sábado, 24 de mayo de 2008

Devenir

Ruidos, sacudidas. ¿Dónde estoy? Nadie responde. Más ruidos. Estoy desnudo y tengo frío. Oscuridad. Algunos flashes iluminan brevemente la escena. Consigo un trozo de tela, me envuelvo rápidamente. Me siento sucio y solo.

Avanzo por lo que parece ser un túnel, pero en movimiento. Un nuevo flash me permite divisar mejor el lugar. Hay asientos, rotos; caños paralelos y perpendiculares y algunas sogas de donde colgarse. No estoy solo.

¿Dónde de estoy? ¿Por qué estoy acá? Mis gritos se unen a los de los demás. Al parecer todos nos preguntamos lo mismo. Me duele la cabeza. Recuerdo un estado de paz anterior, un estado sin recuerdos. Y de pronto el frío, la oscuridad y los gritos.

¿Dónde estoy? ¿Por qué? ¿Quién soy?

El tren se detiene y bajan algunas personas. Me apresuro hacia la puerta, pero una mano se posa en mi hombro desde atrás y afirma toscamente: “aún no, no es tu turno”. Sin más explicaciones, la puerta se cierra y el hombre desaparece.

Camino esquivando personas que lloran tiradas en los rincones. Otros ríen como locos, mientras que algunos sólo se quedan sentados, observando la nada.

Veo un sujeto que, desesperado, intenta escapar por una de las ventanillas. Al parecer lo logra. Pero cuando me asomo mirar por ella, sólo veo un vacío infinito. ¿Será esa la única salida?

El tren vuelve a detenerse. Bajan personas con ojos grises. Suben otras, al parecer más rosadas, pero con la misma mirada de desconcierto. Apenas miro hacia la puerta, el guarda me hace un gesto negativo con su dedo índice de la mano izquierda. Se reanuda la marcha.

Me cambio de vagón. Sólo encuentro angustia, gritos, llantos y desesperación. Al parecer nadie sabe por qué está aquí, ni cuándo podrá salir. Sólo hay que esperar su turno.

Un sujeto llama mi atención: sentado con las piernas cruzadas, parece estar meditando, ajeno al clima de tensión constante del ambiente. Me acerco para conversar: “¿Por qué estamos acá?”, “¿qué tenemos qué hacer?”, “¿cuándo nos vamos a ir?”. El viejo sonríe, y contesta: “eso lo tenés que descubrir vos”. El tren se detiene nuevamente. El anciano se levanta y camina serenamente hacia la puerta. Pero al descubrir que el guarda no lo deja bajar, se desespera, y se arroja al vacío justo cuando el transporte retomaba el movimiento.

¿Por qué estoy acá? ¿Qué tengo que hacer? ¿Cuándo me voy a ir?

Yo no elegí subir. Yo no elegí viajar. Yo no elegí vivir.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo tampoco elegi vivir, pero si no no te hubiera conocido, asi que valio la pena!!!!
Te quiero mucho!!!

Anónimo dijo...

Una vez más felicidades por tu relato, es genial. Me encanta. Yo de ti probaría suerte en España, lo mismo te publicaban algo. De todas formas, si quieres me puedo informar de cómo están las cosas por aquí,vale?.
A ver si nos encontramos en algún vago del tren...
Un beso fuerte!!
Pepi

Anónimo dijo...

me gusto mucho. igual estos temas me ponen un poco loca. trato de no pensar tanto porque sino me internan ajaja. me gusta que tengas un blog. me gusta leerlo. el texto anterior no lo lei todavia. vi la foto y me dio miedo.pero otro dia lo voy a leer.ajaja quizas nada que ver pero por las dudas. ehmm, siempre leo tu blog aunque no te lo firme. quiero q lo sepas :)
un besito
ann

Anónimo dijo...

"Recuerdo un estado de paz anterior, un estado sin recuerdos"... uf! too much again!
Qué mambo que tenés con los trenes. Me gustó muchio muchio... No elegiste, pero podés no elegirlo, en un sentido no-suicida, sino más bien disposicional. Podés cerrar los ojos y taparte los oídos y sonreir idiotamente al ritmo del móvil... Prefiero llorar o reírme como loco y comer cheesecake con el guarda y regodearme en la idea de un vacío infinito que quiero pero no quiero. Adieu.
El mensajero de los astros.

Anónimo dijo...

Otro loco por exceso de cordura.
Me siento acompañada.
Prometo pasar seguido.

Nos vemos en Filo
G

Duquesa de Katmandu dijo...

Hey, Galán: Qué buen relato. O qué bien escribis, me gusta mucho.
Y sí, no elegimos vivir. Qué se le va a hacer...
Saludos,