lo que estabas escuchando. Tu seguridad y confianza me abrumaban, me incomodaban, no sabía qué postura tomar. Si cruzaba las piernas pensarías que estaba nervioso y si las estiraba que era un vago. Entonces me iluminé, encontré la forma de salir de tu laberinto disyuntivo: iba a darte un regalo. Una magia, la más antigua, la que inició las cadenas de pensamiento pero que, paradójicamente, tu lógica no esperaría. El asombro. Inspirado por un impulso repentino me levanté y toqué el timbre. Me bajé en una parada cualquiera, obsequiándote algo que pude darme cuenta de que hacía mucho tiempo que no experimentabas. La sorpresa se reflejó en tu mirada que alcancé a ver, por primera y última vez, por el espejo retrovisor antes de tocar tierra, mientras el círculo de tus labios absortos devenía poco a poco una sonrisa.

domingo, 23 de enero de 2011

Crónicas de Eutravia. Hoy: La Bala y el Coronel


La bala que asesinó al Coronel Klauss fue extraída, por última vez, de su cuerpo. Pero mucho antes de eso, fue sacada de las profundidades del Monte Schneider, en la frontera que divide Eutravia de Bolsonia. El Coronel solía recorrer esa zona de niño, aunque luego había abandonado las montañas para entregarse a los mares. De joven había aprendido a distinguir babor de estribor (las denominaciones “izquierda” y “derecha” se había eliminado por razones políticas) y a hacer nudos marineros, pero volvamos a la bala.

La pieza de acero había sido recortada de un gran trozo de ese material, con el cual se habían fabricado dos cañones, una mesa de utilería, tres marcos para anteojos, una bayoneta, diecisiete canicas y ocho balas. Sólo dos de estas últimas fueron a parar al cargador del arma que fue disparada contra el Coronel. De las otras seis, una se hundió en los sesos de un pobre enamorado, otra voló por los aires con destino incierto tras los festejos navideños, dos aún esperan ser ejecutadas, la quinta se desconoce su paradero y a la última nunca le fue colocada la pólvora, terminando como un parco llavero.

El Coronel Klauss se había afeitado esa misma mañana, de abajo hacia arriba a la vieja usanza, y bebía su café espumoso cuando golpearon a la puerta. Era su día libre. Sobre la mesada yacían mapas de las colonias. Mas el Coronel no cavilaba sobre cómo expandir las tierras nacionales, si no que perdía sus pensamientos en imposibles tales como la cuadratura del círculo, la cifra completa de pi y la raíz cuadrada de dos, entre otras cosas.

El gran trozo de acero había sido cortado en primer lugar por un grupo de obreros metalúrgicos, quienes cedieron luego las piezas más pequeñas y ya algo formadas a tres herreros dóciles en el arte de lacerar aquel elemento. El señor Patrovic fue quien moldeó las ocho balas, entre ellas la que arrebató al Coronel, aunque nunca se sintió responsable de su muerte.

Cuando la puerta volvió a sonar, con más insistencia aún, Klauss se decidió a levantarse. En el caminó golpeó la tabla y derramó su café sobre los mapas. Se lamentó porque la mesa no estuviera más alejada de la silla, ello le hubiera permitido pasar con mayor comodidad. Se alegró al formular la frase “todo se puede cambiar”, aunque dudó de la universalidad de tal afirmación.

El encargado de introducir la letal y sus compañeras dentro del cargador fue el sicario Nordik, quien pasó el arma a su compañero Surich, abandonando la misión por problemas gástricos.

Surich golpeó por tercera vez, el Coronel Klauss abrió la puerta. La primera bala sólo le rozó el brazo, acabando incrustada en la mesada de madera. Esa no era hermana de la asesina. La segunda, hecha sí del mismo acero que aquella, voló mientras el Coronel caía al suelo, haciendo trizas su taza preferida. La tercera, aquella que fuera extraída del seno mismo del Monte Schneider, para ser cincelada luego por un obrero de nombre desconocido, que pasara la pieza al herrero Patrovic, quien la vendiera al sicario Nordik, para ser colocada en el cargador del arma mortal y luego cedida por problemas de salud a su colega Surich, salió despedida en línea recta, atravesando el pecho del Coronel Klauss y quedando incrustada en su espina dorsal, de donde la quitó el forense unas horas más tarde.

Aún se debate contrafácticamente cuál fue la causa de su muerte.