miércoles, 31 de diciembre de 2008

Papá Noel no existe (Parte 6)



-¡Perestein! –Dijo un absorto Melchor.
-¡Ruso! ¿Qué hacés acá? – Agregó Papá Noel.
-Esperen, ¿es el Ratón Pérez? – Se sorprendió Baltasar.
-Sí, Abraham Perestein, un conocido traficante de marfil –Explicó Gaspar- Sos buscado por las autoridades de más de 35 países, ¿cómo es que estás libre acá?
-Y bueno, muchachos, esto es Argentina, vieron cómo son las cosas… Acá me siguen considerando un ídolo de los niños… es más, acabo de filmar mi segunda película.
-¡Bien, Ruso! ¿Y cómo me encontraste?
-Me preocupé cuando estaba en la barra, dijiste que ibas a buscar algo al trineo y nunca volviste. Al principio creí que te habías ido con alguna minusa, pero cuando salí y vi que el trineo seguía ahí pensé que tal vez te habías metido en algún quilombo…
-¿Pero cómo sabías que estaba acá?
-Por tus piezas dentales, gordo. Igual que me entero siempre cada vez que algún pibe pierde alguna: tengo un GPS especial para eso.
-Jojo, veo que te modernizaste.

-Bien, no importa cuántos sean, de todos modos…
-¡Ey, ey, ey, no tan rápido Don Melchor! Que no vine solo…

Un pequeño chasquido y unas luces rosas acompañaron la llegada de otro roedor, un poco más grande y con las orejas y los dientes de mayor tamaño.

-¡Alberto! –Exclamó Noelman.
-Así que el Conejo de Pascua también está aquí… -Dijo Melchor.
-¡Ey! ¿Por qué él puede aparecer de esa manera? –Agregó Baltasar.
-¡Alberto! ¿Cómo va el negocio?
-Gaspar, ¿vos también te podés aparecer así?
-Bien, bien, Samuel. Mucho mejor desde que vendí mi receta a los de Kinder, ahora puedo lucrar con los huevitos en cualquier época. Imaginate, antes me mataba eso de laburar sólo una vez al año. Bueno, vos sabés lo que es eso…
-Jojo, claro, pero hace tiempo que lo solucioné. ¿O quién te creés que inventó el Día del Niño?

-Así que traficantes y estafadores… lindo grupo con el que te juntás, Samuel.
-Bueno, Don Gaspar, no sea así… -Se defendió Perestein- Seguro que a ustedes no les va tan mal con el negocio del calzado.
-¿Negocio? ¿Cuál negocio?
-¿Cómo cuál negocio, Don Gaspar? ¡La venta que hacen de todos los zapatos que se llevan!
-¡Roedor idiota! ¡Nosotros sólo dejamos los juguetes, pero no nos llevamos los zapatos!
-¿Ah, no? Parece que su compañero no está tan seguro.

Algunas gotas de sudor corrían por la frente y el cuello de Melchor. Antes de que el Ratón siguiera, exclamó:

-¡Basta de charlas! Ya he dicho: no importa cuántos sean, igual los detendremos. ¡Baltasar, encargate de ellos!
-Ah, pero yo también tengo mis sorpresas –Dijo el negro.

Metió la mano bajo su capa y extrajo un apequeña cajita dorada. Al abrirla se formó una nube negra de polvo, dejando ver al desvanecerse un hombre vestido de traje gris que hablaba por celular.

-¿Y esto? –Dijo Melchor.
-¡No lo entiendo! La caja dice “El Hombre de la Bolsa”.
-¡Idiota! El que vos buscás es el Viejo de la Bolsa, ¡éste es sólo un hombre negocios!
-Perdón…

Con un ágil movimiento Baltasar volvió a meter a aquel extraño sujeto dentro de la caja mágica y sacó otra de color plateado. Luego del mismo efecto visual aparecieron un anciano delgado, con barba gris, llevando una bolsa de cuero, y un ropero.

-¡Ja, dos por uno! – Se alegró el negro- El Viejo de la Bolsa y el Cuco.
-¿El Cuco?
-¡Vamos, muchachos! ¡Encárguense de ellos!

-Eh, señor Mago, hay un problema… -Comenzó a decir el Viejo.
-¡Y ahora qué pasa! –Se enfureció Melchor.
-Es que el Cuco dice que no sale del ropero si es de día.
-¡Bueno, no importa! ¡Baltasar te ayudará! Vamos, entre los dos pueden contra ese trío de idiotas.

Melchor le hizo señas a Gaspar para que se retiraran lejos de la batalla. El Viejo de la Bolsa metió al ratón Pérez adentro de su saco y lo revoleó por los aires, pero el Conejo de Pascua le mordió los tobillos. Papá Noel trataba de entrar en razones con Baltasar mediante el diálogo, pero cuando vio que éste se acercaba hacia él sin ánimos de conversar, le soltó un puñetazo en el estómago. El negro fornido ni se inmutó. Noelman sonrió y quiso abrazarlo, pero el Rey Mago le propinó un golpe en el rostro que casi lo deja inconsciente. El Viejo se quitó de un puntapié al Conejo de encima, mas Perestein regresó de su vuelo y le hizo un piquete de ojos. Samuel volvió a arrojar un puño sobre el mago de color, pero al tocar su mejilla la sintió como si fuera de piedra. Baltasar, furioso por el atrevimiento del gordo, lo tomó por los aires y lo revoleó. El gran cuerpo portador de los clores de la famosa bebida cola se estrelló contra el ropero, haciéndolo pedazos.

Una criatura enorme y peluda salió de su interior. El Cuco flotó dos segundos en el aire, soltó y alarido desgarrador y desapareció, dejando una pequeña estela negra.

Melchor, Gaspar, Baltasar, Papá Noel, el Ratón Pérez, el Conejo de Pascua y el Viejo de la Bolsa cayeron al suelo. El efecto de aquel grito había sido tan aturdidor, que apenas podía mover sus cuerpos.

Melchor comenzó a gritar, envuelto en una ira que solo los reyes conocen:

-¡Estúpido negro, sos un idiota! ¡Todo mal hacés! Noelman se escapa del auto por tu culpa. Traés a dos inútiles para atraparlo, ¡y encima liberás al Cuco y lo hacés enfurecer! ¡Maldigo el día que te unimos al grupo! ¡Maldigo la promesa que le hicimos a tu padre! ¡Debimos dejarlos morir a todos, en ese continente de esclavos!

Esa última palabra fue la que más afectó al Rey Negro. Sus padres habían muerto trabajando como esclavos, y no soportaba que lo llamaran de esa manera. Como era el más fuerte, fue el primero en incorporarse.

-¿Esclavo? ¿Con que soy su esclavo, verdad?

Su rostro comenzó a formar un gesto aterrador. Por primera vez Melchor se arrepintió de sus palabras. Gaspar supo que la imprudencia verbal de su viejo camarada había sido realmente inoportuna. También sabía que ya no había nada por hacer para calmar la furia del Rey Negro.

-Bien, pero miren lo que tiene el esclavo. Miren la sorpresita que tenía guardada…

Baltasar sacó una pequeña pistola plateada de de bajo de su capa y apuntó con ella a sus compañeros.

martes, 30 de diciembre de 2008

Papá Noel no existe (Parte 5)



-¡Negro estúpido! ¿Cómo pudiste dejarte engañar de esa manera! ¡Nunca debimos sacarte de África!
-¿Qué dijiste?
-Nada, Melchor está un poco nervioso porque el gordo se escapó, no le hagas caso… Vamos Baltasar, vos sos el más ágil de los tres, ¡andá a buscarlo!

Noelman corrió lo más rápido que pudo, pero su estado físico y el alcohol que llevaba encima no le permitieron llegar muy lejos: a los trescientos metros cayó desplomado. Se levantó lentamente, respirando agitado, y notó que se encontraba en el medio de una nada verdácea cortada por un hilo de río. No había forma de escapar ni dónde esconderse.

Baltasar no tardó en alcanzarlo:

-Gordo, ya no tenés a dónde huir…
-Esperá, Baltasar, tenemos que hablar…
-Olvidate, no voy a caer otra vez en tus trucos.
-¿Pero no te das cuenta, negro? ¿No ves la realidad?
-No voy a escuchar tus palabras.
-¡Te están usando! ¡Esos dos hijos de puta siempre te utilizan como un esclavo para hacer los trabajos más duros!
-Si volvés a llamarme esclavo…

-Buen trabajo, Baltasar.

La voz de Melchor bramó desde el fondo. Unos metros más atrás lo seguía Gaspar.

-Y bien, Samuel, ¿qué pensás hacer ahora?
-No sé… ya que somos cuatro, ¿jugamos un Truco?
-Yo tengo cartas –Dijo Baltasar.
-Nada de juegos, gordo. Hoy se termina tu juego, tu historia. Hoy se acaba tu leyenda.
-¿Pero qué pasa, Mel? ¿Por qué tanta bronca conmigo? ¿No me van a explicar?
-¿Explicación? ¿Pedís una explicación? Muy bien, yo te la voy a dar. ¡Hace siglos ya que te has robado la Navidad!
-¿Qué me robé la Navidad? ¿Qué decís?
-Sí, la Navidad –Esta vez fue Gaspar quien tomó la palabra- La Natividad, el nacimiento de Cristo. Ése es el verdadero significado de esta fiesta. Es a Él a quien debemos adorar. De Él debemos acordarnos esa noche, no de un gordo patético.
-A Él fueron dirigidos nuestros primeros regalos –Agregó Baltasar-: Incienso, mirra y oro.

-Bueno, muchachos, pero se tardaron su tiempo. El pibe nació el 25 y ustedes llegaron el seis de enero… Y vieron cómo son los negocios, acá el que no corre vuela…
-¡Negocios! –Siguió Melchor- ¡Para vos todo esto se trata de negocios! ¿Por qué vestís con los colores de esa empresa gaseosa, si no?
-¿La Coca? Es que me ofrecieron un dinero para que usara estos colores, como modo de publicidad… Y bueno, a los duendes si no les pagás a tiempo no te hacen un juguete, son terribles…
-Y los juguetes… -Siguió Gaspar- ¡Nunca leés las cartas! Salís a repartirlos borracho y no tenés idea quién te pidió qué. Y después doble trabajo para nosotros, que recibimos pedidos y quejas porque no recibieron lo que querían en Navidad, ¡como si fuera nuestra culpa!

-Bueno, basta de explicaciones. ¿Ya estás satisfecho, gordo? Ahora debés morir.
-No, esperen, muchachos… ¿No podemos discutirlo un poco más? No entendí la parte de las cartas…
-Gaspar dijo que…
-¡Silencio, Baltasar! Sólo lo está haciendo para ganar tiempo.
-Igual, por más tiempo que tengas, no hay nada que puedas hacer -Agregó Melchor- Somos tres contra uno.

-¡Se equivocan!

Una voz potente con un leve acento ruso vino desde abajo. Ninguno sabía si había aparecido de repente o si llevaba ya un tiempo allí.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Papá Noel no existe (Parte 4)



-Pero miren a quién tenemos aquí: Melchor, Gaspar, y el negrito Va-a-saltar, jojo.
-Es Baltasar.
-Ya sé, negro, ya sé. ¿Así que seguís trabajando para ellos?
-¿Cómo que para ellos? ¿Qué querés decir? ¡Trabajo con ellos!
-¡Basta de cháchara! Samuel, vos venís con nosotros.

Melchor tomó a Papá Noel de un brazo y Gaspar hizo lo mismo del otro. Sin oponer demasiada resistencia, el gordo subió en el asiento trasero del Chevrolet junto con dos de los tres. Baltasar retomó el volante.

Poco a poco el cielo iba pasando de rosa a naranja, mientras el vehículo avanzaba siguiendo la costanera. Ninguno hablaba. Noelman se dedicaba a observar todo con mucho cuidado mientras pensaba cómo podía zafar de esa situación. Desconocía el motivo de tal apriete, o tal vez lo sospechaba. Lo que era seguro era que los muchachos no habían ido a buscarlo para invitarlo a comer un asado.

Estaban entrando en la zona de Tigre cuando Papá Noel se decidió a hablar:

-¿Y bien chicos, a qué va todo esto? ¿Vamos de pic-nic o qué?
-Callate, Samuel. Lo sabrás cuando lleguemos – Dijo Melchor secamente.
-¿Y vos, Gaspar? ¿Cómo has estado? ¿Tus cosas bien?
El Rey Mago no se dignó a contestar.

Nuestro amigo carmesí miró hacia el frente e intentó una vez más:
-¿Y vos, Balti? ¡Linda mezcla, eh! Condorito y la Playboy. Se ve que sos un hombre muy fuerte pero aún tenés la inocencia de un niño.
-Bueno, creo no tiene nada de malo divertirse, ¿no?
-¡Baltasar, no le contestes! –Bramó Melchor.
-¿Pero por qué no? Si no dije nada malo…
-Claro que no tiene nada de malo, mi querido compañero. Además esa historieta es muy entretenida, suelo leerla cada vez que voy al baño.
-¿Sí? Ah, entonces quizás vos me podés ayudar. ¿Viste que cada vez que termina un cuadro los personajes hacen “plop”?
-Baltasar, ¡no te distraigas! – Volvió a replicar Melchor.
-Sí, claro que lo noté, ¿por qué lo preguntás amigo?
-Bueno, porque en Patoruzú…
-Baltasar, es suficiente. Limitate a conducir. –Sentenció Gaspar.
-Bueno, veo que yo tenía razón Baltasar: seguís siendo su esclavo.
-¿Esclavo? ¿Qué decís, Noel? Nosotros tres somos socios…
-Así no se trata a un socio…
-Noelman, no sigas con tus trucos. -Dijo Melchor, un poco más sereno- Baltasar, no te dejés engañar, sólo está tratando de ponerte en nuestra contra. No lo escuchés, concentrate en el camino que ya estamos llegando al lugar.

Papá supo que ese era el momento justo para actuar. Se inclinó rápidamente hacia delante y exclamó:

-¡Miren! ¿No es esa Pamela David?
-¿Dónde? – Dijo el negro y miró hacia el costado.

Noel estiró el brazo y dio un giro brusco al volante. El vehículo se salió del camino y dio tres vueltas sobre el pasto hasta detenerse boca abajo. El gordo aprovechó la confusión y empujó a Gaspar contra la puerta. La abrió y salió corriendo del auto.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Papá Noel no existe (Parte 3)



Adentro

Un hombre de barba blanca algo recortada oculta su barriga bajo una camisa negra. La acompaña con unos pantalones chupines rojos y botas negras de punta.

Afuera

Tres hombres esperan dentro de un Chevrolet modelo 78 marrón con techo blanco. Al volante se encuentra un sujeto de color y morrudo. En el asiento de atrás comparten su presencia un individuo alto de barba negra y otro un poco más bajo con senda barba color nubes.

Adentro

El hombre de rojo y negro se acerca a la barra y pide un fernet. Es el tercero que toma en la noche. Una señorita de dudosa reputación se le acerca y él le convida un trago. Se producen escenas de histeriqueo y rozamientos múltiples.

Afuera

El negro bosteza mientras pasa las páginas de una revista Playboy del mes pasado. Se detiene a mirar la curvilínea figura de una conocida de turno. El de barba negra intercambia miradas entre la puerta del local, su reloj y una bolsa que se lleva en la mano. Su compañero de banco, sereno, “aún es temprano” afirma sin mirarlo.

Adentro

El hombre de negro y rojo, quien se da a conocer como Samuel Noelman frente a la dama, mantiene un diálogo soez con ella. “¿Así que vos sos Papá Noel?”; “Sí, ¿me trajiste tu cartita, bombón?”; “Ay, es que acá no tengo lapicera”; “Tomá, agarrá la mía”.

Afuera

El negro termina de ojear la revista erótica y comienza a leer un especial de Condorito. Se ríe ingenuamente cuando al final de un cuadro Pepe Cortisona se desploma produciendo el clásico “plop”. Luego reflexiona un segundo y se dirige hacia sus compañeros: “¿Notaron que en las historietas de Patoruzú también cuando termina alguien se desmaya haciendo “plop”? ¿Alguna será plagio de la otra o sería un estilo común de la época?”. El de barba negra responde un mero “Sí”. El otro agrega: “Mañana lo buscamos en internet”.

Adentro

Noelman continúa con metáforas del tipo “Acá te traje el paquetito”. Un roedor amigo se acerca a la barra y pide un Martiny seco. Al verlo, nuestro héroe escarlata distrae por un segundo su mirada de los senos de su compañera y saluda alegremente al pequeño bribón, quien se presenta a la dama como Abraham Perestein. Una segunda señorita escotada regresa del baño y se une al grupo.

Afuera

El negro masca un chicle rosado e intenta superar su record de tamaño de globos. El de barba negra mira impaciente el reloj y exclama “¿Cuándo va a salir este gordo hijo de puta?”. El más anciano de los tres contesta “Ya falta poco”. El oscuro casi se atraganta con la goma de mascar mientras grita “¡Ahí está! ¿No es ese?”. Una puerta lateral del establecimiento se abre y de ella asoma una barriga decorada con una barba blanca. El negro acelera hasta colocarse junto a recién salido y los tres hombres se bajan raudamente del vehículo. El gordo se detiene junto a la puerta y mira tres rostros conocidos. El de barba negra da un paso al frente y exclama: “Buenas noches, Samuel. Vamos a dar un paseo”.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Papá Noel no existe (Parte 2)



Son las doce del mediodía. Samuel David Noelman, más conocido como Papá Noel, se despierta con una fuerte resaca. Incontables años con sus noches lleva ya realizando este tipo de vida nocturna y descontrolada.

Viste un slip rojo de diminutas proporciones, cuyos elásticos se pierden en los pliegues de su piel, justo donde empiezan o terminan las piernas. Su abultado abdomen de cerveza y vino tinto se deja caer sobre su no tan abultada prenda interior antes elogiada. Es sábado.

Camina dando pasos cortos, apenas tambaleándose, hasta llegar al baño que, junto con la piecita, conforman todo su hogar en este mundo traicionero. Alquila en una pensión del bajo Flores.

El pis sale con fuerza, de a chorros entrecortados, con un fuerte olor a chizitos. Al principio le cuesta controlarlo un poco, debido a una de sus erecciones matutinas. El chorro se corta una vez más cuando nuestro héroe expele una sonora ventosidad, para luego terminar de salir y culminar la escena con tres secas sacudidas.

Se lava la cara y recorta un poco su blanca barba rala. Luego se prepara un fuerte café negro para terminar de despertarse, mientras lee en el diario un titular que afirma “Triste campaña antinavideña”. En dicho artículo se informa acerca de varias pintadas que han aparecido por los barrios porteños, entre las cuales se destacan las siguientes frases: “Papá Noel no existe”, “Rojo cuidate”, “Los putos usan trineo” y “I will kill Papá Noel”.

Noelman apura de un sorbo su café y piensa “Todas las navidades lo mismo”.

Antes de terminar de leer la noticia, le llega un mensaje a su celular de parte de un roedor amigo: “gordo, leíste el diario? Seguro q fueron esos negros de mierda”.

Va a contestar justo cuando otro mensaje llega a su bandeja de entrada: “Buen día! nos vemos esta noche papi?”

Sonríe, pensando en que en esta ciudad la joda nunca se acaba. Pasa el resto de la tarde eligiendo qué camisa se pondrá esa noche. Nunca imaginó lo que le esperaba.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Papá Noel no existe (Parte 1)



“Papá Noel no existe”, rezaba un grafitti escrito con aerosol púrpura en una esquina del centro porteño. Su autor tomaba un café en un bar de san Telmo, junto a sus dos viejos y conocidos cómplices.

-Tenemos que hacerlo.
-Sí, claro. ¿Pero cómo? ¿Por dónde empezamos?
-¿Y si le prendemos fuego el trineo?
-No, no, tiene que se algo más sutil…
-¡Matemos a los renos! Quiero adornar mi sombrero con la redonda y roja nariz de Rodolfo.
-No sé, hay que pensarlo bien.

Los tres hombres discutían sentados a la mesa del pintoresco lugar. El más alto de ellos lucía una barba negra y recortada, y sus ojos reflejaban toda la furia de los pueblos de Oriente.

-Mozo, ¿puede ser una más de grasa por favor? Gracias. ¿Vos negro, querés algo?
-Para mí una de manteca.

A su derecha se encontraba el más anciano: barba blanca y larga, denotando la sabiduría griega, portador de una sapiencia admirable y racional.

-Yo creo que debemos esperarlo a la salida de Cocodrilo. Mañana es sábado, seguro que va a estar ahí. Cuando salga va a estar tan borracho que no se va a dar cuenta.
-¡Entonces lo agarramos entre los tres y lo molemos a palos!
-No seas tan impulsivo, negro. Ahí mismo no podemos hacer nada, pero si lo paseamos un poco… Ah, gracias, la de grasa para mí.

El tercero no tenía barba y su piel era completamente negra. Era el más impulsivo, pero el menos inteligente. Sin embargo sus músculos de esclavo africano sobrealimentado siempre eran útiles a la hora de actuar.

-¿Entonces mañana?
-Sí, viejo, mañana.
-Genial, muchachos, al fin pasamos a la acción. Mañana vamos a matar a Papá Noel.

Dejaron la propina sobre la mesa y partieron en sus camellos.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Las aventuras de Rocambole. Hoy: Sobre gustos



Qué rápido se pasa el año. Rocambole decía que el mes en el que eso más se nota es en diciembre: si bien febrero tiene fama de ser el más corto, el duodécimo mes del año se pasa volando, desde que uno coloca la primer bolita escarlata hasta que los camellos consumen el pasto y el agua.

A Rocambole no le gustaban “las fiestas”. Le recordaban lo eternamente cíclico y repetitivo de los años “¿Cómo puede alguien soportar más de cincuenta navidades?”, se preguntaba. Claro que él había vivido poco más de la mitad de ese número (y ya se había cansado de las repeticiones).

Es que las fiestas de fin de año para él eran eso: la marca viviente del eterno retorno, el programa de la vida refritado una y otra vez en cada nueva vuelta al sol. Tal vez, cuando tuviera su propia familia… Iniciaría un nuevo ciclo de repeticiones.

En cuanto a lo religioso de estas festividades, nuestro amigo no era muy original en su pensamiento: era el típico caso de “creo en Dios pero no en la Iglesia”. Aunque él nunca lo había expresado con estas palabras. Más bien decía que si uno lee la Biblia no encuentra allí nada de las costumbres, ostentaciones y ademanes eclesiásticos en cuando a la vida del Hijo se refiere, sino que las acciones del Mesías eran mucho más simples y directas. “Jesús nunca dijo eso”, afirmaba, frente a las ridículas posturas canónicas.

A Rocambole tampoco le gustaban Los Beatles. Pero eso era más una cuestión de actitud frente a la masividad: no le caían bien los gustos de la mayoría. Prefería escuchar cosas raras, desconocidas, que “lo que le gusta a todo el mundo”. En realidad, por estas razones, nunca le había dado la oportunidad a los locos de Liverpool de darse a conocer frente a sus no muy exigentes oídos.

Tampoco le gustaba mucho la tecnología ni era materialista. Tenía celular, por una cuestión de comunicación en los tiempos que corren, pero mantenía su versión básica, cuyo único beneficio extra al habla era la posibilidad de mandar mensajes. “Si quisiera sacar fotos me compro una cámara”, tal era su latiguillo.

Como podrán imaginar, también repudiaba esa cosa nueva que se hacía llamar “facebook” y que él mucho no entendía, ni le interesaba entender. Rocambole siempre quería tener todo bajo su control, y el susodicho medio le parecía algo bastante manoseado.

¿Qué le gustaba a Rocambole, se preguntarán? Bueno, en días como hoy disfrutaba salir al frente de su casa con una reposera y sentarse a leer un buen libro. Mientras tanto, entre mate y mate relojeaba desde detrás de su reja a la gente que bajaba del colectivo. Cada tanto aparecía alguna cara conocida.

Esa tarde mientras leía redactaba mentalmente otra cosa y las palabras se le mezclaban. Se había llevado el teléfono afuera, esperando una llamada que nunca llegó.

También le gustaba y creía en la verdad de la siguiente frase de su autoría: “Cuando las cosas terminan terminan todas juntas”.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Las aventuras de Rocambole. Hoy: sobre el azar y otras menudencias



Rocambole no creía en fantasmas. Sin embargo, hacía un ratito había pasado frente al espejo y le había parecido ver una sombra con forma humana.

Tampoco creía en el azar ni en el destino, por más contradictorio que ello parezca. Es que, si bien no pensaba que todo ya estaba escrito, hablar de “el” azar le parecía estar diciendo lo mismo, sólo que con otros términos. “Nada hay escrito ni nada está librado a la suerte”. Rocambole nunca había dicho eso, pero esa frase bien podría representar sus pensamientos, de alguna manera.

Tampoco creía en la influencia del medio, la familia, el barrio o el subconsciente. “Yo soy yo y punto, nada de circunstancias circunstanciales”. Eso sí lo dijo, luego de que le anularan un gol por una falta cometida en un partido de papi fútbol con sus amigos.

Su solipsismo era tal, que lo había llevado a declararle una vez a una posible futura novia “Soy demasiado yo para compartirme”.

Pero si había algo que Rocambole detestaba y descreía en su plenitud eran las cosas “probables”. Se burlaba completamente de aquellos que creían en la Ley de las Probabilidades y afirmaban que “es más probable que el próximo auto que pase no sea rojo, ya que ya circularon tres vehículos seguidos de ese color”.

Si no hay patrones que guíen los hechos, no hay probabilidades. Si hay patrones, tampoco las hay. Ergo, no existen las probabilidades. Más o menos así podría reconstruirse el argumento en el que se basaba.

Su ejemplo principal, que batía como un pesado y filoso mandoble contra los Espectros de la Probabilidad, era el siguiente: si se arroja una moneda, hay un 50% de probabilidades de que caiga cara y otro tanto de que sea ceca. Sin embargo, uno puede arrojar la moneda cien veces y que caiga siempre cara, y no hay nada lógicamente contradictorio en eso.

(Se tiene en cuenta que la moneda es “normal”, y si se quiere agregar el canto de la misma como tercera posibilidad de la caída, la teoría de nuestro amigo no se ve afectada).

Sin embargo, nuestro querido Rocambole se encontraba frente a un dilema: quería ir al cine o a bailar. Si iba al cine, no podría ver a María. Si iba a bailar, se encontraría con Pedro. Pedro saldría con María sólo si Marta los acompañaba. Aunque Marta los acompañara, Raúl no iría con ellos. No es el caso de que Rocambole quiera salir con Raúl y no ver a María. La película era linda o cara. Rocambole iría si y sólo si no era cara. Pero si Marta iba al cine, entonces Rocambole no iría.

Rocambole no sabía qué hacer. Para decidirse arrojó una moneda.

sábado, 20 de diciembre de 2008

El Masajista



El Masajista más hábil del mundo estaba contracturado. Su contractura era tal que ningún otro masajista podía arreglársela.

En su desesperado dolor, consultó a un Oráculo, quien le dijo que sólo él mismo, por ser el más diestro en su arte, podría autocalmárselo. Claro que la tarea parecía imposible.

Días lloró soportando su cruz. Pero cuando creía que todo estaba perdido, una noticia reavivó sus esperanzas: un famoso Hechicero había llegado a la comarca y se quedaría a pasar unas noches.

Al alba acudió a su morada. El Hechicero, viejo y sabio, al escuchar su problema le brindó una solución: una pomada mágica que, luego de untarla en todo su cuerpo, lo multiplicaría en dos por veinticuatro horas. El buen hombre sólo pidió a cambio una sesión de masajes.

Esa misma noche, el Masajista, luego de bañar su cuerpo en leche de cabra, se untó la pomada. Como una imagen reflejada en un espejo, su Otro Yo se desprendió de su cuerpo. El nuevo Ser era idéntico a él y poseía todas sus habilidades: ahora sí podría hacerse masajes a sí mismo.

Luego de varias horas de sesión, su contractura al fin se había ido. El Masajista se sentía como nuevo. Pero justo cuando pensaba retirarse a descansar, su Otro Yo lo detuvo:

- ¿A dónde vas? No podés irte todavía...
- ¿Por qué no? ¡Si ya estoy curado!
- Vos sí, pero yo no... no te olvides que yo soy igual a vos: tengo tus mismas habilidades, pero también tus mismos dolores...
- ¡Y a mí qué me importa eso! Ya cumpliste con tu deber: luego del crepúsculo habrás desaparecido...
- Sí, pero volveré a ser Uno con vos... Y si no me sacás ahora la contractura vos a mí, cuando nos unamos volverán tus dolores.
- Pero con la contractura tan grande que tenés, si te hago masajes... ¡Me volveré a contracturar de todas maneras!
- Tal vez. Pero bueno, mi querido amigo, las soluciones nunca son definitivas...

El Masajista meditó un instante cuál sería la mejor solución. Parecía estar atrapado en un camino sin salida. Sin embargo halló una: sin vacilar tomó un garrote y asesinó de un fuerte golpe en la cabeza a su Otro Yo. Luego se echó a descansar, esperando que el cuerpo desapareciera.

Lástima que el Hechicero había olvidado advertirle que el conjuro no lo multiplicaba, sino que lo dividía. Desde entonces el Masajista vaga por el mundo, sin dolor físico ya, pero con un profundo vacío interior. Camina como medio hombre, buscando inconscientemente en cada persona su Otra Mitad.


[Archivo 2006]


miércoles, 17 de diciembre de 2008

Profesor de Enseñanza Media y Superior en Filosofía





Título otorgado por la Universidad de Buenos Aires

Buena ocasión para fumar el habano


domingo, 14 de diciembre de 2008

La Gran Mentira




Durante siglos los filósofos ortodoxos, continentales y poco flexibles nos han engañado con la gran mentira del ser individual. Lustros poco lustrosos y cadavéricos viajes alrededor del sol han pasado engañándonos, haciéndonos creer la inefable idea del Uno, basada en el principio de individuación y sus nefastas consecuencias.

Nos han mentido, como poetas metafísicos adoradores esclavos de aquel personaje inicuo al que llaman “sujeto”. El “Yo” de estos aldeanos de la ciencia ha dominado los paradigmas etareos desde el comienzo de los tiempos, siendo así que hoy en día cualquier hijo de cristiano y demás religiones o ateos también creen que son uno y sólo uno.

Pero ya es hora de que aquellos que como un servidor pretenden develar la verdad de la milanesa (de carne, de la buena, nada de falacias de soja) expresemos la auténtica relación del ser, del devenir de las subjetividades múltiples y eternas: somos.

Todos somos el ser y el ser es lo que es, es decir, que no existe el yo, no existe el sujeto, el hombre-en-sí ni ninguna de esas quimeras áticas. No, rechacemos los galimatías del ente y reconozcamos que en la verdad existe la multiplicidad. Que estamos atravesados todos por todos, con todos y en todo. Que no hay Uno, no yo, no vos, no él. Que el ello, lo neutro, es lo único que podríamos considerar como la unidad, pero entendida desde la generalidad, desde el constante fluir de personalidades rotas que se funden en una única armonía preestablecida del ser.

El lenguaje, titánica arma y fuente de todos los males, con la que el hombre desde sus inicios se encargó de etiquetarlo todo para intentar medirlo o hacerlo medible con su limitada razón. Si logramos despojarnos de él, y de su terrible caballito de batalla, el Nombre Propio, lograremos al fin unir nuestras almas como corresponde, ya que nunca debieron estar separadas.

Nada se sujetos, nada de mitos platónicos de cuerpos divididos que buscan su otra mitad. ¿No os dais cuenta que vuestra otra mitad está allí, y que siempre lo estuvo? Es el mundo, es el ser, somos todos. No hay otro porque no hay uno, ya que en definitiva todos seríamos “lo otro de lo otro” y así ad infinitum.

Por eso, nada de individualidades posesivas de cuerpos que son sólo cáscaras desechables de almas que siempre estuvieron unidas, y que sólo la gran mentira del ser sujeto y sujetado las había separado.

Rechacemos también, por tanto, la segunda gran mentira, ya que pierde toda su razón y fortaleza al ser descubierta la primera. Estoy hablando, claro está, de la extraña al ser idea de la monogamia. Si no hay momo, no hay stereo, y sin uno no hay dos.

Así es que, hermanos míos, todos con todos. Abrid vuestras batas de la culpa y arrojadla muy lejos de la verdadera esencia del ser. Uníos, y disfrutad, que la vida se acaba y volvemos todos al mismo lugar. Listo calisto, sanseacabó y chau pinela.






- Nah, ¿todo esto para justificar la piratería y el descontrol? Qué hijo de puta…

- Vos no entendés nada.




miércoles, 10 de diciembre de 2008

Péndulo



“Prolijamente afeitado, la cabeza totalmente calva, me ducho. Agua tibia, jabón espumoso que chorrea por mi cuerpo, me baño y me masturbo. Me limpio y me ensucio a la vez.

Lo hago parado, como un soldado griego de guardia en la campiña. Lo hago sin vergüenza, como un payaso pobre de pueblo. Me lavo y me embarro.

Mi vida siempre fue así, una de cal y una arena, pureza y mediocridad. Pero no por el destino. No por alguna fuerza superior, la sociedad, mis padres, lo hábitos del lugar donde me crié ni mi subconsciente. La culpa es mía, toda mía.

Me baño y me masturbo. Me limpio y me ensucio. Regalo y robo. Beso y mato. Hago bien y hago mal. Agradezco y pido perdón.

Estoy condenado al péndulo. Yo soy el péndulo, yo las bolas de metal que van y vuelven, yo la hamaca vacía, yo el imán que no se decide hacia dónde ir. O que sí se decide, pero luego se arrepiente y vuelve.

Aterrado ante la monotonía, prefiero mil veces el vaivén. Total, las emociones verdaderas se encuentran siempre en los extremos. Qué me vienen a mí con el punto medio…

La prudencia, la mesura, el autocontrol, la represión, virtudes vulgares y vanas.

Verdad, mentira, vanidad, humildad. Prefiero ignorar, prefiero gozar, prefiero reír, llorar, matar, morir…

Que seguir siempre igual”.

La carta fue hallada junto al cuerpo, que aún olía a perfume de flores. Estaba completamente limpio, salvo el imberbe rostro bañado en sangre, que había brotado del perfecto círculo en la sien, justo debajo de la brillante planicie cabelluda.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Carpe Diem



Sí, sí, dos más dos son cuatro, nadie lo puede negar. ¿Pero quién puede saber lo que le pasará mañana? ¿Quién lo que sucederá al segundo siguiente? ¿Qué es más emocionante: el orden o el caos?

Salió del departamento caminando ligero. Le encantaba provocar con su pollera corta. Sus piernas largas le daban gracia a una senda maltrecha y regalaban una tierna imagen a las baldosas. El departamento no era suyo. No hace falta dar nombres.

Cruzó la avenida como en un cruce de canciones, sintiendo la mirada de los transeúntes hombres clavándosele por detrás, al ritmo de los cortejos camioneros que desbordaban tonterías sin sentido y erotismo de mal gusto.

Sonrió ante la mirada atónita de un anciano que sintió un extraño pulso en su miembro, luego de tantos años, al verla pasar. Ella notó el leve movimiento pélvico del señor.

Le encantaba excitar púberes y adolescentes. Humedecía su herida de sólo pensar que los niños se tocarían recordándola, inventando fantasías. Ahora fue ella quien sintió el leve latido allí abajo.

El escote generoso favorecía sus no grandes pero firmes dotes. La ausencia de corpiño delineaba sus cónicos pezones. No se sorprendió al notar que también algunas mujeres la miraban. Le gustó ser admirada por sus pares. Ser deseada por ellas. Fantaseó cosas incorrectas, reprimidas, vulgares y encantadoras.

Antes de llegar a destino, decidió pasar por la obra en construcción: le faltaba la mirada de ellos, sus queridos soldados del amor, vestidos de overol y opaco casco amarillo.

Cuando sintió los gritos tardó en notar que no se trataba de piropos. No de las clásicas groserías tiernas que a ella tanto le gustaban. Eran gritos de alarma, exclamaciones de advertencia de un obrero desesperado ante su error inoportuno.

Una maza se dejó caer desde un andamio. Acostumbrada a romper ladrillos y asistida por la energía potencial que le otorgaban los nueve pisos de altura, no le costó partir aquella bella y blanda cabeza.

Sus piernas, abiertas hacia las nubes, yacieron sobre la vereda, regalando la imagen de su bella flor completamente depilada.

El trabajador negligente recordó la clásica frase de Horacio que había aprendido gracias a una película.

martes, 2 de diciembre de 2008

La Parábola de los Siete Maderos





Acabada la cena, el Maestro se dirigió a sus discípulos diciéndoles: “Síganme”. Una vez en la orilla del mar se sentó en la piedra más alta y, tras extraer un pequeño trozo de carne de pescado que había quedado atorado entre sus muelas, ayudado por una astilla de madera, dijo: “voy a contarles la Parábola de los Siete Maderos”:

Hace mucho tiempo, en las regiones cercanas a Canapé, vivía un anciano muy adinerado llamado Ascalías. Había dedicado toda su vida al trabajo, logrando acumular varios siclos de plata y especias. Un día, mientras tomaba su baño matutino en leche de cabra, tuvo una visión que le reveló que su muerte estaba próxima. Así es que, sin perder más tiempo, se levantó y reunió a sus ocho hijos para repartir sus bienes en vida. Josefías, el menor, al ver a su padre desnudo y cubierto de leche murió al instante. El episodio, si bien fue triste, facilitó las cosas ya que el Reino estaba divido en siete prados, aunque no eran todos iguales, sino que variaban según su tamaño y calidad de sus tierras.

El modo en que se repartirían los terrenos preocupaba tanto al padre como a los siete hermanos, por lo que Sodomías, el mayor, propuso que se repartieran por orden de edad, correspondiéndole a él por ser el primogénito el mejor campo, y así sucesivamente para el resto de sus hermanos. Los demás protestaron al unísono: Meloj, ahora el menor, reclamaba que la repartija se diera en forma inversa (es decir, de menor a mayor), mientras que Rebulón alegaba ser el más inteligente, Áster decía ser el más fuerte, Nesulaj el más justo, Felonías el más capaz, y Gádor el que más amaba a su padre.

El viejo Ascalías, al no lograr un consenso, se retiró a meditar. Al día siguiente despertó con una idea brillante: sometería a sus hijos a una prueba. El ganador se quedaría con el mejor terreno, y también con la responsabilidad de elegir la forma de repartir el resto de los campos entre sus hermanos. Así es que, al amanecer, entregó a cada uno de sus hijos un madero, con la misión de que construyesen con él un regalo para su padre. Tenían tiempo hasta la mañana siguiente, por lo que Ascalías dedicó su día a descansar, ya que un fuerte dolor en su boca no lo dejaba tranquilo.

Al alba del segundo día después de haber tenido la visión, el anciano reunió a sus hijos nuevamente y les dijo: “Y bien, qué me habéis traído”. Sodomías comenzó diciendo: “Yo, padre, te he traído un pequeño barco, para que puedas recorrer con él los mares y conocer los más bellos lugares”. Luego dijo Rebulón: “Yo te he construido este trono, para que reines más cómodo sentado en él”. Áster exclamó: “Padre, con el madero que me has dado he creado un arma poderosa, para que puedas defenderte de tus enemigos”. Meloj dijo: “Yo hice este mueble para ti, así podrás guardar tus objetos más preciados”. Felonías: “Te he traído este barril, repleto del más dulce vino”. Y Nesulaj: “Yo te traje esta cama, para que podáis dormir tranquilo”.

Todos los regalos eran grandes y hermosos, y los hermanos se enorgullecían enseñándoselos a su padre. Sin embargo Gádor parecía haber venido con las manos vacías. Cuando todos comenzaron a pensar que no había traído ningún presente a su padre, el joven exclamó: “Padre, mientras mis hermanos estaban ocupados construyéndote hermosos regalos, yo me preocupé por el dolor que aqueja a tu boca desde hace tiempo, así que no tuve tiempo de fabricarte un gran obsequio. Sin embargo, pensando en tu desgracia, se me ocurrió que esto podría serte más útil”. Extendió su mano y entregó a su padre una pequeña y fina pieza de madera. El anciano la introdujo en su boca, extrayendo con su ayuda un gran trozo de carne de cordero que llevaba días atascado entre sus dientes, aliviando de esa manera su dolor.

Ascalías miró a su hijo con orgullo y con amor y le dijo: “Muchas gracias, pero me quedo con el barco”.


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Esta parábola, publicada originalmente en la revista Mitin, forma parte de mi novela Placebo (2005)