martes, 28 de febrero de 2012

Mi primer amor


Hay veces en que la sucesión ordinal valorativa no coincide con la temporal. Así como en un silogismo uno afirma que la conclusión se da “después” de las premisas, sólo por defecto, aunque la relación lógica es simultánea, así también la vida nos da primeros y segundos meramente temporales, que no se corresponden con lo que realmente sentimos. Baste esta breve introducción para aclarar por qué al siguiente relato le cabe el sayo de “primer amor”.

Las transiciones diarias que se suceden en esta seguidilla de acciones y pasiones que llamamos vida son tan densas y continuas que uno no nota el cambio hasta recién después de haber pasado una considerable cantidad de tiempo. Sólo en ese instante no identificable uno puede detenerse y mirar hacia atrás. El parangón con épocas remotas llevan a la conciencia las ideas de distancia y de cambio. Mas, el carácter gradual del mismo hace que uno no pueda reconocer con exactitud cuándo dejó de ser el que era y cuándo comenzó a ser el que es.

No obstante, existen también ciertos momentos axiales en nuestro currículum vitae que permiten, cual bisagra, abrir la puerta al cambio discreto, provocando como un bastón moisesiano la clara división de las aguas entre un antes y un después. Eso fue lo que sentí cuando la conocí a Ella.

Ella no fue mi primer beso, si así se llama al primer contacto entre los labios propios y los ajenos; ella no fue mi primera vez, si por esta acción se entiende el mero hecho de unas sábanas culpables o de un hombre reclamando con justicia que comiencen a llamarlo hombre; no fue mi primer amor, si eso comprende tan sólo el comienzo de la efervescencia adolescente, el despego de la música como único sentido de la vida y la ruptura objetual con la madre. Ella fue todo eso y más, si “primero” se concibe en su sentido valorativo, donde el tiempo y la sucesión son quimeras sin significado dentro del campo de lo eterno.

Para siempre. Eso fue lo que pensé desde la primera vez que la vi, cuando nuestras miradas se cruzaron justo después de nuestras manos que por ese entonces portaban guantes blancos, fruto de una broma-excusa que no viene al caso. Para siempre, dijeron mis labios que no podían hablar porque estaban jugando con los suyos mientras las canciones se sucedían como agujas que marcan un segundo eterno. Para siempre, deseó mi corazón, sobreviviente de otras guerras sin sentido que hallaban al fin su verdadero bálsamo. Entonces, sin soltar sus dedos níveos caminamos a la par y nos dejamos ser sobre un sillón de cuero, blanco.

Cada una de sus palabras se correspondían con las mías como suaves pies que, apenas apoyados sobres los pedales de una bicicleta, comenzaban una marcha amena, franca y cada vez más empinada. Y nos dejamos llevar, libremente por sonrisas que avanzaban devenidas canciones y un amor que ya se atrevía a ser tal aunque la Luna no se había movido demasiado aún en su trayectoria nocturna.

A veces, ni siquiera el tiempo es necesario, cuando los arquetipos convergen, por azar o por destino, y se manifiestan en dos almas que desean ser una. Así, las mariposas, las nubes de algodón y el cielorraso teñido de rosa terminan por ensalzar aquello que no precisa cursilerías, por ser puro, auténtico, único.

La Tierra está a punto de dar una vuelta completa al Sol desde aquel día en que nuestros caminos se cruzaron. Mas la sensación sigue intacta, creciendo, alimentándose de deseos, proyectos, pequeñas pruebas, algunas ya realizadas, otras por hacerse. Y sus ojos mantienen la frescura de la primera noche, sus mejillas la inocencia, su cuerpo la pasión y su boca los suspiros que jamás dejan de unirse con los míos. La felicidad, búsqueda incansable de algunos y descanso resignado de otros, hoy se resume en levantar la mirada y comprobar que Ella sigue a mi lado.

Dicen que no hay tiempo para los dioses y quién sino Eros para ser causa y testigo de aquello que perdurará para siempre, y después también. Mi corazón, mi mente y mis cinco sentidos concuerdan y confirman con cada latido que ella fue, es y será mi primer amor.

lunes, 13 de febrero de 2012

Sinsentidos



El universo está compuesto de cosas visibles, audibles, entidades capaces de ser tocadas, olfateadas, probadas. Así es como captamos la realidad: a través de nuestros sentidos. Sin embargo, ¿no será al revés la cosa? Tal vez el mundo no esté hecho sólo de cosas que podemos captar con estos sentidos, sino que esos sean los únicos sentidos que tenemos para captarlo.

Un ciego de nacimiento tiene una imagen mental del mundo completamente diferente de la que se forman los videntes. Si la naturaleza estuviera poblada en su totalidad por personas ciegas, a nadie se le ocurriría postular la propiedad de ser visibles que tienen las cosas, ya que sería algo inconcebible. Si el mundo estuviera compuesto de sordos, nadie podría imaginar un sonido. Entonces, ¿cómo sabemos que no hay más propiedades en las cosas, que no podemos captar por carecer de algún sentido?

Limitamos nuestra concepción de la realidad a lo que podemos conocer, y así cometemos la falacia epistémica: si no lo conocemos, no existe. Algunos pensarán que no tiene sentido preguntarse sobre cómo es el mundo en sí, independientemente del conocimiento humano. Yo me inclino más a pensar que hay un mundo real, exterior, que no depende de que lo captemos o no. Ahora bien, ¿cómo es ese mundo? Sólo podemos conocerlo con las herramientas de las que disponemos, es decir, nuestros cinco sentidos.

Los que saben, prefieren hablar de dimensiones: para una figura dibujada en un papel, por ejemplo, de ser consciente no podría concebir más que dos dimensiones. Para nosotros, seres tres tridimensionales (o cuatri, si contamos al tiempo), en difícil comprender la idea de una quinta dimensión, donde transcurran otras cosas, ahora mismo, pero que escapen a nuestras maneras de concebir y captar al mundo.

Quizás no haya más que esto, y seamos, por azar o por diseño inteligente (armonía preestablecida, dirán otros), capaces de tener acceso a la realidad tal cual es.

No obstante, si existe algo más, no podemos saberlo.