domingo, 17 de agosto de 2008

Estertor


El último soplido del abuelo de Marcos resonó en los pasillos del caserón de Floresta. Su vida se extinguió allí, en la misma casa donde había nacido. Marcos, sintiendo un frío incapaz de curar cualquier frazada (ese frío que cala los huesos) encendió un cigarrillo y se alejó de aquel dormitorio testigo del alba y del crepúsculo de un hombre cansado.

El velorio fue esa misma noche (fría como la muerte misma), en ese mismo cuarto (antes cálido, ahora envuelto en un nauseabundo aroma a flores). La cafetera eléctrica iba dejando sus últimos retoños en aquellas tazas grises (las tazas “gris vida”). Los familiares, lejanos, inoportunos, desconocidos casi, llegaban, lloraban, reían y se iban. Un viejo loco creyó conveniente encender el tocadiscos perteneciente al finado. Un jazz sobrio, triste, enajenado inundó el ambiente, haciendo aún más insoportable el hedor de las flores. No tardaron en apagar la música y echar al anciano.

Tres firmes soldados quedaban en el paquete de Marcos. Tomó uno, quemó su cabeza y fumó lentamente, disfrutando la nada placentera de un humo gris (el humo “gris vida”). Un hombre alto y fornido se le acercó (¿Un tío? ¿Primo? ¿Un acreedor del muerto?) y lo abrazó con fuerza. Falsas lágrimas de cristal cayeron por aquel rostro embigotado, mientras Marcos lo acompañaba con palmadas en la espalda ejecutadas por inercia. Los suaves y gordos senos de la tía Marga fueron los siguientes en aprisionarlo, demostrando una melancolía tal vez auténtica. En cuanto pudo zafar, Marcos se dirigió al patio, de allí al pasillo y finalmente a la vereda. Sentado en la pequeña escalerita de mármol que servía de entrada, se dedicó a la contemplación de las estrellas.

La Cruz del Sur mediaba el firmamento. La noche se reducía a pequeñas manchas blancas sobre un fondo negro. Negro como la muerte, ¿o negro como la vida? No, el nacimiento era blanco como la aurora. La parca, negra como la noche. La vida, una escala de grises compuesta por tantos matices como suerte tuviera uno. La del abuelo podía reducirse a siete u ocho matices. ¿La de él? Con suerte, recién iría por el tercero, mitad del segundo tal vez.

El tren de madrugada sonaba de fondo (¿Sería el primero o el último?). Un perro aullaba, una sirena se apagaba en disminución constante. Marcos miró la Luna: una esfera casi perfecta, aunque no llegaba a llenarse. Maldijo la imperfección de aquella Luna, le molestaba de sobremanera. Selene debía estar completa o morir en el intento. La vida debería estar completa también, pero paradójicamente sólo se completaba con la muerte. Recordó el título de un libro que había leído: La vida de uno lo va dejando a uno sin vida. La conclusión de aquella obra lo había dejado impactado: la vida es un gran acto de suicidio, al vivir nos vamos gastando, nos vamos muriendo de a poco. La muerte no llegaba de golpe y toda entera: se vivía cada día, un poquito más, un poquito más... (más cerca del final). Una perfecta escala de grises. ¿Cuándo llegaría el negro absoluto y definitivo?

Hacía frío ahí afuera. Pero no quería entrar y rodearse de falsos profetas. Él no se dejaba encandilar por Baales y Astartés: lágrimas hipócritas, angustia fingida, intereses ocultos, cordialidad asquerosamente exagerada, abrazos de compromiso, palmadas en la espalada de manos hoy vacías, mañana sosteniendo un fino cuchillo. Volvió a abrir el paquete y se fumó al Cabo Amaya. Orión se iba alejando hacia el Oeste, conforme a la llegada del Escorpión que había causado su muerte. ¿El abuelo estaría en medio de aquellas dos constelaciones? Un escalofrío le corrió por la espalda. ¿Le importaba realmente a él la muerte del abuelo? ¿Le afectaba en algo, cambiaba su vida? No mucho, por no decir nada.

El calor de una mano sobre su hombro lo volvió a la realidad perceptible. Era Belén, su amiga de la infancia. Vecina del abuelo desde que había nacido, lo había querido como si fuera suyo. ¿Cuánto hacía que él no la veía? Ya había dejado de ser la niña que Marcos recordaba. Miró sus ojos grises (los ojos “gris vida”). Ella lo abrazó sin decir palabra. Él imitó el gesto, sintiendo las lágrimas cálidas de aquella joven sobre sus propias mejillas. La bizarra situación parecía que iba a durar para siempre, pero decidido a darle fin la besó. Belén se apartó bruscamente, reflejando en su rostro una mueca de desaprobación. “Sos un desubicado”, dijo y se fue.

Marcos abrió por tercera vez en aquella noche su Cuartel General y allí encontró al último de los soldados, atrincherado en un rincón. Lo fumó con calma. Sin saberlo, había completado un nuevo matiz en su escala de grises.


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Publicado originalmente en la revista Mitin (2005)

7 comentarios:

l dijo...

La vida "gris vida", ¿no?

g. dijo...

Hoy releí una parte de Bodas, de Camus y cito:

"¿Qué es el azul y qué pensar del azul? Dificultad idéntica con respecto a la muerte. De la muerte y los colores no sabemos discutir."

Al fin, me parece que tiene algo que ver con el texto, tanto color, tanto gris vida, negro muerte y blanco vida. Yo igual creo que es blanco muerte y negro vida; pero es mi teoria.
El texto esta bastante bien, me gustó.

En respuesta: Tuve mi etapa decadente (En realidad estoy en decadencia pero eso es otro cantar) y tengo varios discos, todavía canto con cariño "llego el doctor" si me preguntas.

Otra: Sí sé distinguir entre autor, narrador y personaje. Pero más allá de eso, me parece que te salieron todos melancólicos; este también tiene un sabor agridulce. Y este no es de la misma etapa. Pero bueno, era un supuesto nomás, por los finales y la cercanía temporal... Me pareció nomas.

Saludos.

Duquesa de Katmandu dijo...

Pucha, esa Belén...
La melancolía puede colorearse de gris o de ese color que resulta mezclando todos los primarios, algunos lo llaman "neutro", no?

Beso violeta y anaranjado

Jardinero del Kaos dijo...

Frases memorables de velorios:
-No somos nada.
-Era un buen tipo.
-¿Por que el?
-Mis condolencias.
-Que hago aca, nisiquiera lo conocia, era el primo segundo de mi novia.
-Ahora esta en un lugar mejor.
-Descansa en paz.
-Mejor asi, estaba sufriendo mucho.


aaaaaaaaah. inolvidable.
-¿Donde esta mi amiga?
-¿Cora, que te hicieron?


Gracias por los consejos, tratare de aplicarlos en un futuro, o en un pasado.
¿No puedo crear un idioma sin acentos y mayusculas?
creo que mi trabajo es ser repetitivo.

Anónimo dijo...

Mi madre! Qué texto se ha mandado, galán!
A mi esto de los colores nunca me pareció, la verdad. Estaríamos diciendo que un daltónico no distingue emociones o algo así? No lo creo...

Saludos.

El niño bidimensional.

Anónimo dijo...

La vida es gris?? Se completa con la muerte?? Hace unos dias vi de cerca eso de que podria completarse mi vida, o la de un ser amado y estuve a punto de pensar en que cambiaria la mia, pero prefiero no pensarlo, y prefiero pensar que la vida es color de rosa...Que antiguedad, no?
Pero creo que si, mi vida es bien rosa vida!!!

g. dijo...

Yo soy de los que responden, Juan.
Así que respondo; el personaje se llama "El taxista" aparece en varios cuentos; su taxi es un Peugeot 504 blanco. Fijate que en la estación de Banfield paran por lo menos tres.

A mi me molesta el fondo negro, mi fondo es blanco solo por la razón que cuando escribo en el word es blanco, cuando escribo en papel es blanco y casi todo es blanco. Así que blanco se va a quedar.
Tal vez lo que nos tenemos que dar cuenta que no es el color sino la pantalla, a mi me jode leer de la computadora.

Si quiere seguir leyendo sobre "el taxista" te digo donde esta:
"Elvis nunca fue el mismo cuando volvio de Alemania"
"El deshielo"
"Gabriel Gimenez"

Ahora, esos tres textos son todos textos de 10 paginas de cuando el blog se llamaba "Longitud anti-blog". ¿Son ileíbles? Sí. ¿Son malos? No creo, a mi me gustan. Pero soy parcial.

Creo que esto tendría que ir a mi blog, pero ahí nunca lo verá.

Lo seguiré leyendo cuando publique más cuentos.
Saludos.