domingo, 27 de septiembre de 2009

8-El que espera desespera




Detrás de la barra, Julia intenta hacer dormir a la pequeña Victoria, mientras Mariana le canta suaves arrullos de cuna aprendidos en su tierra natal. La beba mantiene los ojos bien abiertos, sin llanto, mas con la actitud expectante de la calma que precede al huracán.

Desde un rincón, Rocambole debate internamente como en un tema The Clash si debería irse o si hizo bien en quedarse. La idea de la aventura en barco parecía realmente emocionante, rodeados de extraños personajes que por alguna más extraña razón parecían estar destinados todos a cumplir un papel. Por otra parte, la partida del dueño del bar con el escritor y los otros dos hombres denotaba cierto misterio que estimulaba su vena detectivesca. Claro que, cuando había decidido tirar una moneda para ver qué camino seguir, ambos grupos ya se habían esfumado.

El más despreocupado de todos los seres que convergen esa tarde en el Albatros es Linares: en su afán de ver el vaso siempre medio vacío y pedir que se lo llenen ya se había bajado tres fernets. Ahora va por el cuarto, con el sombrero levemente inclinado hacia delante y las gafas montando a media asta de su nariz como un jinete sobre un gordo caballo.

Santino Conde, quien se había ofrecido gentilmente a cuidar de las damiselas, medita en silencio con el codo derecho sobre el respaldo de la silla y un vaso vacío en la mano izquierda. Al parecer, no hay mucho para hacer: no le convencen ni el neurótico obsesivo que habla solo mientras juguetea con una moneda ni el borracho que nunca termina su trago. Con ambos había intentado charlar sin éxito: el primero era bastante rebuscado en su forma de hablar y el segundo sólo contestaba preguntas con más preguntas.

Santino relojea el ambiente. Las damas están descartadas: la morocha de pelo corto era la mujer del dueño y además tenía una beba; la morena de ojos café había venido con el payaso disfrazado de pirata, y era mejor no darle motivos para volver a intercambiar palabras con él.

Sin embargo, aún queda alguien con quien no había experimentado. Conde se levanta y se dirige a su mesa:

-Santino Conde.
-Hola, yo Eugenio Echagüe.
-Y decime, Eugenio, ¿me parece a mí o nosotros somos los únicos cuerdos en este lugar?
-Qué se yo… hace rato que se me hizo difusa la diferencia entre la locura y la cordura.
-¿Por qué te quedaste acá?
-¿La verdad? Porque no confío en nadie.
-Interesante punto. ¿Por alguna razón en especial?
-¿Y porqué debería contestártelo? Mirá, he traicionado, he sido traicionado… he dado un vuelco a mi vida de un día para el otro y finalmente caí acá, en este lugar.
-¿Vos también tenés esa sensación de que algo importante está por pasar, y que el hecho de haber llegado hasta este café no fue casualidad? Como si tuviéramos un rol en esta historia.
-¿No será mucho? Yo sólo quiero tener una vida normal, nadas más.
-Eugenio, vos ocultás algo…

miércoles, 23 de septiembre de 2009

7-...Y la vida eterna...


El ruido del motor se repite como un mantra que con estoica constancia transporta y detiene. Un fresco escalofrío sube desde mis pies hasta mi cuello, erizando los cabellos de mi nuca. La sensación es inconmensurable, pero de querer establecer un parangón debería hacerlo con una mezcla de miedo, adrenalina, excitación y regresión a la infancia.

Valentín pierde conciencia del momento y del lugar. La pipeta de vidrio se diluye en sus manos, todo su cuerpo tiembla suave y tenaz, en un vals adormilado y febril.

Abre los ojos: ya no está acostado sino de pie, en un lugar que no conoce. Camina buscando algún indicio, pero sólo ve luces y sombras, nubes y vapor acaramelado. Mezcla de recuerdos, aromas de comidas y visiones borrosas que no alcanza a explicar, pero que de alguna manera sabe que ya las vivió, o que las vivirá.

De pronto un fuerte sabor dulzón en el aire le marca el camino hacia algo hartamente conocido, mientras una catarata de reminiscencia lo ataca sin piedad: sería capaz de reconocer el olor de un Metratón a veinte leguas de distancia.

Alrededor de una mesa cuatro sujetos juegan a las cartas. A tres de ellos no los conoce: Raúl Morales, Darío Solanas y Capitán. Al cuarto lo juna tanto que no puede evitar derramar dos saladas al verlo:

-¡Victorio!

Victorio Santana da un sorbo a su habano y esboza una amplia sonrisa. Con una seña avisa a sus compañeros que pronto retomará el juego y se acerca a saludar a un viejo amigo.

-Valentín, te estaba esperando.

El abrazo dura un tiempo inacabable, si eso existiera.

-¡Victorio! No entiendo, ¿dónde estamos? ¿Estás vivo? ¿Estoy muerto?
-¡Mi querido Valentín! Ya hablaremos sobre eso, ¡pero contame de tu vida, che! ¿Así que se pusieron un bar con Julia? ¿Lo llamaste Albatros, como la organización? ¡Jaja, sos un hijo de puta!
-Sí, qué se yo, me pareció original… ¿Pero cómo sabés eso? ¿Acaso desde acá se puede ver todo lo que pasa?
-Ja, no no, quedate tranquilo. Es que hay un hombre que pasa seguido por esta zona, Genaro se llama. Él va y vuelve, no sé, es extraño… La cosa es que nos hicimos amigos, me contó de un bar que frecuentaba, que era nuevo y lo atendía un chico joven. Como yo tengo algo de calle me parecía raro no conocerlo. Y cuando me dijo el nombre del lugar…
-Bueno, eso no es lo único nuevo que lleva un nombre viejo.
-¿No? ¿Qué más hiciste? ¿Un trago que se llama Funes? Jaja. Debería servirse en un vasito pequeño…
-Ja, no, no es eso. Tuvimos una hija, tenés una nieta. Se llama Victoria.

Los ojos de Victorio se humedecen por instante, no esperaba tal golpe bajo. Es la primera vez que Valentín lo ve realmente emocionado.

-¿Esa no la sabías, eh? Se ve que no te contó todo este Genaro… A propósito, fue él quien me mandó acá, me dijo que alguien quería hablar conmigo, y supongo que ese alguien sos vos…

Victorio se repone de golpe, adquiriendo su natural aire de simpatía y superioridad.

-Valentín, presiento que un gran acontecimiento está sucediendo en el barrio y hay algo que debés saber para poder sobrepasarlo.
-¿Me vas a enseñar a superar a la muerte? ¿De eso se trata?
-No, no… mi querido yerno: la muerte no existe.
-¿Cómo que no? ¿Qué querés decir?
-La muerte no existe, porque el tiempo no existe: sólo existe la simultaneidad.

Aunque ambos caminan mientras conversan, es como si estuvieran siempre en el mismo lugar. Al mejor estilo peripatético, Victorio continúa con su explicación:

-El tiempo, Valentín, tal como lo comprendemos y utilizamos, no existe. Todo lo que hay, lo que existe, es una sublime simultaneidad. Un instante eterno donde todo se da, por decirlo de alguna manera, al mismo tiempo. Claro que expresarlo así suena contradictorio, ya que si hay tiempo hay sucesión, una cosa tras de otra. Y la eternidad es lo contrario: todo junto, en simultáneo.

El rostro de Valentín denota su esfuerzo por tratar de comprender lo que su compañero de viajes le dice. Sigue Victorio:

-El tiempo, la sucesión, la seguidilla de hechos uno tras de otro, es sólo la manera que nuestra mente tiene de ordenar las cosas para poder captarlas e intentar comprenderlas: ordenamos en filitas los hechos para poder interpretarlos, porque no podemos hacerlo de otro modo. Y el lenguaje, nuestra herramienta para poder ordenar las sensaciones y el pensamiento, también necesita de este orden, tanto para reflexionar como para comunicarnos con los demás. Pero en realidad, en la esencia del ser, todo ya se dio. O, para ser más preciso, se da, en un presente eterno.

-Creo que entiendo lo que querés decir, pero me cuesta un poco interiorizarlo.
-Pensá en algún momento hermoso que quieras recordar.

La primera imagen que pasa por la mente de Valentín es cuando vio a Julia por primera vez, en aquella librería de Rosario. Se sonroja al dudar si Victorio podría ver sus pensamientos.

-¿Listo? Bueno, esa imagen que para vos es un recuerdo, en realidad sigue latente, siempre presente, acá, en la simultaneidad. Siempre podés volver a ellos, ¿de dónde creés que saqué este habano si no? Acá no se consiguen… Y lo mismo pasa con las cosas de lo que entendemos como “futuro”, en realidad ya todo está dado, sólo que nuestra limitada mente humana debe dividirlo en pasado, presente y futuro para poder comprender lo que sucede.

-Me parece que veo el punto, aunque todavía no sé cómo aplicarlo…
- Valentín, el tiempo no existe. Y ése es el secreto de la vida eterna. Sólo tenés que buscar y dejarte llevar.
-Pero, decime… ¿No era que no querías nada de filosofía en esta historia?
-Bueno, esa era otra historia…

Los tres hombres que esperan en la mesa parecen algo disgustados. El de saco azul de capitán le hace señas a Victorio con una mano sin manga para que vuelva al juego.

-Bueno, creo que mis nuevos amigos se están impacientando y van a matarme si no retomo la partida. A matarme, jaja, qué gracioso.
-Esperá, viejo, ¡no me dejes solo de nuevo! ¿Nos volveremos a ver?
-¡Claro, jovenzuelo! ¿No entendiste nada? ¡Siempre, siempre nos estamos viendo!

La silueta de Victorio se pierde en un fundido a negro. Valentín despierta con un sabor acre en la boca. Aún puede sentir el aroma del habano flotando en el aire.

viernes, 18 de septiembre de 2009

6-Los Apuntes del Galán


Avanza el barco hacia la dirección señalada. Sin embargo, con tres brújulas dispares se le hace difícil a Johnny John seguir la pista marítima. Sin mencionar que la charla con la poetiza lo ha dejado anonadado.

Diógenes Mastreta intercambia miradas entre el mapa y el horizonte, intentando decidir cuál de los dos resulta más confuso, mientras que Ángel Vergara garabatea en su Diario: “Un día más en el mar; si tuviera alas, ya habría echado a volar”.

De pronto el paisaje comienza a cambiar una vez más: el mar parece trasmutar en río y todo adquiere un aire más campestre y cotidiano. La tranquilidad de un pueblo se abre ante los visitantes, que, llevados por un impulso inexplicable, deciden arrojar el ancla y descender a tierra firme.

El pueblo sereno se va descubriendo como no tan pueblo ni tan sereno una vez que los cinco caminantes se van acercando a su centro: una plaza pintoresca corona el lugar, con su respectiva iglesia y municipalidad. Las avenidas corren anchas a su alrededor, y el ruido de una ciudad se hace sentir. No obstante, los lugareños se sorprenden y dudan si se han adelantado los carnavales al ver tales pintas andantes.

Somosa y Arrieta se sumergen en un déjà vu: algo de todo ello les recuerda al potrero del barrio donde habían visto jugar a Miguel. Intercambian miradas sin decir nada, y luego las dirigen hacia su capitán, como buscando respuestas. Diógenes no sabe qué decir. Pero justo cuando iba a expresar su silencio aparece ante ellos un joven apresurado acompañado de una pulposa mujer.

-Discúlpeme, buen hombre, ¿podría decirnos dónde estamos?
-[Desconcertado como Adán en el día de la madre] ¿Cómo dónde estamos? ¡En la plaza, en el centro!
-Sí, bueno, eso puedo verlo… ¿Pero en el medio de qué?
-[Entrecortado por el apuro] –No sé ustedes, pero yo estoy en el medio de un bonito quilombo…
-¿Qué le sucede, hombre? Si podemos ayudarlo…
-[Más apurado que colectivero en última vuelta] Mire, su disfraz de pirata es muy intimidante, pero tengo a toda la mafia de Moyano encima… y si no me apuro, me hace puré el soquete…
-[Más nerviosa que testigo falso] Vamos, Betito, que si nos ven juntos nos matan.
-[Resignado] Tenés razón, Macu… Muchachos, a una dama no se la hace esperar, así que si me disculpan...
-Perdón, pero al menos dígame una cosa: ¿Conoce por aquí algún Jardinero?
-[Perdido como turco en la neblina] ¿Jardinero? ¡Pero qué me dice, hombre! ¿No ve que esto es un caos? ¡Adiós!

La turbada dupla desaparece por una esquina. Johnny, Ángel, Somosa y Arrieta se miran desconcertados. Sin embargo, el rostro de Mastreta se ilumina con una sonrisa:

-¡Creo que tengo una nueva pista! ¡Vamos!

Mientras se dirigen de nuevo hacia el lugar donde habían desembarcado, unas gotas comienzan a caer sobre sus cabezas. Somosa cree ver sentados bajo un árbol de la plaza las efigies de cuatro sabios discutiendo. Juraría que se trataban de Galileo, Copérnico, Belgrano y el mismísimo Jesús, si eso no fuera imposible.

Por su parte, Arrieta se sorprende al contemplar la figura de una joven pareja que, lejos de huir de aquel llanto divino, se abrazan con fuerza como disfrutando del roce de cada gota deslizándose sobre su piel.

Al llegar de nuevo a la nave, Johnny Johnn es el primero en notarlo, por lo tanto deviene mensajero de las malas:

-Diógenes, tenemos un problema: no creo que podamos zarpar, el barco está averiado.

Ángel suspira, pensando en que la lluvia cada vez más frondosa impediría incluso el más raudo vuelo. Sus cavilaciones se ven interrumpidas por una voz nueva para todos, menos para uno:

-¡Mastreta, tanto tiempo! ¿Problemas con el barco? Creo que yo puedo solucionarlo…

lunes, 14 de septiembre de 2009

5-El muerto que parla


Avanzan los cuatro hombres a paso desparejo, pero logrando una armonía sinuosa que recuerda a los cilindros metálicos con puntitos de las cajitas de música.

Valentín Flores va unos pasos por delante de su amigo K. No sabe bien a dónde lo están llevando, pero de alguna manera siente que gran parte de sus dudas se resolverán allí, donde sea que eso sea. ¿Quién es este tal Genaro Cúspide? ¿Y el hombre que lo acompaña? Se llama Florencio, lo ubica porque va todos los días al Albatros: pide un café bien negro y el diario. Más de una vez lo había sorprendido leyendo los avisos fúnebres.

Florencio Gauna camina pensativo. ¿Realmente Genaro está dispuesto a compartir su secreto? Él lo conoce desde hace años y estuvo presente en todos sus velorios. Sin embargo, no sabe cómo lo hace: cómo Cúspide siempre logra superar a la muerte.

Genaro Cúspide lidera la caravana. Aunque está a punto de revelar el secreto de su vida, no se arrepiente: es consciente de que lo que tiene que contar puede ser de vital importancia, para todos. Además, es un favor que le debe a un viejo amigo: él pidió verlo, y él lo tendrá.

Los cuatro caballeros ingresan en un departamento cálido y confortable. Ante la seña del anfitrión, Valentín lo acompaña a la habitación siguiente. Si tiene que compartir su secreto, va a hacerlo solamente con él.

-Valentín: ¿El hombre que entró al bar afirmó que ya había habido una muerte en el barrio, verdad?
-Así es, esas fueron sus palabras.
-Bien, te dije que yo podía explicar eso: yo soy el muerto.
-Mire, Genaro, si me trajo hasta acá sólo para hacerme una joda, debo decirle que no estoy de humor…
-No, Valentín, no se trata de ningún tipo de broma de mal gusto. Sentate ahí, por favor, y dejame que te cuente.

Genaro le señala un sillón a Valentín y éste accede a su pedido. Luego voltea por un instante, revuelve unas cosas y finalmente pone ante él un extraño aparato.

-¿Qué es eso? ¿Un nebulizador?
-Así es, pero no cualquier nebulizador: ha llegado la hora de que pruebes una nebulización trascendental.

Mientras habla Genaro toma la pipeta de vidrio e introduce unas gotas de un líquido claro como el agua.

-¿Nebulización trascendental?
-Vas a experimentar lo que muy pocos han vivido: un nirvana fisiológico. Una solución temporal para un problema eterno.
-Claro, una solución… fisiológica, ¿no?
-Ja, esa fue buena. Lo estás tomando con humor, eso una buena señal. - Afirma Genaro mientras le acerca la mascarilla a la cara.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

4-Los últimos galanes


La brisa marina se deja sentir en el rostro. Arrieta, timón en mano, vuelve a experimentar el salitre aroma en sus fosas nasales. El Río de la Plata no huele igual al Mediterráneo, pero hay algo que comparten los siete mares: la paz ondulante y salada.

Ángel Vergara toma notas en su diario: la prueba final deberá ser postergada o evaluada in situ. No conoce el destino pero eso no lo abruma: admira el volar de las gaviotas y por unos instantes se hace uno con ellas.

Desde la proa de la pequeña embarcación Johnny John alinea sus cuatro brújulas, intentando descifrar cuál es la que funciona: Noto, Bóreas, Céfiro y Euro lo atraen con finos cortejos, pero él no se decide por ninguno. Y sin embargo se mueve.

Somosa de pie contra la barandilla, cambia su mirada gris por un gesto verdáceo. Se arrepiente de ser aventurero: nunca había pensado que el mar podría marearlo tanto. Detrás de él, Diógenes estudia minuciosamente la carta de bebidas. Siente que hay detalles que se le escapan ¿Qué querrían decir esas letras al final del mapa?

Un grito lo saca de sus cavilaciones: “¡A babor! ¡Virar a babor!” Johnny John sigue una corazonada. La nave gira bruscamente y de pronto el día se hace noche. El agua marina deviene un gran charco negro y las nubes bajan hasta convertirse en niebla.

Avanzan lentamente por el lago oscuro. A lo lejos comienza a divisarse tierra firme. Poco a poco comienzan a surgir de ella lo que parecen ser personas de pie observando rígidas desde el ébano absoluto. A medida que las pupilas se van adaptando a la ausencia de luz, descubren que las siluetas en realidad no eran hombres, sino lápidas.

Arrieta conduce incrédulo entre aquella brea líquida: no puede negar que algo de toda esa situación fantástica lo atrae. Diógenes revisa una vez más el mapa y se dirige hacia el hombre de las brújulas, para asegurarse de que no haya confundido el rumbo. Ángel Vergara abandona la escritura y observa absorto el paisaje, mientras Somosa se irgue en toda su altura al sentir aquel penetrante perfume.

Una bella dama de arios cabellos increpa a la tropa:

Viajeros lejanos,
de porte tan serio,
¿qué buscan, ufanos,
en mi cementerio?


Diógenes es el primero en contestar:

-Discúlpenos, oh hermosa diosa de los mares, queríamos saber si nos podría ayudar a encontrar algo que buscamos.

La dama continúa en silencio.

Mastreta vuelve a intentarlo:

-Le decía, eh, señora… si podría ayudarnos… mire, es que estamos siguiendo este mapa, y…
La dama, silente, frunce el ceño. Justo cuando amenaza con irse, Johnny John lo comprende:

-Diógenes, creo que yo hablo su idioma. Dejame intentarlo:

Dama agraciada y elocuente,
a usted nada se le escapa.
Ya que es tan inteligente,
¿podría ayudarnos con este mapa?


Joven agudo y atrevido,
¿por qué debería de ayudarte?
Si vos solo te has perdido,
vos solo podés escaparte.


Dama fría y escurridiza,
presiento que es mujer amable.
Por favor, llevamos prisa:
y mi brújula no es fiable.


Tu insistencia, al parecer,
no tiene límite, ya lo creo.
Pero yo veo lo que quiero ver,
y lo que no quiero, no lo veo.


Mi querida, haga una excepción,
por este pobre viajero:
que me indique una dirección
es lo único que quiero.


Muy bien, dame el plano,
voy a ayudarte, mi adorado.
Supongo que no en vano
el Hado hasta mí te ha guiado.


Johnny Johnn sonríe y le pide el mapa a su compañero. Mastreta se lo pasa y el poeta se lo entrega a la dama. La blonda lo mira con atención y finalmente recita:

Me temo que has perdido el rato,
joven austero, lo siento.
Desconozco tal garabato,
y si te digo, te miento.


La desilusión se hizo presente en el rostro de los cinco marineros. Sin embargo, Diógenes Mastreta se vio súbitamente iluminado y susurró cual Cyrano unas palabras al oído de su amigo.

Johnny John juega su última carta:

Agradezco su ayuda,
como un fiel Cancerbero.
Sólo me queda una duda:
¿Conoce a un tal…


El trueno provocado por la ira de la dama resuena al oír aquel nombre prohibido. Ella se aleja furiosa, no sin antes señalar el camino con un gesto lapidario.

Mientras la embarcación avanza las nieblas se disipan. El héroe perdido arroja una de sus brújulas al mar.

viernes, 4 de septiembre de 2009

3-Las piezas se acomodan


-¡Por el espíritu de Herman Toothrot! – Exclama Diógenes Mastreta. - ¿Alguno de ustedes ha visto por aquí a un mono blanco?

En un ambiente alterado y silente como el actual, los nervios se tensan y los gestos exagerados se captan el doble. Diógenes examina la carta de bebidas con cuidado, mientras mira atento hacia las mesas. El mal genio de Santino Conde fue el primero en reaccionar:

-¿De qué hablás, pirata borracho? ¿De qué manicomio te escapaste?
-Acá el único ebrio sos vos, mi estimado amarillo: tu aliento a whisky barato es más fuerte que el de un cerdo descompuesto… Sin embargo, nadie ha respondido mi pregunta.
-¿A quién le dijiste cerdo?

Conde se levanta de la mesa. Eugenio Echagüe piensa en salir disimuladamente: si se surgen problemas en el bar es probable que llegue la policía, y no quiere más líos con ellos desde el incidente de sus zapatos. Sin embargo es Valentín Flores quien toma la palabra:

-Ey, ey, tranquilos muchachos, nadie quiso ofender a nadie, ¿verdad? Dígame, señor… eh…
-Diógenes Mastreta.

Santino vuelve a sentarse lentamente, sin quitarle la vista de encima a tan extraño personaje. Arrieta no puede evitar una sonrisa al oír su nombre.

-Diógenes… Yo soy Valentín, el dueño del bar. ¿Por qué su pregunta sobre el mono?
-¿Quién ha tocado esta carta por última vez?

Valentín hace memoria: el extraño que le había dado la información a medias había estado mirándola antes de hablar con él. Genaro Cúspide se acerca a ellos para oír la conversación.

-Fue un hombre… vestía un sobretodo y un sombrero, no pude ver bien su rostro… dijo algo acerca de un escritor que se distrajo y sobre un muerto en el barrio…

-Creo que yo puedo explicar eso. Valentín Flores, ¿verdad? Yo soy Genaro Cúspide. Necesito decirte algo…

K mira con atención: no puede evitar pensar que cuando hablan de un escritor se refieren a él.

Por su parte, Rocambole sigue los movimientos de las conversaciones intentando captar algo de lo que se habla. Su mente rebuscada y deductiva le dice que todas las fichas se estaban acomodando sobre el tablero. No se equivoca al esperar que las palabras del corsario resuelvan parte del asunto:

-Mis queridos camaradas, he aquí un desafío: en esta carta de bebidas alguien ha dibujado un mapa… ¿Por qué no se ve a simple viste? Fácil: para confeccionarlo ha utilizado cabellos de simio blanco.

Linares se siente dibujado: no le gustan las aventuras y comienza a arrepentirse de haber entrado a ese bar. Recuerda que una vez se propuso conquistar el mundo: por un pequeño desliz casi termina conquistando a Edmundo. Los errores de imprenta pueden ser fatales.

Sigue Mastreta:

-Yo tengo un pequeño barco, sólo necesito una valiente tripulación: ¿Alguien de los presentes tiene experiencia en altamar?

Somosa no puede creer lo que está escuchando: de una vida de aburrido oficinista de pronto se ha convertido en viajero trotamundos y ahora podría llegar a ser un… ¿Aventurero? Golpea el hombro de Arrieta: él trabajaba en el puerto de Marruecos, es un experto navegador… Sus ojos piden lo que sus labios callan y esperan.

-Yo sé navegar. –Accede finalmente Alfredo Arrieta ante los ruegos de su compañero de mesa. – Pero realmente no creo que nada de esto tenga sentido.

K y Valentín no le quitan la mirada de encima a Genaro esperando sus explicaciones. Florencio Gauna se les une en la barra. Al fin Cúspide abre la boca:

-Valentín, tenés que acompañarme, él necesita verte. Me dijo que lo que tiene que decirte puede ser crucial para la continuidad de la existencia.
-¿De qué existencia estás hablando? – K interrumpe.
-De toda la existencia. Al menos de toda la nuestra…

-¡Perfecto! Ya tengo mi contramaestre… Ahora lo que necesitaría es una brújula… Diantres, ¿por qué nunca llevo una encima? – Al escucharlo Mariana tuerce los ojos.
-Yo tengo una… - Agrega Johnny John levantando tímidamente la mano- Y creo que esta vez funciona.

-Valentín, esto no me gusta nada.
-Tranquilo señor K, usted también es de gran importancia. De hecho, me atrevería a decir que es el principal culpable.
-¿Quién quiere hablarme? – Increpa el dueño del Albatros.

Ángel Vergara mira atento la situación. Comprende que ha llegado el momento de su prueba:

-Yo también voy con ustedes. Tengo cierta habilidad que podría serles útil.
-¿Y de que don se trata, muchacho?
-Bueno yo… puedo anotar lo que pase cada día en mi diario – No se atreve a contar su convicción acerca de que puede volar, lo mejor será que lo vean directamente en escena cuando fuera necesario.
-¡Perfecto! Siempre es bueno que alguien escriba las bitácoras. ¡Ya podemos partir!

-Y nosotros también. Vamos. -Agrega Genaro Cúspide y Florencio Gauna asiente a su lado.

Valentín mira a Julia, su mujer, y su beba Victoria. ¿Debería acompañar a estos dos extraños?

-No se preocupen por las damas, yo me ofrezco para quedarme a cuidarlas… -Santino Conde se acerca y vuelve a llenar su vaso con una botella de whisky que toma del mostrador.