lunes, 29 de agosto de 2011

Presente


Hay ocasiones en las que el tiempo se detiene. Momentos en los cuales lo cuantitativo se transforma en cualitativo, la pasión le gana a la razón y cualquier logaritmo pierde sentido. Algunas preguntas devienen contadictios in adyecto y la mera idea de respuesta es un absurdo no demostrativo. Relámpagos en los cuales la lógica se desvanece, uno más uno es un color y la vista, el oído y el olfato reemplazan a cualquier regla o diccionario. Las palabras no se pronuncian, se paladean y se sienten. El dinero se trueca por besos, la comida por miradas y nada parece tener menos significado que unas agujas de distintos tamaños girando alrededor de ciertos números. Lo eterno se hace posible, los escalones se deshacen en un río y el tiempo de la búsqueda se termina, para dar lugar al del cumplimiento de deseos. La felicidad, la armonía, la paz interior, la entrega, el amor, el no-tiempo y el no-espacio y cualquier otro imposible despiertan carcajadas por aparecer tan fácilmente alcanzables. El mundo completo yace a los pies, como una materia informe, pura potencia, moldeable según nuestras voluntades. Lo sano, lo claro, lo simple, lo verdadero, lo único, lo especial… se vuelve todo tan sencillo. Cualquier complicación se revela humana, demasiado humana, tan enmarañada de racionalidades inventadas… El rompecabezas se presenta simple porque ya estaba armado de antemano. Y somos nosotros, los sapiens sapiens, los que nos enredamos para mezclarlo y esconder las piezas. Pero la forma original ya estaba desde siempre a nuestro alcance. El problema es que la buscábamos con los ojos del intelecto en lugar de los del corazón.

Por suerte, en un instante, todo eso puede cambiar. Y los triángulos volverse flores.