martes, 27 de octubre de 2009

14-Uno para todos



Diógenes se dispone a partir inmediatamente de regreso hacia el Albatros y así se lo hace saber a sus compañeros. Presiente que algo malo puede estar sucediendo allí, y el descubrimiento de su error con respecto a la pista más la advertencia que les acaba de dar el Jardinero del Kaos acrecientan sus deseos de volver cuanto antes.

Sin embargo, el Jardinero los detiene:

-Esperen, no se vayan aún.
-¿Qué pasa?
-Hay algo que no me cierra. El Jardinero del Orden no tiene razones para haber aparecido por el Barrio. Es más, ni siquiera estoy seguro de si él lo conocía, o si sabía cómo llegar.
-¿Y cuáles son sus sospechas?
-Creo que tal vez no esté trabajando solo.

Somosa siente un temblor que lo invade, aunque no puede estar seguro de si se trata de miedo o emoción. Arrieta escucha atentamente a su lado.

-¿Tiene idea de quién podría estar ayudándolo?
-Tengo mis dudas. Tal vez sea alguien del mismo universo que ustedes…
-¿Qué quiere decir con mismo universo?

La pregunta proviene de Johnny John, pero el Jardinero del Kaos hace caso omiso y continúa con sus cavilaciones:

-Pero si mi peor intuición está en lo cierto, creo que necesitarán ayuda.

El Jardinero se dirige hacia un viejo mueble de madera. Abre un cajón en el cual pueden verse dos pequeños frascos: uno contiene un líquido azul y el otro dorado.

Diógenes Mastreta se impacienta:

-Le agradecemos profundamente su ayuda señor, pero si nos disculpa, estamos algo apurados…

El Jardinero toma el frasquito dorado y lo exhibe como si del Santo Grial mismo se tratara:

-Sé que voy a odiarme por hacer esto, ya que contradice todas mis afirmaciones. Pero creo que esta vez es necesario.

-¿Qué es eso? –Pregunta Ángel Vergara, pero el parco caótico continúa con su soliloquio:

-No volví a utilizarlo desde la muerte de Calamity –Agrega, señalando con la mirada el recipiente azul- Ay, creo que una parte de mí se fue con él…
-¿No va a decirnos de qué se trata? –Exclama Mastreta poco perseverante.
-Él me pidió que lo guardara en su última visita. Creo que ha llegado el momento de que retorne a su dueño.

El Jardinero del Kaos extiende su brazo hacia Diógenes justo cuando una mancha pequeña y lechosa se arroja sobre él, le quita el frasco dorado y vuelve a posarse sobre el hombro de una silueta que se esconde entre las sombras.

-¿Vieron? ¡Yo sabía que había un simio blanco! –Exclama Mastreta,
-Sos vos… -Agrega el Jardinero, y luego se dirige a los intrépidos aventureros- Va a ser mejor que recuperen eso.

Arrieta no lo piensa dos veces y se arroja contra la horrible figura, pero el mono sale corriendo llevando la poción en alto.

-¡Atrápenlo! – Grita Mastreta y los cuatro corren en su búsqueda.

El mono albino sale al exterior, moviéndose con gracia entre los árboles. Mastreta intenta taclearlo pero cae con dificultad y queda atrapado entre unas raíces. El siguiente en intentarlo es Somosa: toma una piedra y le apunta a la cabeza, pero antes de poder arrojarla mete su pie en el barro y comienza a hundirse lentamente.

Arrieta continúa en lucha encarnizada con un desconocido, que resulta ser bastante ágil para su robustez: le anticipa todos los golpes y responde con veracidad. Sin embargo, en un descuido de la bestia Alfredo Arrieta logra golpearlo en la cara con un atizador. El impacto, si bien no fue muy fuerte, alcanzó para quitarle la máscara que llevaba: Arrieta siente náuseas y un escalofrío al contemplar aquel rostro deforme.

Johnny John y Ángel Vergara intercambian miradas al darse cuenta hacia dónde se dirige el babuino: el sonido de unas cascadas que caen al vacío se deja escuchar cerca de allí. Exhalando sus últimos alientos, logran dar con el animal. Mas éste comienza a saltar sobre las piedras que sobresalen del arroyo, hasta llegar al final de la catarata.

El tullido pega un alarido de horror al sentirse descubierto. Arrieta se compone e intenta darle frente, pero el salvaje arremete con toda su furia contra el cuerpo del navegante.

Johnny John da todo por perdido cuando el macaco color nube levanta los brazos hacia el precipicio. No obstante Ángel Vergara comprende que ha llegado el momento de demostrar lo que sabe: justo cuando el bicho arroja el frasco Vergara se lanza y lo atrapa en el aire.

-¡Estoy volando! –Grita con las extremidades extendidas, mientras su cuerpo se precipita sobre el acantilado. Unas ramas primero y el agua después amortiguan su caída.

-Eso no fue volar, sino caer con estilo… -Concluye Diógenes una vez que todos vuelven a encontrarse dentro del castillo.

-¿Qué se supone que debemos hacer ahora con esto? –Pregunta Ángel Vergara con el trofeo en la mano, a lo que el Jardinero del Kaos responde:

-Beberlo. Deben beberlo todos.

-Me temo que eso no va a ser posible –Agrega una voz maltrecha. Recién entonces los demás se dan cuenta de que aún no estaban todos en escena: Arrieta ingresa en la habitación arrastrando los pies.

-Lo siento muchachos, hice todo lo que pude…

Esas son las últimas palabras de Alfredo Arrieta, justo antes de caer al suelo, muerto.

miércoles, 21 de octubre de 2009

13-La carta en la manga



La teoría del escritor distraído ha dejado sin palabras a K. De alguna manera, es algo que siempre había temido. ¿Podría ser realmente él? ¿Cuánto hacía que no se sentaba a escribir un texto? Es verdad que últimamente ha estado algo desatento, como alienado…


Valentín se desploma en un sillón y reflexiona: ¿K el escritor? ¿Genaro el muerto? Las pistas inconclusas del extraño que había entrado al bar comienzan a tomar sentido. Si K no había cumplido, ¿cuáles podrían ser las consecuencias? Si Genaro había muerto hoy, justo hoy… ¿Cómo había muerto? Y aún quedaba algo más, la urgencia de Victorio por comunicarse con él: ¿Qué tenía que ver su abstrusa concepción del tiempo en todo esto?

Gauna mira a K, esperando alguna reacción. De pronto éste lo increpa:

-De acuerdo, supongamos que realmente sea yo… de todos modos el mundo no se detuvo, ¿o sí?
-Parece que no… sin embargo tal vez eso sea sólo metafórico. O quizás… bueno, estoy desarrollando mi propia teoría.
-¿Qué piensa, Florencio? ¡Dígame!
-Creo que quizás el mundo no quiera detenerse…
-¿Qué? ¿Y cómo sería eso?

Florencio Gauna se pone de pie y vuelve a llenar su taza.

-Si el mundo no quisiera detenerse… y si su motor no está cumpliendo con su función… bueno, ¿qué podría hacer?
-No lo sé, Gauna. Déjese de tanto misterio y explique su idea.
-Bueno, yo creo que debería tomar su movimiento de otro lado. Debería complementar sus faltas con ayuda de otros… como hacemos todos, ¿no?

Genaro Cúspide, atento al diálogo, se arrima a la máquina y se sirve una taza de café. Le hace una seña a Valentín, pero éste rechaza la oferta. No obstante, se acerca a Cúspide:

-¿Cómo fue Genaro?
-¿Qué cosa?
-¿Cómo fue que murió? ¿Cómo fue que murió hoy?

K mira incrédulo al hombre de los velorios. Gauna hace una pausa para saborear su enésimo café del día.

-Bueno, es sólo una hipótesis… pero creo que podría explicar los extraños sucesos que hemos estado viviendo.
-¿A qué sucesos se refiere exactamente? Bueno, más allá de que acabo de enterarme de que Genaro murió hoy y ahora está acá delante de mí bebiendo café…
-Ja, no, pero eso ya era normal por acá. Yo me refiero a cosas como mi intromisión en aquel funeral lejano, la llegada del sujeto advirtiendo cosas en el bar, y esto:

Florencio extiende el brazo y le muestra a K la tapa de un diario: al parecer había muerto otra persona importante, aunque mucho no podía entender ya que estaba escrito en ruso.

-¿Cómo llegó esto a sus manos?
-Lo compré en el kiosko de siempre. Pero lo que más me llama la atención, además del idioma, es que ni siquiera el dueño del puesto sabía bien cómo había ido a parar este periódico ahí.

Genaro Cúspide se muestra sorprendido ante la pregunta. Luego comienza el relato:

-Esta mañana tuve un extraño presentimiento, como que hoy no iba a ser un día más en mi vida. Sin embargo intenté actuar del modo usual: me bañé, me afeité, me ajusté la corbata y salí a caminar.
-Sí, ¿y bien?
-Imaginé que Florencio iba a estar leyendo los clasificados en el bar de siempre, su bar, así que me dirigí hacia allá para charlar un rato. Pero antes de llegar fue atacado por la espalda. Fui herido por un arma blanca, y caí, muerto.

K escucha y medita. Comienza a seducirlo la idea de un mundo desfalleciente que intenta en agónico suspiro complementarse con hálitos ajenos. De pronto fluye en él una idea:

-¡Déme una lapicera! ¡Tengo que escribir!
-¿Escribir?
-Claro, debo probar a ver qué pasa.
-Tiene razón, tal vez funcione.

Gauna toma prestada una hoja del escritorio de Genaro y se la pasa a K junto con una birome.

-¿Y ahí fue cuando hizo contacto con Victorio y le pidió que viniera a verme?

K garabatea con fuerza sobre el papel.

-Exacto, él me dijo tu nombre y que tenía algo importante que contarte.

Gauna observa atento los movimientos del escritor distraído.

-¿Pero quién fue, Genaro? ¿Quién lo mató? ¿No puedo ver nada?

K se detiene, mira al techo buscando la palabra adecuada y luego continúa.

-Bueno, sí, algo pude ver.

Gauna apura la taza y dirige una mirada inquisidora al caballero de la pluma.

-¿Qué vio, Genaro?

K termina con un lamento:

-No hay caso: quise improvisar una historia pero me salió una carta…

Gauna sonríe:

-Tal vez esa carta sea parte de la historia…

-Mi notebook, necesito mi notebook… la dejé en el bar.

-Lo que alcancé a ver fue un hombre alto, de sobretodo y sombrero, con un melifluo brillo en sus ojos.

-¡Al Albatros! ¡Hay que volver ya al Albatros!

viernes, 16 de octubre de 2009

12-La casa está en orden


Las confesiones de Santino Conde y Eugenio Echagüe, las disertaciones mentales de Linares y Rocambole y las canciones de cuna de Mariana, Julia y Victoria se ven interrumpidos cuando aquel ser irrumpe nuevamente en el Albatros. No es difícil reconocerlo: porta el mismo sobretodo y sombrero que había traído en su primer paso por el bar.

-¡Tal como lo esperaba!

Las palabras del sujeto suenan maléficamente seguras. Una suerte de instinto común corre por las venas de todos los presentes, alertándoles del peligro: como una leona en apuros, Julia rodea con sus brazos a su beba, clavando una mirada desafiante sobre la macabra silueta. Mariana se planta frente a ellas, con los brazos extendidos, estableciendo una barrera de protección femenina más inquebrantable que el muro de Jericó.

Por su parte, los hombres reaccionan de las maneras más diversas: Linares parece fingir como si nada extraño ocurriera, mientras que Rocambole deja pasar por su mente mil modos potenciales diferentes de hacerle frente al extraño, aunque no actualiza ninguno. Santino Conde luce relajado, y bebe un sorbo lento de su vaso de whisky. Pero Echagüe no piensa quedarse quieto: se levanta de un salto e increpa al hombre del sombrero:

-¿Otra vez usted por acá? ¿Qué es lo que desea?

Ante una sonrisa burlona como única respuesta, Echagüe se enfurece y reacciona: con una diestra bien cerrada lanza el primer golpe. Sin embargo no le es difícil al villano esquivarlo: con la gracia de un bailarín se hace a un lado, toma el brazo de Eugenio y lo dobla con tal fuerza que le parte el hueso.

Julia y Rocambole ahogan un grito en un acto de empatía con el caído. La siguiente en avanzar es Mariana: con la furia de una amazona extrae un cuchillo corto de entre sus ropas y arremete hacia la silueta oscura. Una vez más el golpe es esquivado: tras un ágil movimiento, el cuchillo cae al piso y la mujer vuela, desplomándose sobre una mesa.

-Repito: ¡Tal como lo esperaba!

El hombre se quita el abrigo y el sombrero, dejando ver su verdadera figura: un fino duque de rubios cabellos y blanco traje a medida. Como un hijo de Lucifer, su belleza contrasta en esencia con el aura de maldad que lo rodea.

-Si no tengo más interrupciones, permítanme presentarme: soy el Jardinero del Orden. No, no hace falta que me digan sus nombres: los conozco muy bien. Los he estado estudiando.

Julia toma aún más fuerte a la pequeña Victoria, quien comienza a llorar. Rocambole continúa debatiendo internamente qué hacer. Linares mantiene una indeferencia ejemplar junto a un Santino que observa todo atentamente.

El Jardinero del Orden se quita la corbata y venda con ella el brazo de Echagüe.

-Disculpen las molestias, realmente odio la violencia, pero lamentablemente no me dejan más remedio. Es increíble, sabía exactamente cómo saldrían las cosas: quién se quedaría en el bar y quién se iría, todo es tan predecible… ¡Todo está en tan perfecto orden!

Santino se mueve en su asiento, pero no se levanta. El Jardinero continúa:

-Eugenio Echagüe… sabía que ibas a ser el primero en reaccionar: tu reciente episodio policial te ha dejado mal parado y cualquier ocasión sería apropiada para quedar como un héroe. Luego Mariana, la bella guerrera… tu sangre nativa de la Isla Calamidad no iba a permitirte quedarte sin hacer nada, ¿verdad?

Mariana se acomoda lentamente entre dos mesas, dando señales de vida.

-Julia, obviamente, ibas a proteger a tu bebé a toda costa, lo cual restringe demasiado tu movilidad. Y en cuanto a ustedes tres: mi querido Rocambole, tu indecisión y tu mentecilla complicada son las causas de tu inacción. ¿Revisar todas las posibilidades antes de optar cuál seguir? ¡Eso podría tomarte un tiempo infinito! No creo que puedas vivir tanto…

Una gota grande de sudor frío corre por la sien de Rocambole, mientras sus manos se aferran con fuerza a la mesa.

-Linares, ay, no sé para qué te hablo: completamente ajeno a la realidad, como siempre, inmerso en tu mundo de fantasía… Pero el que más me interesa sos vos, Santino Conde. Vos, que te creés tanto, que no podés evitar sentirte el centro de atención, y que a la vez no te interesás demasiado por el resto de la humanidad… vos me podés servir.

Santino se levanta lentamente, dirigiéndose hacia la barra. Allí toma la botella de whisky y vuelve a llenar su vaso.

-Te escucho…
-¡Perfecto! Sabía que podría contar con vos. Sos el factor, ¿cómo decirlo? Traicionero.

Conde esboza una sonrisa.

lunes, 12 de octubre de 2009

11-Galán del Kaos



Siguiendo la dirección que su única brújula le indica, Johnny John dirige a sus compañeros hacia el que parece ser el destino final de su viaje. Aunque el viento se levanta, Arrieta maneja el timón con hidalguía enfrentando toda la bravura del oleaje.

Diógenes Mastreta escruta el paisaje con un sólo pensamiento en su cabeza: encontrar al portador del nombre que había guiado su viaje. Ya no quedaban más direcciones posibles: esta vez no podía caber ningún error.

Somosa había logrado superar sus mareos iniciales, deviniendo un hombre de mar ávido de emociones, mientras que Ángel Vergara ya comienza a cansarse de tanta agua alrededor, deseando un poco más de aire libre para poder demostrar lo que realmente sabe.

La ventisca comienza a cesar y con ella el mar se calma y se oscurece. El líquido sobre el que navegan se torna pantanoso. Cuando ya no pueden avanzar más con la embarcación arrojan el ancla y saltan a tierra firme. Caminan por senderos de ébano bajo una noche sin luna, esquivando charcos de sustancias extrañas y viscosas.

Aunque todo parece nuevo ante esos cinco pares de ojos atentos, no pueden evitar la sensación de ya haber estado allí. Una enorme fortaleza se erige entre la espesura del bosque, como un castillo gris de piedra. Ángel señala una puerta lateral y sus compañeros lo siguen.

Luego de pasar por varias habitaciones por demás extrañas, moradas de las más disímiles criaturas salidas de algún extraño circo de fenómenos (entre las cuales se encontraba un perro, que Johnny John juraría que escuchó hablar), llegan al fin hacia la cámara central. Arrieta duda ante al entrada, justo cuando Somosa, juntando un coraje inusual en él, la abre de par en par sin pedir permiso.

Sentado a la cabecera de una larga mesa de marfil, un hombre alto y calvo levanta la vista de sus papeles. Envuelto en su sobretodo negro, observa a los cinco intrusos, como si los hubiera estado esperando:

-Ah, son ustedes.

Somosa y Arrieta intercambian una mirada, que luego dirigen a Diógenes. Mastreta comprende que ha llegado su turno de hablar:

-Buenas… ¿Tardes? ¿Noches? Como sea… Usted debe ser el famoso Jardinero, ¿verdad?

El hombre asiente con la cabeza. Al acercarse un poco más, Mastreta descubre que por detrás del Jardinero hay otra mesa, más pequeña, frente a la cual puede observar el oblongo respaldo de una silla de madera. Se escuchan los ruidos de una máquina de escribir siendo manipulada con violencia.

-Eh… yo soy Diógenes Mastreta y ellos son…
-Por favor, ahórrese las presentaciones, sé muy bien quiénes son. ¿Pero qué están haciendo acá, en mis tierras?
-Bueno, creo que eso tendría que explicárnoslo usted a nosotros: llegamos hasta acá siguiendo el mapa que usted nos dejó.
-¿Que yo qué? ¿Están locos? Yo no les dejé ningún mapa.
-¿Cómo que no? ¿Entonces cómo explica esto?

Diógenes saca el plano de su bolsillo y se lo muestra al Jardinero, pero éste continúa hablando sin prestarle atención:

-Primero llegó él y ahora ustedes cinco… Estas entradas y salidas sólo pueden indicar una cosa: algo está mal. Algo está muy mal.

Diógenes avanza unos pasos, dando unos golpecitos en la vieja carta de bebidas:

-Todo está muy claro, muy claro. Mire el dibujo: flores. ¡Flores! Compuestas de un modo casi imperceptible… ¡Pero nada se escapa a mi ojo avizor! Y si no me equivoco, el dueño de estas marcas está justo a sus espaldas.

Diógenes se acerca más y más al Jardinero. Johnny John lleva una mano a su cabeza, pensando que su compañero de aventuras se ha vuelto loco.

-Mis sentidos de detective no me engañan, estas flores fueron hechas con un material muy específico, un material que sólo pudo prevenir de un ser –Mastreta se acerca a la silla de madera y la hace girar de un golpe- ¡Un mono blan...! ¿Eh? ¿MARRÓN?

Un simio pardo pega un enorme alarido y sale corriendo con una navaja en la mano. Alfredo Arrieta enfurece de sólo pensar que todo este tiempo han estado confiando en un idiota que había seguido una pista falsa. Diógenes Mastreta se queda unos instantes de pie con la mandíbula desencajada. Sin embargo pronto vuelve a acometer:

-¡Cómo que marrón! ¡Tenía que ser blanco! ¡Este mapa fue hecho con cabellos de mono blanco!, fíjese si no. ¡Y las letras! Tres iniciales firman la obra: “J D C”. ¡Jardinero del Caos!

El Jardinero se pone de pie de un salto, temiendo lo peor:

-¡Idiota! Soy el Jardinero del Kaos, ¡con “K”! ¡Está en griego!

Somosa se ilumina de pronto y decide compartir su idea:

-Perdón pero se me ocurre algo: Si “Kaos” está en griego, ¿la “C” no podría ser de “Cosmos”?

-¿Jardinero del Cosmos? – Pregunta Mastreta – Eso no tiene sentido, ¿verdad? ¿Qué significa “cosmos”? ¿Mundo?

El Jardinero baja la mirada, confirmando su sospecha:

-“Cosmos” quiere decir “Orden”… Jardinero del Orden… el muy soberbio no pudo evitar firmar su obra. ¿Dónde encontraron esta nota? Puede que haya gente corriendo peligro.

El corazón de Diógenes Mastreta palpita con fuerza al recordar que el mapa había aparecido en el Albatros, donde habían quedado esperando su querida Mariana junto con Julia y Victoria, indefensas.

miércoles, 7 de octubre de 2009

10-El escritor distraído


El sonido constante y monótono se deja oír desde la habitación contigua donde Valentín Flores había entrado con Genaro Cúspide. K espera sentado en un pequeño sillón. Una mesa ratona donde descansan dos tazas llenas lo separan de Florencio Gauna. No está seguro de cuánto tiempo hace que están allí.

-Beba su café, K, que no le he puesto veneno. – Gauna esboza una sonrisa.
-¿Qué están haciendo dentro de la habitación?
-La verdad, no lo sé… tampoco estoy seguro de cuánto tiempo más tardarán, así que por ahora sólo podemos esperar. Y disfrutar de un buen café, obvio.

K mira a su compañero por un instante. Luego, tomando lentamente la taza agrega:

-En el bar, usted insistió en que viniera. Dijo que parte de lo que va a pasar podría ser mi culpa. Creo que es hora de que me dé una explicación.
-Es cierto…

Gauna da un sorbo a su bebida. La disfruta un buen rato en la boca antes de hablar:

-Cuando la gente muere se hace más buena, ¿sabe? En realidad, no es que ellos cambien, sino que cambia lo que se dice de ellos. No me tomó mucho tiempo aprenderlo.

K suspende la taza justo por debajo de su boca. Continúa expectante.

-¡No se preocupe, no he matado a nadie! Simplemente he ido a velorios. A muchos velorios, desde hace muchos años ya… Locuras de un hombre aburrido, ¿sabe? Prácticamente voy a uno cada noche, parece que la gente nunca deja de morir.
-No veo dónde entro yo en este cuento.
-Perdón, suelo irme por las ramas: costumbres de viejo. Así fue cómo conocí a Genaro, pero eso es otra historia. Lo importante es que un buen día, cuando parecía que nadie había muerto en los alrededores, leí en el diario una extraña noticia.

K da un trago largo y se quema la lengua. Disimula el dolor con un “ajá”.

-Yo siempre leo los avisos fúnebres, pero éste salió en primera plana, en un recuadro chiquito, pero en la tapa al fin: había muerto un grande, un, cómo decirle sin que me tome por fabulador… había muerto un héroe.

Florencio hace una pausa, esperando algún gesto de asombro en su interlocutor. Al no encontrarlo continúa:

-Por supuesto fui, no iba a perdérmelo. Aunque la verdad es que no sé realmente cómo llegué: el lugar era completamente extraño y ajeno a todo, como si se tratara de… de otro mundo. Sí, otro universo.

K duda antes de volver a probar aquel negro mineral. Sin embargo se atreve y empina el recipiente, sin quitarle los ojos de encima a su compañero:

-Sigo sin entender, Gauna, ¿qué tiene que ver todo esto conmigo?
-Iré al grano: decía que cuando uno muere se hace más bueno. Y la gente a su alrededor también: he hecho varios “amigos de velorio” durante todos estos años. Bueno, la cosa es que charlando con alguien en ese lugar me enteré de una teoría: la teoría del escritor que no puede dejar de escribir porque si no se detiene el mundo.

Por primera vez K se sorprende: siempre había fantaseado de alguna manera con esa idea en su cabeza. Gauna nota un signo de preocupación en aquel rostro despeinado.

-¿Se lo imagina? Ya sé, suena muy a ciencia ficción… pero si usted hubiera estado allí, seguro la habría creído. ¡Todo era tan fantástico!
-¿Quién fue? ¿Quién le contó esa historia?
-No me dijo su nombre y no le di demasiada importancia en su momento. Nunca más lo volví a ver, nunca más… hasta esta tarde.

El corazón de K se acelera tapando el bombeo que resuena desde detrás de la pared. Sus ojos piden más respuestas.

-No me di cuenta al principio, pero cuando el dueño del Albatros repitió las palabras que aquel extraño le había dicho, ahí todo me cerró. ¡K, temo que toda nuestra existencia esté en peligro!

De pronto el sonido cesa. Unos segundos después la puerta se abre y las figuras de Genaro Cúspide y Valentín Flores entran en escena. Las miradas de dos viejos amigos se cruzan:

-K, Genaro es el muerto del barrio.
-Valentín, yo soy el escritor distraído.

lunes, 5 de octubre de 2009

9-Todos mis galanes


Mientras el Oso de Mar termina de darle los últimos ajustes al barco explica que se encuentra paseando por ahí junto con Manuel Palmas con la intención de distraerlo, ya que el pobre aún no ha podido recuperarse de la pérdida de su mono.

Johnny John arroja la segunda brújula por la borda. Sólo le quedan dos: ¿Cuál deberá seguir en esta ocasión?

Diógenes le agradece a su viejo amigo por la ayuda y se prepara para partir. Somosa y Arrieta se acomodan en la nave. Ángel Vergara suspira sintiendo las últimas gotas deslizándose sobre su rostro. Pronto deja de llover.

Mientras avanzan el río vuelve a ensancharse y los vestigios de unos nubarrones negros se deshacen en el éter. Johnny se decide por la que lleva en la siniestra por ser el lado del corazón y le hace señas a Arrieta para que vire hacia ese lado. El agua comienza a volverse más clara y tranquila, desembocando en una amplía playa. Un clima de fiesta y juventud se deja sentir en aumento a medida que se van acercando a tierra firme. ¿Sería ese el lugar indicado?

Deciden detenerse y desembarcar en la bahía. Los recibe una arena blanca y suave. Caminan sin rumbo fijo sobre aquel lugar paradisíaco. De pronto descubren que no están solos: la mirada de Somosa se posa sobre las curvas de una señorita que pasa en traje de baño. Luego el reverso de otras dos distrae el andar de Vergara y hace escapar un silbido de los labios de Johnny John:

-Este lugar es un sueño: está lleno de mujeres hermosas.
-No nos dejemos desconcentrar, mis marineros: no debemos olvidar nuestra misión.
-¿Y cuál es nuestra misión, si se puede saber, mi capitán? – El sarcasmo de la última palabra de Arrieta fue suavizado por el paso de otra flamante damisela.
-Bueno, no estoy muy seguro aún, pero tengo mis conjeturas… creo que estoy a punto de descifrar el mapa, sólo debería poder comprobar mi hipótesis.

Johnny John no puede evitar caer en la vulgaridad y se acerca a una blonda diciéndole algo al oído. La mujer se da vuelta, lo mira enojado y le estampa un cabezazo en la nariz. Luego sigue su camino.

-No te recomendaría meterte con María Cabezazo – Dice una joven voz.
-¿María qué? – Pregunta Ángel Vergara.
-María Cabe…
-Deja, ya entendí – Interrumpe Johnny con las manos sobre su nariz sangrante.

Mientras aquel se incorpora ayudado por Somosa, Mastreta increpa:

-Buenas tarde jovenzuelos, ¿podrían decirnos dónde estamos?
-¡Pero eso es obvio! ¡En la playa!
-Sí, claro, pero lo que yo quería saber es…
-¿Y ustedes quiénes son? ¿De dónde salieron? ¿Hay una fiesta de disfraces por acá? – Interrumpe otra voz.
-Para, Diego, dejalo hablar, nos estaba diciendo algo.
-Richard, no te metas, quizás hay una fiesta cerca…
-Si hubiera una fiesta escucharíamos la música.
-¿Y si tuviera paredes aislantes?
-Diego, no hay paredes que aíslen completamente el sonido, eso pasa en las películas.
-¿Y si nos quieren afanar, eh? Por eso pregunto, tendrían que presentarse primero.
-¡Pero si fue Patricio el que les habló! Además es realmente poco probable que nos quisieran robar… de hecho si ese fuera su objetivo ya lo hubieran hecho.
-¿Por qué tenés que razonarlo tanto todo?

Los navegantes siguen la discusión como si de un partido de tenis se tratara. Cuando parece que tanto intercambio de palabras sin sentido va volverse eterno, el tercero en discordia toma la palabra:

-Disculpen a mis amigos, cuando se trenzan así no paran más. Yo soy Patricio y ellos son Diego y Richard.

Diógenes devuelve el saludo haciendo las presentaciones correspondientes. Después de contar algo acerca de su viaje pero sin dar demasiado detalles, se acerca a Richard mostrándole el mapa:

-Al principio estaba seguro de que esto era un camino. Sin embargo, luego de pasar por un extraño cementerio me di cuenta de que a sus lápidas les faltaba algo. Volvé a mirar el mapa, si se lo mira desde este ángulo, ¿qué se ve?
-A ver… parecen flores.
-Correcto, varias flores. Y acá hay tres letras, ¿las ves? La primera es una “J”, ¿se te ocurre algo?
-Flores, una jota… ¿Un jardín?
-Eso mismo pensé yo. Y no hay jardín sin su jardinero.
-Puede ser… ¿Y las otras dos letras?
-Bueno, luego del cementerio fuimos a parar a una bella ciudad, y en la plaza central nos encontramos con una pareja que huía de algo…
-Ajá, ¿y?
-Al preguntarles por un Jardinero se sorprendieron por la pregunta y me contestaron que eso era un caos… entonces pensé… ¿No podría ser un Jardinero del Caos?

Patricio intercambia palabras con Somosa mientras Diego y Ángel parecen comenzar una nueva discusión de esas que se dan entre el hombre de acción terrenal y el que divaga por las estrellas. Aunque finge indeferencia, Alfredo Arrieta desvía sus ojos por un instante rozando las líneas de una veterana que camina como una reina.

Richard afirma nunca haber oído nombrar a tal criatura. Se acerca a sus amigos, pero a ellos tampoco les suena el nombre. De súbito Patricio exclama:

-Se me ocurre que tal vez alguien lo pueda conocer…

Patricio hace señas hacia un cuarto joven, que se encuentra tomando sol cerca de allí, junto a una linda morena y una colorada con pecas. El muchacho, que responde al nombre de Pablo, se despide momentáneamente de las chicas y se uno al grupo de conversación.

-¿Jardinero del Caos? ¡Claro que lo conozco! Me encantan sus historias, muy entretenidas por cierto. Para llegar a él tienen que ir hacia allá.

Johnny John mira hacia donde señala Pablo y ve que es exactamente la dirección que indica la cuarta brújula, la que lleva en su diestra. Mientras arroja la otra al agua reconoce que a veces no es bueno dejarse llevar por el corazón.